Voluntades liberadas
P. Fernando Pascual
19-10-2024
Una voluntad puede quedar
secuestrada por la avaricia, por la soberbia, por la envidia, por la lujuria,
por la ira, por la tristeza.
Basta un pensamiento casi
obsesivo por ganar dinero, por comprar mejores armarios, por probar nuevos
aparatos electrónicos, para que nuestra mente y nuestro corazón queden
atrapados en un deseo que nos daña.
¿En qué radica el daño? En
atar nuestra voluntad a algo contingente y frágil, que no puede llenar nuestro
corazón, que no corresponde al único ideal que da sentido a la existencia: amar
a Dios y a los demás.
Por eso, cuando descubrimos
señales de un deseo que aprisiona nuestra voluntad, que limita nuestra
capacidad de amor, que nos ata a lo que solo tiene un valor secundario,
necesitamos pedir ayuda a Dios.
Dios puede liberar nuestros
corazones, perdonar nuestros pecados, abrir las ventanas del alma para que
irrumpa un aire limpio que nos regenere.
Entonces empezamos a
experimentar lo que significa vivir libremente. Dios nos concede voluntades
liberadas, que pueden emprender el vuelo a grandes ideales, a amores
auténticos.
La liberación resulta posible
gracias a Cristo. Al redimirnos, nos sacó del pecado y nos invitó a una vida
renovada, que no puede volver a la esclavitud.
Así lo explicaba san Pablo: “Para
ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir
nuevamente bajo el yugo de la esclavitud” (Ga 5,1).
Gracias al bautismo hemos
recibido una voluntad liberada, redimida por un amor salvador. Desde entonces,
podemos orientar pensamientos y decisiones según esa libertad, curada por la
gracia, que nos permite vivir según la auténtica vocación humana: el amor.