Perseguir metas entre
dificultades
P. Fernando Pascual
8-8-2024
En el mundo moderno, según
algunos estudiosos, hay personas que “trabajan” solo por objetivos inmediatos,
que no impliquen costos ni esfuerzos. Escogen, de modo especial, lo que resulta
fácil, rápido, gratificante.
Existen, sin embargo, metas
difíciles que exigen un especial esfuerzo, incluso que solo pueden alcanzarse
si se superan dificultades no pequeñas.
Pensemos, por ejemplo, en lo
que implica atender a personas ancianas, o a enfermos crónicos, o a quienes
sufren diversos tipos de problemas mentales.
O pensemos en profesiones que
exigen una gran cantidad de estudios, horas y horas de prácticas que implican a
veces mucha abnegación.
O pensemos en quienes buscan
una meta buena en medio de la oposición de familiares, amigos, y otras personas
que hacen difícil llegar a los objetivos propuestos.
Cuando el amor hacia una meta
buena choca con problemas de tiempo, de dinero, de cansancio, de conflictos con
otros, es fácil renunciar: ¿para que seguir en la
lucha? ¿No resulta mejor rendirse y escoger algo más fácil?
Si todos pensasen de esta
manera, miles de metas buenas quedarían asfixiadas por lo cómodo, lo agradable,
lo que responde mejor a la pereza, al miedo, a los gozos inmediatos.
Gracias a Dios, millones de
seres humanos han perseguido y persiguen metas buenas en medio de dificultades
enormes, simplemente porque tienen claras sus prioridades y, sobre todo, porque
su amor es verdadero.
Una de las características del
amor auténtico consiste precisamente en luchar y luchar sin rendirse por
alcanzar un ideal amado, que coincide en muchos casos con el bien de
familiares, amigos, e incluso de otras personas que se benefician de tantos
esfuerzos sinceros.
Cuando en nuestra vida
percibamos el atractivo de una meta buena y la existencia de barreras que la
hacen difícil, necesitamos armarnos de valor para que, de verdad, no nos
detengamos ante la prueba.
Entonces veremos, con
sorpresa, que una vida entre luchas y sacrificios brilla con especial belleza,
precisamente porque se ha orientado a metas que valen la pena.
Entre esas metas brilla con
fuerza la única plenamente buena: darse a Dios y a los otros con todo el
corazón y todas las fuerzas...