Controlar a otros

P. Fernando Pascual

6-6-2024

 

Hay ocasiones en las que sentimos deseos de controlar al otro: para que no abra ventanas si hace frío, para que se decida a ir al médico, para que deje de perder el tiempo en juegos electrónicos.

 

En otras ocasiones, sentimos cómo personas cercanas quieren “controlarnos” y nos repiten que dejemos de comer tanta azúcar, que seamos más responsables con un familiar enfermo, que votemos a favor de cierto candidato.

 

El deseo de controlar a otros tiene diferentes explicaciones. La más sencilla: hay cosas que vemos en personas concretas y que consideramos como malas, para ellas mismas, para otras personas, o para nosotros.

 

Junto a esa explicación, hay otra más compleja: suponer que podemos lograr un cambio de comportamientos en otros gracias a nuestros consejos insistentes y, esperamos, bien formulados.

 

Surgen, sin embargo, diversas preguntas, que no podemos dejar a un lado. ¿De verdad, tengo “derecho” para intervenir sobre el otro? ¿Es posible un cambio en su vida? ¿Cómo reaccionará ante mi insistencia? Más en profundidad: lo que pido al otro, ¿será realmente bueno?

 

No resulta fácil responder a la primera pregunta, pues hay casos en los que debería quedarme a un lado, sin interferir en aspectos muy personales de este familiar o de aquel conocido.

 

En otros casos, mi omisión puede ser motivo para que una persona concreta viva de modo erróneo, se dañe a sí misma y a otros, llegue a cometer pecados graves.

 

La segunda pregunta nos pone ante la realizabilidad de un cambio en la vida de esa persona. Si estoy convencido de que no va a cambiar, ¿para qué perder el tiempo en consejos insistentes que se estrellan contra un muro?

 

La tercera pregunta se relaciona con la anterior: hay quienes reaccionan negativamente si sienten presiones para que cambien, hasta llegar a afirmar con fuerza su libertad y su descontento ante quienes buscan “controlarlos”.

 

Otros, esperamos que para bien, acogen con gusto propuestas y consejos, e incluso se dejan conducir dócilmente, sobre todo si comprenden que quienes les corrigen buscan su verdadero bien.

 

De ahí la pregunta más decisiva: lo que proponemos al otro (o lo que me proponen, si son otros los que buscan “controlarme”), ¿es realmente para su bien? ¿No estaremos buscando quitar un problema, o imponer al otro una idea personal que no sería adecuada para su vida?

 

Conviene añadir que el deseo de controlar a otros suele ser visto de modo negativo, pues el respeto a la libertad de cada uno suele ser un válido fundamento para una buena convivencia en las sociedades.

 

Pero si se evita cualquier control que vaya contra los derechos fundamentales del otro, un sano deseo de ayudar al otro a dejar malos hábitos y a encauzar sus acciones hacia lo bueno, es algo aceptable, incluso provechoso, desde una actitud interior de amor sincero hacia la persona a la que ofrecemos nuestros consejos y exhortaciones.