Al caer de la tarde...

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio

 

 

Al caer de la tarde en mi vida,
sentado en la vereda de la calle de mi destino,
me veo niño lleno de ilusiones...
Feliz de la vida, con las espinas y las flores,
presiento –que allí lejos y hace tanto tiempo-
“algo” que desde siempre tengo dentro de mí.
¿Un sentimiento?
Sí, ese sentir por el cual debía ser bueno,
creer que nada es malo en el mundo,
que debía confiar en todo y en todos,
porque Dios no era solo mío,
más sino, es de todos.
Y si él me amaba, también amaba a todos,
que si por su amor, yo podía ser bueno
también todos debían ser iguales.

Hoy sentado en la vereda de la calle de mi destino,
siento en mi rostro, el calor de las lágrimas que derraman mis ojos,
perciben mis labios, de ellas el sabor agridulce.
El porqué de mis lágrimas, quizás me preguntes tú,
es que soy feliz te diré yo.
Feliz de haber nacido y vivido en este tiempo,
tiempo en el que Dios me regala una cruz.
Esa cruz en la cual puso Él, alegrías y tristezas, dolor y alivio,
esperanzas y desesperanzas, amor y desamor,
y que en esa cruz viví a mi manera,
y humilde fue mi entrega a la voluntad de Dios.

Hoy mis ojos cuajados de lágrimas...,
me muestran las borrosas imágenes de mi vida,
y en ellas descubro, la mentira, el engaño,
conque el mundo trató de apartarme de la fe.
Veo también el amor, la sinceridad y la felicidad
de aquellos seres, que Dios puso en mi vida.

Veo pasar mis recuerdos y ellos me traen a la realidad.
Ella me muestra que sí, aun yo siento y pienso como aquel niño.
Aquel que se emocionaba por un acto de amor,
de aquel joven que creía en el amor,
de aquel que confiaba en la bondad de todos.
Esa realidad me muestra que en el mundo,
hay espacio para seres simples, de sentimientos puros,
pero hoy ven mis ojos con dolor, la realidad de un mundo...,
donde al amor se le cambio el sentido.
Y que aquel sentimiento de bondad, afecto y respeto,
lo trocaron en un sentimiento, egoísta, frío y materialista.
A Dios le doy las gracias de haber conservado en mí, aquel corazón de niño,
aquel que me permitió amar sin reservas, que daba amor a quien se lo pedía.
Le pido a Dios, hoy al caer de la tarde, que nunca permita que mí corazón deje de ser
el de aquel niño, que un día fui.-

lorenzo 22/04/2000 Sábado Santo