Dejar la voluntad propia y
seguir a Cristo
P. Fernando Pascual
4-4-2024
Una de las raíces que explican
nuestros pecados se llama “voluntad propia”.
¿En qué consiste? En un cierto
apego a todo lo que deseamos y pensamos, para llevarlo a la práctica sin pedir
consejo y sin reflexionar en serio.
De este modo, estamos apegados
a nosotros mismos, a nuestras emociones, a nuestros planes, a nuestros juicios,
a nuestros proyectos.
Todo lo que pudiera
contradecir lo que deseamos aparece como enemigo, como obstáculo a nuestra
propia realización.
Quien vive apegado a su propia
voluntad se pone en grave peligro de sucumbir al egoísmo y a otras pasiones
bajas.
Además, se sitúa en el lado
del demonio, que desde el inicio promueve entre los humanos el amor a la propia
voluntad en contra de la voluntad de Dios.
Porque el camino más seguro
para sucumbir a las tentaciones consiste en vivir apegados a la propia
voluntad, en seguir el propio juicio.
¿Cómo superar este peligro?
Con una actitud interna, humilde, firme, de romper con todo aquello que sea
voluntad propia desordenada, para buscar siempre lo que Dios quiera de mí.
Ello nos dispone a dar el paso
más importante para entrar en un mundo de bien, que inicia cuando nos
comprometemos a seguir a Cristo.
Porque quien no se fija en su
propia voluntad como punto de referencia para sus decisiones, empieza a vivir
con libertad interior, y se abre a todo lo que nos enseña el Maestro.
Así rompemos el camino del
pecado, que inicia siempre con la voluntad propia, y dejamos espacio al mundo
de la gracia, que implica repetir, como todos los santos, como la Virgen María,
una sencilla oración: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc
1,38).
(Encontramos diversas
exhortaciones para dejar la propia voluntad en la “Conferencia V” de san
Doroteo de Gaza, titulada “Que no se debe seguir el propio juicio”, conferencia
que ha sido fuente de inspiración de algunas de estas ideas).