Aborto (Muerte sin sentido)

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio

 

 

Hice un alto en mi deambular en aquel día de invierno, me senté en un banco de aquella plaza,
desenvolví un chocolate y comencé a degustarlo, cuando aquel hombre se acercó a mí, arrastraba
sus piernas, caminaba apoyando aquellas manos que un día, -sin dudas-, fueron fuertes, sobre el
puño del robusto bastón, que tenía la rara forma de una cruz.
Se sentó a mi lado y, sin mediar mas que el saludo, comenzó a hablar y brotó de su interior por sus
palabras, todo el dolor de su interior, al igual que un volcán que ya no resiste su erupción. Con voz
suave y baja en la que uno notaba ese gran dolor, me dijo:
-Si tu supieras que es un gran dolor, que por tan grande daña pero no mata, podrías comprenderme,
pero no pretendo yo eso, sino que tan solo me escuches.
Tomo aliento con fuerzas, como si él haber podido hablar le hubiera quitado todo el aire de sus pulmones. Luego continuó.
-Yo, que de joven tuve todo, fortaleza física, buena figura, inteligencia; hoy soy tan solo una piltrafa
humana. A los veintisiete años fui médico, y el contacto con aquellas personas que tienen en sus
manos, la vida y la muerte, me dieron confianza, me sentí con derecho a poder jugar con la vida y la
muerte, el paso de los días fueron haciendo de mí, un ser más cerebral, que humano y ello me fue
endiosando. Cuando aquel día, recibí esa indigna propuesta, ya estaba incentivado para no
rechazarla. La estudie minuciosamente, lo consulte con juristas, moralistas, científicos, humanistas.
Al final descubrí que lo que pedían que realizara, la ley no lo permitía pero... algunos párrafos entre
líneas del código penal y también del ético, le daban y me daban, la licitud de aquel vil acto que, a
partir de ese día, sería motivo de elevación y también de mi mísera caída.
Te estoy hablando de aborto, esa fue la propuesta, luego de todo ello, acepte. ¿Cuántos fueron?

Cerró los ojos como contando, vi su rostro transfigurarse en un gesto de dolor supremo, y las gotas de sudor que en su frente se mostraban, no fueron por el calor, ese día de julio caía una fina llovizna
lo que hacía mas baja la temperatura, el frío del tiempo me parecía semejante al estado de ánimo de
aquel hombre atormentado por el peso de su dolor.
Abrió sus ojos, tomo aliento una vez más y continuó:
-No sé, doscientos o más, pero cuando de esto se trata, que puede ser diferente, uno más, o uno
menos. Por aquel vil y despreciable ejercicio ilegal de la profesión, la cual el día de recibirla, me
juramente poner todo de mí, para salvar una vida; yo la destruía al comienzo de la misma.
Yo supe valorar los favores que da el dinero, fui siendo cada día más “grande” entre los hombres.
Yo curaba el dolor y la vergüenza de aquella que, equivocada o no, se entrego en cuerpo y alma.
Más un día en que el sol brillaba como nunca, septiembre le mostraba a los hombres el asomo de
la primavera, que como un canto a la vida se manifestaba en cada flor, en el canto de las aves,
en los jóvenes y en aquellos que no lo son. Salí de casa como un día cualquiera, ese día tenía que
practicar otro aborto. No sabía entonces que sería el último.
Allí estaba la jovencita, bella y llena de vida, de doble vida, la suya y la de ese ser que ya latía en su
seno virgen. El quirófano aséptico y frío, frío que por vez primera sentí, frío que como una corriente
subió por mi espina dorsal.
Efectuaba ya, el vil trabajo, cuando un grito desgarrador clavó en mi corazón la espada que hiere,
pero no mata y el “golpe” de tan fuerte aullido de dolor, “quebró” mis piernas, paralizándolas, aun
hoy así están, y cada día escucho aquel grito que me dejó muerto en vida. ¡¡ PADRE, ACABAS DE
MATAR A TU NIETO!!!
La voz de mi hijo penetró en mí. Él acreditaba la paternidad de aquel ser que yo maté. Después
supe que ella por temor a sus padres, desoyendo a mi hijo, recurrió a una “amiga” quien tenía una
“santa” solución...

Cual pájaro herido por un disparo, se desplomó aquel hombre, su rostro ocultó entre sus manos, que
no impidieron que lágrimas incontenibles se filtraran por entre sus dedos.
¿Por qué llego a mí, aquel hombre? No lo sé, pero la compasión por él me obligo a levantarlo y
ayudándole, cruzamos aquella plaza, lo guié hasta la Iglesia ; allí pedí al Cura que lo atendiera, después que le relatara brevemente lo ocurrido.
Espere un rato en el Templo, de rodillas ante el Señor, le pedí por ese hombre golpeado por el dolor, y para aquel que no nació, le pedí a al inocente perdón. Al salir aquel hombre de la Casa de Dios,
su rostro traslucía cierta paz, y su renquera no era importante, mirando al cielo dijo “Gracias”.
Del mismo modo que llegó a mí, también se fue en silencio.
A medida que la distancia absorbía aquella figura, comprendí que si en la libertad de Dios, uno aceptara que la vida es lo bueno y la muerte lo malo, por difícil que fuera la situación, nunca el ABORTO, es la “solución” y así el aborto no existiría. Porque lo malo, igual que lobo que se disfraza de oveja, jamás dejará de ser lobo, así lo malo jamás dejará de ser malo, aun cuando le busquemos
justificaciones.-


lorenzo 1994