Solemnidad de la Ascensión del Señor, ciclo A.
Jesús está en la presencia de nuestro Padre común.
Cuando nuestro Señor fue crucificado, la gran mayoría de sus seguidores
perdieron totalmente la fe en El. En la Biblia se nos recuerda que nuestro Maestro
fue abandonado por todos sus Apóstoles en el huerto de los Olivos exceptuando a
San Juan, cuando Judas consumó su traición, con el beso que les sirvió de señal a
los enemigos del Mesías para prenderlo. ¿Cómo es posible que quienes
supuestamente debían haber sido los más fieles seguidores de Jesús perdieran la fe
en el Mesías, si ellos debían haber sido el ejemplo a seguir por todos los creyentes
tanto del siglo I como del futuro? Ello sucedió por dos razones, la primera de las
cuales es el hecho de que era inconcebible la posibilidad de que el Hijo de Dios
renunciara fácilmente a su vida, y la segunda, consiste en que, al no actuar bajo la
acción del Espíritu Santo, algunos de los Apóstoles, tenían aspiraciones con
respecto a Jesús y a su obra, que no estaban relacionadas con el gobierno de la
Iglesia que les estaba reservado. Prueba de ello, son las ocasiones en que los
seguidores de Jesús, discutían entre sí, con tal de averiguar cuál de ellos sucedería
a su Maestro en el futuro, con tal de gobernar a la Iglesia, y de someterse a sus
compañeros.
A partir del Domingo de Resurrección, -el día en que, después de vencer a la
muerte, Jesús empezó a manifestárseles a sus Apóstoles-, nuestro Señor instruyó a
los miembros del Sacro Colegio Apostólico durante cuarenta días, cumplidos los
cuales, ascendió al cielo, y permanece en la presencia de Dios nuestro Padre,
intercediendo por nosotros, mientras espera el día en que la tierra sea
transformada en su Reino.
Meditemos la Ascensión de Jesús al cielo, atendiendo al relato de la misma que
escribió San Marcos en su Evangelio.
"Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en
cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le
habían visto resucitado" (MC. 16, 14).
Cuando pecamos, y cuando nos flaquea la fe, el Señor nos echa en cara tanto el
mal que hacemos como la incredulidad que nos caracteriza, lo cual, aunque es
doloroso, redunda en nuestro beneficio, porque, al no tener la pretensión de
herirnos por causa de la debilidad que nos caracteriza, Jesús utiliza las
circunstancias de nuestra vida para santificarnos. Cual alfarero que moldea la
arcilla, Jesús utiliza nuestras experiencias vitales, para conducirnos a la presencia
de nuestro Santo Padre.
"Y les dijo: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la
creación" (MC. 16, 15).
El mandamiento de predicar, no solo es válido para los religiosos, pues también
los laicos tenemos que dar testimonio de la fe que profesamos. Nuestro testimonio
de fe debe transmitirles a quienes nos escuchen -o lean nuestros escritos- la alegría
que nos caracteriza, y, a la hora de predicar la Palabra de Dios, deberíamos ser
capaces de hacernos comprender, tanto por los doctos en la Palabra de Dios, como
por la gente sencilla y humilde. Desgraciadamente, los predicadores corremos un
gran riesgo de acostumbrarnos a nuestras frases hechas de siempre, y a una
misma forma de expresarnos, lo cual repercute negativamente en la sociedad en
que vivimos, pues, de la misma forma que cada día surgen nuevos descubrimientos
en el mundo, tenemos que buscar la forma de llegar a nuestros prójimos los
hombres de forma que nos puedan comprender, sin modificar la Palabra de Dios
que se nos da a conocer por medio de la Biblia. Esta tarea no es nada sencilla, pero
es muy apasionante.
Os cuento una vivencia de un amigo, para ilustrar lo que pienso con respecto al
tema de la predicación a la gente de nuestro tiempo. Pablo se casó con Marta
manteniendo el pensamiento de que el matrimonio no es una relación de amor
espontánea, sino un contrato que tiene que ser cumplido escrupulosamente por los
cónyuges. Para Pablo, su mujer tenía que cumplir todos sus deberes como si fuera
su empleada porque para eso se había casado con él, y a El sólo le correspondía
trabajar para aportar su sueldo a su familia el primer día de cada mes. Casos como
el de Pablo había muchos hace décadas, pero, en el tiempo en que las mujeres
españolas gozan de más libertad que en años pasados, Marta se ha separado de su
marido, alegando que se siente desamparada y utilizada. Los predicadores
utilizamos ciertas expresiones tales como "poner situaciones concretas en las
manos de Dios", "ponernos en la presencia de Dios", y otras tantas, que, al no ser
comprendidas por nuestros oyentes, causan el efecto de que nuestros discursos, -
por mucho que los elaboremos-, parecen estar vacíos de contenidos inteligibles,
para muchos de los tales.
Cuanto mayor sea nuestro conocimiento de la Palabra de Dios y de las
situaciones en que viven nuestros oyentes y/o lectores, más fácil será el hecho de
que podamos predicar el Evangelio. Tengamos en cuenta que, si es importante el
hecho de que conozcamos la Biblia y los documentos de la Iglesia para que
podamos anunciarles el Evangelio a nuestros oyentes y/o lectores, el hecho de que
comprendamos a los tales, -especialmente cuando sufren-, hace muy fructíferas
nuestras predicaciones. San Pedro sabía muy bien lo que les quería decir a los
lectores de su primera Carta, cuando les escribió:
"Glorificad en vuestro corazón a Cristo, el Señor, estando dispuestos a dar razón
de vuestra esperanza a cualquiera que os pida explicaciones. Pero, eso sí, hacedlo
con dulzura y respeto, como quien tiene limpia la conciencia (y por ello no tiene
nada que ocultar), para que la evidencia misma de la calumnia confunda a quienes
denigran vuestra buena conducta cristiana" (1 PE. 3, 15-16).
"El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará" (MC. 16,
16).
¿Significan las palabras de Jesús que quienes no sean católicos no serán salvos?
En el Catecismo de la Iglesia Católica, leemos:
"Fuera de la Iglesia no hay salvación”
¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia?
Formulada de modo positivo significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por
la Iglesia que es su Cuerpo:
El santo Sínodo... basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que
esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único
Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la
Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del
bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los
hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que
sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como
necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar
en ella (LG 14).
Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su
Iglesia:
Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan
a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la
voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden
conseguir la salvación eterna (LG 16; cf DS 3866-3872).
“Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, 'sin la que es
imposible agradarle' (Hb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa
propia, corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el
derecho sagrado de evangelizar” (AG 7)"" (CIC. 846-848).
"Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre
expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus
manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los
enfermos y se pondrán bien"" (MC. 16, 17-18).
"¿Son ciertas las palabras de nuestro Maestro que estamos meditando, o hemos
de considerar las mismas desde el punto de vista del lenguaje oculto que
caracteriza muchos textos bíblicos? San Pablo responde esta pregunta en los
términos que siguen:
"Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como
niño; al hacerme hombre, dije adiós a las cosas de niño. Ahora vemos
confusamente, como por medio de un espejo; entonces veremos (a Dios) cara a
cara. Ahora conozco sólo (la sapiencia divina) de forma limitada; entonces conoceré
del todo, como Dios mismo me conoce" (1 COR. 13, 11-12).
¿Cómo podremos llevar a cabo las obras de Dios? Jesús responde esta pregunta
en el Evangelio de San Juan, así pues, en el citado libro, leemos:
"No os dejaré abandonados; volveré a estar con vosotros. Los que son del mundo
dejarán de verme dentro de poco; pero vosotros seguiréis viéndome, porque la vida
que yo tengo la tendréis también vosotros" (JN. 14, 18-19)" (José Portillo Pérez,
meditación del Domingo V de Cuaresma del año 2005).
"Jesús nos ha dado "autoridad para expulsar a los espíritus impuros" (MT. 10, 1).
Nuestro Señor nos ayuda a trocar los sentimientos adversos que se anidan en
nuestro corazón y en nuestros prójimos por otros sentimientos buenos, realistas y
esperanzadores. Bajo esta óptica tan positiva, hemos de creer que nuestro Señor
también nos ha comisionado "para curar toda clase de enfermedades y dolencias"
(MT. 10, 1). Nosotros sólo podemos curarnos a nosotros y a nuestros oyentes
espiritualmente. Jesús les dijo a sus discípulos antes de ascender al cielo: "Estas
señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios
(sentimientos no realistas); hablarán lenguas nuevas (aprenderán a interpretar las
circunstancias relativas a su vida y a la Historia de la Humanidad desde la
perspectiva de nuestro Padre común); tomarán serpientes en sus manos (podrán
afrontar circunstancias insufribles para la mayoría de la gente); aunque beban
veneno, no les hará daño (ni el dolor ni el mal en ninguna de sus formas los
derrotarán); pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán" (MC. 16, 17-
18). Si interpretamos las palabras de Jesús que os acabo de recordar literalmente,
¿cómo podemos llegar a la conclusión de que podemos hacer verdaderos milagros?
Jesús nos dice:
"-Tened fe en Dios. Os aseguro que, si alguien dice a ese monte que se quite de
ahí y se arroje al mar, y lo dice sin vacilar, creyendo de todo corazón que va a
hacerse lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo que todo lo que pidáis en oración,
lo obtendréis, si tenéis fe en que vais a recibirlo" (MC. 11, 22-24)" (José Portillo
Pérez, meditación del Domingo XI Ordinario del año 2005).
Prosigamos la meditación del texto de San Marcos.
"Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a
la diestra de Dios" (MC. 16, 19).
En el Evangelio de San Marcos no se nos dan detalles sobre cómo aconteció la
Ascensión de Jesús al cielo, pues los cristianos del siglo I. -los cuales
implementaron el texto de San Marcos desde el versículo nueve hasta el veinte del
capítulo dieciséis del citado Evangelio-, debieron pensar que, el hecho de dar
detalles sobre tan importante acontecimiento, solo serviría para estimular la
curiosidad de los lectores del mismo.
"Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y
confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban" (MC. 16, 20).
Cuando era catequista de niños, una niña muy seria, me dijo: "Pepe, quizá sabes
deshacer este entuerto que se me ha ocurrido. Si Jesús se fue al cielo, ¿cómo
colaboró con los Apóstoles en la obra de la predicación?". Jesús fue ascendido al
cielo, pero el Espíritu Santo que fue recibido por los seguidores de nuestro Salvador
en Pentecostés, les ayudó a proclamar el Evangelio produciendo muchos frutos. Las
señales a las que se refiere San Marcos, son las conversiones y milagros con que
los Apóstoles comenzaron a expandir la Iglesia desde Israel al Imperio de Roma.
(José Portillo Pérez).