Domingo de Ramos, Ciclo A
Sr. Cardenal Julio Terrazas Sandoval, CSsR
Arquidiócesis de Santa Cruz, Bolivia
Queridos hermanos y hermanas:
Jesús entra en Jerusalén para dar cumplimiento a la voluntad del padre y
para salvar a su pueblo entregando su propia vida en lugar de quitársela a
los demás.
El Domingo de Ramos se celebra para poder revivir entre nosotros todo lo que el
Señor ha hecho para que seamos libres, para que volvamos a ser hijos del mismo
padre. No es la Semana Santa un espacio para divertirnos o para hacer llegar las
dificultades y los problemas que sentimos cada día. Vamos a entrar en Jerusalén,
Jesús entra a Jerusalén para dar cumplimiento a la voluntad del Padre y a la forma
extraordinaria de salvar a su pueblo entregando su propia vida en lugar de quitar la
vida a los demás.
Jesús entra a Jerusalén, la Iglesia toda, entra también este domingo para poder
saborear una vez más a aquellos acontecimientos extraordinarios que Dios nuestro
padre a través de su hijo ha hecho por nosotros. Estamos invitados a entrar a
Jerusalén, la Jerusalén de Dios, la Jerusalén de la libertad, de la paz verdadera y
auténtica entre todos. La Jerusalén donde reina el Dios de la Vida, esa es la
Jerusalén a la que estamos invitados a entrar, allí nos espera Jesús, para volver a
recordarnos las formas y maneras que deben tener sus discípulos de seguirlo y
trabajar por su causa. Lo hacemos hoy día en unión con toda la Iglesia, de manera
especial con el Santo Padre, que ayer cumplía 84 años de edad, él mismo hace
poco, dio su bendición a Bolivia y me pidió que le expresara su saludo paternal. Nos
unimos a un país, el nuestro, a través de los medios de comunicación social, para
llevar el testimonio de paz de este pueblo que peregrina en Santa Cruz, testimonio
de paz, de verdad, de justicia, de amor a aquellos que sufren para poder salvarles
de los lugares de opresión en que se encuentran.
Lo hacemos unidos a toda nuestra ciudad azotada por tanta inseguridad, nos
unimos para repetir también con el señor gobernador de este departamento, que
cualquier prueba de esa clase, tiene que despertar la esperanza de que unidos
todos podemos vencer también esos males que están arruinando la vida y el
corazón de nuestro pueblo. Nos unimos de manera especial a quienes andan
buscando signos de vida y que utilizan medios de muerte, las invasiones a algunos
terrenos, las muertes en las calles, todo aquello que es violencia se opone al
espíritu del Señor, que entra hoy para mostrarnos que nuestra actuación tiene que
ser otra. Por eso es bueno escuchar al profeta Isaías para que con el podamos
comprender y captar mejor lo que estamos celebrando, el mismo Señor, dice
Isaías, me ha dado una lengua de discípulo, lengua para que hable palabras que
reconforten a los que están abatidos, eso es lo primero que tenemos que captar,
que el Señor nos dé una lengua de discípulo, de sembrador de paz, de sembrador
de justicia, de sembrador de vida en abundancia para todos, una lengua que nos
haga hablar siempre por el bien denunciando o callando como dice el Señor ante los
que provocan el mal. Cada mañana El despierta mi oído para que yo escuche como
un discípulo, cada mañana el señor nos habla, y en esta semana queremos que el
nos de palabra y abra nuestro oído, no importa si esto nos va a traer como
consecuencia el sufrimiento, el insulto, la maldad, la cárcel, la muerte. Tenemos
que ser capaces de actuar como Dios, escuchando y dando palabras de esperanza a
aquellos que la necesitan con urgencia.
Cristo sufrió por nosotros, pero no termina en el fracaso, ni termina en la
muerte, ni termina en el sepulcro
Tenemos que entrar en semana santa con el mismo espíritu de Jesucristo, el que
era Dios, dice Pablo, el que era Dios, no dudó un solo instante en hacerse uno de
nosotros, en hacerse un servidor, El sufrió todo aquello que el profeta había
señalado ya con anterioridad, lo sufrió en su propia persona, en su propio pueblo
por la salvación de todos, pero no termina en el fracaso, ni termina en la muerte, ni
termina en el sepulcro. Cristo es resucitado par gloria del Padre y para bien de
todos nosotros.
Ese espíritu tiene que acompañarnos en esta semana, a todos. Busquemos las
cosas de Dios, hagámonos servidores de todos. Pero sepamos que a pesar de las
incomprensiones no espera también la resurrección que el padre le dio a su propio
hijo. Para que este espíritu se vuelva meditación y reflexión, par que no sean días
de fuga o de bulla, nuestra Iglesia en Bolivia nos ha dado un materia extraordinario
para leerlo y releerlo para que sepamos porque somos cristianos y para que
estamos puestos aquí en esta tierra que el señor nos ha dado, para que podamos
despertar nuestra fe en el Señor, para que podamos potenciar toda la fuerza del
espíritu.
Para que podamos ir sembrando aquello que necesitamos más que nunca en
nuestro pueblo, en nuestra sociedad, no lo hacemos con altanería ni con palabras
huecas, este mensaje esta carta pastoral tiene que estar al alcance de todos para
que allí podamos ir bebiendo y viendo como nuestra Iglesia se preocupa de que
nosotros comprendamos y captemos que significa ser discípulos hoy en nuestra
tierra.
Hay que mandar sirviendo, hay que ejercer autoridad (…) buscando el
sentido de ser servidor de todos, servidor de la verdad, servidor de la vida,
servidor de la justica y de la paz para todos.
Los conflictos aparecen por todos lados, las dificultades de dialogo se multiplican,
parecería que hay como una consigna de acallar la voz y la palabra de Jesús en
estos días. Peo yo creo que es importante por lo menos captar algunos aspectos de
la pasión del Señor que hemos escuchado y que hemos meditado en esta procesión
que se ha hecho desde la Iglesia de Jesús Nazarenos hasta acá. Cristo el Señor va a
entrar a Jerusalén como rey de todo su pueblo, pero va a entrar de una manera
extraordinaria de una manera pobre y sencilla, con humildad, sin apariencias
externas, sin boatos inútiles, el va montar en un burrito y va entrar allí a su pueblo,
la gente sencilla le va poner sus alfombras o sus mantos para que par que pase por
allá y todos van a tomar ramas de los árboles para aclamarlo como ¡bendito el que
viene en el nombre del Señor! Esto ya es una enseñanza y está muy recapitulada
en nuestra carta. Hay que mandar sirviendo, hay que ejercer autoridad de cualquier
clase que sea, buscando el sentido de ser servidor de todos, servidor de la verdad,
servidor de la vida, servidor de la justica y de la paz para todos.
Lo vemos al Señor, en todo el recorrido del sufrimiento de su pasión, nada de
palabras altaneras, nada de defensas inútiles, cumpliendo la voluntad del padre,
porque sabía que ese era el precio que el padre le había pedido par que nosotros
seamos libres, para que nosotros seamos salvados. Sencillo y humilde, su entrada a
Jerusalén no es de aquellas que producen terremotos de odio y de venganza,
producen sensación de que algo nuevo está ocurriendo, de que Dios está
cumpliendo su palabra hay una conmoción en el pueblo, pero no es la del susto la
del miedo la conmoción que hace escapar a unos que se sienten perseguido o a
otros que se persigue de verdad.
Ahí está nuestro Señor, vamos a dar un paso más en esta reflexión. El juicio al que
se somete al Señor es un juicio casi brutal, inhumano, un juicio que no tiene en
cuanto ni las prescripciones, ni las normas, ni las leyes de ese tiempo. Un juicio
injusto. No será este también el momento de pensar que podemos erradicar esa
clase de juicios que se emiten en nuestro país. A veces por las autoridades
competentes, a veces entre grupos o entre personas juzgamos y siempre estamos
humillándonos los unos a los otros.
Nuestra carta pastoral da elementos claros para que también la pasión de Cristo,
injusta en todo sentido, no se repita más entre nosotros. Por eso se habla de leyes
justas, de leyes con ética, de leyes morales, de aptitudes altas, grandes que sirvan
para levantar al pueblo y no para hundirlo más.
No quisiéramos que nuestro pueblo termine gritando crucifícalo,
crucifícalo, quisiéramos que termine pidiendo la paz y la verdad de Dios.
Vamos a aprender también, y lo hemos escuchado en la lectura de la pasión, que es
muy fácil manipular a las personas, hacer que hagan lo que algunos deciden en
silencio o a ocultas. Allí están los sumos sacerdotes de entonces, ese grupo que le
tenía un odio tremendo al Señor, mientras el Señor hablaba con Pilato. Nos lo dice
el texto de Mateo, los sacerdotes instruían a la gente par que pidan la muerte y la
crucifixión de Jesús. Bajo esa consigna, haciéndose eco de un grupo que nunca
alabó al Señor pero que ahora se permite condenarlo también en público. Es una
enseñanza también para nosotros, no quisiéramos que nuestro pueblo termine la
semana santa gritando crucifícalo, crucifícalo, quisiéramos que termine pidiendo la
paz y la verdad de Dios, que reine brote y de frutos en abundancia en medio de
nosotros. La manipulación de las personas y de los grupos, las consignas que se
dan, los odios que se provocan y se acrecientan tiene que ser terminados de raíz.
No podemos repetir y no podemos permitir que nuestro pueblo este pidiendo la
muerte de Jesús y la libertad de un delincuente barrabás.
Así estamos invitados a entrar en Jerusalén, ojalá que no lo olvidemos, ojalá que
seamos capaces de dar señales y compromisos por esta vida que el Señor nos
consigue. La pasión nos lleva inexorablemente a contemplar a Jesús en la cruza y
eso nos conmueve y eso nos conmociona, pero Dios tiene sus planes, la cruz no es
el final es la resurrección y a veces nuestra gente, nosotros mismos somos, capaces
de adornar las cruces y nos olvidamos de la vida del Señor que sigue de un lugar a
otro ofreciendo vida, paz y esperanza para todos. Que el Dios de la vida nos
permita hacer este ingreso, a nuestra propia vida, a la vida de nuestra Iglesia y a la
vida de nuestra sociedad. Amén.