Mundo, hombre y acciones
P. Fernando Pascual
13-9-2024
Como han notado diversos
autores, el ser humano posee, de un modo más o menos consciente, concepciones
fundamentales que ayudan a responder a tres preguntas: ¿cómo es el mundo? ¿Qué
lugar ocupa el hombre en el mismo? ¿Cómo se insertan las acciones que
realizamos en el horizonte del mundo?
Sobre el mundo, las teorías
divergen. Quizá en el pasado dominaba la opinión de quienes pensaban el mundo
como algo originado por dioses todopoderosos, con una orientación hacia una
meta definitiva (por ejemplo, el cielo, o diversas reencarnaciones cíclicas).
En nuestros días, ha alcanzado
una enorme difusión la tesis según la cual el mundo no tendría ningún origen
divino, sino que se explicaría perfectamente con leyes descubiertas gracias al
método científico. Tales leyes excluirían cualquier significado “profundo”,
cualquier origen divino de lo no material, y cualquier dirección hacia una
meta.
Sobre el puesto del hombre en
el universo (título de la obra de un pensador del siglo XX, Max Scheler),
existen diversas teorías. Quienes admiten la existencia de un Dios creador,
sostienen que el ser humano tiene un origen no casual, pues habría sido creado
por Dios con un acto concreto de predilección, acto que incluiría una meta (el
cielo, como ya vimos).
Quienes se colocan en una
visión de tipo evolucionista y mecanicista, en la cual solo tiene valor lo que
explican las ciencias empíricas, el hombre sería el resultado de procesos
cósmicos casuales, sin ninguna finalidad concreta, y siempre sujeto a las leyes
de los procesos evolutivos.
Si miramos a las teorías sobre
las acciones y los comportamientos humanos, notamos en seguida que tales
teorías dependen de los dos puntos anteriores (cómo se entiende el mundo, cómo
se autopercibe el ser humano en su propia visión del
universo).
Quienes admiten una teoría
creacionista, donde el mundo y el hombre son queridos por Dios, admitirán que
nuestros comportamientos, para alcanzar la bondad y plenitud propias de nuestra
humanidad, deberían ajustarse a lo que el Creador ha indicado al darnos una
naturaleza racional, o también (si Dios lo quisiera) a través de una
revelación.
Quienes optan por la visión
mecanicista, que ve al mundo y al ser humano como resultados “casuales” de
leyes de la física que no pueden ser derogadas, pueden sostener que nuestras
acciones no serían libres, sino que resultarían de interacciones entre nuestro
sistema biológico (muy complejo, sobre todo a causa del sistema nervioso) y los
diferentes eventos que ocurren a nuestro alrededor.
Es posible encontrar entre los
defensores del mecanicismo y del evolucionismo (en algunas de sus formas)
autores que consideren que habría cierta libertad en el ser humano, la cual
explicaría comportamientos que parecen ir más allá de las leyes de la física y
de las otras ciencias experimentales.
Pero un observador crítico
notará que, si uno defiende una teoría mecanicista y determinista, tendría que
admitir que no existen actos libres, y que imaginarlos sería una especie de
ilusión o autoengaño, pues al fin y al cabo todo lo que hacemos estaría sujeto
a procesos naturales inmodificables.
Resulta oportuno reconocer las
implicaciones mutuas que existen entre nuestros modos de pensar el mundo, de
comprender nuestro lugar en ese mundo, y de explicar la naturaleza de nuestros
comportamientos y acciones. Al mismo tiempo, necesitamos evaluar si las
diferentes teorías sobre estos ámbitos sean correctas, o si existan datos y
perspectivas que nos lleven a poner en duda algunas de ellas, o incluso nos
inviten a buscar otras nuevas.
Lo importante en este tema
radica en tener una actitud de amor continuo y bien orientado hacia la verdad.
Porque en temas como estos, un error puede desorientarnos y llevarnos a
acciones dañinas para nosotros mismos, para los demás, e incluso para nuestro
planeta.
En cambio, un acercamiento a la
verdad en estos temas, permite entender mejor lo que somos, nuestro lugar en el
mundo, y cómo orientar nuestras acciones hacia horizontes de bien que nos
lleven a la plenitud que corresponda a nuestra condición humana.