Domingo V de Pascua del ciclo A.
Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.
Estimados hermanos y amigos:
1. No tengáis miedo.
El Evangelio que la Iglesia nos propone para que meditemos en esta ocasión, está
constituido por los doce primeros versículos del capítulo catorce del cuarto
Evangelio, el cual contiene parte del relato de lo que sucedió cuando Jesús cenó por
última vez con sus discípulos, antes de iniciar su trance agónico.
Jesús sabía que sus compañeros de ministerio habían vivido con El durante unos
tres años, y que aún no habían recibido el Espíritu Santo, por lo cual no estaban
preparados para representarlo en el Gobierno de la comunidad de los creyentes, la
cual sería conocida como la Iglesia de Cristo. Los hombres que se habían sentido
protegidos por su Maestro en cada ocasión que Jesús fue atacado verbalmente por
sus opositores, ignoraban que su Señor les estaba dando un ejemplo de conducta a
seguir, para que ellos pudieran luchar por la extensión de la Iglesia, tanto en
Palestina como en todo el mundo. Los Apóstoles de nuestro Señor sabían que Jesús
les advirtió en su sermón misionero (MT. 10) con respecto a las persecuciones que
iban a sufrir por predicar el Evangelio, pero no sabemos en qué medida aceptaron
el mensaje de mantenerse fuertes en los tiempos de persecución, porque, hasta
que desampararon a nuestro Salvador cuando Jesús se puso a disposición de sus
enemigos, no supieron lo que significa vivir lejos del autor de nuestra salvación.
Si una mujer le dice a su hijo de cinco años que se tiene que separar de él,
lógicamente dicho niño experimentará una gran tristeza, pero, hasta que no viva
lejos de su madre, no sabrá el significado de esa separación, aunque no deje de
sufrir al imaginar el significado del citado sufrimiento. A los Apóstoles de nuestro
Señor les sucedía algo parecido. Ellos habían vivido demasiado tiempo con Jesús
como para comprobar que su Maestro iba a renunciar a su vida, siendo joven. La
pérdida de Jesús, no significaba únicamente para sus seguidores dejar de ver a su
gran amigo, sino la renuncia a la realización de un proyecto que no podían culminar
con sus solas fuerzas, porque el mismo es la obra de nuestro Salvador.
Dado que Jesús era tenido como enemigo por la alta esfera social de Palestina,
ello significaba que, si el Maestro era asesinado, las autoridades político-religiosas
podían tomar represalias contra los seguidores de aquel Mesías que les resultaba
tan molesto.
Los cristianos del siglo XXI nos sentimos identificados con el sufrimiento que
caracterizó a los Apóstoles durante las horas que nuestro Señor vivió su Pasión.
Muchos de nuestros hermanos están siendo perseguidos injustamente en algunos
países, y en países como España, en que muchas de sus tradiciones están
vinculadas con el Catolicismo, las relaciones entre católicos y no creyentes se están
tensando alarmantemente, lo cual puede llegar a ser muy problemático, si surgen
enfrentamientos entre las dos partes, especialmente si entre los contendientes de
las dos partes en conflicto hay quienes no aceptan más razones que las suyas como
veraces.
Además de contemplar las dificultades que podemos tener como cristianos, no
podemos dejar de pensar en el efecto causado por la crisis económica que estamos
viviendo. Según los expertos, un alto índice de población mundial tiene motivos que
le hacen sufrir, los cuales suelen ser causas de diferentes depresiones. Al meditar
sobre estos hechos, no pretendo transmitiros un mensaje pesimista, sino que
valoremos el significado de las siguientes palabras de nuestro Hermano y Señor
Jesús:
"No estéis inquietos y angustiados. Confiad en Dios, y confiad también en mí"
(JN. 14, 1).
Durante los años que se prolongó el Ministerio de nuestro Redentor, Jesús les
insistió mucho a sus oyentes que, a la hora de pensar en las causas que les hacían
sufrir, no se dejaran arrastrar por el miedo, porque, la citada perturbación anímica,
además de hacernos desconfiar de Dios, puede lograr que desconfiemos también de
nosotros. Si en un momento dado una gran perturbación anímica causa el efecto de
que desconfiemos de nosotros, tenemos la opción de refugiarnos en nuestros
prójimos, pero, si no somos capaces de confiar en los hombres, ¿cómo podremos
confiar en el Dios invisible?
2. Nuestros sufrimientos actuales no son eternos.
Cuando tenemos dificultades, puede sucedernos que nos desesperemos pensando
que somos incapaces de superar las mismas. Esta es la causa por la que Jesús nos
dice en el Evangelio de hoy:
"En casa de mi Padre hay lugar para todos; de no ser así, ya os lo habría dicho;
ahora voy a prepararos ese lugar. Una vez que me haya ido y os haya preparado el
lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde esté yo" (JN. 14,
2-3).
Conocemos relatos de martirios de cristianos que murieron gustosamente,
pensando que, al preferir enfrentarse al padecimiento en vez de renegar de su fe,
hicieron lo que tenían que hacer, para que nuestro Padre común los aceptara en su
Reino. No pretendo afirmar que lo único que tenemos que hacer cuando tengamos
problemas es pensar que en el cielo seremos plenamente felices, sino que el hecho
de pensar que vamos a superar los mismos, debe estimularnos a buscar la forma
de superar el sufrimiento, en conformidad con las posibilidades que tengamos para
alcanzar nuestro anhelado propósito.
En la Profecía de Isaías, leemos con respecto al estado en que viviremos en el
Reino de Dios:
"Quien desee ser bendecido en la tierra,
deseará serlo en el Dios del Amén, y quien jurare en la tierra, jurará en el
Dios del Amén; cuando se hayan olvidado las angustias
primeras, y cuando estén ocultas a mis ojos.
Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no
serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria" (CF. IS. 65, 16-17).
3. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.
"Vosotros ya sabéis el camino para ir a donde yo voy. Tomás replicó: -Pero,
Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino? Jesús le dijo: -Yo
soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre si no es por
mí" (JN. 14, 4-6).
Los relatos registrados en el Evangelio de San Juan referentes a Santo Tomás,
nos hacen deducir que el citado Apóstol de nuestro Señor era un hombre que había
tenido experiencias vitales difíciles de sobrellevar, las cuales habían hecho de él un
hombre que, para creer una verdad, tenía que palpar la misma, pues pensaba que,
el hecho de perder la vida pensando en utopías irrealizables, era totalmente
improductivo. Como seguidamente veremos, aprovechándose de la duda de Tomás,
Felipe también se atrevió a pedirle a Jesús que les mostrara al Padre, pues ello les
bastaría para creer firmemente en el Mesías.
¿Por qué no podemos ver a Dios? Contesto la pregunta que os he planteado por
medio de la narración de una experiencia que tuve el año 1988, pocas semanas
después de que muriera mi hermana Lucía, que tenía siete años, y padecía de
parálisis cerebral, anemia, ceguera... Conocí a un andaluz que vivía en Barcelona
que, al saber del fallecimiento de mi hermana, me trató tan bien, que, cuando nos
separamos, los dos lo pasamos francamente mal. Si viéramos a Dios alguna vez, no
disfrutaríamos tanto de su presencia, como lo hacemos sintiendo su presencia en
nuestra vida, pues El no tiene un cuerpo físico como nosotros, pues nuestro Santo
Padre es un Espíritu vivificador, que tiene la posibilidad de estar en todas partes,
porque es ubicuo y omnipresente.
El mensaje que Jesús predicó en su tiempo y que la Iglesia sigue anunciando en
el siglo XXI, es el camino que debemos recorrer, si queremos encontrar la plenitud
de la felicidad. Es verdad que Jesús no nos promete la felicidad en esta vida, en que
nos augura muchos problemas si queremos vivir como cristianos comprometidos
con la plena instauración del Reino de Dios entre nosotros, pero este hecho significa
que algún día veremos cómo el mismo Dios cumple nuestros más anhelados
sueños.
El Evangelio predicado por Jesús, es la verdad que nos hace libres, porque nos
insta a liberarnos del yugo del pecado, y a desear alcanzar la plenitud de la
santidad. El Evangelio predicado por Jesús, es la Verdad que prima sobre todas las
verdades, la Verdad que no acepta ninguna mentira, y la Verdad que no puede ser
manipulada por nadie que pretenda aceptarla y la adapta a la consecución de sus
fines sin jamás ser descubierto.
El Evangelio predicado por Jesús, es la vida que añoramos, más allá de las
dificultades que pueden afectar nuestra existencia.
4. Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son una misma Divinidad.
"Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre, a quien en realidad ya
desde ahora conocéis y habéis visto" (JN. 14, 7).
¿Cómo podían los Apóstoles de nuestro Señor conocer a Dios Padre, si nunca
tuvieron la oportunidad de verlo? Dado que nuestro Santo Padre carece de cuerpo
físico, solo se le puede ver espiritualmente en la Persona de su Primogénito, porque
Jesús también es Dios.
"Entonces intervino Felipe: -Señor, muéstranos al Padre; con eso nos
conformamos. Jesús le contestó: -Llevo tanto tiempo viviendo con vosotros, ¿y aún
no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. Y si es así,¿cómo me pides
que os muestre al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo
que yo os he enseñado no ha sido por mi propia cuenta. Es el Padre, que vive en
mí, el que está realizando su obra salvadora. Debéis creerme cuando afirmo que yo
estoy en el Padre y el Padre está en mí. Dad crédito, al menos, a las obras que
hago. Os aseguro que el que crea en mí hará también lo que yo hago, e incluso
cosas mayores; porque yo me voy al Padre" (JN. 14, 8-12).
Quizá pensamos que para nosotros es totalmente imposible hacer las obras que
Jesús hizo en su tiempo, pero, en vez de pensar tanto en nuestra incapacidad para
ser mejores personas, y en vez de recrearnos tanto en nuestros defectos y en el
hecho de pensar que este mundo no tiene remedio, deberíamos buscar la forma de
mejorar nuestra personalidad, para que ello contribuya a la construcción de una
sociedad más justa que la actual, pues ello nos compete a todos, porque es la obra
de todos nosotros, independientemente de que creamos en Dios.