Unas notas de Etty Hillesum
P. Fernando Pascual
4-5-2024
Un diario refleja ideas y
sentimientos de una vida concreta. Si esa vida está sumergida en un drama, el
de un pueblo perseguido, el diario se hace especialmente intenso.
Así es el diario de Etty
Hillesum (1914-1943), hebrea holandesa que sufrió, como millones de hebreos,
una persecución absurda.
En una página de su diario se
intuye un profundo espíritu de oración, de esperanza, de lucha, incluso de
humanidad hacia el enemigo.
La fecha de esa página:
viernes, 3 de julio de 1942. Los Países Bajos están ocupados por la Alemania
nazi. Etty empieza a escribir:
“Al fin y al cabo siempre
llevamos todo con nosotros, Dios, el cielo y el infierno, la tierra, la vida y
la muerte y siglos, muchos siglos. Los decorados y la acción de las
circunstancias externas cambian. Pero nosotros lo llevamos todo con nosotros”.
En seguida, su mirada se
dirige hacia eso externo que cambia y rodea su vida y la vida de cada ser
humano:
“Las circunstancias no son
decisivas nunca, ya que siempre hay circunstancias, buenas o malas, y hay que
aceptar el hecho de que haya buenas y malas circunstancias. Ello no impide que
uno dedique su vida a mejorar las circunstancias. Pero hay que saber por qué
motivos lucha uno. Y hay que empezar por uno mismo, cada día otra vez consigo
mismo”.
Los pensamientos se
desarrollan en su interior. Desea a veces que sean muchos, pero luego se da
cuenta de que también no tener pensamientos puede ser fecundo.
Sigue con sus reflexiones:
“En los últimos das han ocurrido muchísimas cosas en mí y ahora, por fin,
algo ha cristalizado. He mirado fijamente nuestra perdición, nuestra probable,
miserable perdición, que ya se anuncia en muchos detalles insignificantes de la
vida cotidiana. Esta posibilidad ha logrado refugiarse en un sitio entre mis
sentimientos sobre la vida, sin que éstos pierdan por ello fuerza”.
El mal está presente con una
fuerza aplastante. Pero Etty no se deja destruir:
“No estoy amargada y no me
rebelo. Tampoco estoy ya desanimada ni estoy resignada en absoluto. Mi
evolución continúa sin trabas día a día, incluso teniendo en cuenta la
posibilidad de nuestra destrucción. No quiero coquetear con palabras que al fin
y al cabo solo evocan malentendidos: he saldado cuentas con la vida. A mí ya no
me puede pasar nada, ya que al fin y al cabo no se trata de mi persona, y no
tiene importancia si sucumbo yo u otra persona, sino que se trata de la
perdición en general”.
Etty se abre a la posibilidad
de la muerte, de su muerte, con ojos diferentes:
“Mi vida se ha ampliado de tal
manera que miro la muerte, la perdición, a los ojos y las acepto como una parte
de la vida. Uno no debe sacrificar de antemano una parte de la vida a la muerte
que uno teme y contra la que se rebela. La rebeldía y el miedo solo nos dejan
un mísero y mutilado resto de vida, algo que apenas puede llamarse vida. Suena
casi paradójico: cuando uno deja fuera de su vida la muerte, la vida nunca es
plena, y cuando se incluye la muerte en la vida, uno la amplía y enriquece”.
Declara que hasta ahora nunca
ha visto un muerto, lo cual puede parecer extraño si reconocemos que estamos en
un mundo donde hay millones de cadáveres.
“Es verdad que algunas veces
me he preguntado cómo veo en realidad la muerte. Pero nunca lo he tomado
seriamente en consideración con respecto a mi persona. Para eso no había
llegado aún el momento. Y ahora la muerte está ahí, en su plenitud, por primera
vez, y aun así es como un viejo conocido que forma parte de la vida y que debe
ser aceptada”.
Sus reflexiones fluyen.
Escribe con soltura. Mira el reloj. Va a continuar:
“Bien, ahora puedo acostarme
tranquilamente. Son las diez de la noche. Esta noche no he hecho mucho. He
liquidado en esta calurosa ciudad pequeños asuntos, teniendo que sufrir las
ampollas de los pies. Me sobrevino un gran cansancio e inseguridad”.
Narra dos encuentros
significativos, uno que termina en un abrazo. Otro con uno que podría llamar “enemigo”:
“A pesar de que este día no me
ha aportado nada, salvo la necesaria y total confrontación con la muerte y la
perdición, no debo olvidarme del soldado alemán que estaba junto al quiosco con
una bolsita de zanahorias y una coliflor. (...) Supe que esta noche rezaría
también por el soldado alemán. Uno de tantos uniformes, ahora también tiene
cara. Y seguro que habrá muchos con una cara así, en la que podamos leer algo
que entendamos. Él también sufre. No existen fronteras entre la gente que
sufre. A ambos lados de todas las fronteras se sufre y hay que rezar por todos.
Buenas noches”.
Quiere terminar, pero vuelve
de nuevo a su diario, y añade un último párrafo:
“Desde ayer soy otra vez más
vieja, de un tirón, muchísimos años mayor, y estoy más cerca de la muerte. El
abatimiento se ha disipado y, en su lugar, ha aparecido una fuerza más intensa
que antes. Y además esto: cuando se llegan a conocer las propias fuerzas y las
propias limitaciones y se aceptan como hechos dados, aumenta la fuerza. Todo es
tan simple, para mí está cada vez más claro y me gustaría vivir mucho tiempo
para aclarárselo también a otros. Y ahora, de verdad, buenas noches”.
Buenas noches. El sueño llega.
La mente de Etty ha mirado de frente a la vida y a la muerte, ha pensado en
abrazos y miedos. Incluso un soldado alemán ha tomado forma y rostro. Reza por
él, un enemigo.
Etty Hillesum quería vivir
mucho tiempo para enseñar a otros. Murió al año siguiente, en Auschwitz. Quizá
al dirigirse al tren de la muerte, al mirar los rostros de soldados alemanes,
buscaría a aquel por el que rezó un día.
Tal vez ese soldado, con el
pasar del tiempo, abriría los ojos de su alma para reconocer el terrible mal al
que contribuyó activamente, y la puerta abierta a un bien que le fue abierto
gracias a la oración de una de sus víctimas: una joven hebrea llamada Etty...
(Los textos aquí reproducidos
pertenecen a esta edición: Etty Hillesum, Una vida conmocionada: diario,
1941-1943, Anthropos 2007).