Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor.
Selección de comentarios del capítulo seis del Evangelio de San Juan.
(José Portillo Pérez).
2/05/2003, viernes II de Pascua
San Juan, 6, 1-15
Meditación del Evangelio diario:
1. Cuando Jesús predicaba el Evangelio la gente le escuchaba con el corazón lleno
de esperanza, pero, muchas veces la gente no quería oír la Palabra de Dios,
muchos se contentaban con que el Señor les curara sus enfermedades y los
alimentara. Durante el tiempo de Pascua de Resurrección, a través de la renovación
de nuestros pactos bautismales, el Espíritu Santo confirma nuestra fe y nos ayuda a
ser mejores testigos de Cristo resucitado. Si somos testigos del Señor, debemos ser
evangelizadores porque el Bautismo nos compromete a seguir a Jesús.
¿Por qué se acerca la gente a nosotros?
¿Qué esperan con respecto a nosotros nuestros familiares y amigos?
¿Qué hacemos por los enfermos, los depresivos y los más marginados de nuestra
sociedad?
¿Qué hacemos para superarnos y vencer nuestros propios obstáculos?
2. Cuando observamos detenidamente nuestra propia miseria, cuando nos
detenemos a contemplar las razones por las cuales sufre la gente, oímos las
palabras con que Jesús interrogó al Apóstol Felipe:
"¿Dónde podremos encontrar los recursos que necesitamos para satisfacer las
carencias de nuestros hermanos los hombres¿".
Cuando escuchamos esa pregunta de Jesús que tanto nos molesta porque
tenemos que responderla impulsados por la solidaridad y la caridad cristianas, nos
quedamos desconcertados. En esos momentos tan delicados empezamos a decir
mecánicamente que los políticos son los únicos responsables de que en el mundo
existan personas carentes de todo tipo de medios para vivir y promocionarse en
todos los aspectos evitando así la posibilidad de afirmar que no nos interesa ayudar
a los más desfavorecidos. Puede ocurrirnos al oír las citadas palabras de Jesús algo
muy curioso y normal porque quizá también tenemos carencias espirituales por
cuyo defecto somos nosotros quienes estamos necesitados de personas que sean
artífices de la donación y nos dediquen tiempo y nos concedan los recursos que
necesitamos para resolver nuestros problemas.
3. Cuando a alguien se le ocurre la idea de fundar una orden religiosa para
ayudar a los solitarios, a los enfermos o a los pobres, puede sentirse aislado, puede
sufrir la incomprensión generalizada de las personas que le rodean, tal es el caso
de quienes tienen valor y coraje para crear organizaciones independientes de su
respectivo Gobierno para realizar tareas para apoyar a los carentes de todo tipo de
posibilidades para desarrollarse en todos los campos de la vida según las
necesidades de cada persona. Yo no pretendo alabarme al contar mi experiencia de
moderador de los websytes de Trigo de Dios, pan de vida, pero a diario me
encuentro con gente que me dice que ve absurda la idea de que un hombre con
veintiseis años que tiene toda una vida por delante para pensar en divertirse y
pasarlo bien me haya tomado tan en serio la Evangelización, esa gente me pide
astutamente que me dedique a mí porque Jesús empezó a predicar a los treinta
años, etc. etc. etc. Jesús, en el
Evangelio que estamos meditando, a quienes tenemos ideas contrapuestas a los
valores que promociona audazmente nuestra sociedad egoísta, nos dice que si
tenemos ganas de hacer milagros, si apostamos por los auténticos valores
cristianos, si amamos a quienes más nos necesitan, si queremos vivir en un mundo
más justo, con nuestras ganas de luchar, con nuestra fe y nuestra capacidad de no
sucumbir ante la adversidad, el Señor ya tiene suficientes recursos para evitar la
soledad y la pobreza de los más marginados y los más incomprendidos y en
algunas ocasiones rechazados.
4. Cuando la multitud de los seguidores de Jesús estaba alimentada, el Señor
quiso que sus Apóstoles recogieran toda la comida que había sobrado. Esa comida
bien hubiera podido ser desperdiciada porque no es una cantidad muy grande de
alimentos y por tanto fácilmente puede ser ocultada por ciertas personas que quizá
la necesitan o simplemente pretenden robarla porque les gusta. Esta anécdota de
recoger la comida que le sobró a la multitud nos induce a pensar en la necesidad
que tenemos de distribuir nuestro tiempo entre nuestros familiares, nuestros
amigos y nuestro trabajo.
5. Cuando la gente se percató de que Jesús la había alimentado, decidió que el
Señor tenía que ser su rey. Es muy cómodo alabar a Jesús para que cure nuestras
enfermedades, trabaje por y para nosotros y complazca todos nuestros caprichos,
pero, si vivimos así, ¿cómo podemos conocer el sentido teológico del dolor y el
trabajo? ¿Cómo podemos valorar el amor si tenemos el que necesitamos y nunca
carecemos de tan magno don celestial?
Vamos a concluir esta meditación del Evangelio diario, pidiéndole a nuestro Padre
y Dios que nos ayude a ser junto a Cristo eucaristizado el pan partido y compartido
que el mundo necesita para superar la adversidad.
Domingo, 20/07/2003, semana XVII del tiempo ordinario
Lecturas: 2 Reyes, 4, 42-44; Salmo 144, 10-18; Efesios, 4, 1-6; San Juan, 6, 1-
15
1. El tema central de la celebración litúrgica de hoy es la Eucaristía. Todos los
domingos consideramos la perspectiva que nos ofrece la Palabra de Dios con
respecto a todos los temas que nos conciernen al mismo tiempo que renovamos
nuestro ímpetu cristiano al comulgar a Cristo Resucitado.
Los textos correspondientes a esta celebración litúrgica nos recuerdan las
multiplicaciones de panes que se llevaron a cabo a través de la oración de Elías y
Jesús y de la acción del Espíritu Santo. Entre otros significados, las multiplicaciones
de panes, nos anuncian que Jesús es el pan que todos compartimos para superar la
acritud de nuestra vida. El servidor que le ofreció a Elías el pan se quedó absorto
cuando el Profeta le ordenó que repartiera el alimento vital entre los pobres, pues
eran muchos los que necesitaban ser alimentados y aquel siervo del siervo de Dios
no tenía la comida que necesitaba para saciar a aquellos pobres. En nuestra vida
ordinaria nos encontramos con demasiados mendigos casi a diario, así pues, con
nuestro esfuerzo y el poder del Espíritu Santo, conseguiremos erradicar la
adversidad de nuestra sociedad.
Son muchas las miserias que acongojan a los hombres, por consiguiente, son
muchos los hermanos nuestros que necesitan apoyo psicológico para superar
ciertas circunstancias y estados anímicos, y el Señor quiere actuar utilizándonos
como medio para manifestar su poder y amor simplemente porque, para creer,
necesitamos ver, así pues, San Pablo nos dice que Dios es Padre de todos, que a
todos domina y en todos vive (EF. 4, 6).
2. San Juan nos dice en el Evangelio que la gente seguía a Jesús porque veía las
curaciones milagrosas que El hacia (JN. 6, 2). Hace varios años unos predicadores
llegaron a una casa en la cual se encontraron con un matrimonio compuesto por
dos personas mayores y una adolescente de quince años que estaba muy enferma.
Aquellas tres personas no tardaron mucho en ampararse en la fiabilidad del Dios
que guiaba a aquellos evangelizadores, un Señor que tenía inmensidad de
caramelos para repartir entre sus fieles. Los ancianos, pensando en la próxima
curación de su hija, trabaron una sencilla amistad con aquellos que fueron
expulsados de la casa inmediatamente que les ofrecieron a la familia folletos que
habían de ser costeados, porque la obra de Dios en la tierra tiene su coste
económico.
Cada uno de los Doce Apóstoles tenía una forma diferente de valorar la
personalidad y las obras que Jesús llevaba a cabo. Nosotros, independientemente
de la meta que queramos lograr en nuestra vida, debemos preguntarnos si
queremos al Dios de los caramelos o a los caramelos de Dios.
3. "Jesús subió a un monte y se sentó allí con sus discípulos (JN. 6, 3).
Subir al monte equivale a olvidar por un determinado periodo de tiempo las
preocupaciones mundanas para contactar plenamente con Dios.
Subir al monte es imitar a Jesús en la postura que adoptó en los cuarenta días en
que fue tentado en el desierto de Judea (MT. 4, 1-11).
Subir al monte es mirar en nuestro interior para subsanar el estrés que sufrimos
cuando estamos incapacitados para detectar la realidad que nos hiere
psicológicamente.
Subir al monte equivale a enfrentarnos a nuestras miserias para posteriormente
dejarnos henchir el corazón del todo de nuestro Padre y Dios.
4. "¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos estos¿" (JN. 6, 5).
La proximidad de la Pascua simboliza la proximidad del Reino de Dios con respecto
a nosotros, así pues, la pregunta que Jesús le hizo a Felipe nos insta a reconsiderar
la posibilidad que tenemos de dejarnos inspirar por el Espíritu Santo para que
podamos llevar a cabo nuestros propósitos y se cumpla la voluntad de Dios en
nosotros.
De la misma forma que aquel que le dio el pan a Elías carecía de recursos para
satisfacer la carencia material de la multitud de pobres, nosotros también
carecemos de los medios que necesitamos para acabar con la miseria del mundo.
Si el servidor de Elías fue testigo de una multiplicación de su pan, nosotros
también podemos comprobar cómo se multiplican nuestros recursos materiales y
espirituales al depositar nuestra confianza en el poder y amor que caracterizan al
Santo Espíritu de Dios.
5. La gente, al ver que Jesús alimentó a la multitud sin que mediara esfuerzo de
ningún tipo, tuvo la ocurrencia de acordar que Jesús fuera su rey. Qué tentadora es
la vida fácil! ¡Qué difícil es luchar para vencer obstáculos!
5/05/2003, lunes III de Pascua
San Juan, 6, 22-29
Meditación del Evangelio diario:
1. Las multiplicaciones de panes que nos narran los Evangelistas son símbolos de
la Eucaristía. En los primeros quince versículos del capítulo seis de su Evangelio,
San Juan nos narra una de esas multiplicaciones de panes, un milagro que fue
llevado a cabo gracias a la donación de la comida que aportó un seguidor anónimo
de Jesús, la disposición de los Apóstoles para repartir los panes y los peces, la
oración de Jesús y el poder y amor del Padre y el Espíritu Santo. Cuando concluyó
aquella multitudinaria comida, la multitud sintió el deseo de que Jesús fuera su rey,
y quizá los Apóstoles no entendían el significado de los milagros tan extraordinarios
que hacía Jesús. Ante aquella confusión de opiniones, Jesús se retiró a rezar a la
montaña mientras que los Apóstoles se desembarazaban de la gente al embarcarse.
La gente quería que Jesús fuese su "rey de copas", pero el Señor debió sentirse
fracasado ante la falta de entendimiento de los suyos y la inesperada, sorprendente
y lójica reacción de quienes comieron aquel manjar celestial. Jesús oró, fortaleció
su espíritu nuevamente al entablar conversación con Dios, y fue a buscar a los
suyos en medio del lago de Tiberíades, donde calmó la tempestad y subió a la barca
con sus íntimos amigos.
2. Cuando la multitud encontró a Jesús en Cafarnaúm, la gente no desistía de su
pretensión de conseguir que Jesús le concediera una vida relativamente fácil, así
pues, todos le decían a Jesús: "Maestro, ¿cuándo llegaste? ¿Qué quieres que
hagamos por ti¿" Muchas veces decimos que Dios no oye nuestras oraciones porque
no atendemos a la satisfacción de las necesidades de nuestros prójimos y tenemos
que justificar nuestro dolor espiritual haciendo de Dios un político injusto que no
reparte sus muchos y variados caramelos equitativamente.
3. Estamos ya celebrando la semana central del tiempo de Pascua, así pues, ayer
os dije que hemos iniciado una semana de fortalecimiento de la fe para gozarnos en
la fiesta triunfalista del buen Pastor que celebraremos el próximo Domingo, así
pues, hemos de volver a preguntarnos nuevamente qué es lo que Dios desea de
nosotros exactamente a nivel personal y comunitario.
Padre, ¿qué quieres de mí?
¿Por qué te me has manifestado?
¿Cómo puedo servirte?
Vamos a concluir nuestra meditación respondiendo tranquilamente las preguntas
mencionadas anteriormente, y vamos a pedirle a nuestro Padre y Dios que aumente
nuestro amor a Jesús Eucaristía.
Lecturas correspondientes al Domingo XVIII ordinario del año 2003: Exodo, 16,
2-4. 12-15; Salmo 77, 3-54; Efesios, 4, 17. 20-24; San Juan, 6, 24-35
1. Cuantas veces a lo largo de nuestra vida nos quejamos! La primera lectura
correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando junto al Salmo
responsorial, constituye un breve e intenso resumen de la vivencia de los israelitas
durante una parte de su peregrinación de cuarenta años a través del desierto. Los
israelitas, antes de emprender su largo camino para llegar a la tierra prometida,
estaban acostumbrados a trabajar en la construcción, no estaban capacitados para
constituirse en sociedad libre y tampoco eran capaces de soportar las duras
pruebas que les esperaban a lo largo de su complicada estancia en el desierto.
Para los amantes de los ejercicios espirituales cuaresmales, la palabra desierto
adquiere un significado teológico muy relevante, gracias al cuál estos hermanos
nuestros obtienen la fortaleza necesaria para vencer las vicisitudes de su vida en
conformidad con el ejercicio de los dones y virtudes que han recibido de nuestro
Padre y Dios.
Quienes contemplamos la difícil peregrinación de los hebreos a través del
desierto, comprendemos que los contemporáneos de Moisés eran semejantes a los
enfermos que están siendo atendidos por cirujanos que constantemente les
someten a pruebas muy dolorosas por lo cual se quejan por el dolor actual y porque
no saben lo que se les puede venir encima. De igual forma que Dios vio el
sufrimiento de sus siervos cuando estos eran esclavos en Egipto, nuestro Padre del
cielo y la tierra también se ocupó de aliviar el dolor de sus hijos en el desierto
enviándoles codornices y el maná, el símbolo o prefiguración de nuestro actual
Sacramento de la Eucaristía, un pan que a simple vista no parecía que podía
alimentar a ninguna persona, y que fortaleció al pueblo hasta que nuestro Padre
Santo consideró que sus creyentes estaban capacitados para trabajar y obtener
alimentos variados.
Se nos dice en la recitación del Salmo responsorial que los hebreos se
enfermaron cuando se saciaron de carne. A veces deseamos alcanzar algún logro
con tanta fuerza que, cuando se cumple nuestro deseo, es demasiado tarde para
alegrarnos de nuestro último logro, lo que queríamos fuese un éxito es convertido
por nuestra desvirtualización en un fracaso que nos parece irremediable.
2. Los católicos del pasado, el presente y el futuro, estamos llamados a imitar a
Moisés y a su hermano Aarón, así pues, de la misma forma que los hermanos
mencionados conducían a sus hermanos de raza a través del desierto hacia la tierra
prometida, nosotros debemos ayudar a quienes deseen salir de la mediocridad de
su entorno, tenemos que ofrecerles nuestras manos y nuestro todo a quienes estén
estancados en su propio desierto y nos demuestren que desean ver la luz de
nuestro Padre y Dios. Todos vivimos uno o varios periodos de sequedad en nuestra
vida, que esta realidad nos ayude a superar nuestra adversidad y a socorrer a
nuestros hermanos los hombres en sus carencias.
3. San Pablo nos dice en la lectura de la Carta a los cristianos de la Iglesia de
éfeso que escuchamos hace unos minutos que antes de que decidiéramos
convertirnos al Evangelio de Jesús éramos el hombre viejo, la criatura herida por el
aguijón del dolor, los efectos de la cobardía o la mala intención de los pecados
cometidos contra nuestros prójimos que cuando producen el daño que deseamos
vuelven automáticamente a nosotros como si fueran un boomeran. Desde que nos
hemos convertido a Jesús, lentamente, nos estamos transformando de manera que
ya somos el hombre nuevo, la criatura que no se destruye bajo sus miedos y
rencores, las personas que encuentran la más plena felicidad porque se confían a su
Padre y Dios.
4. Cuando en el Evangelio que la Iglesia nos propone para que consideremos en
esta ocasión Jesús descubrió que la multitud deseaba fervorosamente encontrarle,
se produjo una situación muy desagradable de la cual mis asiduos lectores saben
que suelo hablar con mucha frecuencia en mis prédicas. Imaginemos a Jesús, el
gran médico que curaba a los enfermos muy a pesar de que era consciente de que
quienes miraban el transcurso de sus muchos milagros rodeaban a los recién
sanados para constatar la sanación. Nuestro Señor sabía que los enfermos que
curaba normalmente tampoco le agradecían la buena acción de restablecerles la
salud, pero, hermanos, la conciencia de Jesús carecía de remordimientos cuando
nuestro Señor hacía obras de misericordia, muy a pesar de la falta de afecto
humano que tenía nuestro Jesús. Quienes un día antes de que ocurriera el suceso
del cual os voy a hablar se habían saciado de pan, seguían buscando a Jesús para
hacerle rey. Hermanos, amigos, Jesús no es un rey de copas, nuestro Señor no es
precisamente la carta de la buena suerte en la baraja del complicadísimo azar de
nuestro destino, así pues, muchos de nosotros, sabemos que Jesús en nuestra vida
ha significado contradicción y dolor de mil maneras diferentes. Jesús les dijo a sus
oyentes:
"¿Por qué me buscáis?
¿Queréis verme porque deseáis oír la Palabra de Dios?
Vosotros queréis hacerme vuestro rey porque aún no habéis digerido el pan que
comísteis ayer".
Recordemos, a tal efecto, las siguientes palabras del Emmanuel de Isaías:
"Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis
caminos" (IS. 55, 8).
El pasado 31 de julio, cuando yo ejercía mi trabajo -soy vendedor de cupones-,
pude ver cómo unos estudiantes de Sicología esgrimían conjuntamente los
argumentos que habían extraído de uno de sus libros de estudio para herir
espiritualmente a sus progenitores para extraerles todo el dinero que requerían
para divertirse, exceptuando la gran cantidad que necesitan para cubrir su
temporada universitaria que comenzará el próximo mes de octubre. Quizá la
situación económica de los padres de los citados desnaturalizados -no digo esa
palabra para insultar, sino para describir un acto conductual- sea difícil para cubrir
las necesidades de esas personas tan especiales, pero eso a ellos no les importa
porque simplemente no trabajan y desconocen el valor de ganarse la vida.
5. Jesús nos dice en el Evangelio de hoy que trabajemos para conseguir bienes
no perecederos. Si los chicos de los cuales os hablé en el punto 4 de esta homilía
fueran responsables, trabajarían para construirse un entorno social justo,
aprovecharían el tiempo, se convertirían en personas necesarias en su entorno
social, dejarían de ser vagos y en el futuro podrían ser unos padres ejemplares.
Jesús, según nos dice San Juan, no sólo nos pide que rindamos al máximo en
nuestra vida laboral y familiar, nuestro Señor desea que nos esforcemos tanto en
crecer espiritualmente como lo hacemos para obtener bienes materiales, por
consiguiente, si nos es posible, es muy bueno dedicar todo el tiempo que esté a
nuestro alcance a ser mejores hijos de Dios de lo que somos actualmente.
6. Jesús dice que El es el pan que nos ayuda a no sumirnos en nuestros fracasos
cotidianos, el alimento que produce en nuestro interior e incluso en nuestras obras
un fruto de tan extraordinario valor, que nos asegura la vida eterna.
Jesús es nuestro ejemplo a imitar en su conocimiento de la voluntad de Dios y en
su donación personal.
Jesús lo es todo para nosotros sus hermanos.
¿Podemos creer esta realidad?
¿Podremos caminar cogidos de la mano de Jesús sabiendo que debe existir un
punto de concordancia entre la fe y la moral?
6/05/2003, martes III de Pascua
San Juan, 6, 30-35
Meditación del Evangelio diario:
Los judíos creían que había sido Moisés quien había obtenido una facultad divina
para que sus antepasados comieran el maná en el desierto durante sus cuarenta
años de peregrinación, pero Jesús nos dice que los judíos obtuvieron el divino
regalo de su alimentación gracias al amor y al poder del Dios que no necesita de
intercesores para manifestarnos su amor mediante revelaciones muy diversas
usando a tal efecto obras y palabras. Resulta gracioso y triste el hecho de
contemplar a aquellos sedientos de tener una existencia fácil sin complicaciones
diciéndole a Jesús: "Ahora empiezas a entender lo que queremos de ti, no obstante,
no nos importa si es Dios o eres tú el que multiplicas los panes, a nosotros lo único
que nos importa es que nos facilites la vida".
En el Evangelio que estamos meditando Jesús nos revela dos verdades
fundamentales: Su Filiación divina y que El es nuestra Eucaristía, la Misa que
celebramos los Domingos o todos los días. Jesús es el pan que Dios nos ha enviado
desde el cielo.
¿Comemos literalmente a Jesús cuando comulgamos?
¿Nos bebemos literalmente la sangre de Jesús cuando celebramos la Eucaristía?
Jesús se inmola nuevamente por nosotros cada vez que el sacerdote de nuestra
parroquia pronuncia las palabras de la consagración del pan y el vino porque ello es
la conmemoración del sacrificio del Señor, pero Jesús resucita para ser nuestro
manjar espiritual, el Viático que nos ayuda a vencer toda clase de obstáculos que
se nos presentan en la vida.
Vamos a concluir esta meditación del Evangelio diario, pidiéndole a nuestro Padre
y Dios que aumente en nosotros el ardiente deseo de amar más y mejor a Jesús
Eucaristía.
El Día del Señor
Edición n.o 2
Domingo, 10/08/03, semana XIX del tiempo ordinario
1. Como el Dios de Elías era más poderoso que el ídolo de la reina Jezabel,
aprovechando la circunstancia referente a la derrota y asesinato de sus 450
profetas, la reina pagana inició una cruel persecución contra Elías. El Profeta vivió
una cuarentena en el desierto llena de pruebas y dudas, en que tuvo la oportunidad
de comprobar cuan grande es el amor del Dios misericordioso para con sus
servidores los hombres.
El pan con que el ángel de Dios alimentó al Profeta Elías simboliza el Sacramento
de la Eucaristía, así pues, nuestro Señor es el alimento que nos confiere vida
eterna. Jesús decía:
"Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en
mí, jamás tendrá sed... El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna,
y yo le resucitaré en el último día" (JN. 6, 35. 54).
2. San Pablo, en el fragmento de su Carta a los Efesios que escuchamos hace
unos minutos, nos habló de unas normas que nos son muy útiles para vivir en paz y
que tienen la virtud de prepararnos para recibir a Jesús Eucaristía. San Pablo nos
insta a que seamos puros para que podamos ser moradas de Cristo resucitado.
Sáulo de Tarso, nos dice:
"¿Ignoráis acaso que sois templo de Dios y morada del Espíritu divino?" (1 COR.
3, 16).
"¿No sabéis, en fin, que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habéis
recibido de Dios y habita en vosotros?" (1 COR. 6, 19).
3. Para muchos de nosotros es muy triste el hecho de que la Eucaristía dominical
no les dice nada a muchos de nuestros hermanos que dicen que son católicos como
nosotros, pero que sólo vienen al templo a asistir al responso de aquellos difuntos
familiares o amigos suyos, sólo se acuerdan de Dios cuando celebran un bautizo,
una primera Comunión o una boda, no precisamente por el contenido del rito, sino
por el banquete suculento que suele acompañar a las celebraciones mencionadas.
Jesús, hace unos instantes, a través de nuestro sacerdote, nos ha dicho las
siguientes palabras:
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo voy a dar es mi carne. La doy para que el mundo tenga vida" (JN.
6, 51).
Vamos a intentar desglosar brevemente lo que Jesús nos ha querido decir con las
palabras del Evangelio de San Juan que acabamos de recordar. Jesús nos ha dicho
que El es el pan vivo bajado del cielo. El pan, que es un alimento vital, no está bien
repartido en nuestra sociedad. En pleno siglo XXI, tenemos que decir que vivimos
en un mundo en que aún siguen existiendo diferentes clases o estamentos sociales
que todavía no han perdido la mala costumbre de desestimar a los más
desfavorecidos. Hace varios días vi a un señor que le arrojaba una moneda a un
guitarrista que mendigaba donde yo estaba trabajando de igual forma que se tira
un trozo de carne al suelo para que la coja un perro. Tiene gracia, pero el que
arrojó la moneda decía que era solidario, que lo que hizo fue un acto de caridad.
Hermanos, Jesús es el pan de la vida, ¡cuántas veces hemos tirado el pan que nos
ha sobrado al terminar de comer! Si recibimos a nuestro Señor, si creemos que el
pan y el vino que dentro de unos minutos al ser consagrados dejarán de ser
alimentos transitorios para convertirse en el Hijo de Dios, Jesucristo resucitado,
podremos comprobar cómo nuestro Hermano siendo Rey de reyes viene a
humillarse ante la puerta de nuestro
corazón, podemos comprobar cómo Jesús quiere hacerse inferior a la moneda que
el supuesto solidario le arrojó al mendigo para que al creer en El según cura
nuestras heridas le concedamos en nuestra existencia el puesto que le corresponde.
¿Quién puede probarnos un amor más grande que el cariño con que nos ama
nuestro Padre y Dios?
Jesús nos ha dicho en el Evangelio:
"Quien coma de este pan vivirá para siempre".
Cristianos, si sufrís, si sois felices, si sois religiosos o seglares, sabed que Dios
nos ha preparado un Reino a todos los que hemos sido bautizados. Nuestro Padre y
Dios tiene un manantial de agua clara, una eternidad de dádivas para trocar
nuestra adversidad por dones y virtudes. ¿Tenéis sed de amor, justicia o carencia
de bienes materiales? Sabed que Dios hará lo que le corresponde con respecto a las
necesidades espirituales que tengáis, pero nosotros debemos solucionarnos las
carencias materiales unos a otros porque somos imagen del Dios vivo, y El nos ha
dotado con sus dones y virtudes para que nos amemos con obras y palabras.
Jesús nos ha dicho:
"El pan que yo voy a dar es mi carne. La doy para que el mundo tenga vida".
Algunos de nosotros hemos dedicado parte de nuestro tiempo a predicar, a dar
limosna, hemos repartido algún dinero entre los pobres, hemos consolado a los
enfermos... Indudablemente, aunque nuestras manos son las manos de Jesús, aún
nos queda mucho que hacer para poder compararnos con nuestro Señor. Jesús
renunció a tener familia, a El no le pagaban nada por predicar la Palabra de Dios, lo
dio todo, ni siquiera escatimó su vida para demostrarnos que nuestro dolor y
nuestros errores no tienen un carácter de eternidad.
Podríamos meditar durante un buen rato el Evangelio que estamos considerando,
pero creo que es conveniente que concluyamos esta homilía pensando en cuáles
son las razones por las que debemos acercarnos diariamente si podemos al altar del
Señor para recibir el Sacramento de la vida, el perdón, el amor y la felicidad eterna.
8/05/2003, jueves III de Pascua
San Juan, 6, 44-51
Meditación del Evangelio diario:
Nuestra debilidad, y, nuestra equivocada forma de entender el dolor, nos inducen
a perder la fe en muchas ocasiones. Una de las razones de existir de los
Sacramentos consiste precisamente en mantenernos firmes en nuestras creencias,
esa es una de las razones por las cuales en todos los ritos sacramentales existe un
espacio de tiempo dedicado exclusivamente a meditar la Palabra de Dios, porque
Jesús decía:
"No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"
(MT. 4, 4).
Cuando tomamos la firme resolución de vencer la adversidad de nuestra vida,
cuando sentimos que se resuelven nuestros problemas, podemos decir que estamos
dejando a Jesús que nos ayude a resucitar, no obstante, aunque sabemos que la
Resurrección universal no ha acontecido aún, podemos empezar a sentirnos vivos
cuando empezamos a pensar en positivo permitiendo que el Espíritu Santo colme
nuestro corazón de gracia divina.
Vamos a concluir esta meditación del Evangelio diario, pidiéndole a nuestro
Padre y Dios que nos ayude a tener voluntad para permitir que Cristo nos resucite
de nuestras dificultades diarias.
El Día del Señor
Domingo, 17/08/03, Domingo XX del tiempo ordinario
Edición número 3
Reseña de las lecturas correspondientes al Domingo XX del tiempo ordinario:
Proverbios, 9, 1-6; Salmo 33; Efesios, 5, 15-20; San Juan, 6, 51-58
1. Las lecturas correspondientes a la Eucaristía que estamos celebrando
pretenden concienciarnos de nuestra necesidad de recibir a Jesús Sacramentado y
de aclarar todas las situaciones que nos hacen daño moral. San Pablo es uno de los
predicadores por excelencia del perdón de Dios, por consiguiente, consideremos
algunas frases del Santo que de alguna manera es responsable de la publicación de
escritos de laicos de nuestra Iglesia.
"Sed -nos dice Pablo-, en cambio, bondadosos y compasivos; perdonaos unos a
otros como Dios os ha perdonado por medio de Cristo" (EF. 4, 32).
"Dichosos aquellos a quienes Dios ha perdonado sus culpas y ha sepultado en lo
profundo sus pecados" (ROM. 4, 7).
"Yo perdonaré sus iniquidades y no me acordaré de sus pecados" (HEB. 8, 12).
2. Aunque Dios nunca se ha sentido ofendido ante nuestras rebeldías, tenemos
que reconocer que no hemos aprendido a perdonarnos nuestros errores. La mayor
dificultad que tenemos para relacionarnos con nuestro Padre y Dios, radica en que
nuestro Señor es todo gratuidad, mientras que nuestros sentimientos constituyen
un complicado sistema marketiniano que nos hace imposible la existencia.
Frecuentemente acudimos a las recepciones de los Sacramentos de nuestros
familiares y amigos porque estos anterior o posteriormente a sus celebraciones se
han portado o actuarán bien con nosotros, de tal manera que olvidamos las
siguientes palabras de Jesús:
"Si solamente amáis a los que os aman, ¿qué recompensa podéis esperar? Eso lo
hacen también los publicanos" (MT. 5, 46).
Hacemos el bien en favor de nuestros prójimos, porque se nos han hecho otros
favores, de esta forma, más que buscar la amistad de nuestro Padre y Dios, sólo
nos contentamos con difundir nuestra buena imagen social. Ante esta conducta
nuestra que en cierta forma es anticristiana, nos cabe aplicarnos las siguientes
palabras del Apóstol de las gentes:
"Vestíos del hombre nuevo, creado a la imagen de Dios para una vida recta y
santa" (EF. 4, 23).
3. La Eucaristía es un misterio de fe, es esta la causa por la cual nunca podremos
entender cómo es posible que el pan y el vino eucarísticos se conviertan en
Jesucristo resucitado. Este misterio de fe es la causa mediante la cual la Iglesia
sigue en pie después de haber sobrevivido a muchas persecuciones. ¿Recordáis
como San Tarsicio dio su vida para que los no creyentes no profanaran el
Sacrosanto Cuerpo de nuestro Señor? En el mismo día en que fue asesinado el Papa
Calixto II, entre las catacumbas, los cristianos intentaban buscar la forma de llevar
el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Jesús a sus hermanos presos. Tarsicio,
que era un adolescente, se ofreció como medio para llevar al Señor a los presos,
argumentando que en la cárcel nadie lo descubriría debido a su edad y a su
pequeña estatura. Los cristianos estuvieron de acuerdo en confiarle la Sagrada
Forma a Tarsicio. Cuando aquel Santo adolescente caminaba hacia la cárcel, fue
sorprendido por un grupo de adolescentes no creyentes que lo invitaron a jugar con
ellos. Tarsicio se negó a jugar, pero aquellos chicos sabían que el Santo ocultaba
algo entre sus ropas, debía ser algún fetiche de aquellos que en aquel tiempo
estaban siendo perseguidos por decreto imperial. Los adolescentes invitaron
amistosamente a Tarsicio a que les enseñara lo que escondía entre sus ropas, pero
como este se negó a hacerlo, lo apalearon hasta herirlo gravemente. Un soldado
cristiano descubrió que Tarsicio estaba siendo golpeado inmisericordemente, pero,
aunque hizo que los no creyentes se alejaran de su correligionario, descubrió que
era tarde para intentar evitar lo inevitable, esto es, la muerte de aquel que dio su
vida para proteger a Cristo Sacramentado.
Para los místicos, Tarsicio es todo un ejemplo de Santidad, para nosotros,
Tarsicio puede ser un pobre desgraciado que murió para proteger un trozo de pan
sin levadura, un trozo de pan por el que no merece la pena morir. Puede suceder
en nuestro tiempo que alguien con un gran corazón como el de Maximiliam María
Kolbe se decida a morir por un justo y por tanto inocente, pero Tarsicio tuvo el
privilegio de morir por el Justo por antonomasia.
Esta negativa nuestra a creer en Dios responde a la relativización que hemos
concebido con respecto a los diferentes puntos de vista que todos tenemos con
respecto a las circunstancias que nos acaecen. Esta óptica tan favorable para
nosotros, en ciertas ocasiones, nos induce a no defender lo que es justo, bueno y
loable como nos corresponde hacerlo como hijos de Dios que somos.
9/05/2003, viernes III de Pascua
San Juan, 6, 52-59
Meditación del Evangelio diario:
Los laicos debemos vivir en estrecha colaboración con el clero, así pues, los
religiosos consagrados son los máximos responsables de que la labor de la Iglesia
no se extinga con el paso del tiempo y el surgimiento de tendencias más
apetecibles para los hombres que la vida cristiana nos aparten de vivir nuestra fe
coherentemente. Nosotros, los cristianos, hemos recibido de la Iglesia los
Sacramentos que tanto nos han ayudado a conocer la Palabra de Dios debido a los
largos periodos catequéticos que hemos vivido para adquirir la formación que la
Santa Sede desea que tengamos quienes nos beneficiamos de los citados dones
celestiales. Los religiosos consagrados han llevado a cabo una gran labor de la cual
nos hemos beneficiado los laicos sin pagarles dinero a quienes han sacrificado su
vida para evitar la extinción de la fe de nuestra Iglesia.
Cada día es más palpable la necesidad que la Iglesia tiene de laicos
comprometidos que lleven el Evangelio a su trabajo, a su círculo de amistades y a
su propio hogar. Esta necesidad está fundamentada en que los laicos podemos
llevar a Cristo resucitado a nuestro entorno social con una libertad que los relijiosos
no tienen por diversas circunstancias. El mundo necesita que nuestros corazones
sean sagrarios vivificados por la presencia del Jesús que sacamos de los templos
para llenar de vida a las personas que viven en nuestro entorno social.
Jesús cuenta con nosotros para seguir evangelizando al mundo, así pues, los
hospitales y cárceles están llenos de personas que sufren mucho y necesitan oír
una palabra alentadora que les ayude a convertirse en misioneros.
Vamos a concluir esta meditación del Evangelio diario, pidiéndole a nuestro Padre
y Dios que nos ayude a convertirnos en el pan de la vida que el mundo necesita
para redimirse de su dolor.
El Día del Señor
Edición n.o 4
Domingo, 24/08/03, Domingo XXI ordinario
Reseña de las lecturas del Domingo XXI ordinario: Josué, 24, 1-2. 15-17. 18;
Salmo 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21. Antífona: Gustad y ved qué bueno es el
Señor. Efesios, 5, 21-32; San Juan, 6, 60-69
1. Josué les pidió a sus correligionarios que no se apartaran de Yahveh.
Hermanos, ¿a qué Dios servimos?
¿Es nuestro dios el dinero?
¿Nos decantamos por el placer de los sentidos?
Tengamos en cuenta que nuestro Padre y Dios quiere que nos consagremos a El
en cuerpo y alma.
"Dad gracias al Señor -dice el Salmista-, porque es bueno, porque es eterno su
amor" (SAL. 107, 1).
2. San Pablo nos insta a cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios. Para
interpretar las palabras del Apóstol, es necesario tener en cuenta que la Carta a los
Efesios fue escrita para un público muy diferente a nosotros. En el tiempo en que
las mujeres sufrían una pésima discriminación social, el Apóstol les sugería a estas
que se sometieran a sus maridos quienes tenían autoridad sobre ellas. El Apóstol
fortificó esa creencia diciendo que los hombres representan a Cristo, el Señor que
tiene autoridad sobre sus feligreses. En nuestro tiempo sabemos que tanto el
hombre como la mujer son iguales con respecto a su valor como personas y su
dignidad social, así pues, el amor ha de ser la razón sobre la cual han de
fundamentarse las relaciones matrimoniales. San Pablo nos dice a quienes estamos
casados:
"Amad a vuestro cónyuge como Cristo amó a su Iglesia hasta el punto de
entregar su vida por amor a los suyos" (Vé. EF. 3, 25).
El autor del Cantar de los cantares y otros autores místicos, comparan nuestra
relación con nuestro Padre y Dios con la vivencia del Sacramento del Matrimonio.
De igual forma que la eficacia de la vida conyugal se experimenta con el transcurso
de los años más allá de la celebración del Sacramento y el banquete nupcial, la
experiencia de Dios se estabiliza más y mejor cuando nos esforzamos por cumplir
los Mandamientos de la Ley de Dios.
3. San Juan nos relata en su Evangelio aquel triste episodio en que muchos
discípulos del Señor abandonaron al Mesías cuando Jesús les habló de Sí como
Sacramento de la Eucaristía. En nuestros días se vive intensamente ese relato. En
los primeros siglos del Cristianismo, como muchos feligreses se apartaban del
cumplimiento de la voluntad de Dios, la Iglesia empezó a suscribir ciertas normas
para que sus creyentes no olvidaran la Palabra del Señor. Se puede decir que a lo
largo de los 2000 años de historia del Catolicismo muchos se han beneficiado del
uso y abuso de esos preceptos, mientras que otros, según ocurre en nuestros días,
no quieren tener responsabilidades morales. No pretendo decir que quienes no
asisten a la Eucaristía dominical son inmorales, sino que los católicos aún no hemos
sabido llegar a la gente paliando sus carencias espirituales y materiales.