Serenidad

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio 

 

 

Afuera la quietud se aprecia en el cielo casi límpido, con tan solo algunos alto cúmulos nubosos, en los pájaros con sus vuelos y gorjeos, en la gente que va y viene, en los árboles, cuyos follajes solo se mueven acariciados por una suave brisa. Brisa que hace agradable este mediodía de octubre.
Es ya más del mediodía de mi vida y dentro del paisaje en el que me muevo, siento que esa quietud que me rodea, esta en mí y me da serenidad de cuerpo y espíritu.
Puedo apreciar en quienes van y vienen, cierto desasosiego, tal vez, por la situación y actos de vida, que producen signos negativos, en una sociedad con valores perdidos.
De esos valores, la moral es lo que está mas ausente entre los que componemos esta sociedad, tan es así, que los actos inmorales de otrora, son hoy morales.
La ética que nuestros mayores tenían como bandera de convivencia, la han trastrocado
careciendo ya de valor, ese valor que estaba en la palabra empeñada por nuestros padres,

que se sellaba con un fuerte apretón de manos, hoy aquellos valores fueron quebrados
por los desvalores, los que no respetaron ni respetan mil firmas en blancos papeles.
Mis ojos vuelven a posarse en los niños que juegan en una plaza, y siento por ellos mi paz interior, y no es mucho lo que tengo, materialmente hablando, pero soy rico interiormente,
tengo aun en mí, aquel niño que un día fui, guardo en el cofre de la vida, mi adolescencia,
inocente y feliz, están  además muy fuertemente unidos por el amor, los valores que desde niño, papá, mamá y de otras personas que pasaron por mi vida, inculcaron y gravaron a fuego en mi interior.
Hoy descubro en este pensamiento, lo que siempre viví: que la vida no es sino, un trámite 
efímero pero necesario para llegar después, allí, a ese destino ya sin retorno en donde están, para unos, los valores y el amor de Dios. Esto es para aquellos que han vivido respetando sus preceptos y virtudes. Para los que gastaron en el desenfreno sus días, tendrán también un paso sin fin, pero deberán sus vidas ser purificadas y no existe allí
otro juez que Dios.
Si, hay días en los que la serenidad no está en mí, pero mirando el sol, la luna, un día apacible, o con lluvia o con nieve, eso me trae a la realidad de recordar que cada día es un regalo de Dios, sin que exista otro igual en la vida, y que cada día se vive mejor y más pleno de dicha, si tengo SERENIDAD en mi alma.-

                                                                       lorenzo    14/06/2002