Cuaresma, un tiempo de amor
Lucio del Burgo
El título está inspirado en los escritos de Isabel de la Trinidad. En una época rigorista y
penitente como la suya, ella intuyó que la Cuaresma era un tiempo en el que Dios se
manifiesta más claramente y por otro lado un tiempo en el que el creyente se siente
inclinado a responder a un amor desbordante. En definitiva, esta ha sido la experiencia
de todas las religiones cuando celebran sus tiempos especiales: cercanía de Dios y
cercanía con los humanos.
“El miércoles entraremos en la santa Cuaresma. ¿Quiere usted que hagamos una
Cuaresma de amor?: “Él me ha amado, se ha entregado por mí” (Ga 2,20). Este es, pues
el término del amor: darse, perderse todo entera en Aquel que se ama… Comencemos
nuestro cielo en la tierra, nuestro cielo en el amor” (Carta 194).
La oración, la limosna y el ayuno, ejercicios tradicionales de la Cuaresma han de ser
vividos a la luz de los signos de los tiempos. Dios nos habla hoy. Las circunstancias que
atravesamos están marcadas por una crisis económica que afecta a un sector
considerable de ciudadanos, hermanos nuestros. Son muchas las familias azotadas por la
escasez, la pobreza y la angustia del mañana. ¡Cuantos jóvenes sin trabajo y sin futuro,
que es lo peor! El dramatismo de la situación actual se amplía en los países del tercer
mundo.
La Cuaresma es tiempo privilegiado para la peregrinación interior hacia la fuente de la
misericordia. El Señor nos acompaña en el desierto de nuestra pobreza, limitación y
valles oscuros que cantaba el salmista (Salmo 23,4). Hoy también el Señor escucha los
gritos de los humildes y contagia a hombres y mujeres un amor samaritano. Teniendo en
cuenta que “la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo” (Teresa de
Calcuta).
El paso de Cristo por la tierra de cada creyente en este tiempo cuaresmal nos conduce al
encuentro y la conversión. Conversión a una vida simple, samaritana y solidaria. Sólo el
Señor nos puede cambiar la mirada y el corazón. Cuando confiamos en las obras de
nuestras manos siempre salimos decepcionados. Sólo el Señor de la historia puede
cambiar nuestra suerte, hacernos tocar nuestras arpas y cantar nuestras canciones que
nos dan esperanza.
Gracias a hombres y mujeres conducidos por el Espíritu Santo han surgido obras
dedicadas a promover el desarrollo y cuidar las heridas de la humanidad: hospitales,
universidades, pequeñas empresas, atención a los niños abandonados, iglesias, escuchar
y acompañar a los que están solos. Los pobres siempre estarán con los discípulos de
Jesús. Ellos son el peso, el tesoro y el orgullo de la Iglesia. Los más desheredados nos
evangelizan.
Hay que globalizar el amor, encendiendo cada uno las luces que pueda. Es cierto que
hay un egoísmo institucionalizado que llena de miseria y pobreza la sociedad. ¡Sólo
saben crear miseria! ¡Sólo piensan en ellos mismos! Sin embargo, hoy están surgiendo
como hongos hombres y mujeres que gastan su vida con un deseo en su corazón: “qué
será de mi hermano”. Esta semilla sembrada por el Espíritu se va extendiendo más y
más. Aquí está nuestra esperanza.