II Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Sr. Cardenal Julio Terrazas Sandoval, CSsR
Arquidiócesis de Santa Cruz, Bolivia
Muy amados y queridos hermanos y hermanas.
Domingo día del Señor y hoy segundo Domingo de cuaresma; estamos tratando de
cumplir lo que hemos dicho el miércoles de ceniza, día con el que iniciamos nuestro
caminar hacia la pascua.
Y caminar significa que estemos primero de pie, que nos movamos y que dejemos
muchas cosas que nos están atando, atajando u bloqueando y nos lancemos, nos
lancemos hacia el encuentro con el Señor. Ese Señor al que hay que escucharlo
siempre: “ Este es míi hijo amado escúchenlo”. Si queremos que nuestra
marcha sea pascua, y no sea un desfile de modo o una repetición de ciertas
acciones que realizamos con motivo de algunas fechas. Esta marcha tiene que
llevarnos a encontrarnos mucho más con el Señor y a vivir mejor su palabra, esa
palabra que sale de la boca de Dios y que quiere transmitirnos vida y esperanza.
Tenemos que dejar muchas cosas, dejar de lado el espíritu belicoso que se
convierte en guerra como el que estamos viviendo ahora allí en Libia. Dejar las
cadenas de la droga, que se ha metido en tantos espacios y personas. Dejar las
broncas, los odios y los rencores, son cosas a los que nos invitan todos, pero que
difícil es dar el primer paso. Parecería que todos esperamos que los demás den los
pasos y nosotros nos quedamos atrincherados en nuestras propias posiciones. La
pascua es un caminar, no es un arrastrar el pasado para llevarlo a todas partes y
repetirlo de manera nueva, es abandonar aquello que realmente no nos permite
acercarnos ni a Dios ni a nuestro prójimo y comenzar a vivir todas las incidencias
de una pascua que es libertad, de una pascua que es justicia, de una pascua que es
amor y fraternidad.
El Señor le dijo a Abraham: “Deja tu tierra natal, deja la casa de tus padres y
ve al país que yo te mostraré, yo haré de ti una gran nación, te bendeciré y
tu serás una bendición”. Aquí está la invitación de Dios para a Abraham, que es
una invitación que sirve también para nosotros en pleno siglo XXI donde las cosas
nos interesan demasiado y donde trabajamos por tener más cosas y menos vida, y
nos cuesta así arrancar y seguimos repitiendo y seguimos en la rutina, y seguimos
haciendo cosas bonitas pero sin que cambie eso nada de nuestro corazón.
“Deja tu tierra natal, deja la casa de tus padres y ve al país que yo te
mostraré y tu serás padre de muchas naciones”, no es una salida para
perfeccionarse él personalmente, es una salida, un abandono de todo para
convertirse en el padre de muchísimas naciones. “Y tú mismo serás una bendicin”.
Que hermosa palabra, que hoy llega a resonar y viene a animarnos también a
escucharla; que Dios nos diga deja todo y vas a ser una bendición quiere decir que
la presencia de Dios siempre te va a llevar a adelante. Una bendición es eso, un
recibir la palabra del Señor y animarnos a caminar siempre, siempre adelante sin
poner la mano en el arado mirando hacia atrás. “Serás una bendicin”, Abraham
partió como el Señor se lo había ordenado. Ya desde entonces la verdadera
obediencia a nuestro Dios es ponerse en marcha, no hay otra forma nos dice el
Santo Padre de recuperar la fuerza de nuestro bautismo y de nuestros compromisos
bautismales, sino somos capaces de partir, partir hacia el país que Él nos está
señalando.
Abraham, nosotros tenemos también que hacer ese esfuerzo, eso significa quizás
compartir muchos dolores y muchos sufrimientos que es necesario padecer dice
Pablo por el Evangelio, animado con la fuerza de Dios. Cuesta caminar hacia Dios,
cuesta caminar hacia el prójimo, pero estamos animados por la fuerza de Dios y
tenemos que estar dispuestos a compartir los sufrimientos que significa anunciar el
Evangelio. No siempre se escucha, no siempre se acepta, no siempre se oye esa
palabra, al contrario muchos la toman a mal, muchos la interpretan mal, muchos la
hacen como un caparazón para envolver sus individualismos u otros lo toman como
ofensas a sus proyectos meramente pasajeros.
Por causa del Evangelio habrá sufrimiento y cruz. Pero tenemos la fuerza de Dios,
Abraham marcho, Pablo nos amina hay que ir adelante, no importa los sufrimientos
los dolores y las incomprensiones, la fuerza de Dios nos acompaña nos sostiene y
nos anima. En esta misma perspectiva entra le mensaje del Evangelio de Hoy mis
hermanos. Evangelio muy conocido, la transfiguración del Señor, pero que acontece
en este hecho extraordinario: Primeramente Jesús después es de haberles dicho
que iban a Jerusalén para sufrir, y que allí el Hijo del hombre iba a ser apresado,
iba a ser muerto, los discípulos estaban un poco espantado.
Y Dicen ¿porque?, ¿porque ir a Jerusalén? Que tiene que ver todo esto. Y Jesús
tiene que tomar a tres esos discípulos a Pedro, Santiago y a Juan su hermano. Y los
lleva a una montaña, allí se cambia y se transfigura, allí se aparece realmente con
toda esa fuerza de la divinidad que es capaz de convertirse en luz, y de cambiar
absolutamente toda la manera de ser mortal. Allí esta Jesús transformado, sus
vestiduras se volvieron blancas, como la luz, nosotros podemos quedarnos a lo
mejor distraídos y admirados, que cosa más bella habrá sido aquello. Que de
repente el Señor se ve envuelto en la Luz, en una luz que transforma sus vestiduras
y su manera de mirar, sin embargo no es lo externo, es lo que viene de dentro de
Él, es Dios Padre que permite que su Hijo brille para ser la nueva luz que va a
iluminar el Pueblo, que permite que atreves de sus vestiduras y de su cuerpo,
aparezcan aquella blancura que es propia de los Hijos de Dios. La blancura de la
pascua de la resurrección, de la nueva vida, del nuevo comportamiento al que
estamos llamados absolutamente todos.
Y esto claro es bonito, por eso es que Pedro se animó a decir: hagamos tres carpas,
levantemos tres carpas, una para ti, una para Elías y otra para Moisés. Porque en
medio de esa luz y de esa transformación habían aparecido también Moisés y Elías
para dialogar y conversar con Jesús. Pero de que han hablado, este Evangelio no lo
dice, pero el Evangelio de Lucas lo va a clarificar: Hablaron de su muerte, han
hablado sin duda de que el camino de la cruz es el espacio para la pascua, por eso
es que apareció esa pascua en diminuto, por breves minutos para convencer a los
discípulos de que la salvación que nos ofrece el Señor nos es una salvación
demagógica que se hace de palabras y promesas que nunca se cumplen, sino que
es una manera de actuar y de aceptar el plan de Dios.
Mientras hablaba Pedro, o mientras hablaban Elías y Moisés, seguramente los
discípulos admiraban en Moisés la fuerza de la Ley y en Elías la presencia siempre
liberadora de los Profetas. Pero Jesús no quiere ser confundido, Él ha venido a dar
plenitud a la Ley y Él ha venido a pronunciar la palabra definitiva, esa que salva a
toda la humanidad. Él es el Hijo de Dios, Él está hablando como Hijo de Dios, no
como alguien que tiene una nueva ley para imponer, ni alguien que tiene alguna
una nueva palabra para sofisticar a la gente. Él es el hijo de Dios, y viene una nube
una nube que los cubre, que los envuelve, y se oye la voz, esa voz que va clarificar
quien es ese Maestro al que los discípulos no aceptan del todo, que va a suceder
con Él, que está bien que pase la pasión, el dolor, el sufrimiento y la muerte, pero
que va a ser envuelto en una nueva Luz, la Luz de la vida y de la resurrección.
Y se oye esa voz entre las nubes: “Este es mi Hijo querido en quien tengo
puesta mi predilección”. Este es mi Hijo querido, este está hablando con Moisés y
Elías, pero no es una repetición de Moisés ni de Elías. Es el Hijo de Dios que ha
venido para hablarnos, para llevarnos para formar con nosotros un solo pueblo, el
Pueblo que camine cantando las alabanzas del Señor. Cuando oyeron estas
Palabras este es mi Hijo Amado escúchenlo, los discípulos cayeron de bruces, en
tierra, comprendieron que allí había la presencia de Dios; no es el miedo del
cobarde que se asusta y se escapa o se esconde en la tierra, es el miedo de aquel
que siente que la presencia de Dios los está presionando para captar y comprender
las cosas de Dios y no quedarse con las apariencias meramente humanas.
Jesús tuvo que acercarse a ellos, despertarlos, tocarlos y animarlos, “Levántense no
tengan miedo”, que palabras más hermosas y que palabras más necesarias hoy en
día, muchas veces estamos abatidos con cierto temor de un Dios que siempre
castiga y nos olvidamos que es un Dios de amor, de misericordia, de perdón y de
reconciliación. Él también nos dice a nosotros hoy levántense no tengan miedo, la
fe que hemos recibido del bautizo hay que practicarla, nuestra dignidad de cristiano
hay que decirla con toda claridad, no podemos quedarnos besando la tierra, es
importante que levantemos los ojos, que levantemos la vista y sobre todo que
abramos los oídos, para que esta palabra que el Seor nos dice hoy: “No tengan
miedo” la escuchemos siempre y podamos hacerla cada vez más fuerte si es que
escuchamos al Hijo de Dios, “Escúchenlo” nos ordena el Dios de la vida.
Se levantan, no ven a nadie y cuando comienzan a descender de la montaña, Jesús
les ordena que no hablen de esto con nadie, les da una prohibición, no cuenten esto
extraordinario que han vivido, no lo cuenten hasta que el Hijo del Hombre resucite
de entre los muertos. Mis hermanos lo que aconteció en el monte de la
transfiguración, no es que Jesús haya tomado una luz así no más, es la Luz de su
vida que se volcó para iluminar los rostro de los demás, es la fuerza de esa Luz
blanca, que es capaz de purificar todos los corazones manchados, es la presencia
del resucitado que por unos momentos tiene que animar a los discípulos, y tiene
que hacer comprender que no hay porque escandalizarse cuando lo van a
maltratar, insultar y cuando van a crucificar al Maestro. No hay porque asustarse y
huir, hay que guardar todo esto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los
muertos.
Queridos hermanos y hermanas, la marcha y el camino por Emaús, son marcha y
camino que nos conducen hacia la pascua, pero tiene sus exigencias, hay que dejar
lo que nos ata, no hay que llevar todo en el hombro, todos los males que hemos
hecho. Hay que permitir que el Señor los destruya para que así nos sintamos
hombres y mujeres de la pascua, testigos de la vida y dela resurrección para bien
de nuestro pueblo y de todos los pueblos de la tierra. Amen.