Características del mundo en
el que vivimos
P. Fernando Pascual
4-4-2024
No es fácil tener una visión
sintética de las características del mundo en el que vivimos, por la enorme
complejidad y por las diferencias que hay entre personas y lugares.
Podemos, en forma esquemática,
señalar las que podrían ser características más relevantes, o al menos las que
más influyen en muchos ambientes.
Notamos que hay un gran
desarrollo tecnológico en algunos lugares, mientras que en otros la tecnología
se encuentra en una fase mucho más rudimentaria. Ese desarrollo ha provocado no
pocos problemas ambientales.
En este mismo ámbito, aparecen
continuamente nuevos aparatos electrónicos, especialmente en el horizonte de
los dispositivos digitales, de la robótica y de la así llamada “inteligencia
artificial”.
Hay enormes desarrollos en la
medicina, aunque aparecen enfermedades “nuevas” difícilmente controlables. El
miedo a “pandemias” ha llevado a fuertes limitaciones de libertades
fundamentales en países enteros.
Hay zonas geográficas que han
visto una enorme disminución de la natalidad y un fuerte aumento del número de
ancianos, y otras mantienen un número elevado de hijos.
En ciertas culturas, se exalta
el desarrollo del saber científico, hasta suponer (como dicen no pocos autores)
que algún día la ciencia sustituirá completamente a la religión.
Se exalta, además, la
productividad, sobre todo en tecnologías muy sofisticadas, hasta el punto de
minusvalorar actividades consideradas poco productivas.
Sigue en pie una fuerte
preocupación por la paz, la justicia, la convivencia entre los pueblos, al
mismo tiempo que se promueve la producción de armas y se toman decisiones que
provocan conflictos militares.
Han crecido ideas éticas del
pasado, como el hedonismo y el utilitarismo, que buscan promover la
satisfacción de los propios deseos y exaltan el placer como criterio universal
a la hora de orientar la propia vida.
Muchas personas viven atentas
a lo “inmediato”, sobre todo gracias a los medios de comunicación, a la
informática, y a la facilidad de viajes.
En muchos ambientes reinan
diversas formas de relativismo, que niegan la existencia de verdades absolutas
y de criterios éticos universales.
El relativismo se relaciona
con el subjetivismo, que sostiene que cada uno establece cuáles serían sus “verdades”
y sus normas.
Se difunde una cierta
mentalidad “New Age”, en la que se mezclan elementos espirituales con
supersticiones y creencias de muy diversas procedencias y no siempre
conciliables entre sí.
A pesar del aumento de la
escolarización, abundan entre la gente confusiones y manipulaciones, y resulta
difícil pensar de un modo sereno y ordenado.
En un mundo en continua
evolución, no faltan quienes desean seguridades y viven con angustia ante el
riesgo del dolor y del fracaso.
Muchas personas sufren ante el
fracaso de su matrimonio, por culpa del divorcio, por marginaciones y acoso,
por violencias, por inseguridad en el trabajo.
En muchos países se aceptan,
incluso se ven como derechos, actos sumamente injustos, como el aborto, la
eutanasia, la fecundación artificial.
Hay no pocos elementos de
bondad y de belleza que contrarrestan algunas características del cuadro que
acabamos de esbozar. Pero para muchos el horizonte resulta sumamente oscuro,
mientras que otros aceptan modos erróneos de pensar y de vivir que les dañan a
ellos mismos y que en no pocas ocasiones dañan a otros.
Se podrían señalar otros
aspectos, pero el panorama puede parecer desolador, sobre todo cuando miles de
seres humanos experimentan la angustia de no tener un ideal noble al que
adherirse ni esperanza respecto de lo que pueda ser su futuro.
Frente a este panorama, cada
persona, y la humanidad en su conjunto, necesitan ayudas que permitan
distinguir entre el bien y el mal, de forma que sea posible avanzar hacia la
auténtica plenitud y apartarnos de todo peligro de sufrir daños espirituales.
Desde hace siglos, el
cristianismo se ha presentado como respuesta a tantos males del hombre. Incluso
como la única respuesta, desde las palabras de Cristo: “Yo soy el camino, la
verdad y la vida” (Jn 14,6).
No todos lo descubren. Muchos
de entre quienes lo han conocido, luego lo rechazaron. Además, no faltan
cristianos que dicen seguir al Maestro cuando en realidad viven muy lejos del
Evangelio.
El mundo en el que vivimos, lo
sepa o no lo sepa, necesita abrirse a Dios, reconocer a Cristo como Salvador, y
llenarse de esperanza. Solo así será posible dar sentido a la propia vida y
emprender un camino de conversión que nos aparte del pecado y nos permita vivir
desde el amor y para amar...