Ante las incoherencias

P. Fernando Pascual

28-4-2024

 

Una persona defiende la importancia de ser puntuales. Luego vemos que llega casi siempre tarde a su trabajo.

 

Otra persona insiste en el valor de actuar con educación. Luego constatamos que ni siquiera sabe dar las gracias al recibir un favor.

 

En familia, unos padres dicen a los hijos que no hay que decir mentiras. Luego los hijos ven cómo sus padres mienten a los visitantes.

 

Un político promete que no subirá los impuestos a la fruta. Al llegar a poder, en un paquete de nuevas medidas económicas, suben los impuestos de la fruta.

 

Reaccionamos con cierta indignación ante las incoherencias. O, al menos, nos hacen pensar que los incoherentes serían personas no fiables.

 

¿Por qué reaccionamos así ante las incoherencias que vemos fuera de nosotros? Sobre todo, cuando constatamos en nosotros mismos una incoherencia, ¿cómo la juzgamos y por qué?

 

En general, una incoherencia nos desconcierta porque esperamos que una persona viva según los principios y criterios que suele considerar como correctos.

 

Por eso, si alguien defiende la importancia de ayudar en casa y luego no colabora, sentimos cierta rabia ante este comportamiento desconcertante.

 

No podemos comprender lo que ocurre en la mente y en el corazón de quienes caen en incoherencias. Lo que sí podemos hacer, ante una incoherencia, es preguntarnos cómo ayudar a esa persona a darse cuenta de su paradoja.

 

Con una palabra educada, o con un silencio que a veces vale más que un reproche, podemos dar una mano a quien manifiesta incoherencias que dañan a otras personas y, de modo especial, dañan a quien vive de esta manera.

 

También podemos preguntarnos por nuestras propias incoherencias, algunas que surgen desde caprichos del momento, otras de falta de voluntad, otras, en casos peores, por haber empezado a deformar nuestra conciencia.

 

Ante las incoherencias, vale la pena una continua reflexión sobre cómo conocer modos buenos de vivir y en qué manera llevarlos a la práctica.

 

De este modo, habrá menos incoherencia en un mundo ya de por sí caótico, y más personas dispuestas a vivir sencilla y alegremente sus deberes para con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, incluso para con Dios...