ENCUENTRO DOMINICAL
VI- ALIMENTO ESPIRITUAL
Padre Pedrojosé Ynaraja
Debo hacer dos advertencias antes de proseguir mi escrito. En primer lugar que
acostumbro a redactarlos el domingo por la tarde. Salen así “vivitos y coleando”,
fruto de la vivencia de aquel momento, apoyada por reflexiones, estudio y oración.
Descanso después viendo por TV ballet. Me surgiere y recuerda que los míos que
murieron, gozan de alegría y belleza mejor que la que me ofrece el espectáculo.
Corrijo el texto cuando acaba y lo dejo guardado para revisarlo el lunes por la
mañana. Trato de entregarme totalmente a la belleza de la danza. No hay nada tan
parecido al gozo de Dios, cuando recapacita y dice “hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza… varón y mujer los hizo…” . Repito que ninguna imagen me lo
sugiere tanto como un “paso a dos” bien ejecutado. Nada hay más bello que la
belleza sonriente, nada que asemeje acertadamente el buen resultado de esta
Creación que conocemos..
Segunda advertencia: esta semana he celebrado 78 años y 55 de vida sacerdotal.
(me ordenaron a los 23 años y un día ¡cuánta fidelidad, mediocridad y felicidad,
Dios mío!.
Tenía redactado el artículo con el título que encabeza, pero el programa que me
ofrecía la TV, era el “don Quijote” maravillosamente interpretado por el ballet de
Cuba. He disfrutado de lo lindo. Como mi tímpano ya no es capaz de reproducir los
sonidos más agudos, acostumbro a poner un pie sobre el subwofer, para captar
mejor los bajos. Mecía mi mente en la danza. Cuando la melodía recordaba las
jotas aragonesas o las castellanas, recordaba mi infancia en Zaragoza y mi
posterior etapa en Burgos. Los bailes en la Plaza mayor de una villa castellana, el
Quijote, loco soñador, y los toreros, removían mi memoria. Pensé entonces en mi
padre que, acabado el bachillerato y antes de entrar en el seminario, quiso llevarme
a una corrida de toros, ya que imaginaba que, si era sacerdote, no tendría ocasión
de ver ninguna…
Mientras gozaba de la interpretación, tenía muy presente que en estos mismos días
del año disfrutaban mis padres de mi nacimiento, el cuarto hijo, el primer varón.
Que a lo largo de su vida me habían ofrecido lo mejor que podían darme para que
fuera feliz y aprovechara los estudios, que en aquellos tiempos, era un privilegio de
unos pocos. Iban haciéndoseme presente tantos recuerdos, que no dejaba de
sentirme feliz y agradecido a ellos y a Dios…
Me he dado cuenta de que vivía una especie de “salmo responsorial”, el que se
intercala en la liturgia de la Palabra, de la que vengo escribiendo. Voy, pues, a ser
fiel a este propósito.
El salmo responsorial parecería adorno de tono menor. Se encomienda su lectura a
cualquier persona, en alguna ocasión he visto que se substituía por cualquier
melodía que a la gente le gustaba. O que se ofrecía a un solista, que lucía su voz.
Es frecuente escuchar que se diga: repetid todos: …Y como si se tratara de una
clase de parvulitos, dócilmente, la asamblea ha pronunciado la expresión
monótonamente. Después de cada estrofa, vuelta a lo mismo, pero, como la
comunidad la tenía olvidada, por potente megafonía, se volvía a repetir. Cuesta
muy poco escribir el texto con letra clara y, ampliado con fotocopiadora, colocar
ejemplares estratégicamente. El fiel repetirá la frase meditativamente,
alegremente, agradecidamente o arrepentidamente. Este salmo es el aplauso
sincero o la súplica de la asamblea.
Y sonando alegremente Aleluya, esperanzadamente Marana-tha o arrepentidos,
hosanna, si es que no se canta la antífona del día, prosigue la asamblea con sosiego
su encuentro dominical.
Padre Pedrojosé Ynaraja