El clavo

Autor: Diácono Lorenzo Brizzio

 

 

Cuando me preguntan sobre el amor de Dios, o cuando alguien duda de si mismo al tener que estar frente a Dios, por su condición de pecador, recuerdo a aquel hombre que hombre…

“Alto enjuto, de hirsuta y canosa barba, a quien veía con frecuencia en la parroquia, hombre entregado al servicio de su prójimo después de haber padecido males y superado vicios adquiridos, por costumbres o debilidad de espíritu, hoy sus sufrimiento servían de bálsamo a quienes se acercaban a él en busca de consuelo, de contención o simplemente encontrar un abrazo fraterno…
Cuantos años viéndonos con frecuencia, lo que hizo que creciera el afecto y la amistad mutua, un día de Semana Santa lo encontré apesadumbrado, se acerco y me dijo que había descubierto que su vida nada tenía de bueno, que había sido un desastre de hombre, que no servía de nada y que lamentaba seguir viviendo.
Lo abrace durante varios minutos, pedí a Dios encontrar las palabras adecuadas para él, lo tome de los hombros y posando mi mirada en la suya, dije con convicción:
«Tú puedes ser un herrumbroso personaje en el mundo, pero nunca alguien inútil, toma a ejemplo tuyo un herrumbroso clavo que sostiene desde siempre las maderas del puente con el se cruza un arroyo, si lo sacas de allí, ya no servirá para volver a usarse, sin embargo a pesar de su condición, él sigue cumpliendo su función, que es la de permitir que otros pasen por el puente en busca de un fin. Tú también estás aquí y ahora para afirmar a tus hermanos que se puede, que se debe, que no es importante lo externo, ni los golpes y caídas que se han tenido, lo único válido es haber cambiado el rumbo y a pesar de aquello, hoy te entregas al bien, reconociéndote pecador, aceptando de Dios el perdón y por él seguir, como el viejo clavo sosteniendo el puente que llevará a la salvación a otros»
Se llenaron sus ojos de lágrimas, algunas mojaron mi abrigo justo allí donde apoyaba él su cabeza, allí en mi hombro, sereno ya, nos miramos y una sonrisa se esbozo en sus labios y con suave y dulce voz le escuche decir: Gracias.
Aún hoy nuestras vidas se cruzan en los caminos que recorremos, siempre nos aludamos con aquel afecto y suele recordarme la anécdota del clavo”

Tal vez algún día tengas la sensación de no ser nada, o no reconocerte como padre, madre, hijo, digno de estar aquí y ahora, recuerda siempre que Dios hace que aquello que es inútil a los ojos humanos, sea para él lo mas valioso, y lo más valioso para Dios es tu vida, el deseo de vivir, es tu encuentro con el camino que te lleve a Él,
ese camino es Jesús.