AGRADECIMIENTO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Nuestra llamada cultura cristiana occidental, hace tiempo que perdió la virtud de la
hospitalidad. Lo repito hasta la saciedad, pero no lo olvidaré tampoco hoy.
Reconozco que, si de repente, en todas las residencias familiares, llámeselas pisos
o casas, hubiera un cuarto de huéspedes y, los que dispusieran de garaje, junto a
su plaza, tuvieran otra para ser utilizada por el invitado, el PIB sufriría graves
trastornos, de aquí que nadie reclame a los fieles de la Iglesia que practiquen esta
virtud, además a su carencia le falta el morbo al que se siente tanto atractivo hoy.
O tal vez sea la misma clerecía, la que, con la exigencia de pagar entrada en los
recintos sagrados, den mal ejemplo. Recuérdese que por ello, tal vez algún día, se
les diga que con tal comportamiento, no alojaron a ángeles (He 13,2). Si ni siquiera
se es fiel a la hospitalidad espiritual, no se espere que los cristianos de a pie
practiquen la otra.
Paso a otra carencia. Se pierde a velocidades galopantes, el sentido del
agradecimiento. Y tampoco esto es moco de pavo. Lo reclama San Pablo a los
Colosenses cuando les dice explícitamente: sed agradecidos (3,15).
Empecé a ser consciente de esta lenta desaparición de la tal virtud, el día que una
amiga, misionera y médico, recién llegada al subcontinente asiático, repleta de
ilusión y desconocedora del idioma local, se enteró de que una mujer se
desangraba y requería de inmediato una transfusión sanguínea. Se ofreció
generosamente, como expresión inicial de sus ansias misioneras. Visitó
posteriormente a la enferma y le extrañó que no le diera las gracias. Lo comentó
con sus compañeras y estas le contestaron que el agradecimiento no era cosa
propia de aquella cultura. Esta anécdota fue el inicio.
Vuelvo con otro ejemplo. Nuestra Caritas causa asombro en muchos de nuestros
inmigrantes, que reconocen que en sus lugares de origen y en las orientaciones
religiosas que han recibido, no existe nada semejante. Lamentablemente, y con
frecuencia, solo se asombran, porque el sentimiento de agradecimiento, les es
desconocido. Vuelvo a recordar que ser agradecidos es un mandamiento que la
Revelación manda y que no es ningún lujo practicarlo, sino simple obligación.
Si yo afirmo que nunca me he drogado, que he sido fiel al celibato y que cumplo
con mi ministerio sacerdotal correctamente, pero que en ciertas ocasiones no he
sido agradecido, no he contestado las cartas que debía, no he sonreído a una
dádiva reconociendo la generosidad de que era objeto y expresando mi
reconocimiento y que lamento no poder corregirme, pues, a quien debía haber dado
las gracias ya ha muerto, o desconozco su paradero, seguramente, a este
arrepentimiento mío, no se le dará importancia, pero yo no lo considero así.
Confieso que me acuerdo muchas veces de esas personas en mis oraciones y le
digo a Dios: ya que no he sabido agradecérselo, concédele Tú, tu Gracia.
Examinemos la cuestión desde otro ángulo. Existía la costumbre en muchos
ámbitos de dar propina. La tal cosa va desapareciendo, y no seré yo quien lo
condene. En unos casos resultaba humillante y en otros era consecuencia de que
ciertos empresarios pagaban menos de lo justo a su empleado, pues, se estaba
seguro de que se sacaría un buen sobresueldo con las propinas. Pero tenían una
cierta dosis de generosidad. Anulada esta, algunos pierden la oportunidad de ser
generosos y se encierran en su egoísmo.
Padre Pedrojosé Ynaraja