Entre la libertad y el bien
P. Fernando Pascual
6-6-2024
Se escucha con cierta
frecuencia que la libertad es la máxima aspiración del ser humano.
La frase puede interpretarse
de muchas maneras. Una, bastante obvia, nos recuerda que sin libertad resulta
imposible orientar la propia vida según las convicciones y deseos de cada uno.
Aquí se abre un horizonte que
puede parecer sorprendente: la libertad es condición, irrenunciable, para
lograr lo que queremos. Pero, en el fondo, lo que más queremos no es conseguir
la libertad, sino “usar” la libertad para conseguir lo que amamos.
En otras palabras: la libertad
no es la máxima aspiración del ser humano, sino que la máxima aspiración
consiste en alcanzar aquello que amamos, siempre y cuando eso que amamos sea
nuestro verdadero bien.
Por eso, la libertad nos
permite orientarnos hacia la búsqueda y la realización de lo que llevamos más
dentro del corazón.
Existen, por desgracia,
errores a la hora de escoger lo que consideramos como nuestro bien. Basta con
recordar cuántos matrimonios, surgidos en plena libertad, desembocan en la
desilusión y el fracaso cuando uno (o los dos) confiesan: “me equivoqué, no era
él/ella para mí”.
Leemos una hermosa frase
escrita por un autor de la Antigua Grecia: “Lo más hermoso es lo más justo; lo
mejor, la salud; pero lo más agradable es lograr lo que uno ama”.
Esa frase puede completarse si
se añaden estas palabras: “lo que uno ama, cuando ama lo que sea su verdadero
bien”.
Nuestra vida transcurre entre
miles de elecciones. Esas elecciones serán plenamente humanas si se colocan en
un horizonte de libertad auténtica, esa que nos permite realizar lo que amamos.
Pero esas elecciones llevarán
a la plenitud solo cuando se orienten hacia bienes verdaderos, desde esa
capacidad de nuestras voluntades libres que se expresa en una palabra rica y
siempre comprometedora: amor.