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LA NATURALEZA, HUELLA DE DIOS
Lucio del Burgo
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Hay que cuidar el planeta. En estas últimas décadas nos
hemos hecho muy sensibles al cuidado de la tierra y de
todos sus habitantes. Se mira el bien de toda clase de
especies animales, nos preocupa la salubridad de nuestros
mares y ríos. La creación de un ambiente más limpio y sin
tanta contaminación está en el programa de nuestros
políticos. ¡La hermana tierra! Los grandes místicos han sido
muy sensibles en el campo de la ecología, han encontrado
la huella de Dios en todo el universo. De aquí la actualidad
de nuestro artículo. ¿Tiene Teresa de Jesús una palabra
válida en este campo para los hombres y mujeres de hoy?
Teresa no vibra ante la naturaleza como San Francisco,
Fray Luís de León y Juan de la Cruz. No encontraremos en
la Santa de Ávila una poesía como en los autores antes
mencionados. Lo que sí nos ofrece la Santa es su
experiencia mística expresada en símbolos naturales: el
agua, el fuego, el camino, el castillo, el río…
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La experiencia más genuina de la Santa
Es el encuentro con la persona de Cristo. Es el manantial
de donde brota toda la experiencia teresiana: la humanidad
del Señor. Cristo libro vivo donde se aprenden todas las
verdades. Una y otra vez hemos de recordar y beber de
esta agua para apagar la sed presente en el corazón
humano, sed de experiencia, de Dios y de Cristo. Para
Teresa Jesús es el Maestro interior, la Palabra de Dios, el
Señor, el modelo de vida (“dechado). Jesús es la verdad, la
hermosura, el agua viva, la fuente viva, el esposo, el amigo,
“amigo que nunca falla”. Si hubiera que escoger una poesía
teresiana que reflejara lo que estamos diciendo, señalaría
la siguiente:
“Oh hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir, dolor hacéis,
y sin dolor, deshacéis
el amor de las criaturas”.
Para Teresa, la vida cristiana es una Persona, la persona
de Jesús, la relación y la amistad con el Señor. Una
relación personal íntima, cercana, no en las nubes y en una
región lejana. Teresa ha experimentado con fuerza a un
Dios con nosotros, a nuestro lado, dentro de nuestro
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corazón. Y esta realidad la expresa con la intensidad de un
profeta: “Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo
de ir; por donde pasareis, tengo de pasar” (CV 26,6). Sin
esta experiencia sabrosa y que la ha sacado fuera de sí, no
se entiende la vida de la Mística Abulense y su mensaje.
La naturaleza, libro abierto de Dios
Para explicar su experiencia de Cristo, base fundamental
de sus escritos y de su obra en la Iglesia, echara mano de
los elementos naturales, de la vida de cada día, de los
animales, del matrimonio, hasta del juego de ajedrez. En
este sentido vamos a señalar algunos elementos, no todos,
que nos pueden dar una idea de la sensibilidad teresiana
por la naturaleza.
Empecemos por una anécdota, lo cuenta María de San
José en el “Libro de Recreaciones”. “Aquel primer día
llegamos a la siesta en una hermosa floresta, de donde
apenas podíamos sacar a nuestra santa Madre, porque con
la diversidad de flores y canto de mil pajaritos toda se
deshacía en alabanza de Dios. Fuimos a tener la noche en
una ermita de san Andrés que está debajo de la villa de
Santisteban, donde a ratos rezando y a ratos descansando
sobre las frías y duras losas de la iglesia, pasamos la
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noche bien alegres, aunque con poco regalo” (Novena
recreación, “Escritos Espirituales”, , Roma, 1979, p. 193-
194).
Teresa va a recurrir a los símbolos para explicar su
experiencia mística. Es una necesidad ante la inefabilidad
de lo que está acaeciendo en su vida. Con una frecuencia
machacona va a señalar: “yo no lo sé decir” (V 12,15), “yo
no podré decir cómo es” (V 20,8). Cuando narra la gracia
del dardo, se expresa de esta forma: “no se puede
encarecer ni decir el modo con que llaga Dios el alma” (V
29,10).
En la simbología teresiana tiene un lugar muy destacado el
agua en sus distintas manifestaciones, pero abundan otras
comparaciones caseras como los aromas y las flores, las
posadas, el amor, los pucheros, la posada, las moradas.
También recurre a los símbolos cósmicos como la noche,
los bosques, el monte, la llama, la lluvia, las nubes, el
amanecer, el anochecer, el sol, el cielo, el mar y las olas…
Atracción por el agua
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Nos detenemos en el agua porque tiene un protagonismo
muy fuerte en los escritos teresianos. La misma autora
señala su importancia y las distintas funciones que
desempeña en la vida de cada día. “Soy tan amiga de este
elemento, que le he mirado con más advertencia que otras
cosas; que en todas las que crió tan gran Dios, tan sabio,
debe haber hartos secretos de que nos podemos
aprovechar; y así lo hacen los que lo entienden, aunque
creo que en cada cosita que Dios crió hay más de lo que se
entiende, aunque sea una hormiguita” ( 4 M 2,2).
En el libro de la Vida el agua que riega el huerto del alma
adquiere un relieve especial. Nuestra Santa habla de las
cuatro formas de regar: el pozo, la noria, el arroyo y la
lluvia. De este modo explica las distintas formas de oración
e ilustra el camino espiritual del cristiano.
“Ahora, pues, aplicadas estas cuatro maneras de agua de
que se ha de sustentar este huerto, porque sin ella
perderse ha, es lo que a mí me hace al caso, y ha parecido
que se podrá declarar algo de cuatro grados de oración, en
que el Señor por su bondad ha puesto algunas veces mi
alma” (V 11,8).
“De los que comienzan a tener oración podemos decir son
los que sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo,
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como tengo dicho, que han de cansarse en recoger los
sentidos; que, como están acostumbrados a andar
derramados, es harto trabajo. Han menester irse
acostumbrando a no se les dar nada de ver ni oír, y aun
ponerlo por obras las horas de la oración, sino estar en
soledad, y, apartados, pensar su vida pasada; aunque esto,
primeros y postreros, todos lo han de hacer muchas veces”
(V 11,9).
Un icono teresiano que concentra el significado del “agua”
es la estampa que llevaba en su breviario de la Samaritana
al pie del pozo de Jacob y al lado de Cristo con esas
palabras evangélicas que tanto repetiría la Santa en su
oración: “Señor, dame esa agua”. Merece la pena que
escribamos el texto por lo significativo y conocido que
resulta, hasta tal punto que en la fiesta de Santa Teresa, en
el misal propio de los Carmelitas Descalzos, han puesto
este texto de Juan en el evangelio de la Eucaristía:
“¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el
Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel
evangelio. Y es así, cierto, que sin entender como ahora
este bien, desde muy niña lo era y suplicaba muchas veces
al Señor me diese aquel agua, y la tenía dibujada adonde
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estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al
pozo: Domine, da mihi aquam (Jn 4,15)” (V 30,19).
Un rico repertorio de elementos de la naturaleza
Además del agua vamos a enumerar otros elementos
naturales empleados por la Santa para describir el camino
cristiano. Empezamos por el “gusano de seda” que se
cambia en mariposa. Teresa emplea este simbolismo para
explicar el trabajo ascético hasta la plena transfiguración
mística.
“Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo
que he dicho todo lo demás; que, cuando está en esta
oración bien muerto está al mundo, sale una mariposita
blanca. ¡Oh grandeza de Dios, y cuál sale un alma de aquí,
de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios
y tan junta con él” ( 5 M 2,7).
Otro elemento usado por la Santa es el matrimonio. Lo
emplea para simbolizar la unión entre el alma y Dios,
cumbre de la experiencia religiosa. Emplea este simbolismo
para explicar su propia vida interior.
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“Ya tendréis oído muchas veces que se desposa Dios con
almas espiritualmente” (5 M 4,3).
La contraposición agua-fuego (C 19,3). Animales como la
abeja, la hormiga, la araña, la paloma, el águila, el león, las
musarañas, las aves, el sapo, las lagartijas… van a servir
para las comparaciones y explicaciones de la vida
espiritual.
A la hora de centrarse en el ser humano y admirarse de su
grandeza, el castillo de diamantes va a tener una prioridad
en el libro de las Moradas, pero también la persona
humana va a ser un huerto de flores, un gusano con
vocación de mariposa, esposo de Cristo, paraíso de Dios,
“paraíso adonde dice Él tiene sus deleites” (1 M 1,1).
No podemos silenciar algunas citas que son muy conocidas
y que expresan la sensibilidad teresiana. La primera es una
carta a su hermano Lorenzo donde le explica la fundación
de San José y le dice que “aunque pobre y chica, mas
lindas vistas y campo” (23 de dic.1561, carta 2, punto 6).
En otra ocasión a su amigo don Teutonio de Braganza con
dificultades en la oración le recomendará: “Procure vuestra
señoría algunas veces, cuando se ve apretado, irse adonde
vea cielo, y andarse paseando, que no se quitará la oración
por eso, y es menester llevar esta nuestra flaqueza de arte
que no se apriete el natural. Todo es buscar a Dios, pues
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por él andamos a buscar medios, y es menester llevar el
alma con suavidad” (Carta 3 de julio 1574, punto 4).