Domingo de Resurrección, primer día de la Pascua. Vigilia pascual.
(José Portillo Pérez).
Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Jesús fue sepultado en la tarde del Viernes Santo. Todos sabemos que el Señor
murió para vencer el pecado, el dolor, y, la misma muerte.
Jesús fue sepultado por Nicodemo y José de Arimatea, discípulos ocultos del
Nazareno. Cuando Jesús fue sepultado, sus amigos empezaron a recordar los
anuncios mesiánicos sobre la Resurrección del Cristo. Jesús había anunciado su
Resurrección al tercer día de su muerte, pero sus amigos vivían en un ambiente de
incredulidad y miedo. Según una antigua Profecía, muerto el Pastor, se dispersaron
las ovejas del rebaño de Jesús. ¿De qué había servido el esfuerzo evangelizador del
Buen Pastor?
Todos sabemos que Jesús resucitó a la hija de Jairo, al hijo de una viuda de
Naím, y, a su íntimo amigo Lázaro. Estas tres resurrecciones no son equiparables a
la Resurrección de Jesús, porque, dichos personajes bíblicos, volvieron a
experimentar la muerte por segunda vez. Jesús resucitó para no morir más. La
Resurrección de Jesús significa la plenitud de nuestra felicidad en el Reino de Dios.
Hoy es Sábado Santo. Hemos permanecido espiritualmente en nuestro tiempo de
oración ante el sepulcro de Jesús, esperando que ocurra, nuevamente, el mayor
prodigio de la Historia de la Salvación. Jesús ha tenido que ascender del sepulcro,
porque Dios es Dios de vivos, y, no Dios de muertos. De la misma manera que los
judíos creían que los muertos no pueden alabar a Dios, los que no aman a sus
prójimos los hombres, no pueden satisfacer a nuestro Padre común.
Nuestras aspiraciones no pueden permanecer escondidas en el sepulcro de Cristo.
Si Jesús no ha resucitado, perderemos nuestra fe, en la eternidad de esta infinita
espera.
Meditemos, -hermanos y amigos-, unas frases del capítulo 15 de la primera Carta
de San Pablo a los Corintios:
"Si proclamamos a un Mesías Resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen
algunos que los muertos no resucitan?“ (1 COR. 12, 15).
Cristo ha resucitado, esto únicamente podemos saberlo a través de nuestra fe.
Por más que leamos y escuchemos a los teólogos, nuestra fe es lo único que nos
hace ver lo que no entendemos.
"Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó" (1 COR. 15, 13).
Si Dios no perdona nuestros pecados, la Penitencia no tiene sentido alguno, de
nada sirven los sacrificios cuaresmales, de nada sirvió la muerte de nuestro Jesús.
"Si Cristo no resucitó, nuestra predicación carece de contenido, al igual que la fe
de ustedes" (1 COR. 15, 14).
"Si los muertos no resucitan, tampoco resucitó Cristo"(1 COR. 15, 16).
"Si Cristo no resucitó, de nada sirve vuestra fe" (CF. 1 COR. 15, 17).
Hablemos sin rodeos. "Los que murieron esperando ser resucitados, perdieron el
tiempo con su vana fe" (CF. 1 COR. 15, 18).
"Si esperamos ser resucitados y la muerte es el fin de nuestra existencia, somos
los más infelices" (CF. 1 COR. 15, 19).
"Todos recibirán la vida en Cristo" (Adaptación de 1 COR. 15, 20).
Cristo resucitó primero, "después resucitarán los suyos" (Adaptación de 1 COR.
15, 23).
Esperemos la mañana gozosa del Domingo, meditando la Historia de la Salvación.
No duermas esta noche, espera la llegada del día, y contempla a tu Hermano y
Señor levantarse del sepulcro.
"No busquen entre los muertos al que vive" (Adaptación de MT. 28, 5-6).
Con respecto a nosotros, una vez que Cristo ha resucitado, nos queda esperar la
Parusía o segunda venida de nuestro Señor, para que nuestros cuerpos y almas,
sean glorificados, y llevados al Reino de Dios Padre. Amén.
Los días de la octava de Pascua los dedicamos a contemplar a Cristo Resucitado.
Jesús devolvió a la vida durante su Ministerio público a Lázaro, al hijo de la viuda
de Naím, y a la hija de Jairo, presidente de una Sinagoga. Estas tres personas
resucitaron para que nosotros pudiéramos ver a través de ellas la gloria de Dios,
pero estos contemporáneos de Jesús resucitaron para morir nuevamente, de igual
forma que posiblemente también les sucedió a aquellos que resucitaron para
predicar el Evangelio en el mismo instante en que Jesús murió en la cruz.
¿En qué se diferencia la Resurrección de Jesús de la vida que el Cristo de Dios les
concedió a quienes les devolvió la vida? Cristo resucitó para no morir jamás, esa es,
pues, la plenitud de la vida que todos alcanzaremos cuando acontezca la Parusía o
segunda venida de Jesucristo. Si Jesús resucitó para no morir jamás, el cuerpo del
Señor adoptó propiedades espirituales semejantes al poder de traspasar paredes.
¿Cómo podemos experimentar la presencia de Jesús entre nosotros? Desde el
veinticinco de diciembre hasta el Viernes Santo, hemos tenido a Jesús predicando
entre nosotros, de la misma manera que los Apóstoles estuvieron tres años
aproximadamente viviendo con el Señor. En los días en que celebramos el símbolo
de la resurrección universal, tenemos que saber que Jesús nos instruirá hasta el día
de su Ascensión al cielo, así pues, el Señor vendrá a encontrarse con nosotros para
instruirnos en el conocimiento del Evangelio, por consiguiente, esta es, -pues-, la
razón que ha de impulsarnos a adquirir las muchas enseñanzas que contiene el
Nuevo Testamento, la parte de la Biblia en que se nos da a conocer el nacimiento
de la Iglesia primitiva, y la doctrina de los principales Apóstoles que dirigieron las
primeras comunidades cristianas que ellos mismos fundaron, a lo largo de las
principales rutas comerciales del Imperio, apoyados en la doctrina del Espíritu
Santo.
Cuando Jesús resucitó, las muchedumbres que escuchaban las predicaciones del
Mesías se redujeron a un grupo de 120 personas, que se reunían a escondidas para
fortalecer su espíritu con las enseñanzas de Simón Pedro, el Apóstol al cual Jesús le
concedió la máxima autoridad eclesiástica. Cuando a partir de Pentecostés los
Apóstoles fueron henchidos de la inspiración del Espíritu Santo, empezó a aumentar
nuevamente el número de los seguidores del Resucitado. Para entender bien estos
acontecimientos que nos narra San Lucas en sus Actas Apostólicas, es preciso tener
en cuenta que, cuando Jesús murió, se cumplió la antigua profecía que afirma:
"Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas" (ZAC. 13, 7).
Cuando el Señor recuperó su vida, fueron muy pocas las personas que supieron
de aquel extraordinario acontecimiento en un principio, porque hasta los mismos
Apóstoles tuvieron grandes dificultades con respecto a su fe para creerse aquel
prodigio. Nosotros contamos con la Biblia, y tenemos a muchos predicadores que a
través de los medios de comunicación y de otras formas están dispuestos a
aumentar nuestra fe, pero, los contemporáneos de Jesús, apenas tenían medios
para conocer la Palabra de Dios, aquellos pobrecillos eran semejantes a los
cristianos que vivieron en los tiempos en que podían ser castigados si eran
sorprendidos con la Biblia en casa, y la Misa se celebraba en Latín, así pues,
imaginemos el conocimiento que los menos instruidos podían tener de la Palabra de
Dios. Luego nos quejamos de que algunos de nuestros hermanos en la fe utilizan a
los Santos como objetos de supersticiones muy variadas, pero podemos estar
contentos de que al menos en nuestra sociedad haya personas que sigan creyendo
en Dios.
En la noche en la cual aguardamos la Resurrección de Jesús, sin olvidar que la
Cuaresma de nuestra vida no ha tocado a su fin, sabiendo que aún nos quedan
muchas circunstancias adversas que superar, nos disponemos a meditar la Historia
de la Salvaciónn. Vamos a pasar parte de esta noche consideranndo cómo el
designio salvífico de nuestro Padre y Dios se ha ido cumpliendo a lo largo de la
historia.
Nosotros ignoramos la hora exacta en la cual resucitó Jesús, pero sabemos por
los Evangelistas que Juan, Pedro y las Santas mujeres visitaron el sepulcro y Jesús
ya no estaba allí, sólo encontraron la sábana y el sudario cuidadosamente doblados
en el lugar en que reposó la cabeza del Señor.
Dios creó el mundo, nuestro Padre celestial inició la Creación con la idea de crear
un Reino perfecto en el cual todos pudiéramos alcanzar la felicidad. Si Dios no nos
concedía libertad para seguirle, hubiéramos sido felices, pero no hubiéramos tenido
la oportunidad de valorar ese amor divino y humano de Dios y nuestro al superar
las deficiencias de nuestra vida. Jesús sufrió, y nosotros padecemos, pero Dios
estuvo junto a Jesús, nuestro Padre celestial no nos abandona ni en el caso de que
reneguemos de El.
Dios nos hizo libres, pero nosotros no quisimos dedicarnos a servirnos
recíprocamente, por consiguiente, siempre nos hemos esforzado a la hora de
desobedecer a nuestro Padre y Dios. Dios quiso que nos percatáramos del daño que
nos hacemos unos a otros a la hora de pecar, nuestro Padre quiso enviarnos a su
Hijo para que Jesús nos demostrara que con fe y amor se pueden superar las
circunstancias adversas. Isaac, cargando la leña en su hombro, simboliza a nuestro
Jesús, el Hombre a quien las autoridades de Palestina cargaron con la cruz por
envidia. Abraham simbolizaba a Dios, pero su humanidad sufriente, símbolo del
dolor de Dios, es digna de ser considerada. Dios probó la fidelidad de Abraham, el
Patriarca se hizo fuerte porque no renunció a su Señor para conservar la vida de su
hijo amado. Nosotros, en contraposición con la actuación del primer Patriarca de
Israel, nos oponemos a Dios, lo perdemos todo porque lo queremos todo para
nosotros, desaprovechamos la vida porque nos consume el mundo de las prisas. Así
no llegaremos a ningún sitio, nos haremos ancianos con la convicción de que no
hemos disfrutado esta existencia tan maravillosa que nuestro Padre y Dios nos ha
concedido.
Dios le dijo a Abraham que la rebeldía de su descendencia tendría como
consecuencia un periodo de esclavitud en Egipto que se prolongaría desde la
muerte del último Patriarca Jacob durante 430 años. ¿Quiere decir este hecho que
Dios castiga nuestra soberbia? ¿Nos castiga Dios si no asistimos a la Eucaristía
dominical? Dios no nos castiga como quien impone una multa y mucho menos lo
hace si no queremos asistir al Templo, pero cuando erramos, cuando herimos a
nuestros semejantes siendo conscientes de que podemos evitar las heridas que les
vamos a causar, la conciencia empieza a “protestarnos“, y nuestras vivencias
futuras nos inducen a reconsiderar la postura de Dios en la vida de nuestros
prójimos y nuestra forma de proceder. Moisés es símbolo de Jesús, el Profeta que
entre aciertos y fracasos se fió de Dios, y, lo mismo que le sucediera a Abraham, su
fe le valió para valorar la amistad de nuestro Padre Santo de la vida.
Los judíos, en el tiempo de la deportación, perdieron la esperanza de regresar a
Jerusalén. Nosotros, cuando somos atribulados, cuando se nos muere un ser
querido, cuando estamos gravemente enfermos, también nos interrogamos de la
misma forma que lo hizo nuestro Jesús antes de expirar: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?" Señor, ¿por qué apartas tu rostro de nosotros en un
arranque de furor y nos recoges del suelo cuando acaba el tiempo de tu ira? Dios
no se enfada, nosotros si saltamos de su regazo porque el abrazo de Dios es
misericordia, servicio recíproco, amor desmedido, reconocimiento de injusticias y de
complejos que nos hacen daño y precisamente porque nos hieren no queremos
recordarlos. Si no llevamos a cabo estos ejercicios cuaresmales durante todo el año
actualizando los textos que hemos meditado, ¿cómo podremos seguir
comprendiendo a nuestro Padre y Dios? Mientras seguimos esperando la
Resurrección de Jesús que acontecerá con la luz del alba y que ya estamos
celebrando por adelantado, vamos abrirle el corazón a Dios, vamos a desahogar lo
que nos duele y vamos a confesar nuestra alegría. Recibamos al Resucitado con el
corazón plenamente purificado y redimido de complejos!
Son muchas las meditaciones que podemos extraer de los textos de Isaías que
meditamos en esta celebración, pero creo que debo ser breve en este comentario,
limitándome a destacar la insistente forma en que nuestro Padre nos pide que
sigamos su camino y que adoptemos su pensamiento y lo hagamos nuestro.
Nuestro Padre no desea limitar nuestra libertad y nuestra capacidad de pensar y
actuar, así pues, nuestro Dios desea henchirnos el corazón de esperanza porque el
bien está en El, pues nuestro Padre lo ha dispuesto todo para concedernos su
Reino, muy a pesar de que nos corresponde a nosotros abrirle el corazón y dejarnos
salvar.
Baruc fue el Profeta que hizo que muchos de sus contemporáneos condenados al
exhilio meditaran sobre la necesidad que tenían de acatar la voluntad del Supremo
Creador porque descubrieron que la sabiduría y la felicidad radican en el
cumplimiento de la Ley de Dios. Baruc fue un evidente signo de la presencia de
nuestro Jesús entre nosotros, así pues, de la misma manera que el Profeta animó a
sus contemporáneos en el destierro, Jesús nos anima a ser felices en medio de
nuestras dificultades, así pues, no debemos olvidar que Jesús tuvo dificultades y
alegrías porque es un Hombre igual que nosotros en todos los aspectos de la vida.
En el devenir de nuestra vida Dios se nos presenta como la posibilidad de
alcanzar la máxima plenitud de la felicidad. El color blanco es símbolo de pureza,
virginidad, alegría, inocencia, así pues, no olvidemos que antes que la moda
irrumpiera en el mercado con su amplia gama colorista las mujeres se casaban
vestidas de color blanco para que su pureza reluciera ante los comensales de su
boda. Nosotros vamos a celebrar la gozosa Pascua de Resurrección con el alma
blanca, hemos sido purificados, limpiados con la sangre de Cristo, el Cordero
Pascual.
Jesús ha superado sus dificultades estando sólo. ¿Por qué no podemos vencer
nuestras acritudes si nos apoyamos en el dolor y el triunfo de Cristo Jesús?
De igual forma que Jesús murió, hemos muerto sumidos en nuestras dificultades.
Durante esta Pascua vamos a consagrarle nuestra alma a Dios, porque este es el
día en que actuó el Señor, tengamos presentes, pues, nuestra alegría y nuestro
gozo. Si Cristo ha resucitado y El estuvo sólo en su cruz, ¿por qué no podremos
triunfar sobre nuestro dolor y nuestros errores si caminamos aferrados a la mano
de Jesús?
Con el relato de la Resurrección de Jesús finalizamos el recuerdo de la Historia de
la Salvación y de nuestras meditaciones cuaresmales. Ahora nos gozamos porque
Jesús ha resucitado. Nuestros muertos aún no han resucitado, pero Jesús nos
precede en su entrada a la Casa del Padre. Cuando concluya la homilía,
renovaremos nuestros pactos bautismales, y el sacerdote nos rociará con el hisopo,
pues el agua bendita es un sacramental, un bálsamo que nos anima a purificar lo
que nos quede por limpiar para que esta celebración de la Pascua de Resurrección
sea completamente gozosa.
Cuando comenzamos a celebrar el tiempo de Adviento, esperábamos impacientes
que aconteciera el Nacimiento de Jesús, porque en nuestro Señor descansa nuestra
alegría, de nuestro Hermano esperamos que lleve a cabo la realización de nuestras
aspiraciones. Ahora que Cristo ha resucitado, no esperamos que El nazca en
nuestros corazones como hicimos en Navidad, ahora queremos ser transfigurados y
configurados a imagen y semejanza espiritual de Jesús.
¿Cómo pudo resucitar Jesús? ¿Es posible que nosotros resucitemos algún día? La
Palabra de Dios nos insta a celebrar la Pascua confiando en que Jesús, además de
resucitarnos de la muerte de nuestras imperfecciones, dentro de 40 días, subirá al
cielo, y nos preparará la morada de la cual habla nuestro Hermano Jesús en el
capítulo catorce del Evangelio de San Juan. No sabemos cómo se las ingenió Jesús
para resucitar, no sabemos qué hará Dios para resucitarnos.
¿Qué hizo Jesús cuando estuvo muerto? ¿Qué le ocurrió al Señor en el espacio de
tiempo que transcurrió entre su muerte y su Resurrección? Cuando Jesús perdonó
al ladrón arrepentido en su cruz, el Señor le dijo a San Dimas:
"En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (LC. 23, 43).
Ignoramos cómo se arreglará Dios para devolvernos la vida material, pero
sabemos que al celebrar esta Vigilia Pascual debemos cantar con mucho ímpetu el
Aleluya característico de este tiempo. El Aleluya, además de ser un canto de júbilo,
es una súplica confiada que le hacemos a Dios para que el Misterio Pascual se lleve
a cabo en nuestras vidas, es decir, si Cristo ha vencido sus dificultades estando
sólo, nosotros podremos vencer toda clase de obstáculos apoyándonos en la ayuda
de nuestro Redentor.
A partir de la celebración de la Vigilia Pascual, Jesús estará con nosotros cuarenta
días enseñándonos las Escrituras. Cuando pasen esos días, el Señor se nos irá al
cielo, y, 10 días después, recibiremos al Espíritu Santo para que ilumine nuestra
vida en la fiesta de Pentecostés.
Si Jesús asciende al cielo, debemos reconocer las diferentes presencias de
nuestro Hermano entre nosotros. Jesús está en cada uno de nosotros. Podemos
buscar al Señor en la Eucaristía. Sabéis que el sacrificio de Jesús se actualiza y
renueva en cada celebración de la Misa sin derramamiento de sangre. Jesús está en
nuestros hermanos, nuestro Jesús es nuestra vida, nuestro todo, no podemos hacer
nada sin nuestro Jesús (JN. 15, 1-5).
Desde que conmemoramos la sepultura de nuestro Señor en la tarde del Viernes
Santo estamos orando con un gran deseo de empezar a celebrar la victoria de
nuestro Hermano sobre la muerte. A pesar de que nos hemos acostumbrado a
celebrar el Día del Señor todos los domingos, no tenemos en cuenta que todos los
sábados deberíamos celebrar el día de nuestra Santa Madre que tanto sufrió por
causa de su soledad. José murió antes de que Jesús comenzara su Ministerio
público, y María se sintió sola cuando Jesús se separó de ella para predicar el
Evangelio. Nuestra Corredentora sufrió mucho cuando abrazó a su Hijo por última
vez antes de que José de Arimatea y Nicodemo lo depositaran en el sepulcro.
Durante la Semana Santa celebramos una serie de acontecimientos de la Historia
de la Salvación muy importantes, pero todos ellos transcurren muy rápidamente y
no tenemos tiempo para meditar tamaños prodigios. ¿Qué hemos celebrado
durante la Semana Santa? San Pablo responde esta pregunta en los términos que
siguen:
"Eliminad todo resto de vieja levadura; vosotros debéis de ser panes pascuales,
de masa nueva y sin levadura, porque Cristo, que es nuestra víctima pascual, ya ha
sido sacrificado" (1 COR. 5, 7).
Jesús es nuestra Pascua, Jesús es Dios Hijo que está junto a nosotros y nos pide
que seamos panes nuevos, porque lo viejo ha pasado, el pecado, el error, la
enfermedad y la muerte ya no tienen poder sobre nosotros. Naturalmente no
hemos sido transformados a través de la experiencia de la muerte como le ha
ocurrido a Jesús, pero sabemos que, cuando Dios lo crea oportuno, nos llegará el
día en que el dolor no nos afectará, seremos perfectos y aborreceremos el mal.
Somos panes de masa nueva, nuestras convicciones han sido transformadas por
Jesús. No necesitamos tener levadura para convertirnos en panes diferentes porque
hemos sido llamados a ser eucaristizados junto a Cristo para que todos nos
comulguemos y vivamos en comunión en el amor de nuestro Santo Padre y Dios.
Durante los próximos 50 días de Pascua celebraremos que la victoria de Cristo
resucitado es nuestra victoria, el triunfo que anhelamos.
San Pablo les escribió a los Colosenses:
"¡Habéis resucitado con Cristo! Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo, donde
está Cristo sentado al lado de Dios, en el lugar de honor. Poned el corazón en las
realidades celestiales y no en las de la tierra" (COL. 3, 1-2).
Las palabras del Apóstol se explican en los siguientes términos del gran
predicador de los paganos:
"Cuanto hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias al
Padre por medio de él" (COL. 3, 17).
El Apóstol no pretende incitarnos a que desatendamos a nuestros familiares y a
que olvidemos nuestras obligaciones y que vivamos pensando únicamente en el día
en que podremos ver a Dios, sino que tengamos siempre puesta nuestra esperanza
en el Reino de Dios que algún día será instituido plenamente por Jesús, cuando el
Mesías vuelva por segunda vez al mundo para hacer de nuestra tierra su cielo.
"¿No sabéis que, al ser vinculados a Cristo por medio del bautismo, fuimos
también vinculados a su muerte¿" (ROM. 6, 3).
Las palabras de San Pablo que estamos meditando son muy contradictorias para
quienes se acercan a Dios con la intención de que nuestro Santo Padre les conceda
todas las dádivas que desean. Jesús dijo en cierta ocasión:
""He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y, ¡qué angustiado estoy
hasta que se cumpla!"" (LC. 12, 49-50).
El Señor exclamó en otra ocasión:
"No creáis que he venido a traer la paz al mundo" (MT. 10, 34).
Nos equivocamos si pensamos que Jesús vino al mundo para solucionar nuestros
problemas. El Señor vino al mundo para enseñarnos a sobrevivir dignamente a
nuestra adversidad. El Mesías no vino al mundo para darme la vista ni para curar
vuestras enfermedades ni para resolver nuestros problemas. Debemos ser
santificados antes que nuestro Santo Padre nos permita vivir en su Reino sin que la
enfermedad ni la muerte puedan afectarnos y el mal no exista. No debemos olvidar
las siguientes palabras de Jesús:
"El reino de Dios ya está entre vosotros" (LC. 17, 21).
Jesús nos confirma que el sueño que albergamos de ver a Dios cara a cara no es
una utopía, sino una realidad que se va consumando, según le permitimos al
Espíritu Santo que habite en nosotros y nos santifique y perfeccione. Según el
Apóstol de las gentes:
"Injertados en Cristo y partícipes de su muerte, hemos de compartir también su
resurrección" (ROM. 6, 5).
Para nosotros es muy importante la resurrección de Jesús, así pues, si El no
hubiera vencido a la muerte, no podríamos creer que por la gracia de Dios y la
acción del Espíritu Santo que mora en nuestros corazones podremos vencer nuestra
adversidad y viviremos sin ser atribulados, cuando nuestro Santo Padre nos haya
santificado. ¿Tan importante es la resurrección de Cristo para nosotros? San Pablo
les escribió a los Corintios:
"Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de valor y aún seguís hundidos en
el pecado" (1 COR. 15, 17).
Si Cristo no ha resucitado, pierdo el tiempo al pensar que algún día podré ver. Mi
aspiración no es poder ver perfectamente, sino poder contemplar extasiado a Dios,
pero, si Cristo está muerto, debería replantear mis creencias para no sentir que he
cometido un gran fracaso al abrazar la fe católica. Jesús ha resucitado, así pues,
meditemos las palabras con que los ángeles se dirigieron a las mujeres que
buscaban a Jesús en el sepulcro:
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (LC. 24, 5).
Cuando Santa María Iluminada vio a Jesús vivo en el sepulcro, buscó a María
Santísima y a los Apóstoles, y les dijo las siguientes palabras:
"-He visto al Señor" (JN. 20, 18).
Vamos a pedirle a Dios que todos podamos exclamar algún día con el corazón
henchido de gozo: "Hemos visto al Señor". Nosotros no podemos ver a Jesús
eucaristizado, pero estamos plenamente seguros de que comulgamos a Cristo
resucitado de igual manera que también creemos que nuestro querido Hermano
mayor está en nuestros prójimos, que se alegra con los jubilosos y que sufre el
dolor, la agonía y la desesperación de quienes son atribulados de diversas formas.
Hermanos y amigos, Jesús no se limitó a sufrir únicamente durante las horas de
su Pasión. No olvidemos que las llagas del Señor estarán impresas en el Cuerpo del
Mesías hasta que el último de los hombres de todos los tiempos sea santificado y
sea sanado de sus enfermedades. Jesús Resucitado les dijo a sus discípulos:
"Mirad mis manos y mis pies; Soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no
tiene carne y huesos como veis que yo tengo" (LC. 24, 39).
Fijaos en este detalle: Jesús resucitado no pasó el Domingo de Resurrección en el
cielo celebrando su victoria junto a Dios nuestro Padre. ¿Amaba Jesús más a los
hombres que al Padre? Noo, el Señor pasó el Domingo de Pascua entre los suyos
porque llevaba al Padre y al Espíritu Santo en su corazón. San Pablo nos dice:
"Nosotros, por tanto, si hemos muerto con Cristo, debemos confiar en que
también viviremos con él. Porque sabemos que Cristo, al resucitar, triunfó de la
muerte y es ya inmortal; la muerte ha perdido su dominio sobre él" (ROM. 6, 8-9).
No hemos sido los únicos que hemos tenido dudas de fe. María Magdalena,
cuando encontró el sepulcro del Señor vacío en la madrugada del Domingo de
Pascua, no pensó que Cristo había resucitado, sino que alguien había robado su
cadáver. Ella les dijo a los Apóstoles Pedro y Juan:
"Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto" (JN.
20, 2).
Pedro y Juan corrieron al sepulcro. Juan se adelantó a Pedro, pero la primacía
apostólica de su compañero en la Iglesia le hizo esperar que Pedro iniciara la
investigación de lo sucedido con el Señor cuando se asomó a la cueva excavada en
la roca "y vio que las vendas de lino estaban allí en el suelo" (JN. 20, 5).
Pedro, después de ir al santo sepulcro por segunda vez, "vio las vendas y se
volvió a su casa, asombrado por lo sucedido" (LC. 24, 12).
Pedro y Juan, emocionados, corrieron a contarles a sus compañeros y amigos lo
que habían visto. Ellos corrieron demasiado. Si hubieran permanecido unos minutos
junto a María Magdalena, probablemente hubieran podido ver a Cristo resucitado.
Jesús quiso que su gran amiga se desahogara con los 2 ángeles que aparecieron en
el sepulcro antes que El se dejara ver por la hermana de Marta y Lázaro. Si María
calmaba el dolor de su corazón hablando con los ángeles, podía gozarse
doblemente al producirse el encuentro del Señor con ella. María no conoció al Señor
cuando lo vio, pues confundió al Mesías con un hortelano, con aquel profanador de
tumbas de quien los seguidores del Nazareno sospechaban que había robado el
cuerpo de Jesús .
María conoció a Jesús cuando el Maestro la llamó por su nombre. ¿Por qué
conocemos a Jesús? ¿Por qué oramos? Ojalá conociéramos a Jesús reconociendo
que el Señor se ha manifestado en nuestra vida. Ojalá alberguemos en nuestro
corazón la fe de los discípulos de Emaús. Ellos Decían:
""¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba
en el camino y nos explicaba las Escrituras?"... Ellos, por su parte, explicaron lo que
había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan" (LC.
24, 32 y 35).
¿Conocemos a Jesús porque El se nos entrega en las celebraciones eucarísticas?
Jesús le dijo a María cuando ella quiso abrazarlo convencida de que estaba vivo:
"No me retengas, porque todavía no he ido a mi Padre; anda, ve y diles a mis
hermanos que voy a mi Padre, que es también vuestro Padre; a mi Dios, que es
también vuestro Dios" (JN. 20, 17).
Jesús no quería que María lo abrazara para que aprendiera a tenerlo en su
corazón de una forma muy especial, ya que El ascendería al cielo cuarenta días
después del Domingo de Pascua, y sus seguidores no podían sentirse “vacíos” del
Señor.
Nosotros tenemos fe como también tenían fe aquellos que sentían que Jesús no
los había abandonado cuando nuestro Señor ascendió al cielo (CF. HCH. 1, 9).
Comentario breve sobre LC. 24, 13-35.
Los ojos de los discípulos de Emaús no reconocieron a Jesús. Cleofás y su
compañero discutían afanosamente y trataban de saber el sentido de los trágicos
sucesos mediante los cuales fue asesinado Jesús de Nazaret. Los dos amigos huían
de Jerusalén por miedo a las represalias que los judíos podían tomar contra quienes
se habían manifestado abiertamente como seguidores de Jesús, según lo hicieron
ellos. Estos dos personajes representan a quienes tienen muchas cosas en la
mente, a estas personas les parece imposible el hecho de ordenar sus ideas al
intentar replantear sus pensamientos en un rato de meditación. No sé si conoceréis
el caso de un sacerdote español que pastorea una iglesia en la provincia de
Córdoba que hace varios años tuvo la idea de robar la imagen de un Santo de su
comunidad parroquial. Lo que los feligreses menos podían imaginar era que su cura
era el ladrón y parece ser que se enfurecieron mucho. Dos o tres días después de
que la imagen desapareciera misteriosamente, el sacerdote colocó nuevamente al
Santo en su altar correspondiente. Imaginaos la sorpresa que se llevaron los
feligreses cuando fueron a la iglesia a celebrar la Eucaristía dominical y vieron a su
Santo puesto en su altar en perfecto estado, como si nadie lo hubiera movido del
altar ante el cual algunos de ellos rezaban algunas veces. Cuando el cura vio las
caras impresionadas de los miembros de aquella asamblea, dijo unas palabras muy
parecidas a las que siguen: "Os habéis escandalizado porque se os ha robado una
de vuestras imágenes que comprásteis invirtiendo una gran cantidad de dinero,
pero, ¿por qué os ocupáis de las imágenes y no os dedicáis a satisfacer las
necesidades de Jesús en los pobres, enfermos y ancianos?" Los cordobeses no
supieron ver cómo Dios actuó a través de su fiel párroco para demostrarles dónde
radica la doctrina de la Salvación.
Los discípulos de Emaús se quedaron sumamente extrañados cuando aquel
peregrino les preguntó sobre qué tema discutían. Ellos le dijeron a Jesús:
"¿Cómo es posible que desconozca los hechos que han ocurrido en los últimos
días concernientes a la Pasión y muerte del poderoso Profeta en obras y palabras?“.
Esta escena evangélica nos recuerda esas ocasiones en que estamos
desesperados y le decimos a Dios: ¿Por qué permites las injusticias, la pobreza y
las enfermedades? ¿Qué sentido tienen las desgracias de la humanidad para ti?
¿Por qué permites que seamos puestos a prueba si sabes que no podemos soportar
nuestro dolor? ¿Por qué deseas probar nuestra fe si tú mismo sabes si creemos en
ti o si te rechazamos? Después de interrogar a Jesús, imitamos a los discípulos de
Emaús exponiendo los argumentos que utilizamos para escudar la justificación de
nuestras interrogaciones. Señor, no comprendemos tus presencias entre nosotros,
para nosotros sería más fácil creer en ti si pudiéramos tocarte y verte, así sería más
fácil saber que no nos has abandonado.
Jesús nos escucha y nos expone la Palabra de Dios de forma que nos ayuda a
superar nuestras dificultades diciéndonos: Yo os he escuchado, oídme vosotros y
juzgad según vuestra inteligencia si mis palabras y obras son razonables para ser
creídas.
Jesús les expuso su doctrina a los discípulos a quienes acompañaba y quiso
separarse de ellos cuando llegaron a su destino. Nosotros, cuando conocemos la
Palabra de Dios, cuando el mismo Jesús disipa nuestras dudas, repetimos las
palabras con las cuales aquellos dos hombres disuadieron al Cristo para que se
quedara con ellos: Señor, quédate con nosotros, pues ahora sabemos que no
sufríamos porque nos considerábamos pecadores, ahora sabemos que nuestro dolor
no es un castigo que hemos recibido de Dios, ahora sabemos que sufrimos y
errábamos porque no te conocíamos e ignorábamos tu Evangelio de Salvación.
Si Jesús nos explica la Palabra de Dios contenida en la Biblia, reconocemos en El
a un Hombre que Dios ha puesto en nuestro camino al cual ha facultado para que
ilumine nuestra vida con sapiencia divina, pero si ese Hombre, además de darnos a
conocer las Sagradas Escrituras, se hace Eucaristía viva para que lo comulguemos,
tenemos que reconocer que es Jesús quien está junto a nosotros. Ahora sí que
podemos repetir las palabras de los discípulos de Emaús, los que quizá habían
creído que estaban locas las mujeres que tuvieron la dicha de conocer la buena
nueva de la Resurrección del Cristo de Dios.
"¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en
el camino y nos explicaba la Palabra de Dios?“.
Los cristianos tenemos una doble meta en nuestra vida de fe, así pues, por una
parte, queremos esforzarnos para que Dios nos ayude abrir nuestra inteligencia
para que podamos abarcar o comprender la Palabra de nuestro Padre del cielo.
Nosotros, los cristianos practicantes, los que hemos apostado por Cristo, los que
hemos sufrido vejaciones por dar la cara por nuestro Jesús, junto a los que han
derramado su sangre para glorificar algo más que el nombre cristiano, queremos
compartir todo lo que Dios ha conseguido hacer captar por nuestra inteligencia.
Durante el tiempo de Cuaresma nos preguntamos cuales eran las razones que
nos inducían a ser seguidores de Jesús, pero, cuando al contemplar la Resurrección
de Cristo sabemos que estamos resucitando de nuestras carencias lentamente y
que algún día la muerte no tendrá poder sobre nosotros, necesitamos testimonios
de fe que nos impulsen a confiar en el Espíritu Santo, de hecho, ahora queremos
dar testimonio de nuestra esperanza, por consiguiente, mientras más conocimiento
tengamos de la Palabra de Dios, más preparados estaremos para hacer que
aumente el número de cristianos católicos. No hace falta que nos sepamos la Biblia
de memoria para predicar, a nosotros nos basta con tener un corazón ardiente para
desear que nuestros prójimos conozcan a nuestro Jesús (HECH. 2, 24-28).
El Calendario litúrgico de nuestra Iglesia Católica está pensado para aumentar
nuestra fe cristiana y adaptar nuestra vivencia de Dios a nuestra vida cotidiana. Los
rituales que acompañan a los Sacramentos son catequesis que, al mismo tiempo
que nos recuerdan el valor y los frutos sacramentales, nos invitan a adentrarnos
más en la vida de la gracia a que hemos sido llamados. El día más importante de la
semana es el Domingo porque en ese día recordamos la Resurrección de Jesús al
celebrar la Eucaristía. En muchas iglesias se celebra la Misa por la tarde para
recordar la institución de la Eucaristía y la experiencia de los discípulos de Emaús.
Quienes tengan un mayor conocimiento de la Palabra de Dios y del Catecismo de
la Iglesia, sin duda alguna sabrán que los viernes están consagrados a la
meditación de la Pasión y muerte de Jesús, y que los sábados están consagrados a
María Santísima y a la oración ante el sepulcro de Jesús a la espera del alba del
Domingo, pues todos los Domingos se viven a partir de la experiencia del Domingo
de Pascua o de Resurrección, es más, quienes rezan la Liturgia de las horas, saben
muy bien que el paso de la noche al día en toda época del año simboliza el paso de
la muerte a la vida, el cambio de percepción que tenemos cuando estamos sumidos
en nuestras dificultades y resucitamos de esos problemas a la luz del Evangelio.
Concluyamos esta meditación del Evangelio, pidiéndole a nuestro Padre y Dios
que nos ayude a conocer su Palabra salvadora.
Os deseo una feliz Pascua de Resurrección.