Entre el gozo y la tristeza
P. Fernando Pascual
22-4-2024
Resulta casi imposible vivir
en un estado continuo de pena, amargura, fracaso, desaliento. Como también
resulta fantasioso imaginar una vida que transcurre entre gozos interminables, victorias
y entusiasmos.
La idea no es de un psicólogo
contemporáneo, sino de un Santo Padre de los siglos IV-V: san Juan Crisóstomo.
En sus Homilías sobre el
Evangelio según san Mateo, encontramos esa reflexión, articulada con
diversos ejemplos.
Juan Crisóstomo explica cómo
se suceden continuamente momentos de consuelo y momentos de adversidad, porque
así Dios gobierna el universo, “y ni permite que la prosperidad sea duradera,
ni que la adversidad domine a su talante”.
Pone como ejemplo lo que
ocurre en la naturaleza: se pasa del día a la noche, del verano al invierno.
Algo parecido ocurre en nuestra vida personal: “a veces estamos tristes, a
veces alegres, tan pronto gozamos de salud como nos postra la enfermedad”.
Luego imagina a alguno que se
lamenta porque siente que vive entre adversidades continuas. El santo responde:
“No seas desconocido, no seas
ingrato, pues no es, no, posible que nadie esté en adversidad continua. La
misma naturaleza no lo resistiría. Lo que pasa es que, como queremos estar
siempre alegres, nos imaginamos que estamos siempre tristes. Y no es esa sola
la razón. De los bienes y prosperidades nos olvidamos en seguida; pero de las
adversidades nos acordamos continuamente. De ahí que siempre creemos estar
entre adversidades. Pero no es posible que un hombre esté en continua
adversidad”.
De ahí pasa a comparar lo que
podría ser considerada una vida plenamente feliz, de fábula, y otra vida
dolorosa, casi trágica. En la primera no pueden faltar tristezas, ni en la
segunda momentos de alivio.
En concreto, compara a un rico
acomodado y a un jornalero que trabaja todo el día, y luego compara a un rey y
a un prisionero.
El que vive entre delicias y
banquetes, sufre por envidias, o por el desprecio de familiares, o ante
acusadores que le reprochan su lujo.
El que vive entre duros
trabajos, está libre de esos males del rico. No teme que le roben riquezas que
no posee. “Come con gusto y duerme con alegría. Los que beben el vino de Taso
no sienten tanto placer como él cuando va a una fuente y goza de sus puras
corrientes”.
Al confrontar al rey con el
prisionero, nota cómo el primero está triste, con miedos, y preocupaciones. El
preso, en cambio, muchas veces “está alegre y juega y salta”.
Por eso, san Juan Crisóstomo
concluye: “No, no es posible, hallar una vida sin alguna pena y tristeza, ni
tampoco exenta absolutamente de algún placer, porque, como antes he dicho,
nuestra naturaleza no lo resistiría. Y si uno se alegre más y otro se
entristece más, eso depende del mismo que se entristece, por ser pusilánime, no
de la naturaleza de las cosas”.
A partir de lo dicho, el santo
presenta un camino, asequible a todos, para la continua alegría: la virtud.
“Si quisiéramos estar
continuamente alegres, muchos motivos tenemos para ello. Basta con que nos
abracemos con la virtud y nada podrá turbarnos. Porque la virtud ofrece a
quienes la poseen las mejores esperanzas; ella nos hace agradables a Dios,
gloriosos ante los hombres y es una fuente de placer inefable”.
No niega Crisóstomo que la
virtud exija esfuerzo, pero vale la pena, porque esa virtud “llena nuestra
conciencia de alegría y nos infunde tan íntimo placer, como no hay lengua que
lo pueda explicar”. Y continúa con esta reflexión:
“Porque, ¿qué es lo que en
esta vida te parece más dulce? ¿Una mesa opípara, la salud corporal, la gloria,
la riqueza? Mas todos esos placeres, comparados con el placer de la virtud, son
verdaderas amarguras. Porque nada hay más agradable que una buena conciencia y
una dulce esperanza”.
Toda vida humana transcurre
entre el gozo y la tristeza, con momentos de sosiego y con pruebas a veces muy
duras.
Si abrimos el corazón a Dios,
si acogemos el Evangelio y empezamos a vivir comprometidos a realizar buenas
obras, descubriremos que en esta vida terrena, tan frágil y turbulenta,
alcanzamos la paz interior y esa esperanza que nos conforta en cualquier circunstancia
que pueda acontecernos.
(Los textos aquí recogidos
proceden de la Homilía 53 de las Homilías de San Juan Crisóstomo
sobre el Evangelio según san Mateo).