Viernes Santo en la Pasión del Señor.
¿Qué significa la cruz para los cristianos?
(Estos textos han sido escritos por José Portillo Pérez).
¿Es cierto que se deben eliminar los crucifijos de los lugares públicos, porque los
tales son representaciones violentas marcadas por el masoquismo? Quienes tienen
tal pretensión, no conocen el significado que los cristianos le damos a la cruz.
Muchos tenemos la dicha de vivir en países en que existen muchos medios que nos
facilitan la vida en gran manera, lo cual, en vez de tener un efecto positivo, ha
logrado que perdamos el afán de esforzarnos por alcanzar metas elevadas, porque
las tales significan que tenemos que estar acostumbrados a superar dificultades. Es
razonable el hecho de evitar sufrir, y de evitar dificultades cuando ello sea
conveniente, pero muchos no conocemos el término medio de los dos extremos de
obviar todo esfuerzo y de realizar actividades que superan nuestras posibilidades, lo
cual puede sumirnos en el más lamentable de los fracasos.
Hoy no celebramos la Eucaristía porque conmemoramos la muerte de Jesús, así
pues, si es posible, en torno a la hora en que murió el Señor, la Iglesia recuerda su
Pasión mediante el relato de la misma del cuarto Evangelista, porque el mismo nos
hace comprender las palabras que nuestro Señor les dijo el Domingo de Pascua a
los discípulos que huían de Jerusalén a Emaús.
""¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!
¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?"" (LC. 24,
25-26).
¿Cómo se puede comprender el valor de la Pasión y muerte de Jesús y el
significado de la cruz de nuestro Salvador en un mundo que ha aprendido a evitar
el sufrimiento a toda costa? ¿Cómo se les puede inculcar a los adolescentes y
jóvenes el valor del esfuerzo constante a la hora de alcanzar una meta, cuando los
tales dejan de estudiar pensando que ello no resolverá su futuro a la hora de
trabajar, muchas veces porque sus padres no les privan de ningún capricho?
En la Biblia se nos enseña que estamos en este mundo de paso, así pues, hasta
que la tierra no sea el Reino de Dios, y seamos resucitados con Jesús, no podremos
ver realizadas todas nuestras aspiraciones. Esta es la causa por la que San Pablo
nos dice que, en este mundo, tanto la dicha como el dolor, constituyen breves
momentos de nuestra existencia.
"Os prevengo además, hermanos, que el tiempo se acaba. En lo que resta, los
que están casados vivan como si no lo estuvieran; los que lloran, como si no
lloraran; los que gozan, como si no gozaran; los que compran, como si no fuera
suyo lo comprado; los que disfrutan de los bienes de este mundo, como si no lo
disfrutaran . Porque todo el montaje de este mundo está en trance de acabar" (1
COR. 7, 29-31).
La pretensión de San Pablo no consiste en que dejemos de llevar a cabo nuestras
responsabilidades, sino en que encaminemos nuestros pensamientos y actos al
tiempo en que no nos será necesario tener fe, porque viviremos en la presencia de
nuestro Padre y Dios.
A pesar de que los predicadores llevamos a cabo grandes esfuerzos para que
nuestros oyentes y lectores celebren la Pascua de resurrección adecuadamente,
tenemos que reconocer que, los cristianos que sufren por cualquier causa, al
identificarse con Jesús crucificado, le dan más importancia al Viernes Santo que al
tiempo de Pascua, porque su identificación con el Cristo sufriente les impide
sentirse desamparados por Dios algunas veces, y porque les cuesta un gran
esfuerzo creer que el mismo Dios, cuando menos lo piensen, los socorrerá, así
pues, en el libro de Isaías, leemos:
"Quien desee ser bendecido en la tierra, deseará serlo
en el Dios del Amén, y quien jurare en la tierra, jurará en el
Dios del Amén; cuando se hayan olvidado las angustias
primeras, y cuando estén ocultas a mis ojos.
Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no
serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria;
antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a
crear. Pues he aquí que yo voy a crear a Jerusalén
«Regocijo», y a su pueblo «Alegría»;
me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin
que se oiga allí jamás lloro ni quejido" (CF. IS. 65, 16-19).
Cuando meditamos la Pasión de Jesús, podemos pensar que, si hubiéramos
podido acompañar a nuestro Señor durante las horas de su agonía, aunque no le
hubiéramos evitado el sufrimiento, no hubiéramos estado de acuerdo, ni con Judas,
ni con las autoridades político-religiosas que lo condenaron, ni con el populacho
que, después de haber sido beneficiado por la bondad del Mesías, se conformó con
pedir su crucificción, a cambio de que obtuviera la libertad uno de sus hermanos de
raza quien curiosamente también se llamaba Jesús, que había asesinado a un
romano en una revuelta. Si hubiéramos estado en el huerto de los Olivos y
hubiéramos visto a Jesús sudando gotas de sangre que le caían al suelo por causa
de la angustia que lo embargó al pensar en el sufrimiento que lo aguardaba, no nos
hubiéramos quedado dormidos como lo hicieron los Apóstoles Pedro, Juan y
Santiago. Si hubiéramos visto a Jesús calumniado ante el Sumo Sacerdote, y con la
cara amoratada por los golpes que recibió, aunque no hubiéramos evitado su dolor
por nuestra carencia de poder, en el fondo de nuestro corazón, hubiéramos sentido
que su Palabra es la verdad, lo cual nos hubiera hecho adolecernos de la injusticia
con que fue tratado.
Si hubiéramos visto a Jesús humillado por Pilato, quien inicialmente no quiso
juzgarlo por considerar que su falta de cordura no lo hacía digno de morir, y
burlado por Herodes, ello nos habría hecho predicadores valientes, continuadores
de la obra que el Mesías no terminó de llevar a cabo, y, consiguientemente, se la
encomendó a los hijos de su Iglesia.
Si hubiéramos visto a Jesús manando sangre de sus heridas, si hubiéramos
escuchado las frases que Jesús pronunció en la cruz, ¿habríamos comprendido que
al hacer estas consideraciones hacemos el trabajo de los actores griegos llamados
hipócritas porque representaban facetas no correspondientes a su vida, si no nos
solidarizamos con los crucificados de este mundo? Muchas veces celebramos la
Eucaristía, y, antes de salir del templo, oramos ante las imágenes de los Santos a
quienes veneramos, pero, al salir de la iglesia, ¿nos informamos con respecto al
hecho de si el mendigo que pide limosna en la puerta de la casa de Dios tiene
necesidades reales, y es atendido por alguna ONG?
Dado que Jesús murió una sola vez, todos los años, el Viernes Santo, Jesús no se
queja por causa de su dolor, sino por la situación de sus hermanos desamparados,
porque los cristianos nos hemos creado dioses individuales hechos a nuestra
imagen y semejanza. Recuerdo un día en que casualmente tuve la oportunidad de
chatear con un empresario y un trabajador del mismo que estaban en desacuerdo.
Como los dos eran cristianos, el empresario acosaba al trabajador mencionándole
versículos bíblicos en que se les insta a los empleados a cumplir sus obligaciones
como si sirvieran a Dios, mientras que el segundo se defendía, argumentando en su
defensa con otros textos en que se dice que para Dios todos somos iguales,
independientemente de si somos empresarios o trabajadores.
Estoy de acuerdo con la identificación que quienes sufren hacen con Jesús
crucificado, si, al no sentirse solos, los tales se sienten confortados. La imagen del
Señor crucificado, no debe ser únicamente la estampa que contemplamos el
Viernes Santo, pues también debe ser la motivación que debe impulsarnos a ser
solidarios y caritativos con quienes nos necesitan, si en verdad queremos vivir en
un mundo en que se extingan las cruces de nuestros hermanos los hombres, para
que así podamos identificarnos con Jesús Resucitado.
Todos los días son Navidad, si renace en nuestro corazón la esperanza de que
nuestra tierra sea el Reino de Dios, y por ello nos solidarizamos con las carencias
de nuestros prójimos los hombres.
Todos los días son Jueves Santo, si, a imitación de Jesús, somos un pan que se
parte y comparte, con tal de evitar, -en conformidad con nuestras escasas
posibilidades-, el sufrimiento de nuestros hermanos los hombres.
Todos los días son Viernes Santo, si por el pecado de nuestro egoísmo la pobreza
y la exclusión social le ganan terreno a la fe y el amor, y nuestros hermanos los
hombres, sumidos en sus sufrimientos, no pueden creer en nadie ni en nada que
les ayude a vivir.
Todos los días son Domingos de Pascua, si imitamos la conducta y la fe de quien
se fió de Dios hasta el punto de dejarse crucificar, creyendo que tenía poder para
vencer a la muerte desde la entraña de la misma.
Jesús crucificado, nos interroga.
¿Qué más puedo hacer para que me dediquéis una mirada?
Al principio de los tiempos, quise que habitárais el mundo, para que fuéseis la luz
que ilumina a los que hierran, el corazón que perdona a quienes le hieren, los labios
que sólo saben hablar de amor...
Ante los actos de la soberbia humana, quise hacerme presente entre vosotros,
me despojé de mi Divinidad, y sólo conseguí pasar desapercibidamente entre la
multitud.
Nací entre los pobres, para que mi misericordia se manifestara plenamente entre
vosotros, pero os contentásteis con tirarme una moneda que os sobró cuando
fuísteis a comprar cerveza y tabaco.
En el mundo del ruido, quise hablaros, para ver si sois capaces de explicar la
importancia de la paz y los besos fraternos, pero vosotros me ignorásteis, porque
vuestros caminos, no son mis caminos.
Quise hablaros de la abundancia del Reino de Dios a través de múltiples milagros
o prodigios, pero vosotros utilizásteis el poder de vuestra ciencia, para desplazar el
amor, ante la evidencia de la lógica humana.
Quise morir para enseñaros a perdonar al ser redimidos, pero no habéis querido
dejar de cumplir aquello de "ojo por ojo, y diente por diente", como si nadie tuviera
derecho a cambiar su óptica.
Todos los días me entrego a vosotros hecho Sacramento de amor para enseñaros
a ser artífices de la donación, mientras que me volvéis a asesinar en vuestro
interior, cada vez que le negáis vuestro pan y hogar a los más desfavorecidos.
Quise daros la Unción de enfermos para restablecer vuestras almas del pecado,
pero vosotros decís que este Sacramento es ineficaz, porque no habéis sido curados
de vuestro egoísmo.
¿Por qué me pedís que abra los ojos a los ciegos, si os negáis a abrir los
vuestros?
¿Por qué me pedís que haga oír a los sordos, si no oís gritar a quienes proclaman
mi Evangelio?
Decidme, pueblo mío, ¿qué puedo hacer para ser digno de que me miréis con un
poco de ternura?
Oremos:
-1. Lector. Siempre me sentí un poco frustrado cuando pensaba en alcanzar la
plenitud de la felicidad. Así pues, cuando era niño, quise ser adolescente, y, cuando
llegué a la adolescencia, deseé ser adulto.
Cuando fui adulto, deseé trabajar, tener hijos y casarme.
Cuando conseguí las metas que me propuse, me cansaba mi trabajo, y deseé con
toda mi alma que mis hijos se casaran, pues mi esfuerzo era agotador.
Cuando mis hijos abandonaron mi casa, sentí que la espada de la soledad
traspasaba mi corazón.
Todos. Señor, cuando más pensaba que no existes, cuando menos deseaba
convertirme a tu Evangelio, me hiciste descubrir mi ceguera, pues la felicidad no
consiste en desear la consecución de determinadas metas exclusivamente, sino, en
gozarnos de lo que hemos conseguido en este momento, y en pensar que nuestro
presente y futuro, son mejores que el pasado que hemos vivido.
-2. Lector. Hermano y Señor mío, quiero confesarte que soy racista. He
descubierto que, en ciertos momentos, mi odio no sólo se ha extendido a los
hombres que no son de mi raza, sino a todo el mundo, a mi familia, a mí mismo. La
vida no ha sido muy generosa conmigo, pero, Tú, Señor, me has enseñado que
todos llevamos algo impreso en el alma, que no prevalece ni ante la realidad de la
muerte.
Todos. Señor Dios Todopoderoso: Haz que tu amor y tu Palabra desciendan sobre
nosotros como simiente de un nuevo Edén. Haz que nuestras almas no sean
semejantes a la tierra infértil.
-3. Lector. Hace muchos años empecé a predicar tu Evangelio de salvación en mi
comunidad parroquial, en Internet, y, en otros medios de comunicación, y creo que
todo lo que he predicado no sirve, pienso que no estoy capacitado para conseguir
que mucha gente se convierta a ti.
Todos. Padre nuestro de la vida: Te pedimos con humildad que el número de
nuestros hermanos en la fe, sea cada día más elevado en nuestra comunidad
parroquial, en Trigo de Dios, pan de vida, y las demás páginas que a través de la
Internet predican tu Santidad.
4. Lector. Jesús, Verdad que nos haces libres: Todos los años conmemoramos tu
Pasión y muerte con cierta rutina, porque somos cobardes para reconocer el
significado teológico del dolor. Es bonito pensar que fuiste humillado para
ensalzarnos hasta el Reino de Dios, pero es difícil aceptar nuestro propio dolor, nos
da miedo lo que la gente pensará de nosotros, a la hora de expresar nuestra fe en
tu Divinidad Suprema.
Todos. Padre y Dios bueno: Ábrenos los labios, para que nuestra boca proclame
tus alabanzas. Ayúdanos a orar día y noche, concédenos anunciar tu Evangelio sin
descanso, haz que florezca la justicia en esta tierra blanqueada con la purificadora
Sangre de tu Hijo, Hermano y Señor nuestro.
Podéis añadir todas las peticiones que el Espíritu Santo os inspire para esta
ocasión. No seáis tímidos a la hora de expresar vuestros sentimientos en público, si
lleváis a cabo este ejercicio en grupos. Dejad que las emociones afloren en vuestra
alma y vuestra piel en esta tarde de Pasión.
Meditemos en estado de recogimiento interior.
Esta mañana nos despertamos oyendo no sé qué rumor de que iban a crucificar a
uno de nuestros hermanos de la raza de los hijos de Dios. La mayoría de nosotros
nos afligimos porque la injusticia es reina y señora de este mundo. Minutos
después, supimos que el ajusticiado era Jesús, el gran Profeta a quien no supimos
defender en su momento. Al parecer, Jesús fue arrestado durante la noche de ayer,
fue enjuiciado ante Anás, Caifás, -el Sumo Sacerdote-, y, Pilato.
Apenas me informé de los últimos acontecimientos de la noche de ayer, corrí al
Tribunal de Pilato, para saber de qué se acusaba a Jesús. Cuando me acerqué al
Enlosado, no pude reconocer a Jesús en el Hombre que encontré ante mí. Parecía
leproso, no tenía aspecto humano. Si la gente huye de los leprosos por temor a ser
contagiada por dicha enfermedad, a este hombre nos acercábamos todos, para ver
su desfigurado rostro, quizá fingiendo falsa compasión, quizá escondiendo una
pequeña semilla de fe en nuestro débil corazón.
No hubo forma de evitar la condena de Jesús.
Señor, si nos abriste los ojos para concedernos tu luz, nosotros bien supimos
mantenerlos cerrados, para no contemplar tu derrota, causa de nuestra cobardía.
Tú nos enseñaste a orar, a hablar con Dios, y, nosotros, no supimos defender
nuestra vida en la vida de Dios, pues, más bien, oramos, insistentemente, para que
pasara la hora de las tinieblas. Aún no es tarde, Señor, para socorrerte en nuestros
hermanos que sufren.
La Cena del Señor (San Marcos, 14, 12-26. San Mateo, 26, 17-30. San Lucas, 22,
14-38. San Juan, capítulos 13-17).
Nota: Incluyo la participación de la Madre de Jesús en la última cena en esta
dinámica catequética, para poner en sus labios la explicación de la muerte del
Mesías.
Jesús. -Padre mío, Padre Santo, al fin ha llegado la hora de que mis humildes
seguidores empiecen a percatarse de que muero por todos los hombres desde que
tú y yo creamos el universo a partir de la nada. Nos ha parecido oportuno el hecho
de reunirnos en el Cenáculo para que yo pueda despedirme de mis seres queridos
antes de vivir ese fin que para todos los hijos de Dios no es más que el principio.
Mis seguidores hablan de la Pascua, de la dominación romana... Ninguno de los que
estamos aquí reunidos mencionamos la razón por la cual vamos a celebrar nuestra
primera Pascua cristiana juntos.
Me dirijo a mis seguidores en estos términos.
"-Deseo que me escuchéis, porque esta es la última ocasión en que voy a
hablaros. El tiempo nos apremia y es preciso que yo me esfuerce para aclarar
vuestro inmenso mar de dudas. Sé que todos estáis viviendo un terrible estado de
confusión. Quiero deciros que yo también estoy siendo atormentado por mi
debilidad.
Siguiendo la tradición de Moisés y del pueblo de Israel, debemos recordar la
razón por la cual nos hemos reunido las familias hebreas durante más de 1200 años
para celebrar la Pascua del Señor. Este año debo ser breve en mi relato, pues me
apremia el tiempo de mi detención. Moisés fue designado por el Padre del cielo para
sacar a nuestros antepasados de la esclavitud que les impusieron los faraones
egipcios, y yo he sido designado por nuestro Dios para que todos juntos venzamos
nuestras dificultades según las posibilidades que nos otorgan los dones y virtudes
que hemos recibido de Dios. 'las negativas de Ramsés respecto de la petición de
Yahveh de liberar a los hebreos cautivos eran semejantes a los tiempos de prueba
que nosotros hemos vivido no sólo durante estos 3 años de ministerio comunitario,
sino durante todos los días de nuestra vida. Bebamos el vino que nos fortalecerá en
nuestra peregrinación, comamos las hierbas amargas que simbolizan nuestras
actitudes, y comed el cordero que Dios ha preparado para fortaleceros en su Pascua
o paso antes de mi Crucificción.
Madre, hermanos, amigos, yo soy el Cordero de Dios y he venido a encontrarme
con vosotros para cumplir la voluntad de Dios. La voluntad de nuestro Padre común
consiste en que yo viva la más humillante y dolorosa de las miserias para que
vosotros aprendáis que el dolor y el desaliento no justifican la derrota de los
hombres. Hoy es el día de la víspera de Pascua. Mañana dejaré este mundo para
volver a encontrarme con el Padre. Sabéis que os he amado con toda mi alma, con
toda mi fuerza, con toda mi mente, con todo mi ser, es esta la causa por la cual os
seguiré manifestando mi amor hasta llegar al extremo de la muerte (JN. 13, 1; 15,
13).
Pedro. Señor, nos has enseñado a caminar sobre tus pasos, no somos tan
perfectos como tú, pero, si estamos seguros de algo, es de que no sabemos vivir
sin ti. ¿A quién seguiremos si nos dejas? ¿Quién puede transmitirnos palabras de
vida eterna semejantes a las tuyas? Nosotros sabemos y creemos que tú eres el
Santo de Dios, esa realidad nos basta para seguirte en medio de nuestros defectos.
Nosotros superamos la adversidad porque tú estás con nosotros, pero, ¿qué será de
tus ovejas cuando el pastor haya sido asesinado? (JN. 6, 68-69).
Jesús. Amigo Pedro, sólo has comprendido una parte de mi mensaje salvífico, te
falta comprender y aceptar lo más esencial de las dos partes en que se divide este
Evangelio. He venido a predicar la Palabra de Dios, y si la predicación y aceptación
del Verbo se unen al servicio mutuo, la realidad divina y humana son una misma
cosa.
Soy consciente de que he venido del Padre y de que regreso a El, y reconozco la
autoridad que he recibido de parte de nuestro Padre y Dios. Vosotros discutís
frecuentemente para intentar saber quien de entre los Doce será mi sucesor
privilegiado. Hijos míos, la Majestad de Dios consiste en que aprendáis a amar el
servicio recíproco. Voy a lavaros los pies.
(Jesús coge una palangana o jofaina con agua y una toalla, y lava y seca los pies
de once Apóstoles, pero Pedro no acepta recibir el servicio del Mesías)
Pedro. Maestro, comprendo que para ti es muy importante el hecho de que
sirvamos a nuestros prójimos. Pero, aún así, ¿cómo crees que yo podré dejarte que
laves mis pies?
Jesús. -Pedro, no puedes comprender lo que quiero deciros ahora porque tienes
la mente embotada. Déjame hacer y te explicaré el significado de este gesto
cuando estés más tranquilo.
Pedro. -Jamás permitiré que me laves los pies! ¿Cómo voy a permitir que tú que
eres Hijo de Dios laves los pies de un pescador inmensamente bruto, terco y
pecador? Recapacita! Con mucho esfuerzo puedo aceptar que te unas a los
publicanos y que hables con las prostitutas, pero no puedo aceptar que te humilles
ante mí.
Jesús. -Si no me dejas que te lave los pies, no te contaré entre los míos. Te sirvo
de igual forma que he venido al mundo a servir a todos los hombres de todos los
tiempos, y, además, ¿quién te hace suponer que para mí lavaros los pies a mis
amigos es una obligación?
Pedro. -Señor, además de lavarme los pies, lávame también las manos, la
cabeza, la cara, todo, pero no me digas que no soy de los tuyos, porque no sé vivir
sin tenerte cerca de mí.
(Jesús lava los pies de Pedro) (Jn. 13, 4-10)
María, Madre de Jesús. -Las mujeres en Israel debemos permanecer en silencio
en las reuniones en las cuales los hombres manifiestan sus opiniones, es esta
norma una tradición que siempre hemos respetado las mujeres judías. Hoy quiero
marcar una excepción, pues yo sé lo que Jesús quiere decirnos al lavar nuestros
pies. Yo soy Madre, y lo que menos deseo es tener a mi Hijo amado muerto entre
mis brazos con el cuerpo herido y ensangrentado. ¿Qué debo hacer en esta
dramática situación? ¿Debo rogarle a Dios que cambie el pensamiento de Jesús?
¿No haré mejor al sufrir viendo que mi Hijo lleva a cabo el designio salvífico de
Dios, por más que esta realidad me duela?
Jesús. -Me encuentro profundamente turbado. ¿Qué puedo decir o hacer respecto
del dolor que me aguarda? ¿Le pido a Dios que me libre del sacrificio que he de
llevar a cabo? Yo he venido al mundo para morir, y, por consiguiente, no puedo
cambiar de actitud en este preciso instante (Jn. 12, 27)
He deseado ansiosamente comer esta mi última Pascua con vosotros antes de
sumirme en el padecimiento que me conducirá a un fin que para todos nosotros se
convertirá en un principio. Bebamos juntos el vino que nos fortalecerá a la hora de
la prueba. No sé si podré resistir el dolor, tengo que estar muy despierto y
renunciar a toda anestesia que se me pueda proporcionar para no renunciar a mi fe
y a mi ciego amor por vosotros.
Quiero deciros que no celebraré más la Pascua hasta que esta no haya sido
consumada en la plena restauración del Reino de Dios.
Bebed el vino de mi copa, bebed de este fruto de la vid que no beberé más hasta
que nos reunamos en el Reino de Dios. Quiero sufrir teniendo fe en que nuestro
Padre común haga todas las cosas nuevas y perfectas.
Comed de este pan que os entrego con mi propia mano. Muero y resucito por
amor a vosotros en cada instante de la eternidad, de hecho, no ceso de hacer esto
desde que el primer hombre pisó la haz de la tierra. Comedme, devoradme, dejad
que las migajas caigan al suelo, porque este pan partido sólo puede ser compartido
si los comensales del banquete desean saciarse de este manjar del cielo y la tierra.
Quiero que recordéis este gesto mío cuando yo no esté entre vosotros. Quiero
pediros que imitéis mi entrega y mi forma de amaros (LC. 22, 19).
Bebed el vino de este cáliz. Esta copa que tengo en la mano no contiene vino, así
pues, estáis contemplando mi sangre con la cual Dios sella o firma el pacto de la
nueva Alianza que constituiré con vosotros mediante la cual se compromete a hacer
todas las cosas nuevas con su gracia y vuestro esfuerzo personal. Yo soy el Cordero
de Dios con cuya sangre será firmado el nuevo acuerdo entre nuestro Padre común
y la humanidad (AP. 3, 12-13; 21, 2; 21, 5. LC. 22, 20)
Mi sangre y mi mensaje serán para vosotros bálsamos que os ayudarán a
satisfacer vuestras deficiencias. Aún nos quedan muchos obstáculos que vencer, así
pues, a pesar de que acabáis de beber el vino de la renovación espiritual (COL. 3,
10), la mano del que me entrega se encuentra entre nosotros (LC. 22, 21).
(Los Apóstoles discuten frenéticamente entre sí para averigual cual de ellos será
el traidor, para sacar a la luz unos los defectos de otros, y también buscando la
forma de impedir el inevitable exterminio del Maestro) (Lc. 22, 23).
Jesús. El que me va a entregar, se ha alimentado espiritualmente con mi cuerpo
y sangre, pero también va a comer pan que tomará de mi mano, comerá un trozo
de pan que yo previamente he mojado en mi plato. En verdad os digo que con el
Hijo del Hombre sucederá todo lo que está escrito de El en las Sagradas Escrituras,
pero aquel que lo va a traicionar se arrepentirá de haber nacido, no por haberme
traicionado, sino por no haber entendido mi mensaje.
Judas Iscariote. Maestro, ¿por qué no hablas claramente? ¿Por qué te comportas
como si estos no supieran que te voy a traicionar? Todos los que están aquí piensan
de ti lo mismo que yo pienso al respecto de tu doctrina, pero yo soy el único que
me atrevo a dar el paso definitivo para abrirte los ojos y mostrarte la realidad de
nuestro pueblo. Tú no reconoces los efectos de la dominación romana, ignoras la
humillación de nuestro pueblo, la pobreza que corroe el alma del remanente de
Yahveh... Crees que con tu muerte se solventarán todos los problemas de quienes
no necesitan tu Crucificción, sino tu pan y tu poder de sanación. ¿Qué ocurrir´ía si
yo no estuviera dispuesto a entregarte?
Jesús. Judas, cuando llegue el momento oportuno, debes hacer que se cumpla lo
que está profetizado respecto de nosotros dos. Eres libre para amarme y
despreciarme, haz lo que desees hacer con este pan partido... Deja que los demás
hombres no me vean como un mago que concede dádivas divinas, porque no debo
usar el poder de Dios de satisfacer el hambre de los hombres ni de sanar al mundo
para manipular la libertad con la que Dios nos ha dotado a todos los hombres (Mt.
26, 24-25. Jn. 13, 27-30)
(Los discípulos dejan a Judas que se marche con el trozo de pan que Jesús le ha
dado porque creen que tiene la misión de preparar la celebración de la Pascua o de
darles limosna a los pobres, ya que El es el administrador de los bienes de la
comunidad apostólica. Los Apóstoles no perciben apenas que Judas se ha ido, pues
ahora discuten entre ellos para saber quién sucederá a Jesús en su Ministerio)
Jesús. -Es inútil vuestra forma de proceder. Sabéis que los reyes de las naciones
ejercen sobre su territorio su señorío y se hacen llamar bienhechores, pero el más
importante de mis seguidores será aquel que se disponga a servir a sus
compañeros humildemente. Se supone que los criados son menos importantes que
su amo, y, sin embargo, yo me he puesto a serviros a vosotros gustosamente.
Vosotros habéis permanecido junto a mí desde que inicié mi predicación, y me
habéis demostrado vuestra amistad y lealtad incluso en los días en que he sido
atribulado de diferentes formas. Yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros,
el mismo Reino que mi Padre dispuso para mí. Yo le demuestro a Dios mi amor al
dejarme crucificar y al entregarme a vosotros en vuestras celebraciones
eucarísticas, y vosotros le agradecéis a Dios su amor respecto de vosotros
sirviéndolo en vuestros prójimos los hombres.
Es mi deseo que comáis y bebáis conmigo en el Reino de Dios, así pues, yo os
constituiré jueces de las doce tribus de Israel (LC. 22, 24-30).
Hijos míos, ya no estaré más con vosotros, pero eso no implica que deje de ser
uno más de nuestra comunidad. Ahora os digo lo mismo que les dije a quienes
desean asesinarme: Al lugar al cual me dirijo, vosotros no podéis seguirme.
Vosotros estáis acostumbrados a mí, renunciásteis a vuestras familias y a todas
vuestras posesiones para caminar en pos de mí. Ya que sabéis que no voy a
nombrar a ningún sucesor para que me imite porque deseo que todos seáis
semejantes a mí, sé que os estáis preguntando: ¿Qué será de nuestra vida sin el
Maestro? Si no queréis sentiros sólos, debéis respetar este nuevo Mandamiento que
os voy a dar como si fuese la prolongación de los Mandamientos de la Ley de
Moisés. Quiero que os améis los unos a los otros como yo os he amado, de esa
forma el mundo sabrá que sois mis discípulos, si os amáis hasta el extremo de la
muerte como yo os he amado.
Pedro. Maestro, ¿a dónde vas?
Jesús. A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora. Es necesario que yo me
vaya, pero a ti te necesito entre tus hermanos porque eres más impetuoso que
todos ellos juntos para resolver las dificultades que os aguardan.
Pedro. -Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? No me preocupa el hecho de
ser encarcelado o torturado, sólo quiero estar contigo, no me importa morir si con
ello consigo no separarme de ti (JN. 13, 33-37).
Jesús. Simón, Simón, faltan escasos minutos para que el miedo y las dudas os
hagan rechazar la doctrina que os he inculcado, pero yo he rezado por tus
hermanos y por ti. Pedro, cuando te resarzas del miedo y recuperes la fe, intenta
ayudar a tus hermanos, porque ellos no son tan fuertes como lo eres tú para
enfrentarte a la adversidad. Con respecto a tu deseo de seguirme para ser
torturado, asesinado y encarcelado, ¿estás seguro de que es eso lo que quieres?
(Sonríe). Pedro, antes de que el gallo haya cantado dos veces, tú habrás negado el
hecho de conocerme tres veces (LC. 22, 31-34)
Cuando os envié sin ninguna dádiva terrena a predicar el Evangelio y a sanar a
los enfermos, ¿tuvísteis alguna carencia material?
Apóstoles. No.
Jesús. Pues ahora que yo no voy a estar más con vosotros, quiero que toméis
vuestra bolsa, vuestra espada y vuestro manto, pues os espera un camino tan largo
como difícil para que os santifiquéis al caminar sobre mis pasos. Con respecto a mí
ha de cumplirse la Profecía que dice: "Será contado entre los malhechores",
porque, lo mío, toca a su fin.
Pedro. -Maestro, si quieres que hagamos algo por ti, nosotros tenemos dos
espadas...
Jesús. -Basta! (LC. 22, 35-38).
Jesús. -No estéis inquietos y angustiados, así pues, confiad en Dios, y confiad
también en mí. Sé que tenéis miedo ante la realidad del dolor que me aguarda,
pero yo os digo que con respecto a nosotros ha de cumplirse el pasaje de la
Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas. Yo sufriré mucho, pero
vosotros os dispersaréis, de hecho, Judas me traicionará, y Pedro y los demás con
la excepción de Juan me negaréis, de esa forma sólo seréis torturados por vuestro
miedo.
En la casa de mi Padre hay lugar para todos vosotros, de no ser así, ya os habría
advertido de ello. Ahora me dispongo a prepararos un lugar en el cielo. Cuando os
haya preparado vuestro lugar en el Reino, vendré a recogeros, para que podáis
estar en el mismo sitio en donde esté yo. Vosotros ya sabéis el camino para ir a
donde yo voy.
Tomás. -Pero, Señor, aún no nos has dicho adonde vas, ¿cómo pretendes que
sepamos el camino?
Jesús. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede relacionarse con el
Padre de ninguna forma si yo no medio entre Dios y él. Si me conocéis y me habéis
visto a mí, también conocéis y habéis visto al Padre, y, si aún no conocéis a Dios,
yo os digo que lo conocéis desde este preciso momento.
Felipe. -Señor, nosotros no comprendemos eso que dices respecto de que tú
como Hombre que eres y Dios sois una sola substancia. Muéstranos al Padre, y eso
nos bastará, si no para entender, para creer lo que intentas explicarnos.
Jesús. Felipe, a pesar del tiempo que llevo con vosotros, ¿aún no me conoces?
¿No recuerdas que eres uno de mis primeros seguidores? El que me ve a mí, ve al
Padre, porque el Padre celestial y yo somos un mismo ser, y, si crees esto que os
digo, ¿por qué me pides que os muestre al Padre para que podáis creerme? ¿No
crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Todo lo que yo os he enseñado no
procede de mí. El Padre que vive en mí, es quien está realizando su obra salvadora.
Debéis creerme cuando os digo que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí,
así pues, si no podéis creerme, fijaos en las obras que llevo a cabo, pues ellas
constituyen un perfecto testimonio de lo que os quiero explicar, esto es, que el
Padre y yo somos una misma substancia (JN. 14, 1-11).
Desde el Cenáculo a Getsemaní.
Con las manos humedecidas por haber lavado los pies de los discípulos, y con el
alma herida porque los discípulos no se convertían definitivamente al Evangelio
después de recibir a nuestro Señor eucaristizado, Jesús instó a los Once a que le
acompañaran al huerto de los Olivos para orar antes de entregarse definitivamente
al dolor tan esperado y temido. Jesús no quiso que María y sus últimos amigos de
Betania le acompañaran en este trance, pues el Rabbí quería tener junto a El a los
tres Apóstoles más rebeldes, a aquellos que estaban más capacitados para hacer lo
imposible para salvar aquella vida que para ellos tenía un infinito valor.
El relato que vamos a meditar en esta ocasión comenzará a la salida del
Cenáculo. Imaginemos la escena, Jueves Santo, las nueve de la noche
aproximadamente, Jesús camina hacia Getsemaní acompañado de sus Once...
Jesús. Esta noche va a fallar vuestra fe en mí para que se cumpla la Escritura:
"Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas". No penséis que mi obra toca a su fin
con mi muerte, de hecho, después de que acontezca mi Resurrección, iré delante
de vosotros a preparar nuestro encuentro a Galilea (MT. 26, 31-32).
Jesús ora en Getsemaní.
Jesús llega al huerto de los Olivos y les dice a los Once: "Orad para que no
caigáis en la tentación de dejaros arrastrar por la incredulidad y el desfallecimiento
que reinan en vuestro ambiente" (LC. 22, 40).
Jesús. Pedro, Juan, Santiago, acompañadme en mi último momento de oración,
pues se acerca la hora de mi muerte. Me siento aflijido y angustiado. Me invade una
tristeza tan poderosa como la muerte. Quedaos aquí mientras que yo me alejo a la
distancia de un tiro de piedra para orar. Os suplico que oréis para que yo pueda
soportar el dolor que me aguarda y para que vosotros no seáis afligidos ahora que
comienzan a transcurrir los últimos minutos de mi hora final.
(Jesús se retira de sus Apóstoles y ora arrodillado).
Jesús. Padre mío, si es posible, aparta de mí el contenido de la copa de amargura
que he de beber, pero que no se cumpla mi voluntad, que se haga lo que tú deseas
que se haga.
(Jesús se levanta y va al encuentro de los tres Apóstoles rebeldes a quienes
encuentra dormidos, abatidos por la tristeza, la incomprensión, el desaliento y el
cansancio del strés de esos días tan cargados de contradicciones. El Maestro le
habla a Pedro).
Jesús. -Pedro, ¿por qué no puedes orar una hora conmigo? ¿Por qué me pribas de
tu compañía si eres el más fuerte de mis seguidores? Velad y orad para que no
sucumbáis ante la prueba que se acerca. Es cierto que tenéis buena voluntad para
ser mis discípulos, pero vuestra debilidad en este momento es grande. Perdonadme
si os exigí mucho al pediros que permanezcáis una hora conmigo, pero mi
necesidad de estar con vosotros me hizo olvidar que sois débiles, porque en este
preciso instante tengo tanto miedo como vosotros (MT. 26, 37-41).
(Jesús se aleja de los tres Apóstoles para orar. San Lucas no nos habla de Jesús
como lo hacen los biógrafos de los grandes Místicos del Catolicismo, alabando su
capacidad de elebación física y espiritual. Más bien el médico alaba el esfuerzo que
nuestro Señor lleva a cabo constantemente para no perder la fe).
Jesús. -Padre mío, si es tu voluntad, impide que yo apure el contenido de esta
copa de amargura, Padre mío, Padre de la vida, Padre Santo, te suplico que no se
haga lo que yo quiero, que se haga realidad el designio de tu voluntad.
(Un ángel consuela a Jesús en su amargura y le da a beber el cáliz de la
fortaleza de Dios. El Señor empieza a sudar, intensas gotas de sangre emana la
fuente bautismal que caen a tierra. Es tan grande el ansia de padecimiento del
Señor, que la sangre fluye de su cuerpo como si el dolor de los hombres de todos
los tiempos le clavara infinidad de clavos y espinas).
Jesús (leer LC. 22, 43-46).
(Jesús camina nuevamente al encuentro de los discípulos que siguen dormidos y
les dice):
Jesús. ¿Aún seguís dormidos? No podéis continuar en ese estado de sopor.
¡Vamos, levantaos! ¡Ha llegado la hora! Despertaos y permaneced alerta, así pues,
he aquí que ha llegado el momento en que el Hijo del Hombre va a ser entregado
en manos de pecadores. Levantaos, vamos, ya está aquí el traidor (MT. 26, 45-46).
Satanás habla con Jesús.
En la página web del cirujano Jerónimo Domínguez, se nos informa de que, entre
las cinco y las siete de la mañana del Viernes Santo o de Pasión, Jesús permaneció
en una fosa excavada en la tierra mientras sus jueces meditaban la forma de poner
su vida en las manos de Pilato. Jesús había sido juzgado en el palacio de Caifás, los
testimonios de los acusadores en algunas ocasiones no eran coincidentes (MC. 14,
59) y, aunque el juicio religioso se llevaba a cabo a través de procedimientos
ilegales, el Sinedrio estaba dividido, y los enemigos de Jesús usaban
artificiosamente la filiación divina del Señor que el Salvador había reconocido ante
el Sacerdote principal del país para tramar la Crucificción del Mesías (MC. 14, 60-
65).
Detengámonos unos minutos y meditemos esta conversación ficticia entre Jesús y
Satanás.
Satanás. -Imagino, Jesús de Nazaret, que en estas dos intensas horas de dolor y
soledad que empiezas a vivir, no te es muy grata mi compañía, pero es necesario
que recapacites sobre tu pretensión. Examinemos cuidadosamente tus últimas
acciones. Ayer pronunciaste un fabuloso y puntual discurso apocalíptico referido a
la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo (MT. 24, 3-44). Posteriormente,
hiciste que los tuyos comulgaran tu Cuerpo y Sangre en el Cenáculo. Jesús, no es
necesario que te sacrifiques visiblemente. ¿Te parece insignificante el hecho de
morir para ayudar a quienes no se percatan de tu fallecimiento y Resurrección para
que corrijan sus defectos? Ellos no saben que mueres para ayudarlos, de hecho, en
este caso ocurre lo que te entristeció en cada ocasión que hiciste un milagro y los
favorecidos sólo se percataron de que estaban sanos o no tenían hambre, pero no
reconocían en tu obra el amor misericordioso de Dios.
Jesús. -No pretendas hacerme creer que mi sacrificio no será trascendental para
mis hermanos, dado que sabes que son muchos los hombres que se han percatado
de que el Padre y yo somos una sola substancia junto al Espíritu Santo...
Satanás. -Aún no he terminado de hablar. Judas te ha vendido a la justicia del
Israel que tanto amas. Si fueras un esclavo común, al menos podrías vivir hasta
que tu amo decidiera acabar con tu existencia, o quizá podrías ser liberado en el
próximo jubileo. Tú eres el objetivo de la realización de un proyecto que ha sido
muy bien pensado. Pedro te ha negado, se ha cumplido tu Profecía. María está
turbada porque ignora lo que te está sucediendo exactamente. Tus amigos íntimos
de Betania y los Once que huyeron aterrados están viviendo un arrepentimiento
amargo y cobarde, una especie de penitencia que no tiene lógica alguna, un no
saber qué hacer para defenderte, la impotencia de quienes ven que la Persona que
más aman se lanzará por un precipicio para llevar a cabo un acto suicida que ha
meditado desde hace varios meses.
No te digo nada respecto de la opinión del Sanedrín porque Nicodemo y Arimatea
no han tenido argumentos válidos para apoyar tu defensa, exceptuando la
alegalidad de tu proceso. ¿Por qué no te has defendido? Ello no te huviera servido
de nada, pero bueno hubiera sido que no hubieras perdido el orgullo ante ti mismo.
Acato tu defensa ante los guardias del Templo en Getsemaní, porque tu argumento
de que hablabas para mantener la fe de los tuyos no es creíble, pero podría decir
que perdiste el juicio si no te conociera porque, a pesar de que increpaste al siervo
de Anás que te dio una bofetada y te hizo caer a tierra, no te defendiste ante Anás
y Caifás, pero todavía tendrás una oportunidad apenas amanezca antes de que los
jefes de la nación te entreguen al gobernador Pilato.
Es cierto que Juan y Pedro han seguido todo este procedimiento ilegítimo.
Supongamos, -pues-, que Juan está de tu parte, pero ni siquiera el lazo familiar
que le une a Caifás es fuerte como para detener la decisión de los jefes de la nación
para hacerte morir crucificado. ¿Te sirve de consuelo la presencia de Juan? ¿Te
atormenta la presencia de Pedro? ¿Para qué quieres que Juan sufra junto a ti, si no
puede hacer nada para hacerte reaccionar?
Con respecto a ti, Jesús de Nazaret, puedo decirte que me das pena. Yo, a quien
tú llamas padre de la mentira (JN. 8, 44), siento compasión de ti, y una rabia
inmensa al verte esperando pacientemente la hora de tu suicidio.
¿Te duelen las manos? Te han atado las manos por las muñecas a la espalda.
Basta tocarte para palpar tus venas infectas. La sangre no te puede circular por
donde las cuerdas te cortan las manos. ¿Por qué has consentido que te golpeen y
escupan? Estás pálido, cansado, se te nota que no has dormido, se te ve
intranquilo, reconoce que ni siquiera la oración puede hacerte olvidar el
pensamiento respecto del dolor que caracterizará tu hora final. ¿Cómo está tu fe?
¿Por qué no viene Dios a aclararte las ideas?
No puedo comprender tu postura respecto de hacer del servicio mutuo una norma
general de convivencia entre los hombres, pero, en fin, si eso te gusta, hazlo, pero
quienes tienen carencias, sucumbirán contigo en el mismo momento que expires.
Los que dices que son el remanente de Dios, están dispersos por Israel, todos
saben que las autoridades no sienten simpatía por ti, pero ignoran la tragedia que
está aconteciendo.
La noche sigue avanzando, aumenta tu cansancio, tu estado febril se hace más
patente según transcurren las horas. ¿Sabes?, se nota que algunas personas han
marcado tu santo rostro con sus puños infernales. Sueles decir que la carne no
sirve para nada, que tus palabras son espíritu y vida (JN. 6, 63). ¿Cómo está tu
espíritu en este preciso instante? No quiero herirte, deseo que reacciones y veas las
cosas claras.
¿Desconfías de mí? Jesús, te voy a decir exactamente lo que te espera en las
próximas horas. A las siete se te dará la última oportunidad para que te defiendas
ante quienes saben mejor que tú que no te vas a defender. Posteriormente serás
llevado ante Pilato, el gobernador que se mostrará escéptico respecto de tu caso y
te enviará a Herodes. Herodes te exigirá que hagas milagros, pero, como no
accederás a proporcionarle a su corte la diversión que requiere de ti, te bestirá con
una túnica blanca, indicando así que estás loco. Herodes te enviará nuevamente a
Pilato, el gobernador que se compadecerá de ti y te aplicará la tortura de los azotes
para calmar la ira de quienes se mostrarán furiosos al verte coronado de espinas,
herido de muerte, sin apariencia de hombre. No creas que el gobernador te dejará
escapar por la puerta de atrás del pretorio como ha hecho con otros mesías, pues
serás crucificado. El pueblo elegirá a un malhechor y pedirá la muerte del justo por
excelencia, para que veas los beneficios que reporta esa caridad que predicas.
La ascensión al Gólgota será lenta y difícil para ti. Vestirás la túnica que te
producirá dolores muy fuertes cada vez que la tela se incruste en tu cuerpo
sangrante. Como se te abrá arrancado literalmente una buena parte de la piel de la
espalda, sentirás que tu esqueleto es inconsistente y tiende a romperse. Sabes que
el trabesaño del madero que cargarás sobre tus hombros pesa mucho, de hecho,
esto te ayudará a caer barias veces al suelo.
Tus heridas se llenarán de tierra cada vez que caigas, sí, de tierra semejante al
lodo con el cual curaste al ciego. Ese barro te producirá grandes dolores. No creas
que Simón de Cirene cargará con tu cruz haciendo gala de su voluntad de Santo.
Cuando te tumben para crucificarte y empiecen a taladrarte las manos y los pies,
empezarás a sentir el dolor más terrible que jamás hayas sentido. Cuando te eleven
sobre la cruz, sentirás que tienes una gran dificultad para respirar. Las moscas que
se posen sobre tus heridas serán semejantes a alfileres que se te clavarán en tus
heridas. Será tan grande tu dolor, que no te percatarás de la forma en que te
humillarán tus enemigos.
Tu dolor se agudizará cuando veas a tu Madre al pie de la cruz y a Juan desvalido
junto a ella. En conformidad con el debilitamiento de tu cuerpo, tu fe empezará a
debilitarse. Sé que le pedirás a Dios explicaciones respecto de su forma de
desampararte ante el dolor y la muerte (MT. 27, 46).
Jesús. -No necesito que me digas todas esas cosas, así pues, cuando estaba en el
seno del Padre, pude contemplar lo que me sucedería al final de esta hora. Yo no
soy un Hombre más entre los hombres. Amo a la humanidad, quiero ser igual que
todos los hombres exceptuando el hecho de que soy el prototipo de la superación
de obstáculos de todo tipo. No creas que tu relato me hace cobarde, pero no te
niego que tus palabras me aterrorizan. Yo sé a qué he venido al mundo, ya es tarde
para que mi Padre y yo tracemos otro camino.
La sentencia de Jesús
Estimados hermanos y amigos de Trigo de Dios, Católices, Dios existe, Homilética
y la Red de Catequistas Ignaciana:
Hemos meditado algunos de los aspectos más relebantes de la Pasión de nuestro
Señor Jesucristo usando a tal efecto algunos monólogos. Después de haber
consultado con los animadores de nuestros grupos de Liturgia y oración, Rosa y yo
hemos llegado a la conclusión de que debemos considerar el proceso de Jesús de
una manera gráfica y rápida, para así poder centrarnos rápidamente en los
aspectos que más nos pueden ayudar de aquellos hechos, es decir, el camino al
Calvario, la Crucificción, muerte y sepultura del Mesías. El proceso religioso llevado
a cabo en la reunión del Sanedrín fue un verdadero desastre de tal forma que ni
siquiera los testigos improvisados pudieron hacer coincidir sus testimonios, así
pues, para dictar la sentencia condenatoria, José Caifás se vio obligado a echar
mano de la Filiación divina de Jesús, porque sabía que con respecto a ese
interrogante crucial el Señor no podía permanecer silente.
Merece la pena, sin embargo, el hecho de que nos detengamos unos minutos a
considerar el juicio de la autoridad romana. Pilato intentó de varias formas quitarse
la responsabilidad que las leyes romanas le concedían en aquel asunto
considerando que Jesús era un loco al que era absurdo el hecho de considerarlo
peligroso si intentaba alterar el orden público. Pilato, cansado de ver cómo era
derramada la sangre judía, había inducido a huir a más de un falso mesías por la
puerta de atrás del Pretorio, pero el gobernador romano se vio sorprendido cuando
comprobó que Jesús no quería defenderse. Era tanta la presión de los sacerdotes y
el populacho, que el gobernador no tenía fácil el hecho de soltar al nuevo reo, pero
esta labor no podía realizarse porque Jesús le insinuaba al pretor que lo crucificara
pronto. ¿Qué sentido puede tener el silencio de aquel a quien el gobernador mandó
azotar para ver si el pueblo se compadecía de sus heridas para posteriormente
concederle la libertad?
Los sacerdotes, siendo conscientes de que Pilato hablaba a solas con Jesús quizá
para buscar la forma de no condenar al Profeta, interrumpían las citadas
conversaciones, pues no querían permitir de ninguna forma que el Nazareno
escapara fácilmente de sus manos. ¿Qué podía hacer el gobernador en tan difíciles
circunstancias? Pilato no tenía mucho tiempo para reaccionar, así pues, los judíos
querían acabar con aquel proceso rápidamente y podían acusar al yerno del
Emperador ante el gobernador de Siria de su incapacidad para imponer su
autoridad en la región de Judea. Ni siquiera la sentencia de Jesús pudo impedir la
deposición del gobernador que tuvo lugar varios años después.
Los autores contemporáneos de Jesús nos describen de alguna forma lo que
Pilato sintió antes de dictar la sentencia de muerte del Nazareno. Los católicos,
interpretando el juicio definitivo de Jesús como si este fuese una guerra entre el
mundo simbolizado por Pilato y Dios personado en Jesús, solemos decir que el
yerno de Tiberio César se vio indeciso ante la posibilidad de acabar con aquel
proceso porque las palabras de Jesús le infundieron un extraño miedo, pero aquel
hombre cobarde no sintió más miedo que el que le causaba su deposición y
posterior envío a Roma, donde los más altos dignatarios del Imperio podían reírse
de su falta de autoridad moral. ¿Qué sintió Pilato al contemplar a Jesús con ese
aspecto tan difícil de mirar con rabia e impotencia? El gobernador romano sólo
sintió lástima, una lástima del tipo del dolor que sentimos todos al ver a los
moribundos de Irak al no colaborar con las ongs que les prestan ayuda
humanitaria.
(Esta dinámica fue escrita el año 2002).