Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, ciclo A.
Meditemos la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo.
Estimados hermanos y amigos:
Durante el tiempo de Cuaresma nos hemos preparado a celebrar la Pasión,
muerte y Resurrección de Jesús, que recordaremos detalladamente en los días de
esta Semana Santa. Dado que el Evangelio de hoy es muy largo y no es posible
abarcarlo completamente en una meditación, que, precisamente por la extensión
del citado texto que se lee en la Eucaristía de hoy debe ser breve, os invito a
reflexionar sobre una serie de momentos de los acontecimientos que
conmemoramos esta Semana Santa, con la excepción de la Resurrección de Jesús,
que empezaremos a celebrar a partir de la Vigilia pascual, que celebraremos
durante la noche del Sábado Santo.
1. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
1-1. La lección del burro de Betfagé.
"Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los
Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: «Id al pueblo que está
enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella;
desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita,
pero enseguida los devolverá"" (MT. 21, 1-3).
Jesús envió a dos de sus discípulos a Betfagé. Recordemos que nuestro Señor
tenía la costumbre de enviar a sus discípulos de dos en dos a cumplir las tareas que
les encomendaba, porque sabía sobradamente que, cuando estamos solos y
tenemos problemas, somos propensos a debilitarnos anímicamente. Es esta la
razón que justifica el hecho de que el Mesías enviara a sus discípulos a predicar de
dos en dos, y de que enviara también a dos de sus discípulos a que prepararan la
última celebración pascual del Mesías con sus Apóstoles, antes de entrar en agonía.
"Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre
los espíritus inmundos" (MC. 6, 7).
"El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen
sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que
comas el cordero de Pascua?" Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice:
«Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua;
seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde
está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" (MC. 14, 12-13).
El hecho de que el Señor enviara a sus discípulos a predicar en parejas, nos hace
reflexionar sobre la necesidad que tenemos de trabajar para el Señor acompañados
de hermanos en la fe deseosos de cumplir la voluntad de nuestro Padre común.
Jesús les pidió a sus discípulos que le llevaran el pollino que necesitaba para
entrar en la Ciudad Santa como un Rey humilde. San Mateo nos dice en su
Evangelio que el Mesías no quiso separar a dicho pollino del asna. Este hecho me
hace reflexionar sobre la misión que Jesús nos pide a sus seguidores en los
Evangelios que llevemos a cabo. Los burros son humildes, aptos para llevar cargas
pesadas, y muy tercos. Los cristianos no podemos cumplir la voluntad de Dios si
carecemos de humildad, si no somos capaces de cargar con toda la incomprensión
con que muchos nos tratan, -a veces con razón, todo hay que decirlo-, y si
carecemos de la fortaleza espiritual que necesitamos para defender nuestras
creencias, las cuales parecen ser indefendibles, carentes de toda lógica.
Jesús les dijo a sus discípulos que, si les preguntaban por qué se llevaban el
burro del lugar en que estaba atado, que dijeran que el Señor lo iba a tomar
prestado, y que, posteriormente, lo devolvería. Jesús nos pide a los cristianos en
los Evangelios que llevemos a cabo una misión que, cuanto más incomprensible es
en el medio en que vivimos, resulta ser más delicada, pero este hecho no indica
que Jesús quiere que seamos sus esclavos, sino que le dediquemos parte del
tiempo y de los medios que nos ha concedido, para que pueda llevar a cabo la obra
de la salvación de la humanidad por nuestro medio.
1-2. Jesús es el Rey de la paz.
"De este modo se cumplía lo que había anunciado el profeta: Decid a Jerusalén,
la ciudad de Sión: Mira, tu Rey viene a ti lleno de humildad, montado en un asno,
en un pollino, hijo de animal de carga. Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús
les había mandado. Le llevaron la borrica y el pollino, pusieron sobre ellos sus
mantos, y Jesús montó" (MT. 21, 4-7).
Al comenzar la Semana Santa, celebramos una procesión, en que actualizamos la
entrada de nuestro Salvador a la ciudad de Jerusalén, y le seguimos junto a sus
discípulos y a la gente que le aclamaba, en virtud de las obras que hacía, y de lo
que se decía de El. Aunque dicha procesión tiene un carácter alegre, hemos de
tener presente que , al reconocimiento de la realeza de Jesús, le siguió la prueba
más difícil de la vida del Señor. Ello nos insta a reflexionar sobre la firmeza de
nuestra fe, para que no nos mostremos muy fervorosos durante los días de esta
semana, y, en vez de celebrar la Pascua gozosamente, terminemos actuando como
quienes no creen en Dios.
El Evangelio de San Mateo es muy apto para mostrarnos la realeza de Jesús, así
pues, el citado Evangelista, nos narra la adoración de los Magos, los cuales se
postraron ante el Mesías, porque creían que, el Hijo de María, era el Rey de Israel.
"Los sabios, después de oír al rey (Herodes), salieron para Belén, y la estrella que
habían visto aparecer les guió hasta el lugar donde estaba el niño. Llenos de alegría
porque seguían viendo la estrella, entraron en la casa y vieron al niño con María, su
madre. Entonces cayeron de rodillas ante él y, sacando los tesoros que llevaban
consigo, le ofrecieron oro, incienso y mirra" (MT. 2, 9-11).
La realeza de Jesús tenía que ser manifestada en términos espirituales, pues
nuestro Señor no estaba destinado a actuar como los reyes de este mundo.
"El Hijo del hombre ya está a punto de venir revestido de la gloria de su Padre y
acompañado de sus ángeles. Cuando llegue, recompensará a cada uno conforme a
sus hechos. Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin antes
haber visto al Hijo del hombre llegar como Rey" (MT. 16, 27-28).
¿Qué significa el hecho de que algunos seguidores del Mesías no morirían sin
haber visto la manifestación de la realeza de nuestro Señor? Ello puede referirse a
la Transfiguración de Jesús que fue contemplada por los Apóstoles Pedro, Juan y
Santiago, o a la visión del Resucitado, que fue contemplado por todos los Apóstoles
exceptuando a Judas, quien, después de haber vendido a Jesús se suicidó, porque
no pudo sentirse perdonado por su Maestro.
Dado que Jerusalén es la capital del Reino de Dios, el cumplimiento de la profecía
de ZAC. 9, 9, -que hemos meditado al recordar MT. 21, 5-, fue admirable.
Jerusalén es la prefiguración del Reino de Dios, y, la entrada de nuestro Señor en la
Ciudad Santa, es la prefiguración de la completa instauración del Reino de Dios en
la tierra.
Al acompañar espiritualmente a Jesús durante su entrada a Jerusalén, queremos
simbolizar que le damos nuestra plena adhesión al Hijo de María, el cual nos dice
por medio del Evangelista San Juan:
"-Si os mantenéis firmes a mi mensaje, seréis verdaderamente mis discípulos; así
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (CF. JN. 8, 31-32).
Dado que la realeza de Jesús es de carácter espiritual, Jesús hizo que la misma
entrara en conflicto con la Ley romana, con el fin de que Pilato ordenara su
crucificción, porque los reyes solo podían ser nombrados por el Emperador.
"Jesús compareció ante el gobernador, el cual le preguntó: -¿Eres tú el rey de los
judíos? Jesús le contestó: -Tú lo dices" (MT. 27, 11).
Si Jesús reconoció su realeza para que Pilato le crucificara, ¿por qué lo clavaron
en la cruz al modo que eran ejecutados los malhechores? Dado que Palestina era
una colonia que por cuya religiosidad extremadamente nacionalista le creaba
muchos problemas a la autoridad romana, el citado gobernador no estaba
interesado en que llegara a la capital imperial el rumor de que en Palestina surgían
sediciosos. Dado que las autoridades religiosas de Palestina no tenían inconveniente
en la causa que justificara la ejecución del reo, y deseaban que el mismo fuese
asesinado, surgió entre Pilato y los miembros del Sanedrín un acuerdo en que se
favorecían entre sí, sin caer en la cuenta de que cumplían la siguiente profecía:
"Por eso le daré su parte entre los grandes
y con poderosos repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte
y con los rebeldes fue contado,
cuando él llevó el pecado de muchos,
e intercedió por los rebeldes" (IS. 53, 12).
El reconocimiento de su realeza, le sirvió a Jesús, no solo para ser crucificado,
sino para ser objeto de burla de los soldados que lo azotaron y coronaron de
espinas.
"Le pusieron en la cabeza una corona de espinas y una caña en la mano derecha.
Después, hincándose de rodillas delante de él, le hacían burla, gritando: -¡Viva el
rey de los judíos! Y le escupían y le golpeaban con la caña en la cabeza" (MT. 27,
29-30).
Aunque los soldados que flagelaron a Jesús eran romanos, parecían tener cierto
conocimiento del simbolismo de las antiguas Escrituras hebreas. La corona de
espinas que le pusieron al reo, tenía la misión de demostrarle al Hijo de Dios que su
poder no existía, así pues, debía darse por vencido. La caña que pusieron en la
mano derecha del Señor, era un símbolo del poder que los hebreos representaban
mediante un báculo, el cual fue sustituido por una caña, ya que la misma era más
fácil de quebrar que un bastón, para que su burla del poder del Mesías fuese más
notable. Siendo escupido y golpeado con la citada caña en la cabeza, y teniendo el
cuerpo llagado y ensangrentado, mientras presentía la llegada de la muerte, Jesús
sufrió el más difícil de soportar de todos sus dolores, el cual fue el desprecio de
parte de aquellos por quienes murió, sosteniendo la creencia de que se dejó
asesinar por los tales, para servir de puente entre los mismos y Yahveh-Dios.
Cuando fue crucificado, el Señor fue víctima de la ironía de sus adversarios.
"Los que pasaban le insultaban, y, meneando la cabeza, decían: -Tú que derribas
el templo y en tres días vuelves a edificarlo, ¡sálvate a ti mismo! ¡Baja de la cruz si
eres el Hijo de Dios! De igual manera, los jefes de los sacerdotes, los maestros de
la Ley y los ancianos se burlaban de él, diciendo: -Ha salvado a otros, pero no
puede salvarse a sí mismo. Que baje ahora mismo de la cruz ese rey de Israel y
creeremos en él. Puesto que ha confiado en Dios, que Dios le salve ahora, si es que
de verdad le quiere y ya que él afirma que es Hijo de Dios" (MT. 27, 39-43).
2. La unción del Señor y la unción de los cristianos.
"Estaba Jesús en Betania, sentado a la mesa de un tal Simón, a quien llamaban el
leproso, cuando una mujer que llevaba un perfume muy caro en un frasco de
alabastro se acercó a él y vertió el perfume sobre su cabeza. Esta acción molestó a
los discípulos, que dijeron: -¿A qué viene tal derroche? Este perfume podía haberse
vendido por muy buen precio y haber dado el dinero a los pobres. Pero Jesús,
advirtiendo lo que pasaba, les dijo: -¿Por qué molestáis a esta mujer? Lo que ha
hecho conmigo es bueno. A los pobres los tendréis siempre entre vosotros, pero a
mí no me tendréis siempre. Al verter este perfume sobre mí, es como si preparara
mi cuerpo para el entierro. Os aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se
anuncie este mensaje de salvación, se recordará también a esta mujer y lo que
hizo" (MT. 26, 6-13).
La unción del Señor, al ser considerada, es utilizada por los cristianos que no
están de acuerdo con la práctica del ejercicio de la caridad en favor de los pobres
que ha de llevarse a cabo sin escatimar medios, pues prefieren invertir parte de los
medios empleados a tal fin enriqueciendo los templos, excusándose en el hecho de
que Jesús alabó a la mujer que perfumó su cuerpo, disponiéndolo así para ser
sepultado, ya que ello no pudo suceder el Viernes Santo porque al ponerse el sol
empezaba el día de Pascua en que este trabajo no podía hacerse, el sábado fue
festivo, y, cuando las mujeres fueron al sepulcro en la madrugada del primer día de
la semana, se encontraron con que el cadáver del Salvador de la humanidad no
permanecía sepultado.
Las palabras de Jesús "a los pobres los tendréis siempre entre vosotros" (CF. MT.
26, 11), han resultado ser una excusa perfecta para dejar desatendidos a muchos
necesitados en este mundo. Es cierto que a la hora de tributarle culto a Dios hemos
de hacerlo en las mejores condiciones, pero también debemos recordar que la
morada de Dios simbolizada por las iglesias, es el corazón de los hombres, por
consiguiente, San Pablo les escribió a los Corintios:
"¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros?" (1 COR. 3, 16).
De la misma manera que Jesús fue ungido para ser sepultado, los cristianos
somos ungidos con el Espíritu Santo, para que podamos cumplir la voluntad de
nuestro Padre común.
3. Judas traicionó a Jesús.
"Entonces uno de los doce discípulos, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los
jefes de los sacerdotes, y les propuso: -¿Qué recompensa me daréis si pongo a
Jesús en vuestras manos? Le ofrecieron treinta monedas de plata. Desde aquel
momento, Judas comenzó a buscar una oportunidad para entregarle" (MT. 26, 14-
16).
Las autoridades de Palestina necesitaban que Jesús no fuera un hombre libre
para poderle someter a un trato que solo podían recibir los esclavos, quienes,
prácticamente, carecían de dignidad. Una de las hipótesis que explican la actitud de
Judas, consiste en que el citado Apóstol de Jesús, siendo un hombre culto, quiso
coaccionar al Señor, para que, al verse el Mesías a punto de ser ejecutado,
reaccionara e hiciera de sus seguidores una legión con la que poder combatir a los
romanos. Según esta hipótesis, a un hombre culto como Judas, poco podían
importarle las insignificantes treinta monedas del Templo, con que solo podía ser
comprado un esclavo. El hecho de que San Juan afirma que Judas era ladrón,
puede ser indicativo de su ambición de dinero, pero, dado que existen diferentes
hipótesis para comprender la actitud de Judas (comprender no significa justificar), y
los relatos de su traición del Señor contienen disparidades, no podemos examinar
certeramente la conducta del traidor más conocido de la Historia de la humanidad.
4. La última cena de Jesús con sus discípulos.
"El primer día de la fiesta de los panes sin levadura se acercaron los discípulos a
Jesús y le preguntaron: -¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? El
les contestó: -Id a la ciudad, a casa de Fulano, y dadle este recado: "El Maestro
dice: Mi hora está cerca, y voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."
Los discípulos hicieron lo que Jesús les había encargado, y prepararon la cena de
Pascua. Al atardecer, Jesús se sentó a la mesa con los doce discípulos. Luego,
mientras cenaban, dijo: -Os aseguro que uno de vosotros va a traicionarme. Estas
palabras entristecieron mucho a los discípulos, que uno tras otro empezaron a
preguntarle: -¿Seré yo, acaso, Señor? Jesús les contestó: -El que va a traicionarme
es uno que ha tomado un bocado de mi propio plato. Es cierto que el Hijo del
hombre tiene que seguir su camino, como dicen de él las Escrituras. Sin embargo,
¡ay de aquel que traiciona al Hijo del hombre! Mejor le sería no haber nacido.
Judas, el traidor, le preguntó: -¿Seré yo, tal vez, Maestro? Jesús le contestó: -Sí, tú
lo has dicho.
Durante la cena, Jesús tomó pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio a sus
discípulos, diciendo: -Tomad, comed: esto es mi cuerpo. Tomó luego en sus manos
una copa, dio gracias a Dios y la pasó a sus discípulos, diciendo: -Bebed todos de
ella, porque esto es mi sangre, con la que Dios confirma la alianza, y que va a ser
derramada en favor de todos para perdón de los pecados. Os digo que no volveré a
beber de este fruto de la vid hasta el día en que beba con vosotros un vino nuevo
en el reino de mi Padre.
Cantaron después el himno de acción de gracias y salieron hacia el monte de los
Olivos" (MT. 26, 17-30).
Los Apóstoles se escandalizaron cuando supieron que uno de ellos sería el
responsable del ajusticiamiento del Mesías, quien había sido el motivo que les
impulsó a vivir durante varios años. Como respuesta a la traición de Judas, Jesús
quiso que el citado Apóstol comiera de la comida de su plato, porque, el citado
gesto, era un símbolo de la amistad que nunca dejó de ofrecerle.
El hecho de que Jesús permitió que Judas mojara el pan en su plato es muy
significativo para nosotros, porque, aunque no hemos mojado nuestro pan en el
plato del Señor, cada vez que celebramos la Eucaristía, nuestro Salvador, después
de perdonarnos las transgresiones en el cumplimiento de la voluntad de nuestro
Padre común, se nos entrega en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, porque, por
medio de su donación, no cesa de invitarnos a que seamos aptos para vivir en la
presencia de nuestro Padre común.
Ante la incomprensión de sus seguidores de la razón que justificaba el sacrificio
del Mesías y la traición de Judas, Jesús les respondió a sus amigos con la entrega
de Sí mismo, la cual fue un símbolo del sacrificio que se llevó a cabo al día siguiente
en el Gólgota, y se actualiza en nuestras celebraciones eucarísticas.
Jesús dijo de Judas:
"¡Ay de aquel que traiciona al Hijo del hombre! Mejor le sería no haber nacido"
(CF. MT. 26, 24).
¿Significan las citadas palabras de nuestro Señor que Judas sería enviado al
infierno por causa de su pecado, o son un anuncio del suicidio al que fue conducido
Judas por su incapacidad de sentirse perdonado por Jesús?
La donación de Sí mismo que Jesús nos hace en la Eucaristía, nos insta a imitar a
nuestro Maestro, por consiguiente, la palabra Misa nos insta a ser misioneros, fieles
servidores de Dios.
5. Jesús oró en el huerto de los Olivos.
"Jesús les dijo entonces: -Esta noche va a fallar vuestra fe en mí, porque así lo
dicen las Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero
después de mi resurrección iré delante de vosotros camino de Galilea. Pedro le dijo:
-¡Aunque todos pierdan la fe en ti, yo no la perderé! Jesús le respondió: -Te
aseguro que esta misma noche, antes de que cante el gallo, tú me habrás negado
tres veces. Pedro insistió: -¡Yo no te negaré, aunque en ello me vaya la vida! Y lo
mismo decían los otros discípulos.
Llegó Jesús, acompañado de sus discípulos, al lugar llamado Getsemaní, y les
dijo: -Quedaos aquí mientras yo voy un poco más allá a orar. Y se llevó consigo a
Pedro y a los dos hijos de Zebedeo. Entonces comenzó a sentirse afligido y
angustiado, y les dijo: -Me ha invadido una tristeza de muerte. Quedaos aquí y
velad conmigo. Se adelantó unos pasos más y, postrándose rostro en tierra, oró
así: -Padre mío, si es posible, aparta de mí esta copa de amargura; pero no se
haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú. Volvió entonces a donde estaban los
discípulos, y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: -¿Ni siquiera habéis podido
velar una hora conmigo? Velad y orad para que no desfallezcáis en la prueba que se
acerca. Es cierto que tenéis buena voluntad, pero os faltan las fuerzas. Por segunda
vez se alejó de ellos. Y oró así: -Padre mío, si no es posible que esta copa de
amargura pase sin que yo la beba, hágase lo que tú quieras. Regresó de nuevo a
donde estaban los discípulos, y volvió a encontrarlos dormidos, vencidos por el
sueño. Así que los dejó como estaban, y, apartándose de ellos, oró por tercera vez
con las mismas palabras. Cuando volvió, les dijo: -¿Aún seguís durmiendo y
descansando? Ha llegado la hora: ¡el Hijo del hombre va a ser entregado en manos
de pecadores! Levantaos, vámonos. Ya está aquí el traidor" (MT. 26, 31-46).
Jesús tenía la costumbre de avisar a sus Apóstoles en cada ocasión que se iba a
cumplir una profecía, para que los citados hechos les ayudaran a creer en el Hijo de
María, y, consiguientemente, pudieran aceptarlo como Enviado de Dios. El Viernes
Santo, cuando murió Jesús, sus Apóstoles no solamente se sentían solos porque el
Maestro no estaba con ellos, sino que se sentían avergonzados por causa de su
actitud. Cuando Jesús resucitó y les demostró a los Once que les perdonó su
abandono, los anuncios que Jesús les hizo del cumplimiento de las profecías de las
antiguas Escrituras, les bastó para actuar como verdaderos creyentes, cuando, en
la mañana de Pentecostés, fueron llenos de los dones del Espíritu Santo.
Jesús se preparó a vivir los intensos dolores de su Pasión mediante su oración en
el huerto de los Olivos, la cual constituye uno de los pasajes más emotivos de los
relatos del Misterio pascual. El pasaje evangélico que estamos considerando, ha
sido un identificador con Jesús de muchos pobres, enfermos y solitarios, a lo largo
de los veinte siglos de vida del Cristianismo. Los que se encuentran en una
situación difícil, se unen a Jesús espiritualmente, y le piden a Dios que, aunque el
cumplimiento de la voluntad del Padre sea dolorosa para ellos, que se lleve a cabo
cuanto antes.
San Lucas, al ser médico, dramatizó en gran manera su relato de la oración de
Jesús en el huerto de los Olivos, haciendo constar en su Evangelio que, por causa
de la angustia que le embargó el corazón, Jesús sudó grandes gotas de sangre, que
le cayeron al suelo. Cuanto más se acercaban las horas del intenso sufrimiento,
Jesús se creía más débil para soportar el dolor, pero, por otra parte, quería
enfrentarse cuanto antes al padecimiento, con tal de cumplir la voluntad del Padre
que, mediante el sacrificio de nuestro Redentor, nos demostró su amor
misericordioso.
Jesús les pidió a los Apóstoles Pedro, Juan y Santiago que se mantuvieran
alertas, para que, al afrontar las pruebas de su fe que les aguardaban, no dejaran
de creer en el Dios Uno y Trino. Nuestro Señor nos hace esa petición cuando
necesitamos que Dios se nos manifieste en la vivencia de las dificultades que
caracterizan nuestra vida. Somos impacientes y queremos que Dios actúe cuando lo
vemos conveniente, sin pensar que Dios tiene prefijado el tiempo en que debe
llevar a cabo sus acciones, de forma que ello repercuta en nuestro beneficio.
Tengamos presente que todo lo que nos sucede en la vida puede aportarnos
enseñanzas útiles.
¿Cómo puede explicarse el hecho de que los citados Apóstoles se durmieran
vencidos por el cansancio? El sueño de los amigos de Jesús, que tan fácilmente
demasiados predicadores comparan con una conciencia pecaminosa, tiene una
explicación lógica. El hecho de que los Santos Pedro, Juan y Santiago se durmieran
al mismo tiempo, puede obedecer al hecho de que consumieran algún somnífero
que nublara su conciencia, con tal de no contemplar llenos de impotencia los
sufrimientos que Jesús había predicho que iban a exterminar su vida. El cansancio
de los citados Apóstoles, se justifica por los largos años de predicación recorriendo
Palestina, por la incomprensión del designio de Dios, y por la falta de lógica que
parecía tener la muerte de Aquel Hombre capacitado para sanar a los enfermos y
resucitar a los muertos. Antes de llamar pecadores a dichos Apóstoles de nuestro
Salvador, pensemos en las ocasiones en que las cosas no nos salen como
planeamos, y en las ocasiones en que somos débiles para actuar como buenos
cristianos, no porque somos pecadores, sino porque nos faltan las fuerzas para
cumplir la voluntad de Dios, por ejemplo, cuando nos embarga la tristeza más de lo
que quisiéramos que lo hiciera, cuando cuidamos a un enfermo cuya vida
perdemos, siendo víctimas de la fatalidad que a duras penas somos capaces de
soportar.
Cuando los citados amigos de Jesús se durmieron, el Mesías se encontró solo
ante la visión de su adversidad, y, al mismo tiempo, en la presencia de un Dios
que, según San Lucas, lo confortó por medio de un ángel, haciéndole entender que
su dolor constituiría un breve instante de la historia de la salvación de la
humanidad. Jesús le pidió clemencia al Padre que lo castigó como si hubiera
cometido todos los pecados característicos de los hombres, y, durante las horas que
se prolongó su humillación y agonía, solo lo confortó por medio de la fe, con tal de
que fuera en todo semejante a sus hermanos los hombres. Este hecho me recuerda
el tiempo en que necesitamos que Dios responda nuestras oraciones, y nuestro
Santo Padre permanece en silencio, probando la resistencia de nuestra fe, mientras
llega el momento en que estamos predestinados a ser favorecidos por el Dios Uno y
Trino.
Jesús sufrió mucho en cada ocasión que, dejando de orar, buscaba el apoyo de
sus amigos. ¿Por qué no podían permanecer despiertos los Santos Pedro, Santiago
y Juan? ¿Por qué carecía Jesús del apoyo humano que tanto necesitaba? El silencio
nocturno era insoportable. Los segundos que transcurrían lentamente parecían años
sin término. Jesús, siendo presa de la angustia, buscaba el consuelo del Padre y de
sus amigos, y pedía clemencia ante la contemplación de las torturas que durante
tanto tiempo había temido, y que no podía evitar, porque se acercaba su tan
esperada hora de Pasión y muerte.
6. La crucificción, muerte y sepultura de Jesús.
"Llegados al lugar llamado Gólgota (o sea, la Calavera), ofrecieron a Jesús vino
mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo. Cuando ya le
habían crucificado, los soldados se repartieron sus ropas echándolas a suertes. Y se
quedaron allí sentados para vigilarle. Por encima de la cabeza de Jesús fijaron un
letrero que decía: "Este es Jesús, el rey de los judíos."
Al mismo tiempo que a él, crucificaron también a dos ladrones, uno a su derecha
y el otro a su izquierda. Los que pasaban le insultaban, y, meneando la cabeza,
decían: -Tú que derribas el templo y en tres días vuelves a edificarlo, ¡sálvate a ti
mismo! ¡Baja de la cruz si eres el Hijo de Dios! De igual manera, los jefes de los
sacerdotes, los maestros de la Ley y los ancianos se burlaban de él, diciendo: -Ha
salvado a otros, pero no puede salvarse a sí mismo. Que baje ahora mismo de la
cruz ese rey de Israel y creeremos en él. Puesto que ha confiado en Dios, que Dios
le salve ahora, si es que de verdad le quiere y ya que él afirma que es Hijo de Dios.
Hasta los ladrones que estaban crucificados junto a él le llenaban de insultos.
Desde el mediodía, toda aquella tierra quedó sumida en una oscuridad que duró
hasta las tres de la tarde. Alrededor de las tres, Jesús gritó con fuerza: -Elí, Elí,
¿lama sabaqtaní? (que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?") Algunos de los que estaban allí dijeron al oírle: -Está llamando a
Elías. Al punto, uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en
vinagre y con una caña se la acercó a Jesús para que bebiera. Mientras, los otros le
decían: -Déjale, a ver si viene Elías a salvarle. Pero Jesús, lanzando otra vez un
fuerte grito, murió. De pronto, la cortina del templo se rasgó en dos, de arriba
abajo; la tierra tembló y las rocas se resquebrajaron; las tumbas se abrieron y
resucitaron muchos creyentes ya difuntos. Estos salieron de sus tumbas y, después
de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa de Jerusalén, donde se
aparecieron a mucha gente.
El oficial del ejército romano y los que estaban con él vigilando a Jesús, al ver el
terremoto y todo lo que estaba sucediendo, exclamaron sobrecogidos de espanto: -
¡Verdaderamente, éste era Hijo de Dios! Había también allí muchas mujeres
mirando de lejos. Eran las que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle.
Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Santiago y José y la
madre de los hijos de Zebedeo.
Al atardecer llegó un hombre rico llamado José, natural de Arimatea, que se
contaba también entre los seguidores de Jesús. Este hombre se presentó a Pilato y
le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran, y José, después de
envolverlo en una sábana limpia, lo puso en un sepulcro nuevo que había hecho
excavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra, cerrando con ella la
entrada del sepulcro, y se marchó. Entre tanto, María Magdalena y la otra María
estaban allí sentadas frente al sepulcro" (MT. 27, 33-61).
Jesús no quiso beber la bebida anestésica que le ofrecieron antes de crucificarlo,
porque, más que el intenso dolor que padecía, le importaba cumplir la voluntad del
Padre. Jesús no quería arriesgarse a que aquella bebida anestésica, al relajarlo, le
debilitara la fe. El consuelo que recibió por el ángel que el Padre le envió en el
huerto de los Olivos, tenía que serle suficiente al Mesías para afrontar su trance
agónico.
De la misma manera que los soldados se repartieron las ropas de Jesús, tal como
hacían con quienes crucificaban, los cristianos utilizamos la Palabra de Dios
adaptándola a nuestras verdades, de manera que hacemos del Evangelio un
mensaje inaceptable para quienes no creen en Dios. Si los miembros de las miles
de iglesias y/o congregaciones existentes no nos reconciliamos, invalidaremos de
alguna forma la muerte de Jesús, porque, ¿qué fiabilidad tiene un mensaje que ni
los creyentes nos ponemos de acuerdo para interpretarlo de una manera
determinada?
Jesús, antes de morir, le preguntó al Padre que por qué lo había desamparado.
¿Cómo podemos interpretar la desesperada pregunta que Jesús le hizo al Padre
celestial? Los cristianos nos debatimos entre el hecho de que Jesús quería hacernos
conscientes del valor de su sacrificio, y la posibilidad de que, siendo un Hombre
normal, en la vivencia de su agonía, perdió la fe, tal como lo hacemos nosotros,
cuando creemos que no podemos soportar el dolor que nos embarga.
San Mateo recurrió a un género que parece ser de ficción para describir la muerte
de Jesús, con tal de demostrarles a sus lectores el significado del Misterio pascual.
Los soldados romanos quizá no reconocieron a Jesús como Hijo de Dios, pero puede
suceder que alguno de ellos sintiera algo de compasión por Aquel a quien
crucificaron cumpliendo con su deber.
Cuando Jesús murió, el Templo de Jerusalén se rasgó, significando que había
concluido el tiempo en que el Judaísmo era la religión del Dios verdadero, para dar
paso al Cristianismo, no porque Dios despreciaba a los judíos tal como
desgraciadamente lo han hecho los cristianos carentes del amor que caracteriza a
Dios, sino porque, a diferencia de los tales que se salvaban por el cumplimiento de
la Ley, la salvación nos viene por la demostración de amor que Jesús nos hizo por
medio de su Pasión, muerte y Resurrección, que celebraremos durante la
cincuentena pascual.
¿Dónde estuvieron los muertos que resucitaron cuando el Espíritu Santo permitió
la muerte de Jesús entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua? ¿Volvieron a
morir? Estas preguntas no se pueden responder, pero, por medio de dichas
resurrecciones, San Mateo nos dice que Dios es vida, y, precisamente por ello,
Jesús resucitó al tercer día de su muerte.
Vivamos intensamente la Semana de Pasión, para poder festejar con una
inmensa alegría la cincuentena pascual.