La felicidad

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio

 

 

De mi andar por la vida, un día cualquiera de ella, él se me cruzo…
Él fue un anciano en todas las palabras, muchos años, su forma de vestir…
Pero me descubrió que lo más grande de la ancianidad estaba en él, y no se veía…
El gran misterio de la ancianidad, hoy reconozco por él que es: la sabiduría…

Aquel día llevaba sobre mis hombros el peso de la CRUZ , que me fabrique…
Todo cuanto me rodeaba y cuantos a mi lado pasaban no “existían”  para mi…
Todo mi ser tenía un solo Dios, que se había adueñado de mí, ese dios era el dinero…
Debió aquel anciano ver en mí, el dolor con que ese falso dios, me angustiaba…

Caminó a mi lado en silencio un trecho, cuando descubrió mi interés en él, me dijo:
“Hijo, ven siéntate allí y cuéntame tus penas…, no desconfíes de mí”…
La pareja que ocupaba aquel banco, se levanto y nos sentamos…
Me miro en silencio, yo no atiné a nada, me deje escudriñar por aquella mirada dulce…

Sin más y de pronto rompí en llanto, su mano añeja se apoyo en mi hombro…

Mis ojos se encontraron con los suyos, ellos me dijeron sin palabras que es la felicidad…
“Mira hijo, se que esta mañana no has podido darle a tu hijo lo que quiso…
eso trajo tristeza a tu corazón, corazón que guarda a un dios que no te permite amar”…

Quise ensayar una escusa, pero solo pude mirarlo a la cara, esa cara feliz que me miraba…
Eran verdad sus palabras había perdido mis sustentos que permitía darle a los míos eso…
Eso que puede dar el dinero, y que cuando ya no esta, uno muere de angustias…
Mi hijo quería aquello que ya mi sustento no podía complacer, yo me sentí morir…

“Hijo, permíteme decirte algo, saca de tu corazón a ese “dios” que te impide ser feliz…
ábrele tu corazón al Dios, único y verdadero, que no te dará dinero para el regalo…
pero te mostrará lo más importante para tu hijo, la felicidad que proviene de Dios…
y si tu tiene a Dios en el corazón, tú hijo con tan solo una caricia, un beso, un te amo…
Tendrá de ti el regalo más grande que un padre puede dar a un hijo: todo su amor…

Nos levantamos, me abrazó, un leve gracias pude pronunciar, se alejo…
se alejo así, de la misma manera en que llego en silencio, cambié el rumbo de mi destino…
volví a casa, abracé a mi hijo le dije cuanto lo amaba y que él era mi muy importante…
Me beso, dijo gracias, y que lo que me pedía algún día Dios se lo daría…

La felicidad está ahí, en tu corazón, no permitas que otro “dios” te la robe…

                                                                                          
lorenzo 10/05/2012