¿Qué es eso de la Eucaristía?
(José Portillo Pérez).
Introducción.
¿Qué celebramos en la Semana Santa?
Un año más, se acerca la Semana Santa, una semana en que muchos tienen la
dicha de disfrutar de sus merecidas vacaciones. En los citados días, los católicos
meditamos la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús. Dado que los textos
evangélicos de la Pasión del Señor son muy largos, los meditamos ateniéndonos al
siguiente esquema:
-Domingo de Ramos. Es el día en que empieza la Semana Santa. Recordamos la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y meditamos su Pasión y muerte, para así, el
Domingo siguiente, poder celebrar la Resurrección de Jesús, porque las
celebraciones del Jueves y Viernes Santo no tienen el carácter de obligatoriedad
característico de las Misas dominicales.
-Jueves Santo. En la mañana del Jueves Santo, en la Misa crismal, se recuerda la
importancia del sacerdocio, y se consagran los óleos sacramentales que se
utilizarán en las celebraciones de los Sacramentos que requieren la utilización de
los mismos durante todo el año.
Al atardecer del citado día, damos por finalizado el tiempo de Cuaresma, y
empezamos a vivir los tres días preparatorios de la cincuentena llamada Pascua de
Resurrección. Es importante constatar que, tanto al empezar como al finalizar dicho
Triduo sacro, celebramos la Eucaristía, el Sacramento que, a quienes reconocen que
Dios actúa en su vida "gastándose" en su servicio, les insta a servir a los hombres,
independientemente de la clase social a que pertenezcan los mismos, porque, ante
Dios, todos somos iguales. En la citada celebración, recordamos que Cáritas celebra
el día del amor fraterno haciendo una colecta en beneficio de los pobres, y
recordamos la institución de los Sacramentos de la Eucaristía y el Orden sacerdotal.
Al finalizar la citada celebración eucarística, el Señor Eucaristizado es adorado por
los fieles, quienes analizan su vida ante el Mesías, y adoptan el compromiso de ser
mejores cristianos. Si dicha adoración se lleva a cabo después de las doce de la
noche en celebraciones grupales, carece de solemnidad, porque empieza a
conmemorarse la Pasión y muerte del Señor Jesús.
-Viernes Santo. Son varias las prácticas que los católicos vivimos en este día, de
las que destacan la celebración de la Pasión del Señor que se lleva a cabo, si es
posible, en torno a las tres de la tarde, porque esa es la hora en que Jesús perdió la
vida, y la oración del Vía Crucis. En torno a las nueve de la noche, deben darse por
terminadas todas las celebraciones, porque empezamos a orar, como si
estuviésemos ante la tumba de Jesús, mientras esperamos su Resurrección. El
Viernes y el Sábado Santo, no se puede celebrar la Eucaristía porque se recuerda la
muerte de Jesús, así pues, solo se les han de dar el Viático a los enfermos.
-Sábado Santo. En este día, permanecemos orando, aguardando la Resurrección
del Señor.
-Domingo de Resurrección. El Domingo de Resurrección, celebramos la Vigilia
pascual, una larga celebración eucarística en que recordamos que Dios, a lo largo
de la historia de la humanidad, se nos ha manifestado demostrándonos su amor, y,
si es posible, se celebran los Sacramentos del Bautismo y la Confirmación. Aunque
no puedan celebrarse estos Sacramentos, todos los creyentes renovamos nuestra
profesión de fe, con la intención de perfeccionarnos como cristianos.
Las celebraciones de Semana Santa finalizan con la Eucaristía del día del
Domingo de Resurrección, en que, si se celebra por la mañana, se lee el relato de la
Resurrección de Jesús del Evangelio de San Juan, y, si se celebra por la tarde, se
lee la aparición del Mesías a los discípulos que huyeron de Jerusalén a Emaús, que
San Lucas narra en su Evangelio.
Podríamos hacer más consideraciones referentes a las celebraciones de Semana
Santa, pero, dado que esta meditación versa sobre la Eucaristía, con tal de que
este texto no sea excesivamente largo, os propongo que sigamos meditando sobre
el citado Sacramento.
¿Qué es un Sacramento?
Antes de empezar a meditar sobre la Eucaristía, nos es necesario definir el
término Sacramento, y para ello, vamos a utilizar el Diccionario de la R. A. E.
Llamamos Sacramento a: "1. cada uno de los siete signos sensibles (Bautismo,
Confirmación, Penitencia, Eucaristía, Matrimonio, Orden sacerdotal y Unción de los
enfermos o Extremaunción) de un efecto interior y espiritual que Dios obra en
nuestras almas. 2. Cristo sacramentado en la hostia. 3. Misterio, cosa arcana".
Existen dos razones por las que el Sacramento de la Eucaristía es rechazado,
tanto por muchos católicos como por la inmensa mayoría de cristianos separados
de la Iglesia Católica, las cuales son:
1. La imposibilidad de creer que las especies eucarísticas (el pan y el vino) se
transforman en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad -o Deidad- de
Jesucristo. ¿Creemos los católicos que al comulgar nos comemos el cadáver de
Jesús?
2. A parte de la dificultad que conlleva el hecho de aceptar la Eucaristía como
ofrenda mistérica de Jesús tanto a Dios como a sus hermanos los hombres, el
egoísmo humano influye en el rechazo del citado Sacramento, porque, la
comprensión y recepción sincera de Jesús Sacramentado -o Eucaristizado-, nos
induce a imitar al Mesías a la hora de servir a nuestros prójimos los hombres,
independientemente de que les conozcamos, y de la clase social de los mismos.
Vamos a dividir esta meditación en dos partes:
-1. La institución del Sacramento de la Eucaristía. En la primera parte de esta
meditación, consideraremos los aspectos fundamentales concernientes a la
institución de este Sacramento por parte de Jesús.
-2. Ofrezcámonos con Jesús cada vez que celebremos la Eucaristía. En la segunda
y última parte de esta meditación, a través de la consideración del capítulo trece
del Evangelio de San Juan, comprobaremos nuestra vinculación a Jesús Eucaristía,
quien no solo se nos ofrece como don, sino que, para que podamos abarcar la
grandeza y fuerza de su amor, nos pide que amemos sin límites impuestos por el
egoísmo humano a nuestros hermanos los hombres.
Existe un hecho que estamos acostumbrados a ver, el cual forma parte de
nuestra rutina, lo cual quizá no nos llama la atención, por la fuerza de la costumbre
que nos ha habituado a contemplarlo, y porque no es una novedad que nos resulta
curiosa. Los católicos se reúnen los Domingos y algunos días festivos para celebrar
un extraño e incomprensible rito, que la mayoría de los mismos apenas
comprenden, pero lo viven bajo la misma rutina que hace que no nos extrañemos
de verlos reunidos. Veamos qué es eso de la Eucaristía, y si, el citado Sacramento,
tiene o puede tener alguna implicación en la vida de quienes lo celebran.
1. La institución del Sacramento de la Eucaristía.
Jesús instituyó el Sacramento de la Eucaristía el atardecer del día en que cenó
por última vez con sus discípulos, antes de ser apresado por sus amigos en el
huerto de Getsemaní. Existen tres relatos de dicha cena, escritos por los Santos
Evangelistas Mateo, Marcos y Lucas. El último de dichos autores, escribió en su
primera obra:
"Llegó el día de los Azimos, en el que se había de sacrificar el cordero de Pascua"
(LC. 22, 7).
Para comprender el texto de San Lucas que estamos meditando, tenemos que
recurrir al libro del Éxodo, -el segundo volumen bíblico-, para saber qué son los
Ázimos, y la importancia del cordero pascual de los hebreos, el cual simboliza a
Jesucristo, quien fue sacrificado, y es el Cordero de la Pascua cristiana.
Dado que nuestros meses actuales tienen entre veintiocho y treinta y un días, no
son coincidentes con el calendario hebreo, que dividía el año en doce meses, cada
uno de los cuales constaba de veintiocho días, en conformidad con los ciclos
lunares. A modo de curiosidad, no está de más recordar, que, el hecho de que la
Semana Santa se celebre unos años en marzo y otros en abril, radica en que el
calendario de fijación de dicha festividad se basa en el calendario hebreo, pues los
católicos hacemos coincidir nuestra celebración de la Pascua con la celebración de
los judíos, ya que, tal como veremos en este trabajo, Jesucristo instituyó la Pascua
cristiana, teniendo como base la Pascua hebrea.
Sabemos que los hebreos estuvieron esclavizados en Egipto durante
cuatrocientos treinta años. Dios eligió a Moisés para que, por su medio, liberara a
su pueblo de la esclavitud, y quiso que los hebreos recordaran el hecho de su
liberación anualmente, al celebrar el Pesaj (la Pascua), el paso del Todopoderoso
entre su pueblo. Dado que en la Biblia se nos enseña que la Palabra de Dios es
nuestro alimento espiritual, Dios quiso que, durante los siete días que se
prolongaba la celebración del Pesaj, los hijos de su pueblo no comieran pan
fermentado, sino pan ázimo, dado que la levadura es símbolo del pecado. El hecho
de comer panes ázimos, significaba que los hebreos aceptaban a Dios, de la misma
manera que, el hecho de celebrar la Eucaristía, es el instintivo de que los católicos
somos cristianos, no solo a la hora de comulgar, sino a la hora de servir a nuestros
prójimos los hombres, a pesar de que en este terreno corremos el riesgo de dejar
mucho que desear. Esta es la razón por la que Dios les dijo a los hijos de su pueblo
por medio de Moisés:
"Durante siete días comeréis ázimos; ya desde el primer día quitaréis de vuestras
casas la levadura. Todo el que desde el día primero hasta el día séptimo coma pan
fermentado, ese tal será exterminado de en medio de Israel" (ÉX. 12, 15).
Fijémonos si era importante para Dios el hecho de que sus creyentes le
obedecieran, que, con tal de que no fuesen excluidos de su religión, les exigió que
no tuvieran levadura en casa durante la semana que se prolongaba la Pascua, con
tal de que no cayeran en la tentación de comer pan fermentado. Ojalá tuviéramos
los cristianos el celo que debió caracterizar a los hebreos a la hora de cumplir la
voluntad de su Dios y Salvador.
¿Cuál es el simbolismo del cordero pascual? Dios quiso que, durante la noche de
Pascua, sus creyentes cenaran un cordero, mientras recordaban cómo fueron
liberados de la esclavitud, con tal de que, con el paso de los años, no olvidaran
cómo el Creador tuvo piedad de su pueblo. Dicho cordero tenía que carecer de
defectos, porque es símbolo de Jesucristo, quien, sin ser pecador, fue sacrificado
como un cordero, según el profeta Isaías:
"Fue oprimido, y él se humilló
y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era llevado,
y como oveja que ante los que la trasquilan
está muda, tampoco él abrió la boca" (IS. 53, 7).
Veamos las prescripciones legales referentes a la cena del cordero pascual de los
hebreos.
"Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: El día diez de este mes tomará
cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor
por casa. Y si la familia fuese demasiado reducida para una res de ganado menor,
traerá al vecino más cercano a su casa, según el número de personas y conforme a
lo que cada cual pueda comer. El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo
escogeréis entre los corderos o los cabritos. Lo guardaréis hasta el día catorce de
este mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre
dos luces. Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las
casas donde lo coman. En aquella misma noche comerán la carne. La comerán
asada al fuego, con ázimos y con hierbas amargas. Nada de él comeréis crudo ni
cocido, sino asado, con su cabeza, sus patas y sus entrañas. Y no dejaréis nada de
él para la mañana; lo que sobre al amanecer lo quemaréis. Así lo habéis de comer:
ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo
comeréis de prisa. Es Pascua (paso) de Yahveh (este es el nombre de Dios más
empleado en la Biblia)" (EX. 12, 3-11).
La Eucaristía de la tarde del Jueves Santo, si es posible, ha de celebrarse al
atardecer, a la hora en que los hebreos sacrificaban el cordero pascual.
Al untar las jambas y el dintel de sus casas con la sangre del cordero, los hebreos
se libraron de que el ángel exterminador que recorrió el país de Egipto
exterminando a los primogénitos tanto de los hombres como de los animales
ejecutara contra ellos la venganza con que Dios castigó a los egipcios por haber
esclavizado a su pueblo.
De la misma manera que la sangre del cordero pascual salvó a los primogénitos
hebreos de la muerte, la Sangre de Jesús, -nuestro Cordero pascual-, nos ha hecho
conscientes de que somos el objeto directo del amor de Dios.
Los hebreos tenían que cenar el cordero pascual con panes ázimos para
simbolizar la pureza que deseaban alcanzar, y con hierbas amargas, para recordar
los cuatrocientos treinta años que se prolongó su esclavitud.
Los hebreos tenían que comerse hasta las entrañas del cordero, para que así
comprendiéramos que Jesús se entregó por completo en su cruz a la purificación y
santificación de sus creyentes.
Los restos del cordero pascual tenían que ser quemados al amanecer, para
simbolizar que no debemos recurrir a Dios cuando nos convenga hacerlo, pues
debemos vivir cada instante de nuestra vida, cumpliendo la voluntad de nuestro
Santo Padre.
El hecho de comer de prisa, vestidos, calzados, y con el bastón en la mano (el
bastón simboliza la autoridad), era para los hebreos un símbolo de que tenían que
estar preparados a iniciar su travesía a través del desierto, que se prolongó durante
cuarenta años.
San Lucas sigue diciendo en su Evangelio:
"Y envió a Pedro y a Juan, diciendo: «Id y preparadnos la Pascua para que la
comamos"". Ellos le dijeron: «¿Dónde quieres que la preparemos?» Les dijo:
«Cuando entréis en la ciudad, os saldrá al paso un hombre llevando un cántaro de
agua; seguidle hasta la casa en que entre, y diréis al dueño de la casa: "El Maestro
te dice: ¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" El
os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta; haced allí los
preparativos.» Fueron y lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la
Pascua" (LC. 22, 8-13).
Jesús les dijo a Pedro y a Juan que fueran a prepararles la Pascua tanto al
Maestro como a su comunidad de Apóstoles y discípulos más allegados. Hablando
haciendo un acto de sinceridad, debo decir que, en los relatos de la última Cena de
Jesús con sus discípulos, los Evangelistas no nos dan los nombres de los
acompañantes del Señor, de entre quienes no dudamos que estaban sus Apóstoles,
y no descartamos la posibilidad de que entre los tales también estuvieran los
mejores amigos de nuestro Señor, María Santísima y aquellos de sus sobrinos que,
en aquel tiempo, hubieran aceptado a Jesús como Mesías, y, por tanto, hubieran
dejado de hacer lo humanamente posible para hacerles creer a sus creyentes que el
Señor había perdido la cordura. La razón por la que muchos se obstinan en creer
que Jesús cenó acompañado únicamente por sus Apóstoles, radica en el hecho de
contemplar el ministerio de los sacerdotes, no como una oportunidad de servir a los
hombres, sino como la grandeza que Dios les ha dado a los tales, de conseguir un
alto status social.
Sigamos meditando el texto de San Lucas.
"Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: «Con ansia
he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que
ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios"" (LC.
22, 14-16).
Nuestro Señor les dijo a sus seguidores que deseó cenar con ellos ansiosamente
antes de ser entregado por Judas a sus enemigos, y que tenía la esperanza de
volver a comer y beber con ellos, no en un clima de tensión semejante al que lo
envolvía, sino en el Reino de Dios, -es decir, en la sociedad en que se convertirá la
tierra, en el tiempo llamado del fin del mundo-. Los lectores de la Biblia saben
perfectamente que la abundancia de dones con que Dios premiará la fe de sus
creyentes en su Reino, está simbolizada con un banquete de bodas, porque, a la
hora de comer en un ambiente familiar y de amistad, se tiene la oportunidad de
compartir sentimientos, inquietudes, alegrías y tristezas.
Dado que Jesús estaba turbado ante el temor de la vivencia de su Pasión, el
Señor pensaba en las dos poderosas razones que lo ayudaban a mantenerse
dispuesto a no flaquear, las cuales eran el cumplimiento de la voluntad de Dios, y la
certeza de que, algún día, todos viviremos en un mundo que no estará
caracterizado por ningún tipo de sufrimiento. Es esta la razón por la que, al
compartir una copa de vino con sus amigos, nuestro Señor hizo referencia
nuevamente a la celebración del banquete del Reino de Dios.
"Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: «Tomad esto y repartidlo entre
vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de
la vid hasta que llegue el Reino de Dios"" (LC. 22, 17-18).
Aunque los maestros de espiritualidad tenían a sus discípulos como esclavos,
Jesús tenía a sus Apóstoles y discípulos como amigos. Si el Mesías dejaba que sus
seguidores le llamaran Maestro, ello no se debía a su deseo de ser reconocido como
un gran personaje, sino al deseo que tenía de que su doctrina fuese aceptada. Los
Apóstoles estaban tan acostumbrados a que Jesús solo se distinguiera entre los
creyentes por su ciencia y don de gentes, que no se extrañaron cuando el Mesías
les repartió la citada copa de vino.
El hecho de que los creyentes estaban acostumbrados a ser servidos por Jesús,
me insta a reflexionar sobre la fe estática de muchos católicos, que, están tan
acostumbrados a celebrar la Eucaristía, que han dejado de sorprenderse de la
grandeza de la entrega de Jesucristo a Dios nuestro Padre y a nosotros, sus
hermanos los hombres. Tales creyentes, son como los adolescentes y jóvenes
caprichosos que no les agradecen a sus padres el dinero que les dan tanto para que
estudien como para que se diviertan, simplemente, porque creen que se lo merecen
todo.
Prosigamos meditando el texto de San Lucas.
"Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi
cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío"" (LC. 22, 19).
De la misma manera que Jesús partió y repartió el pan entre sus discípulos,
nuestro Señor entregó su vida en la cruz, para que toda la humanidad pueda creer
que somos el objeto directo del amor de Dios. Esta misma enseñanza se recalca en
la conversión del vino en su Sangre que Jesús repartió entre sus discípulos, pues,
en términos espirituales, los trasladó al Gólgota, donde, el día siguiente, fue
crucificado, y derramó su sangre, por el bien de sus hermanos los hombres.
"De igual modo, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la
Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros"" (LC. 22, 20).
A pesar de que muchos cristianos llevamos muchos años comulgando en las
celebraciones eucarísticas, aún no hemos dejado de admirarnos de cómo Jesús se
nos entrega sin reservas. Jesús no se nos entrega únicamente para que salgamos
de nuestra rutina haciendo de la Eucaristía un acto teatral, sino para que lo
imitemos al servir a nuestros prójimos los hombres. ¿Cómo quiere Jesús que
sirvamos a nuestros prójimos los hombres? Dado que el Señor desea que lo
imitemos, no debemos servir a la humanidad de cualquier manera, sino como lo
haría el mismo Cristo, es decir, utilizando todos los medios de que dispongamos
para ello, lo cual no significa que tenemos que despojar a nuestros familiares para
ayudar a otros, sino que tenemos la posibilidad de hacer más buenas obras de las
que pensamos, evitando el egoísmo, sin desprendernos de todo lo que tenemos, y
prestando servicios adecuados.
A pesar de que Jesús les mostró a sus seguidores el hecho que le inducía al
suicidio de la cruz, no pudo evitar el hecho de hablarles de la maldad de Judas,
quien, quizá para forzarlo a revelarse contra los romanos, tuvo la idea de venderlo
como si fuera su esclavo, pues los hombres libres, por tener dignidad, no podían
ser sometidos a las vejaciones que padeció el Hijo de María de Nazaret.
"«Pero la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa. Porque el
Hijo del hombre se marcha según está determinado (le acontecerá lo que está
profetizado o anunciado que le suceda en las antiguas Escrituras). Pero, ¡ay de
aquel por quien es entregado!" (LC. 20, 21-22).
Aunque se ha especulado mucho sobre la posibilidad de que Judas esté en el
infierno por haber vendido al Unigénito de Dios, no es descartable la posibilidad de
que Jesús lo perdonara, por consiguiente, Judas fue el instrumento de que Jesús se
valió para caer en las manos de sus enemigos. Al profetizar Jesús lo mal que iba a
terminar la vida de Judas, hizo referencia al hecho de que, tal como escribió San
Lucas en su segunda obra, el citado Apóstol compró un terreno en que se suicidó,
o, como narra San Mateo en su Evangelio, se ahorcó.
A pesar de que Jesús les mostró a sus Apóstoles la grandeza de su amor
mediante la institución del Sacramento de la Eucaristía, ellos se enzarzaron en dos
discusiones, primero para averiguar quién de ellos iba a traicionar al Señor, y para
averiguar quién tendría el privilegio de sustituir a Jesús en la presidencia de la
comunidad de creyentes, pues sus corazones no conocían el poder del servicio, sino
el poder del ejercicio del dominio y el encubrimiento de la tiranía, a que les tenían
acostumbrados, tanto los dominadores romanos, como los líderes político-religiosos
de Palestina.
"Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer
aquello. Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos parecía ser el
mayor. El les dijo: «Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos,
y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así
vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que
gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el
que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como
el que sirve" (LC. 22, 23-27).
Mientras que la felicidad en términos meramente humanos se basa en el poder,
las riquezas y el prestigio que podemos alcanzar, la grandeza del amor cristiano,
radica en la doble capacidad de dar y recibir amor, sin intereses que justifiquen la
donación. Jesús, para hacerles entender a los suyos que no ambicionaran el poder,
se les mostró como modelo de servicialidad y humildad, cuando les dijo:
"«Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi
parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para
que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a
las doce tribus de Israel" (LC. 22, 28-30).
Jesús les dijo a los Apóstoles que los constituiría jueces de su país en el Reino de
Dios, pero, antes de que ello sucediera, tendrían que aprender a ejercer el poder de
servir, renunciando al ejercicio del poder que hacen los explotadores de los más
débiles. ¿Comprendieron los Apóstoles las palabras de Jesús? Ciertamente, no lo
hicieron, así pues, antes de dejar el Cenáculo para ir a orar al huerto de los Olivos,
los citados seguidores de Jesús volvieron a hacer otro intento para que el Mesías los
autorizara a utilizar sus espadas para salvarle la vida y defenderse ellos, y, cuando
el Salvador fue arrestado, Pedro le cortó una oreja a Malco, un siervo de Anás, un
alto miembro de la clase sacerdotal.
Los hechos que estamos considerando, nos recuerdan lo difícil que es para
quienes creemos en Dios no comprender el designio de Yahveh en su totalidad. Este
hecho, según lo interpretemos, o nos ayuda a esperar pacientemente el día en que
se resuelvan nuestras dudas, o nos hace perder la fe.
2. Ofrezcámonos con Jesús cada vez que celebremos la Eucaristía.
En contraposición a los relatos de los Evangelistas Mateo, Lucas y Marcos, San
Juan, en vez de narrar en su Evangelio la institución de la Eucaristía, describe el
lavatorio de los pies, por dos razones: 1. El Sacramento de la Eucaristía fue
explicado en el capítulo seis de su Evangelio, y, 2. la celebración de dicho
Sacramento no tardó mucho tiempo en tomar un cariz contrario a la voluntad del
Dios que desea que nos sirvamos. Los primeros cristianos concluían las
celebraciones eucarísticas con una celebración en que los asistentes debían
compartir sus alimentos, mientras convivían fraternalmente. San Pablo les escribió
a los cristianos de Corinto que ellos habían desvirtuado las celebraciones
eucarísticas, porque no hicieron nada por acabar con las diferencias sociales que les
caracterizaban, pues, mientras los pobres pasaban vergüenza y quedaban fuera de
las casas en que se llevaban a cabo las celebraciones, los ricos banqueteaban a
placer.
"El caso es que en vuestras asambleas ya no es posible comer la cena del Señor.
Cada uno empieza comiendo la comida que ha llevado, y así resulta que mientras
uno pasa hambre, otro está borracho. ¿Pero es que no tenéis vuestras casas para
comer y beber? ¡Ya se ve que apreciáis bien poco la asamblea cristiana y que no os
importa poner en evidencia a los más pobres! ¿Qué? ¿Esperáis que os felicite por
esto? ¡Pues no es precisamente como para felicitaros!" (1 COR. 11, 20-22).
Dado que llegó el día en que la asistencia a las celebraciones eucarísticas no era
una consecuencia de la fe de los creyentes, sino del deseo de participar en las
comilonas en que concluían dichas celebraciones, la Iglesia suprimió la celebración
de los citados banquetes, y, en el siglo IV, ante la constatación de que la
participación en las celebraciones eucarísticas disminuía, y, poco a poco, se daban
los pasos para que se unificaran las iglesias cristianas dispersas por el mundo, el
clero se sintió con la autoridad suficiente como para tachar de pecadores mortales a
quienes no asistieran a la Eucaristía dominical sin un motivo muy grave que
justificara su acción, tal como cuidar a un moribundo.
Durante los veinte siglos de historia que ha vivido el Cristianismo en general,
todas las denominaciones en que se ha dividido el mismo, se han debatido entre el
gran deseo de ejercer poder político y coercitivo de muchos con tal de dominar a la
gran muchedumbre de creyentes, y el deseo de servir a los más desvalidos de unos
pocos, que han tenido que hacerle frente a su lucha, muchas veces, sin tener los
medios que han necesitado para ver realizados sus propósitos.
De la misma forma que los tres soldados que crucificaron a Jesús se jugaron la
túnica del Mesías a los dados, los cristianos nos jugamos la verdad de Jesús,
adaptándola a nuestros intereses congregacionales y personales. Por mi parte,
después de examinar diferentes credos cristianos, he visto que el mensaje de Jesús
se desarrolla ampliamente en los Evangelios, pero no es totalmente acogido por
toda la Cristiandad.
"1. ... San Juan nos dice en el Evangelio de hoy:
"Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para
que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en
el mundo, los amó hasta el fin" (JN. 13, 1).
San Juan nos dice que Jesús sabía que había llegado el tiempo en que tenía que
separarse de sus familiares y amigos queridos para ascender al cielo, pero también
nos dice que nuestro Señor amó a quienes le rodeaban hasta el fin, indicándonos
que El era consciente de que, para ser elevado al cielo, tenía que morir, con tal que
comprendiéramos que somos el objeto directo del amor de nuestro Padre común.
"Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas
Iscariote, hijo de Simón, que le entregase (a sus enemigos), sabiendo Jesús que el
Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de dios, y a
Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la
ciñó" (JN. 13, 2-4).
Jesús es Hijo de dios, así pues, El sabía que tenía el mismo derecho que Dios
tiene sobre sus criaturas, pero ello no le impidió ceñirse una toalla, echar agua en
una jofaina y lavar los pies de sus discípulos, tal como en aquel tiempo hacían los
esclavos con sus señores. En el Evangelio de San Juan, leemos las siguientes
palabras de nuestro señor:
"vosotros me llamáis Maestro y señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo
soy" (JN. 13, 13).
Jesús fue el Maestro de sus seguidores, los cuales, a cambio de recibir su
instrucción espiritual, tenían el deber de servirlo como si fueran sus siervos.
Teniendo en cuenta esta realidad, ¿por qué se humilló el Mesías ante quienes tenían
la obligación de servirlo? ¿Tenía aquel extraño hecho de nuestro Señor algún
significado simbólico? San Lucas escribió en su Evangelio:
"Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que
se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve" (LC. 22, 27).
"Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a
enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y
Pedro le dijo: señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo
hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después" (JN. 13, 5-7).
Jesús le dijo a Pedro que él estaba incapacitado para comprender que El había
venido al mundo a morir por su Apóstol y por todas las personas de todos los
tiempos. Pedro no podía imaginar que el gesto de que el Mesías le lavara los pies
significaba que El tenía que dejarse redimir por el hijo de María.
"Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: si no te lavare,
no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: señor, no sólo mis pies, sino
también las manos y la cabeza" (JN. 13, 8-9).
Pedro pensaba de sí mismo que era tan pecador, y que por ello él era tan
insignificante, que no podía permitir que el Hijo de Dios le sirviera como si él fuese
su amo. Jesús le dijo a su impulsivo amigo que sus seguidores no tienen ningún
mérito al cumplir escrupulosamente la Ley de Dios, pues, si los mismos quieren ser
salvos, lo único que tienen que hacer es dejarse redimir por el Hijo de Dios. Fijaos
que existen muchas religiones cuyos devotos adoran a dioses muy exigentes, pero
nuestro Padre común, a diferencia de dichas deidades, sabiendo que no podemos
verle, viene a nuestro encuentro, y nos pide que nos dejemos salvar por Jesús.
"... ¿Sabéis lo que os he hecho? vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís
bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies,
vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he
dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis" (JN. 13, 12-16).
Jesús nos pide que sirvamos a nuestros prójimos de la misma manera que El nos
sirvió hasta el punto de sacrificarse para redimirnos.
2. La eucaristía.
Todos los domingos y demás días de guardar -o de precepto- asistimos a la
celebración de la eucaristía. Quizá conocemos las partes en que se divide la
celebración de la Misa, dado que todos los festivos eclesiásticos celebramos el
encuentro de Dios con sus hijos los hombres, ora porque deseamos encontrarnos
con nuestro Señor, ora por salvar nuestras almas de las llamas del infierno, o quizá
como les sucede a muchos católicos no practicantes, por obligación, pues desean
que sus hijos reciban a nuestro señor eucaristizado para hacer una fiesta. No
debemos pasar por alto el hecho de que si el Nacimiento de nuestro señor fue muy
llamativo para nosotros porque El descendió de su rango hasta hacerse hombre, el
Sacramento de la Eucaristía significa que nuestro Señor se deja sacrificar y resucita
en cada ocasión que celebramos el encuentro de dios con sus hijos. Jesús murió
una sola vez para redimirnos, pero su sacrificio se actualiza en cada ocasión que
celebramos la eucaristía, porque El sabe que a nosotros nos cuesta un gran
esfuerzo aceptarlo plenamente y dejarnos llevar a la presencia de nuestro Padre
común por El.
En las celebraciones de la eucaristía le pedimos perdón a Dios porque, aunque
sólo pecan quienes desobedecen a nuestro Padre común conscientemente, por
causa de nuestra fragilidad, no siempre hacemos todas las cosas como quisiéramos
hacerlas. Cuando confesamos nuestras transgresiones en el cumplimiento de la Ley
aunque sea públicamente, tenemos la sensación de que nuestro Padre celestial nos
acoge en su presencia, nos da la oportunidad de seguir superándonos ejercitando
sus dones y virtudes, y nos instruye en la interpretación de su Palabra, para que no
volvamos a cometer en el futuro las equivocaciones que caracterizaron parte de
nuestro pasado.
Cuando celebramos el encuentro de Dios con los hombres, se nos da a conocer la
Palabra de nuestro padre común, pues sólo si cumplimos su voluntad, creeremos
que somos sus hijos amados, por los que El permitió que Jesús fuera crucificado
entre los ladrones Dimas y Gestas, lo cuál significa que nuestro señor estuvo en el
mundo tan indefenso como lo estamos nosotros, de forma que no podemos acusar
a dios de que es muy exigente porque desconoce el dolor y la incertidumbre que
asolan la vida de muchos de nuestros hermanos.
Al meditar sobre este Sacramento, no hemos de olvidarnos de los ministros que
han sido capacitados para actualizar el sacrificio de nuestro Señor.
Agradezcámosles a los ministros de Cristo lo que el hecho de haberse consagrado a
nuestro Padre común para servir a las almas que les han sido encomendadas por la
Iglesia significa, a fin de que las mismas conozcan a Dios y obtengan la salvación
de nuestro Padre común. Quiero tener un recuerdo especial para aquellos
sacerdotes que trabajan en parroquias pequeñas cuyo número de feligreses es muy
reducido porque donde ellos trabajan para nuestro Criador nuestra fe no es
aceptada. Recuerdo el caso de un sacerdote que, después de evangelizar a sus
feligreses durante más de treinta años, fue repudiado por los asistentes a una
celebración eucarística en la que él expuso el significado de la parábola del buen
pastor, pues la gente de aquél pueblo afirmaba que su sacerdote les había llamado
borregos. Hablemos con nuestros pastores de almas. Vamos a trabajar
conjuntamente con los hombres que viven consagrados a obtenernos la redención
de nuestra imperfección.
3. La cena del señor.
San Pablo escribió en su primera carta a los Corintios:
"Porque yo recibí del señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús,
la noche que fue entregado (por Judas a sus enemigos), tomó pan; y habiendo
dado gracias, lo partió, y dijo: tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros
es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después
de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto
todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que
comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del señor anunciáis hasta que
él venga" (1 COR. 11, 23-26).
Al celebrar la eucaristía, anunciamos la Pasión, la muerte y la resurrección de
nuestro señor.
San Pablo nos dice a propósito de quienes reciben a nuestro señor sin estar
purificados:
"DE manera que el que comiere este pan o bebiere esta copa del señor
indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del señor" (1 COR. 11, 27).
Si Jesús murió por los pecadores, entendemos perfectamente el hecho de que
sean culpados de la muerte de nuestro señor quienes le reciben sin haber sido
purificados de sus transgresiones voluntarias en el cumplimiento de la Ley.
En otro lugar, San Pablo escribió:
"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de
Cristo? el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno
solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo (el Cuerpo Místico de
Cristo); pues todos participamos de aquel mismo pan. Mirad a Israel según la carne
(el punto de vista de los hombres); los que comen de los sacrificios, ¿no son
partícipes del altar?" (1 COR. 10, 16-18).
San Pablo nos ha dicho que, si recibimos a Jesús Sacramentado, somos
miembros del cuerpo Místico de nuestro señor, lo cuál significa que, en cada
ocasión que celebramos la Eucaristía, nos sacrificamos espiritualmente, ora para
crecer espiritualmente, ora para mejorar nuestro servicio a Dios en nuestros
prójimos los hombres.
Vivamos intensamente la celebración del santo Triduo pascual, y pidámosle a
nuestra Santa Madre, que, ya que ella conoce el sufrimiento de los hombres, no
deje de interceder ante nuestro Padre común por los más desvalidos de nuestra
sociedad. Amén" (José Portillo Pérez, Jueves Santo, año 2010).
"2. El amor recíproco.
"Se habían puesto a cenar, y el diablo había metido ya en la cabeza de Judas
Iscariote, hijo de Simón, la idea de traicionar a Jesús. Con plena conciencia de
haber venido del Padre y de que ahora volvía a El, y perfecto conocedor de la plena
autoridad que el Padre le había dado, Jesús se levantó de la mesa, se quitó el
manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura. Después echó agua en una
palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla
que llevaba a la cintura. Cuando le llegó la vez a Simón Pedro, este le dijo: -señor,
¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le contestó: -Lo que estoy haciendo, no puedes
comprenderlo ahora; llegará el tiempo en que lo comprendas. Pedro insistió: -
Jamás permitiré que me laves los pies. Jesús le respondió: -Si no me dejas que te
lave los pies, no podrás seguir contándote entre los míos. Pedro entonces le dijo: -
señor, no sólo los pies; lávame también las manos y la cabeza." (JN. 13, 2-10).
Pedro estaba incapacitado para comprender que Jesús les servía a El y a sus
compañeros para que ellos hicieran lo propio entre sí y con sus prójimos los
hombres. Pedro pensaba de sí mismo que era un pecador tan miserable que no
merecía ser servido por el Hijo de Dios, pero, aún así, sufrió mucho al dejarse servir
por el hijo de María. Conozco a muchos hermanos que hacen penitencia durante
todo el año y se obstinan tanto en pensar en sus pecados que son incapaces de
dejarse amar por nuestro padre común, porque creen que no merecen ninguna
muestra de amor, porque son muy malvados. Ellos deberían dejarse amar por el
dios que los quiere hacer felices llevándolos a su presencia.
Pedro sufrió dejándose servir por su Maestro, pues ello no era razonable, si
tenemos en cuenta que, a cambio de recibir una buena instrucción espiritual, Jesús
debería haber sido servido por sus seguidores. Jesús vivía lo que predicaba, así
pues, si el decía que hemos de amar a nuestros prójimos, El no podía darse el lujo
de vivir regaladamente a costa de quienes creían en El, así pues, según nuestro
punto de vista actual, ello habría invalidado su doctrina.
"Pero Jesús le replicó: -el que se ha bañado y está completamente limpio, solo
necesita lavarse los pies. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos. Sabía muy
bien Jesús quien iba a traicionarle; por eso añadió: "No todos estáis limpios." Una
vez que terminó de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a sentarse
a la mesa y les preguntó: -¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros?
vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo soy.
Pues bien, si yo, vuestro Maestro y Señor, os he lavado los pies, lo mismo debéis
hacer vosotros unos con otros. Os he dado ejemplo: debéis portaros como yo lo he
hecho con vosotros. Os aseguro que el siervo no puede ser mayor que su amo; ni el
enviado, superior a quien le envió. ¿Está claro esto? Pues seréis dichosos si lo
ponéis en práctica." (JN. 13, 10-17).
3. Anuncio de la traición de Judas.
Nuestro señor vivió durante su Pasión dos tipos de traiciones, las cuales fueron
llevadas a cabo por sus enemigos -entre los que se encontraba el Apóstol Judas-, y
la negación de Pedro, su amigo, aquel que le dijo que jamás le traicionaría, tal
como veremos más adelante.
"No me refiero ahora a todos vosotros; yo sé muy bien a quienes he elegido. Pero
debe cumplirse la Escritura: el que come a mi mesa, se ha vuelto contra mí. Os
digo estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que, cuando sucedan, creáis
que "yo soy el que soy". Os aseguro que todo el que reciba al que yo envíe, me
recibe a mí mismo, y al recibirme a mí, recibe al que me envió" (JN. 13, 18-20).
Jesús sabía que aquel que le iba a vender por 18,030 euros se contaba entre sus
Apóstoles. Nuestro señor quería hacerles saber a sus Apóstoles las cosas que iban a
suceder, para que ellos pudieran constatar que el les decía la verdad, dado que su
fallecimiento iba a coartar totalmente la fe de sus seguidores.
"Después de decir esto, Jesús se sintió profundamente conmovido y declaró: -Os
aseguro que uno de vosotros va a traicionarme" (JN. 13, 21).
Jesús les dijo a sus Apóstoles las citadas palabras, dado que ellos habían vivido
muy unidos entre sí con su Maestro, y les iba a costar un gran esfuerzo creer que
uno de sus hermanos en la fe del señor les iba a arrebatar a aquel por quien
abandonaron a sus familiares y renunciaron a sus bienes. Jesús les dijo dichas
palabras a sus compañeros marcado por una gran emoción, dado que le era muy
difícil ser traicionado por un hombre que se había contado durante mucho tiempo
entre sus amigos, y en aquel momento en que tanto lo necesitaba, estaba
dispuesto a venderlo como si fuera su esclavo, dado que los esclavos eran vendidos
en aquel tiempo por treinta monedas de plata del Templo (denarios).
"Los discípulos comenzaron a mirarse unos a otros con gran extrañeza,
preguntándose a quién se referiría. Uno de ellos, el discípulo a quien Jesús tanto
quería (el autor del cuarto Evangelio), estaba recostado a la mesa al lado de Jesús.
Simón Pedro le hizo señas para que le preguntara a Jesús a quién se refería. El
discípulo, acercándose más a Jesús, le preguntó: -Señor, ¿quién es? Jesús le
contestó: -Es aquel a quien yo dé el trozo de pan que voy a mojar en el plato. Lo
mojó y se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y, tras el bocado, entró en él
Satanás (el demonio se adueñó de él para manipularlo. De esa forma se explicaba
San Juan la traición de Judas). Jesús le dijo: -Lo que vas a hacer, hazlo cuanto
antes. Ninguno de los comensales entendió lo que Jesús había querido decir. Como
Judas era el depositario de la bolsa, algunos pensaron que le había encargado que
comprase lo necesario para la fiesta o que diese algo a los pobres. Judas tomó el
trozo de pan mojado y salió inmediatamente. Era de noche" (JN. 13, 22-30).
San Juan apoyó su cabeza en el hombro de nuestro señor mientras que el Mesías
instruía a sus seguidores con respecto a lo que había de sucederle en las horas
siguientes y sobre los sucesos característicos del tiempo de Pascua. Este hecho que
puede ser visto como insignificante nos llama la atención, porque ello indica que el
citado Apóstol que en aquél tiempo era un adolescente impetuoso, se fiaba de su
Rabbi. Creo que deberíamos preguntarnos si confiamos en nuestro Señor como lo
hizo san Juan, pues el fue el único Apóstol del Señor que no huyó cuando peligraba
su vida, con tal de acompañar al Mesías durante las horas que se prolongó su
Pasión y muerte. San Juan podría haber huido del Calvario cuando Jesús murió,
pero él quiso estar junto al cadáver de su Maestro hasta que José de Arimatea y
Nicodemo lo sepultaron. Aunque muchos creen que san Juan fue valiente aquel día
por causa del ímpetu característico de su juventud, creo que nuestras experiencias
vitales de sucesos desagradables no deben hacernos cobardes.
Jesús le dio a Judas el pan porque quizá fue más fácil para él señalar al traidor de
forma que algunos de sus compañeros impidieran su muerte, y porque debía serle
muy difícil explicarle al adolescente Juan que uno de sus compañeros lo traicionaría
en un espacio de tiempo muy corto.
Jesús le dijo a Judas que no se detuviera en su intento de traicionarlo y que
hiciera pronto lo que estaba dispuesto a hacer, pues nuestro Señor no quería
retrasar su vivencia del dolor, ya que ello sólo conseguiría torturarlo y hacer más
lenta y pesada su agonía. Si Jesús tenía que morir, le era preferible hacerlo pronto,
porque le torturaba el hecho de pensar en lo que le iba a acontecer.
Ninguno de los compañeros de Judas podía imaginar que el traidor más conocido
de la Historia estaba recibiendo instrucciones de quien lo había tenido por amigo
para que lo vendiera pronto. Judas huyó del Cenáculo rápidamente, y algunos de
sus compañeros entendieron que había recibido las instrucciones debidas para que
comprara las cosas que necesitaban para celebrar la liberación de los hebreos de
Egipto (el Pesaj).
4. el mandamiento nuevo del amor.
"Apenas salió Judas, dijo Jesús: -Ahora va a manifestarse la gloria del Hijo del
hombre, y dios va a ser glorificado en él" (JN. 13, 31).
Después de que aconteció la Resurrección de nuestro señor, Jesús fue glorificado
por Dios, y nuestro Padre común fue glorificado en su Unigénito, dado que el vivió
su amor para con El y para con nosotros hasta el extremo de probar la muerte.
"Y si Dios va a ser glorificado en él, dios, a su vez, glorificará al Hijo del hombre.
Y va a hacerlo muy pronto. Hijos míos, ya no estaré con vosotros por mucho
tiempo. Me buscaréis, pero os digo lo mismo que ya dije a los judíos: adonde yo
voy vosotros no podéis venir. Os doy un mandamiento nuevo: amaos unos a otros;
como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. Vuestro amor mutuo
será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos."
(JN. 13, 32-34).
En la ópera Jesucristo Superstar, en la representación de la Cena del Señor,
aparece Jesús pronunciando las palabras de la consagración del pan y del vino en
su cuerpo y Sangre, y diciéndoles a sus Apóstoles que ellos le recordarían después
de que acaeciera su crucificción. Jesús, dejándose arrastrar por su impotencia y
desesperación, dijo: "Debo de estar loco si sigo pensando que me vais a recordar.
Uno me niega, otro me traiciona...". Ante las palabras que nuestro señor pronunció
sin que sus compañeros de fatigas lo esperaran, ellos se escandalizaron, y
empezaron a pensar que ellos no eran capaces de traicionar al Mesías. Esta escena
nos hace meditar mucho sobre la importancia que le damos al dinero con el que se
puede comprar todo menos el amor verdadero, y sobre el dolor del Jesús que tenía
que fortalecerse a Sí mismo -cosa que era muy difícil- y aumentar la fe de sus
Apóstoles al mismo tiempo.
5. Anuncio de la traición de Pedro.
"Simón Pedro le preguntó: -Maestro, ¡a dónde vas? Jesús le contestó: -A donde
yo voy, tú no puedes seguirme ahora, algún día lo harás." (JN. 13, 36).
Jesús sabía lo que les iba a suceder a sus Apóstoles y a El, así pues, aunque
Pedro le negaría varias horas más tarde, el primer Papa de la Iglesia fue crucificado
por causa de su fe en nuestro señor.
"Pedro insistió: -señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? estoy dispuesto a dar
mi vida por ti." (JN. 13, 37).
Desgraciadamente, en nuestro entorno, en vez de repetirse la frase de San
Pedro: ¿Por qué no puedo seguirte ahora?, se repite más esta pregunta: ¿Por qué
tengo que seguirte precisamente ahora? Es cierto que Pedro traicionó a Jesús, y
que a nuestro Señor, -lógicamente-, debió dolerle más la traición de su amigo que
el odio de todos sus enemigos, pero no hemos de olvidar que Pedro falló por causa
de su humana imperfección, y que todos hemos traicionado a nuestro señor en más
de una ocasión.
"Jesús le dijo: ¿De modo que estás dispuesto a dar tu vida por mí? Te aseguro,
Pedro, que antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces" (JN. 13, 38)
(José Portillo Pérez. Viernes Santo, celebración de la Pasión del Señor, año 2007).