CONFERENCIA A TRES
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Advierto que lo redactado es fruto de estudios, reflexiones y meditación. Reconozco que esto
último debería haber sido ser más profundo y duradero, pese a ello, me propongo ofrecer unas
narraciones que pretenden ayudar a saber algo más de Jesús, de sus momentos culminantes,
pasión, muerte y resurrección. Los lugares donde ocurrieron estos hechos, los conozco muy
bien. He pasado largo rato en ellos, viéndolos, fotografiándolos (que es una manera diferente y
más detallada de mirarlos) estudiando a autores que se han referido y estudiado su
autenticidad. En todos ellos he tratado de rezar. Me gusta hacerlo sentado en el suelo, todavía
puedo, pasando frío o calor, como le ocurriría al Señor. Evidentemente ni los edificios quedan,
ni la localización en algún caso es segura. Tal vez sería mejor decir que es desconocida. Estoy
pensando en las cárceles donde fue encerrado. Los lugares no me importan tanto por ser
auténticos, como por darme la imagen, proporcionarme el entorno, donde sucedió y dejarme
estimular, sentirme aprisionado en ellos.
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(El enfoque que daré en el párrafo siguiente carece totalmente de veracidad, considerado
científicamente es una aberración, pero es una argucia para facilitarme la descripción y espero
la comprensión del que lo lea. Mi deseo es que más que las imágenes, las caras afligidas de Él o
las miradas repletas de ira de los otros, los brazos que azotan o el horror de la sangre, estilo
este de películas famosas, pero faltas de rigor. El pensamiento del lector trate de sentirse unido
al corazón de Jesús, en cuanto a que lo consideramos en occidente sede de los sentimientos,
felicidad, decaimientos, desconsuelo y atenazadoras penas. La ventana externa del corazón es
la mirada, que cada uno trate de contemplarla, pidiéndoselo al mismo Señor que hemos de
sentir muy próximo. Una mirada que en algunos momentos se dirigirá a nosotros, como lo fue
a Pedro, interrogándonos y deseando nuestra conversión. Por paradójico que resulte, se me
ocurrió pensar en las miradas de Jesús, viendo el ballet por Tv “la consagración de la
primavera”, de I. Stravinski, coreografía de Angelin Preljocat, ninguna descripción tan acertada
del Jesús del Calvario, como la joven desprovista de todo, asediada, acorralada y destinada a
ser sacrificada por sus compañeros, obedeciendo a ritos ancestrales, mientras suena la música
del genial compositor.
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Imagino que lo que escribo deberá leerse en solitario y casi a oscuras, como una confidencia
personal e íntima. Como debe ser toda lectura evangélica, que no sea proclamación litúrgica.
Este texto no pretende ser otra cosa que una adaptación de lenguaje, hecha con todos los
respetos hacia los que nos trasmitieron sus recuerdos de Jesús. Lo único que he pretendido ha
sido que fuera más amena que un simple documento redactado y pensado en otros tiempos,
para unos primeros receptores, bastante diferentes de lo que somos nosotros, en nuestros
hábitos y sensibilidades.
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-Hoy me he encontrado con José. Fue, en su época académica, profesor de física teórica en una
prestigiosa universidad. Simultaneaba su profesión con estudios y experiencias que abarcaban
desde la matemática al esoterismo, pasando por filosofía antropológica. Venía pensativo,
quería hacerme partícipe de sus últimos descubrimientos y proponerme que colaborase con él.
Es un hombre muy sincero y, a bocajarro, lo primero que me ha dicho es que ha pensado en mí
en razón de la amistad que nos une y considerando que, dada la edad que tengo, si el
experimento fracasa, nadie le acusará de malograr un vida con futuros. ¡Tiene gracia que me
escoja por ser viejo!
Me recuerda que el planeta tierra gira sobre sí mismo a una velocidad vertiginosa, que la
aparición y desaparición del sol, es lo que determina el inicio y final del día. Siendo esto así, si
se logra un vehículo que alcance velocidades superiores a la de la superficie del planeta y que
se desplace muy próximo a ella, en sentido contrario a su giro, retrocederá el tiempo y el
ocupante del bólido, podrá encontrarse con momentos históricos y personajes ya pasados.
Sabe mi interés por la historia bíblica y me ofrece que arriesgue mi vida por la posibilidad de
encontrarme y compartir con épocas pasados, que me interesan. Me promete que la
trayectoria pasará por territorios bíblicos y que si lo consigue, desde su tribuna de espectador y
director técnico, tratará de que el experimental trasporte se detenga en tiempos en los que yo
pueda encontrarme con mis más admirados personajes.
Me cuesta enormemente decidirme, pero al fin acepto. Me lleva al hangar, como llama él a un
desvencijado garaje, y me invita a que de inmediato me introduzca en este fórmula x, prototipo
A, propulsado por viento cósmico. Sé que si vacilo por un momento, no seré capaz de
someterme a la aventura. Soy viejo, estoy amortizado, que diría aquel, y la perspectiva del
éxito es apasionante. Me exige ponerme una capucha totalmente opaca, que él retirará
cuando lo crea oportuno. Siento molestias gástricas y palpitaciones, no puedo decir nada más,
no sé cuanto ha durado. Un gancho arrebata el gorro, me parece que he permanecido
ofuscado un instante, pero constato que lo que observo a mi alrededor corresponde a varios
siglos anteriores, según cálculos comunes. Un resorte me catapulta y salto. Piso tierra sin ver
restos del vehículo. Tal vez no pueda regresar. La aventura merece arriesgarse.
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Atardece, noto que no estoy solo, se me acerca alguien que me saluda cordialmente y se
identifica: soy Juan. Sorpresa por mi parte, nunca hubiera esperado tanta consideración por mi
persona. Me quedo mudo, toma la palabra.
Juan -No te extrañe mi trayectoria personal que has querido conocer siempre. En mi
población, el rabí de nuestra sinagoga pronto dejó de interesarme. Repetía cosas y más cosas,
que no respondían a mis inquietudes. Siempre las mismas, con tono cansino. Alguien me dijo
un día, que en el sur, a la orilla opuesta del Jordán, había un hombre prodigioso. Sorprendía a
todos. Unos se sentían molestos al oírle, pero esto era motivo de que muchos otros le
prestaran más atención. Quise conocerle y escucharle y me fui un día con una caravana que
partía hacia Jerusalén. En Jericó todo eran comidillas sobre este personaje, que no sabían
cómo ni cuando había aparecido por la comarca. No alteraba la vida de la ciudad y atraía
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forasteros. La distancia que les separaba de donde predicaba él era pequeña, algo así como
4km.
Me acerqué, me impresionó lo que decía. Me impresionó su manera de vestir, sus gestos y la
vida que, según me contaron, llevaba. Decidí quedarme allí una temporada. Es un lugar donde
casi nunca hace frío. No falta agua, ni alimentos fáciles de conseguir. Me adapte a su mismo
menú y ritmo de vida.
Cada día me interesaba más lo que escuchaba. En una ocasión se fijó en mí y me dijo que
quería hablar conmigo a solas. Me dio un vuelco el corazón ¿qué iba a contarme?
Me encontró un atardecer, se acercó y, en tono confidencial, me dijo: te hacen falta dos cosas:
primero aprender a leer y, en consecuencia, saber escribir. No te será fácil conseguirlo por
aquí, vuelve a tu pueblo y vete a la sinagoga, pídele al rabino que te enseñe. Lo segundo que te
falta, lo puedes alcanzar tu solo, pero te confieso que es más difícil. Entrégate de cuando en
cuando a la soledad y al silencio. Pasa más tiempo callado, que durmiendo.
-¿De qué me conoces? Le dije yo. ¿por qué crees que debo aprender a leer, si eso es cosa de
maestros y yo soy solo hijo y hermano de pescador, que ahora estoy aprendiendo su mismo
oficio?. Me crees listo, pero yo nunca te he dicho lo poco que sé, añadí pensativo.
-Se conoce mejor a una persona por lo que pregunta, que por los párrafos que es capaz de
recitar.
-Seguí sus directrices. No pasó mucho tiempo hasta que pude volver a aquel sitio, sabiendo
leer y escribir. Un día se presentó un desconocido. De inmediato me di cuenta de que él le
prestaba gran atención. Hablaban a solas con frecuencia. Más tarde ocurrieron cosas
prodigiosas que no voy a volver a contar ahora. Me refiero a su bautismo.
-Juan me llamó un día, quería presentármelo. En la pequeña distancia, era mucho más afable
que lo que de lejos parecía. Me atreví a preguntarle de donde era, donde vivía, a qué se
dedicaba. Se limitó a invitarme a su casa, de inmediato acepté.
Nunca hubiera imaginada el cambio que dio mi vida. Si Juan era admirable, Él era fascinante.
No lo dudé ni un momento, tampoco otros compañeros del grupo. Le seguimos
entusiasmados.
Te lo voy a presentar, sé que lo conoces, no te enfades por lo que digo. Resulta a veces
enigmático, pero nunca te traicionará, nunca te tomara el pelo. Y eso, con los tiempos que
corren, es muy importante.
-No me dio tiempo a responder. Lo vi a mi lado. Temblé de emoción, sin perder el tino. Quise
hablar y no supe más que balbucear. Se adelantó Él con una mirada, que inundó mi alma.
Sonreía.
El Señor -Teconozcodesdesiempre
Yo -Por favor, no recrimines mis frivolidades, le dije de inmediato. Estoy aquí porque de
siempre he querido conocerte. Ahora me arrepiento de haber tenido curiosidad. Me da
vergüenza estar a tu lado, pero me siento contento. No te ofendas, Tú sabesqueteamo
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El Señor -Que sí, que no me ofende que te intereses por detalles de mi vida y te añado que
si estás aquí, es porque yo también quiero contártelos.
Yo -Señor, no te irrites por lo que te voy a decir. Te reconozco como Hijo de Dios, no dudo que
eres hombre y que lo eres totalmente. Lo que siempre me ha intrigado es saber cómo eres de
una pieza.
El Señor -Te adelanto que mi respuesta no podrá aclarar tus dudas. Si ni siquiera te conoces
a ti mismo ¿cómo vas a entenderme a mí? Pero no te desalientes. Cuando quiero que sepan
cómo son los hombres, siempre enseño un pequeño recipiente. Tiene mercurio, encima una
capa transparente de agua, la parte superior está ocupada por aceite virgen. Lo más
espectacular es el mercurio, en tu caso, se trata de tu ser corporal. Te permite desplazarte,
danzar, comer y beber. Pero enferma a veces y acudes al médico. Primer nivel. Tu imaginación
es maravillosa, eres hasta en esto transparente como el mejor cristal, no obstante se empaña,
se turbia, se agita. Personas de calidad, con capacidad de discreción, desde un sacerdote a un
sicólogo, te pueden ayudar a conseguir el equilibrio que precisas. Segundo nivel. En momentos
de mayor lucidez espiritual, buscas algo que asegure tu misterioso espíritu y encuentras,
mediante la oración, en mí reposo. Has alcanzado tu nivel superior. Algo así eres tú. Algo así
soy yo, pero de otra forma. Todo yo estoy teñido de mi realidad divina, que no altera, que
enriquece, que es capaz de gozar de sobrenatural intuición, ciencia infusa, ciencia divina,
llaman algunos de los tuyos.
No lograrás entenderme, tampoco es necesario, es suficiente que confíes en mí, que me ames.
Yo de siempre he confiado en ti, no lo dudes. En esta realidad eterna, donde no hay pasado, ni
futuro, todo es actual, trataremos de encontrarnos como un día con Nicodemo. Cierra los ojos
y vuélvelos de inmediato a abrir.
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El Señor -Estamos en Jerusalén y hoy es martes. Será mejor que ahora hable Juan, no sea
que se nos duerma de nuevo, dice Él, mirando al amigo de reojo y sonriente.
MARTES
Juan -Nos habíamos despertado en Betania, Él, como casi siempre, había salido, pero volvió
pronto. Llegaba pensativo, tomó algo con nosotros y luego indicó: id allí donde el otro día
encontrasteis el borrico y veréis que hay alguien que os espera con un cántaro de agua a
cuestas, es una contraseña, le seguís sin rechistar, cuando, dentro ya de la ciudad, os deje ante
una puerta, llamáis y pedís al que os atienda que os enseñe la habitación que me tiene
reservada para la Pascua. Lo preparáis todo, como conviene al caso.
Luego marchamos todos. Íbamos silenciosos, algo que nos ocultaba el Maestro, embargaba
nuestro ánimo. Dimos rodeos, llegamos a una casa situada en la parte alta, entramos. Nadie
hizo preguntas. Teníamos la impresión de que si le manifestábamos nuestra inquietud, porque
allí no había ni cordero, ni hierbas, ni nada de lo habitual, Él contestaría lo de Abraham a Isaac:
que su Padre proveería. Y así fue. Sin ambages tomó pan del día y nos dijo que aquello era su
cuerpo, en adelante sustituía y superaba al cordero pascual, era la definitiva Pascua. Más tarde
con el vino dijo algo semejante: no precisábamos sangre de ningún cordero hijo de oveja,
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aquello de la copa era su sangre, la que redimía el mundo. Comimos aquel pan de sabor
conocido, pero en nuestro interior lo percibíamos diferente. El vino, alegró lo más superior de
nuestra personalidad y nos sentimos empapados del espíritu del Señor. En resumidas cuentas:
celebrábamos algo nuevo. Después supimos que todo aquello culminaba en lo que vino más
tarde. Lo de aquella noche fue un adelanto, del que nosotros fuimos afortunados convidados.
Cerró los ojos, siempre lo hacía cuando quería concentrarse y nos habló largo y tendido. No es
hora de que te lo repita. Yo escuchaba con atención y lo recordé después, por eso os lo he
trasmitido. Parecía que el silencio que invadía la sala se podía cortar, nadie se atrevió a
romperlo.
Se empeñó en que cantáramos los himnos y salmos de rigor de una tal fiesta. Nos costaba
hacerlo, pero insistió. Salimos después hacia un lugar que conocíamos de sobra, era propiedad
de la madre de uno de los nuestros y quedaba al lado del camino de Betania. Allí nos
quedamos.
Hablaba en voz baja. A los tres que nos tenía más confianza se nos llevó consigo, luego
también de nosotros se apartó un poco. Nos pidió que rezásemos con Él y por Él, al Padre. No
lo dudamos. Al menos, hablo por mí, traté de concentrarme, pero precisamente por el
esfuerzo interior que suponía, nos invadía el sueño, sin que lo notásemos. Nos despertó,
pidiendo, suplicando ayuda. Le veía demacrado, nariz afilada, rostro blanquecino, levemente
azulado por la luz de la luna. Por algún sitio parecía que sangraba, sin vérsele ninguna herida...
Yo –Lo que nunca he entendido es porque no te fuiste como siempre a Betania. Tenías tiempo
desobrasparaquenotecogieran ¿por qué te quedaste?
El Señor –Había llegado la hora. Estaba en el mundo para cumplir un encargo del Padre. Sé
que no me entenderás ahora. Estás encajado en el tiempo, aprisionado en el espacio, trataré
de hablar de manera que comprendas algo. Más que darte explicaciones metafísicas,
recordaré, lo que viví y lo que pasó aquella noche.
Había hablado con ellos muchas veces de lo que me esperaba en Jerusalén, de lo que me iba a
pasar a mí. Pero es muy diferente hablar de una cosa futura, que encontrártela en el presente.
Era consciente de que estaba allí para redimir el mundo. Había llegado la hora. Lo sabía, lo
aceptaba y hasta sentía ilusión. Era un acontecer propio de mi divinidad. Pero lo humano se
asustaba, temía, se rebelaba
Sabía que mis palabras habían sentado muy mal a los del poder. En alguno de mis discursos
públicos, había destapado un poco mi realidad más profunda y esencial, mi esencia divina.
Para ellos esto era blasfemo y debía ser lapidado, así lo dictaba la Ley, pese a que en aquellos
tiempos no se acostumbrase a aplicar. Me daba miedo morir triturado y aplastado por las
piedras y me preguntaba una y otra vez porque debía aceptarlo. Entonces se iluminaba mi
conciencia y te veía a ti. A ti y a los demás hombres. Como el científico es capaz de observar,
mediante su microscopio lo que los solos ojos no son capaces de ver, así yo os distinguía. Os
mirabaconamor,eraismiilusión,deseabatantoquefueraisfelicesEntonces el demonio os
acercaba a mi vista para que os viese, quería que conociese vuestros pecados, vuestra
mediocridad, vuestra indiferencia, vuestra ingratitud. Ya lo había dicho cuando se alejo de mí
en el desierto, volvería y con mejores armas. Me hacía ver vuestra tibieza, vuestra indiferencia,
también vuestro egoísmo. Y yo retrocedía, ¿para qué seguir, si vosotros hacíais tan poco caso
de mí? Volvía la divinidad, se hacía presente mi misión, el porqué de que yo estuviera allí.
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Continuaba viéndoos, simultáneamente. Como sé que es difícil, o imposible, entenderlo, te
pondré un ejemplo que tal vez te ayude. Tu miras un DVD y no distingues nada. El rayo laser
debe ir deslizándose circularmente para que aparezca la imagen. Ahora bien, puedes imaginar
que alguien sea capaz de acercar su chorro de luz a todo el conjunto a la vez y así poder ver el
contenido de un golpeEsloqueamímepasabatreverme,aceptar,nohuirservaliente,
esta era la cuestión. Pero ¿para qué? Y os volvía a ver y regresaba la duda. Me levante más de
una vez deseaba comprobar si estaba solo en aquella lucha, pero losvidormidos
Juan –Déjame que te cuente, dijo mirándome. Éramos muy conscientes de que algo trágico le
pasaba al Maestro, pero estábamos dominados por la fatiga. No queríamos dormirnos y
tratábamos de rezar, como Él nos lo había pedido, pero el ahínco que poníamos, atraía más el
sueño. Como el conductor después de un día de intensa actividad, por más que quiera llegar a
su destino, se duerme al volante, sinquererlo
El Señor –Lo entiendo. La lucha interior era tremenda. Se me retorcían las entrañas. Aunque
estos no lo hayan contado te voy a ser sincero: sudé, reventaron mis capilares y llegó un
momento que la transpiración salía teñida de sangre. Ni mis intestinos, ni mi vejiga
resistieronsí, no me avergüenzo de decírtelo, me oriné y defequé, tal era mi tedio. Estaba
hecho una piltrafa. Recordé entonces que mi aspecto ya lo había anunciado Isaías, ¡triste
consuelo!. Quería, dudaba, me decidía, me hundía en sollozos. Pese a que ellos estaban cerca
de mí, la agonía que sentía la sufría solo. Se me ocurrió por un momento levantar la mirada y vi
a lo lejos el resplandor de las antorchas, seguro estaba que eran los que venían a por mí.
Todavía tenía tiempo de huir a Betania. De noche es imposible coger a un fugitivo que conoce
el bosque a la perfección, pero no, aquel era el momento que estaba previsto, pese a que me
aterrorizase. Me decidí, porque te amaba a ti. Tuve la esperanza de que pensando todo esto
que te cuento, serías capaz de corregirte, confié en ti. Quedé entonces clavado en el suelo de
aquel huerto.
Se acercaron, vi a Judas adelantarse, es lo que me temía. ¡Cómo me dolió aquella traición!
Retrocedí al pecado de Caín, se me hicieron presentes como en una pantalla toda la vileza y
deslealtad que hay en el mundo, ¿también a salvar a estos me enviaba el Padre? A nadie podía
consultar, con nadie comentar lo que me pasaba.
Me detuvieron. Siempre había sido un hombre libre, en aquel momento me ataron, era un
prisionero. Como tantos inocentes lo son, pensé, y se me hizo llevadera la situación. Lo que
hicieron estos, los discípulos, ya lo has leído, no te lo repetiré, seguramente tú hubieras hecho
lo mismo... Rodeado por aquellos guardias a sueldo de la autoridad, que ni sabían quien era
yo, ni les importaba, me condujeron a casa de Anás.
Había sido destituido de su cargo, pero continuaba sintiéndose el hombre fuerte y duro de
Jerusalén. Me habló con insolencia, se atrevió a interrogarme en nombre de mi Padre, no pude
entonces callar. Mi respuesta le enojó y recibí un puñetazo. Fue la primera agresión física,
después vendrían otras. Nunca nadie se había atrevido a pegarme, conocí, por primera vez el
dolor de la tortura. Lo acepté, pensé en tantos que en función de intereses políticos y egoístas
también serían torturados. Me limité a proclamar mi inocencia, pero nadie hizo caso. Mandó
que me llevaran a la presencia de Caifás, yerno suyo y gobernante en ejercicio, pelele en sus
manos.
Mientras todo esto me ocurría, el fiel Pedro no había querido dejarme solo y me seguía de
lejos, pero en el momento de defenderme ante aquellos subalternos, se echó atrás. Su
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cobardía me dolió mucho. Cuando me vio al cruzarse por un trecho, quedó impresionado de
mi aspecto y le vi a lo lejos llorando de pena, de rabia y de impotencia. No le acuses
precipitadamente ¿qué hubieras hecho tu?.
Todo lo tenían preparado y el interrogatorio de Caifás no supuso nada nuevo. Su guardia
personal necesitaba entretenerse y se aprovecharon de mí, nuevos tormentos, golpes,
insultos, y mofas. Gente sin cultura que gozaba maltratando a quien les habían dicho era un
maestro. Pensé en tantos intelectuales honrados, educadores de vocación, líderes honrados y
responsables que serían maltratados, antes y después de mí. Ofrecí por ellos mi dolor y
humillación al Padre.
Mandó que me encerrasen hasta el día siguiente. Una cárcel, en aquel tiempo, no era más una
gruta natural aprovechada, sin lugar de reposo, sin luz, sin comida. Una puerta de rejas
impedía la huida, era suficiente y allí me dejaron. No sé si dormí, no sé si lloré. Estaba solo,
tremendamente solo.
Yo –Me has dejado hecho un manojo de penas. No sé qué decirte, Señor. Tal vez deba ahora
alejarme, para tratar de estar junto a ti. Yo también solo y dolorido, trataré de consolarte y
hacerte compañía. Sé que la oración trasciende el espacio y el tiempo y mi contemplación, mi
dolor y mi congoja, se unirán a tu soledad y dolor.
MIERCOLES
El Señor – Me vinieron a buscar y de nuevo atado, me llevaron al recinto donde se reunía el
Sanedrín. Era una dependencia grande de entre las de los atrios del Templo. El trayecto no
duró más de media hora, pero mi cuerpo se resistía, los golpes de la noche renacían, el hambre
perforaba mis entrañas.
Todos, casi todos los que componían aquel senado, estaban presentes y se habían puesto de
acuerdo en que debía ser condenado. Deseaban lo peor y que se cumpliera de inmediato. No
tenían capacidad de dictar sentencias de muerte, el hacerlo era privilegio, triste privilegio, del
gobernador. Lo conseguirían.
Entre ellos y el romano había una relación de maliciosa antipatía y complicidad a un tiempo. Se
necesitaban, pero no por ello simpatizaban. Sanedrín y ejército de la ciudad de Roma, no
congeniaban, cada entidad temía perder alguno de los privilegios que le otorgaban los pactos
firmados y la única posibilidad de conservarlos era mantener discreta relación. El reo debía
morir, lo tenían muy claro. No podía perderse el tiempo. Si había querellas que retrasasen sus
propósitos, sería un jarro de agua fría, sobre lo que tenían programado para la fiesta de
Pascua, que estaba al caer. Si había unanimidad de propósitos lo podían conseguir de
inmediato. Las cuestiones de trámite no eran fáciles. Los romanos eran hombres de leyes y
debían tener el expediente in mente, preparado minuciosamente, era la única manera de no
retrasarse. Pasaron el día en arreglos, redacciones, designación dequienpresidiríaelalegato
Yo continuaba solo. Se aceleraba el odio y el desprecio. Mi presencia física, pese a ser
necesaria en aquella pantomima, les irritaba. Decidieron que unos cuantos redactaran el
documento y que lo someterían a todos los miembros del consejo al día siguiente. Me
volvieron a encerrar.
Soledad preñada de temores y angustias, era terrible. Mi mente se llenó entonces de la
presencia de tantos injustamente marginados y maltratados, de tantas mujeres atemorizadas
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por una maternidad que su entorno no aceptaba, de embarazosarriesgadosyagredidos
pensé en ellos y ellas, se lo ofrecía al Padre, fue un consuelo.
¿Qué se había hecho de los que había escogido como apóstoles, de las que me acompañaban
con generosidad?. ¡cómo hubiera agradecido entonces su delicadeza! ¿Dónde estaba mi
Madre? Si estaba enterada de todo, si estaba en Jerusalén, cómo sufriría!
YO – Estoy pensando, Señor, que mi impaciencia, mi falta de aguante tantas veces, debe de
enojarte. Ahora que te dejo solo y abandonado en la mazmorra, me propongo ser más severo
conmigo mismo. Voy a reflexionar qué suplicios, que sin duda serán muy inferiores a los tuyos,
voy a aceptar por fidelidad y amor a ti. Lo hare, sin que por ello acalle mi voz,reclamando
justicia para los oprimidos, en los que siempre veré tu rostro, el de esta noche.
JUAN Yo me fui a buscar a su Madre, suponía que estaría en la ciudad y podría hacerle
compañía y encontrar en ella consuelo. Estaba seguro, pese al trance por el que estaba
pasando.
YO –Me das una idea. Haré lo mismo. Será mi refugio, mi ayuda. Estoy seguro de que
encontraré en ella la serenidad que tantas veces me falta.
JUEVES
El Señor –Volvieron a llevarme a la reunión del Sanedrín. Me confirmaron los cargos de
acusación. Todo era puro teatro. Para mí tragedia. Tenían escritas las acusaciones que leerían a
Pilatos. Hasta entonces todo lo que había oído era lenguaje religioso. Pese a que en la práctica
fueran muchos de ellos bastante escépticos respecto a la ley de Moisés, presumían de sus
fidelidades a costumbres ancestrales. Ahora deberían olvidar estas ideas, se habían inclinado
por aducir razones políticas, motivos de orden público, fidelidad que se debía al Cesar. Me vi,
pues, sin buscarlo, ni quererlo, envuelto en un juicio político.
Me sacaron de aquella horrible cárcel y maniatado, me llevaron ante el gobernador. Era un
auténtico militar del imperio de la ciudad de Roma, orgulloso, que no feliz, de serlo. Había
conocido a alguno anteriormente y sabía la rectitud que siempre aparentaban tener. De alguna
manera, pensé que con esta comparecencia podía acabar todo el proceso y volver a gozar de
libertad. Vana ilusión, lo tenían todo previsto. Quería él escurrir el bulto, pero no podía. Se
había desplazado a Jerusalén, porque las grandes aglomeraciones judías siempre podían ser
aprovechadas por sediciosos para amotinar al pueblo. La vida cuartelaría, le convertía en
prisionera de su cargo. En Cesarea, su residencia habitual, se sentía mejor. El mar ensanchaba
no solo su mirada, también sus ansias de poder. Estaba en Judea sintiéndose de paso, hacia
empleos mejores. Someterme a juicio le incomodaba. Trató con displicencia a las autoridades,
por más que lo intentó no pudo alejarlas de sí. Le hablaban a distancia, entrar les hubiera
contaminado. Pensar que le tenían por un apestado, que su sola compañía les podía convertir
en impuros e impedirles celebrar su fiesta, le irritaba sobremanera a él, suprema autoridad. Yo
le era un estorbo del que no sabía cómo deshacerse. Por fin accedió a que me llevaran a su
presencia. No estaba acostumbrado a juicios de esta clase. A él le llevaban soldados
indisciplinados, grandes delincuentes o terroristas de turno. Las sentencias eran sencillas:
tortura o pena de muerte. No necesitaba esbirros ni verdugos, la tropa se encargaba de estos
menesteres, así se alejaba del ocio al que tan inclinados estaban los soldados. Yo era un caso
único. Tenía él una cierta cultura clásica. Evidentemente hablaba griego y latín vulgar, había
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empezado a entender el arameo. Nos podíamos comunicar verbalmente. Como no me habían
acusado de las cosas de costumbre, se vio obligado a interrogarme de otra manera. Yo era un
hueso dislocado, estaba situado fuera de su rutina. Se dio cuenta de que no era un prisionero
peligroso. Salió a decírselo a los que me habían conducido, pero no quisieron escucharle.
Al enterarse de que yo era galileo, me envió a Herodes, era una manera de salirse por la
tangente.
El asmoneo se alegró de tenerme en sus manos. Me relacionaba con Juan el Bautista, al que
había ajusticiado en Maqueronte y deseaba conocerme. Un día, yo le había llamado yo zorro,
su vida depravada no merecía otro apelativo. Contestarle, jugar la partida a la que me
emplazaba, hubiera sido aceptar su comportamiento personal injusto y adúltero y el ejercicio
corrupto del poder y no podía con mi diálogo justificarlo. Guardé silencio y esto fue lo que más
le sublevó. Me entregó a su chusma para que me vejaran. Se aprovecharon todo lo que
pudieron, pero viendo que continuaba en silencio y que le era un molesto estorbo, me colgó
de los hombros un andrajo y se deshizo de mí. Mi visita, paradigmas del destino, sirvió para
que volvieran a tratarse los dos mandamases.
Le fastidió al gobernador el no haberse podido desentender de mí, era ya tarde y me metieron
en el calabozo. Acabé el jueves como lo había iniciado, encerrado. A la violencia física a la que
me habían sometido, se añadía las humillaciones, las incomprensiones, ver yo de lo que era
capaz el odio. No te digo que no haya dormido, es más fácil dominar el hambre, que la fatiga
mental. Estaba yo en los bajos del edificio, en la cárcel militar de la fortaleza. Conocí allí a
Barrabás. Éramos los dos únicos huéspedes de la mazmorra.
Juan -Pasé el día de un lado a otro. No paraba. Encontré a su Madre, quise infundirle ánimos,
lloró conmigo, tratamos de consolarnos mutuamente. Me enteré de que Judas, el enigmático
compañero, se había suicidado. Me dio un vuelco el corazón, no estaba preparado para esta
noticia. Lo veía todo negro, no quería decírselo a su Madre. Pensaba que ¡es tan terrible
engendrar vida y ver que otros la maltratan y pretenden suprimirla!. Yo había huido en
Getsemaní y ahora lo lamentaba enormemente, pero, pese a todo, no había perdido la
esperanza, al contrario del pobre Judas.
Yo –Nunca me había dado cuenta del cúmulo de afrentas que sufriste, de la violencia física a
la que te sometieron, de su duración ¡yo, que por cualquier cosa me quejo y pierdo el ánimo!
¡yo, que reclamo justicia, exijo que me den la razón y no acepto ser víctima de la más mínima
injusticia! Señor, te prometo que seré paciente, que cuando sea ofendido o maltratado
pensaré en ti y te ofreceré mi dolor, como simbólico calmante de tu pena
VIERNES
EL Señor - Vinieron muy temprano. Llegaron acompañados de gente que habían ido
agregándoseles por el camino, no es difícil azuzar a desocupados y sin responsabilidades
acuciantes. Pilatos tuvo la valentía de decirles que no veía en mí delito alguno. Ellos no
atendían a razones. Gritaban cada vez más fuerte. Para colmo, intervino su mujer, que le envió
una nota de advertencia. Estaba hecho un lio. Se acordó del delincuente que tenía encerrado,
Barrabás, que se había distinguido en un motín y cometido asesinato. Si alguno de los dos
debía salvarse ¿ a quien escogían ellos? les preguntó. Aquella gente estaba borracha de odio y
pidieron mi condena. Ni era todo el pueblo, ni siquiera todos los miembros del Sanedrín, ni tan
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solo me conocían la mayoría de ellos. No estaba ni el ciego, ni el paralítico que había curado, ni
Lázaro.
Se le ocurrió al gobernador a un terrible subterfugio. Pensó que si la gente me veía torturado,
masacrado, sentirían lástima de mí. Era una horrible prueba. Me sometieron a la flagelación. Al
estilo romano, sin ningún control ni norma. Los que les tocó, lo hicieron como si tal cosa. Era
una de sus obligaciones, uno de sus oficios. Machacaron mi espalda y desgarraron mi piel con
total indiferencia. El dolor era inmenso, todo mi cuerpo ardía de dolor.
No habían tenido bastante con verme humillado y atenazada mi cabeza por un casco de zarzas
que oprimían mi cabeza, cubiertas mis espaldas por una vieja capa, atada a mis manos cual
cetro una caña, escupido todo yo, así me presentó a la genteFue un fracaso personal.
Cedió el gobernador y me entrego a un pelotón de soldados, para que me sacaran de la ciudad
y me crucificasen. Era lo normal entre los romanos, que excluían de este martirio a cualquiera
que tuviese su ciudadanía. Había oído yo hablar de este suplicio y de lo terrible que era esta
muerte, pero en aquel momento no me impresionó, tal era mi sufrimiento total. Me
empujaron y salí andando, arrastrándome como podía.
Yo –Señor, ¿eras capaz de caminar hacia el suplicio? He oído que a la mayoría de reos los
tienen que remolcar a empujones, ¿Cómo pudiste hacerlo?
El Señor – Ya te he dicho que el dolor era total, la muerte me parecía el final de aquel
tormento. Añado que se iluminaba mi mente divina y era entonces consciente de que para
esto había sido enviado, te veía a ti y me animaba a aceptarlo, para que me fueses fiel y me
siguieras. Sabía que mi sangre lavaba tus pecados y me imaginaba que un día colaborarías con
lo que había propuesto y proclamado en Galilea. Si fui capaz, fue porque en ti y en los demás
estaba esperanzado.
Por el camino me arrastré como pude, llegó un momento que ya me era imposible avanzar y
temieron que muriera. Entregaron el tosco madero al primero que vieron capaz de trasladarlo
hasta el lugar escogido. Salimos de la ciudad y se pararon en pequeño descampado que ya
tenían preparado. Yo había pasado muchas veces por allí, pero nadie me había dicho que fuera
lugar de ejecuciones.
Te vuelvo a repetir que nunca había visto una crucifixión
Los soldados, en cambio, sabían a la perfección lo que les tocaba hacer y lo iban a cumplir con
maña. Miré en mi entorno y no vi más que ojos hostiles. Por el camino había encontrado a
algunas buenas mujeres que me demostraron compasión y hasta querían aliviar mi tormento,
ahora nadie. Era prisionero de las miradas de todos los asistentes. Tenía miedo. Hasta este
momento, lo poco que había podido pensar sobre la sentencia me había parecido que era
acabar de una vez con tanta tortura. Junto a mí estaban dos hombres más, también
condenados a muerte. No me atrevía a mirar a nadie. Oí a mi espalda un grito horrible,
imagine que habían empezado a cumplir la sentencia con un compañero, cerré los ojos. Sus
gritos herían mis oídos como puñales.
Noté que se acercaban, ni podía distinguirlos, todo yo era sangre, polvo y sudor. A los otros
dos los habían conducido desnudos desde la mazmorra, era la norma. Ignoro el porqué a mí
me enviaron vestido. Pasó muy poco rato, cuando noté que me desnudaban. Lo hicieron con
cuidado, supe más tarde que se quedarían con todo lo que llevaba y no querían que nada de lo
puesto se rasgase, la ropa pegada a mis heridas al arrancarla, me causaba un gran dolor.
Yo –Perdona Señor, y quisiera que sepas que la pregunta te la hago con respeto y reverencia,
pero es que entre nosotros lo he oído hablar ¿Qué sentiste cuando te desnudaron delante de
la gente? ¿Tuviste vergüenza? ¿Cómo te miraban los demás?
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El Señor –Comprendo tu interés, no me ofende tu pregunta y espero entiendas lo que te voy
a decir. En primer lugar que no lo parecía. La sangre, el sudor, el polvo y los salivazos, me
manchaban y cubrían como macabro vestido. Cuando todo, cuerpo y espíritu, está repleto de
dolor y angustia, no hay lugar para sentimientos de vergüenza. Recapacité un momento y
comprendí que si me había dado todo a todos, si la totalidad de lo recibido del Padre, lo había
comunicado a los míos, si había predicado la pobreza, debía en aquel supremo momento estar
así. No podía reclamar propiedades, no podía exigir derechos. Más que desnudo, me sentía
despojado y comprendía que debía ser así.
Al populacho que me rodeaba, a aquellos que me habían condenado, lo único que deseaban
era verme morir. La única curiosidad era escuchar mis lamentos y ver cómo me retorcería de
dolor. Volví a mirar en mi entorno, estaba desnudo, sí, desprotegido, sus miradas eran
punzones, y ya noteníaescapatoria
Juan –Maestro, déjame por un momento que interrumpa. Nuestro pueblo, te lo digo a ti, no
es sensual. Algún párrafo de Oseas y el Cantar, que hayas podido leer son excepción. Le veían
así al Maestro, como podían mirar a un animal, que también va desnudo por el mundo.
Casualmente me di cuenta entonces de que estaba cerca su Madre con otras mujeres que le
amaban y le habían servido con ternura durante sus andares, haciendo el bien a todo el
mundo. Verle así tan indefenso y despreciado, era muy duro para ellas, quien piense de otra
manera es señal de que desconoce nuestra mentalidad o que él mismo tiene la mente repleta
de morbosidad
El Señor –Me tendieron en el suelo, sujetaron bien mi brazo encima del tronco, al clavarse el
metal sentí que mi muñeca se destrozaba. El puño se cerró violentamente, el cuerpo tiraba,
pero me tenían inmovilizado. Estiraron el otro brazo, el libre, y volví a sentir mayor dolor. Ellos
trabajaban sin inmutarse, estaban acostumbrados a su labor.
Levantaron mi cuerpo no sé cómo. Sujetaron el travesaño a un tronco vertical, cabalgué sobre
un saliente, tenía los pies libres, pero fue por poco tiempo. De nuevo largos clavos atravesaron
los tobillos, era horrible. Se añadió, a partir de entonces, una gran opresión en el pecho. Si
aspiraba, los brazos querían, sin conseguirlo, desgarrarse, para que entrara aire. Si expulsaba
el aliento, eran los pies los que se resistían. La respiración, pues, se hizo entrecortada. Me
invadió la fiebre, la sed se hizo insoportable. Uno de los soldados se compadeció de mí y me
acerco algo empapado en posca, por unos momentos sentí alivio.
Las palabras que pronuncié no es preciso que las repita. Las sabrás aceptar, si además de las
circunstancias que te he contado, consideras mi realidad humana y divina. Aquella era la etapa
final de los proyectos del Padre, que a veces se me ocultaba, otras lo sentía próximo y
conseguía serenidad.
Yo –De nuevo te pido perdón, Señor, por mi injerencia. ¿Qué fue tu muerte? Tengo mucho
miedo a morir y el saber que escogiste esta manera de abandonar el mundo me consuela, pero
desearía que me explicases como es la muerte.
El Señor –Es imposible, tu sabes que acompañé a José, mi padre, cuando llegó su momento,
uno puede observar, escuchar, deducir, pero la situación es misterio intransferible. Lo único
que te puedo asegurar, es que tú, que quieres continuar siéndome fiel, no te acongojes, estaré
a tu lado, pegado a ti, aunque no me veas.
Yo –Como siempre que medito tu pasión y muerte quedo impresionado. Hoy me has ilustrado
y he conocido aspectos que ignoraba. Fuiste ajusticiado. No aconteció al amanecer, en
solitario, como hacen hoy en día. El supremo momento de tu vida fue público, la Divinidad no
es reservada, como tú habías dicho tantas veces, lo que hemos conocido como un cuchicheo,
debemos proclamarlo desde los tejados. Ayúdame a ser comunicativo y cordial. Te dejaste
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someter a la befa de Herodes, de soldados aburridos, de una facción de tu pueblo fácil de
manipular. Tu respuesta fue el silencio. Tu Pasión fue dolor, redención, humillación, puerta
abierta para eternidad feliz. En el misterio de tu misterio en el que me sumerjo, siento dolor
por mi conducta, pero ingenuamente me atrevo a recordarte: pese a toda mi mediocridad,
pese a las infidelidades, pese al olvido, tú que lo sabes todo, sabes que te amo. Ahora que veo
que te van a enterrar, quisiera que en tu tumba quedasen enterrados mis pecados.
Resucitaste, pero así como abandonaste allí los lienzos, quisiera que quedaran también mis
faltas.
Dame coraje para contagiar el valor de tu victoria. Que mi rostro proclame que creo en ti,
vencedor del pecado y de la muerte. Quiero ahora repetirte muchos nombres, mi oración será
letanía, añadiré a continuación de cada recuerdo personal, la súplica que escuchaste en la
cruz: acuérdate de él, de ella, de ellos, de todos, ahora que estás en tu Reino.
El Señor –Siempre me tendrás contigo si me invocas, mi Padre, al que le pregunté porqué
me había abandonado, no fue así, pese a que imaginé que en la cruz estaba solo, era mi
humanidad la que lo reclamaba, mi divinidad supo valientemente proclamar: en tus manos
encomiendo mi espíritu, cuando todo estuvo cumplido.
Recuerda siempre la lección que quisiera aprendieses: mi estancia en la tierra fue fidelidad al
Padre y esperanza en ti. No me defraudes. Acuérdate de estos mis amigos, que por un
momento me dejaron solo, pero que luego, cuando se encontraron conmigo resucitado, y más
tarde recibieron el impulso del Espíritu, fueron capaces de grandes hazañas.
Juan –Era muy chico cuando le conocí, fui el último en abandonar este mundo. Os dejé
muchos apuntes que quisiera os fuesen útiles. El Maestro lo que decía lo tenía muy pensado,
yo lo que anoté y escribí, lo hice con sincera responsabilidad, he sabido que lo realice
inspirado. La Fe y la Gracia nos hermanan, espero nuestro encuentro definitivo en lo
intemporal. Todo es Gracia, todo Amor y, en consecuencia: felicidad suprema.
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