Solemnidad. El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Sr. Cardenal Julio Terrazas Sandoval, CSsR
Arquidiócesis de Santa Cruz, Bolivia
Amadísimos hermanos y hermanas presentes aquí en nuestro Estadio, unidos a
toda la Iglesia y rezando de manera especial hoy por el Santo Padre que cumple
pronto el 29 de junio, 60 años de sacerdocio. Sentimos también la amistad con
todas las Iglesias en Bolivia, con aquellas que se han acordado de nosotros en las
celebraciones matinales.
Nosotros hoy no solo queremos decir una oración de memoria, sino escuchar esa
palabra que da vida, esa palabra que es libertad, esa palabra del Señor que nos
enseñó a decir las cosas de Dios sin retaceos, sin ambigüedades. Esa palabra que
nos pone hoy frente al Señor que está hablando de sí mismo, que está
descubriendo aquello que es su característica, aquello que es su identidad para que
nadie lo siga por otros intereses, para que nadie lo busque en la oscuridad de los
errores que constantemente se multiplican para separarnos del amor de Dios.
“Yo soy el pan bajado del cielo” una expresión clara, una expresión que le hace
entender al pueblo que se había beneficiado con la multiplicación de los panes que
hay un pan que sacia para siempre, que hay un pan para todo aquel que se acerca
a Él, para todo aquel que lo come. Pero va más allá el Señor esta noche, no basta
saber que Él es el pan bajado del cielo. Él se va presentar diciendo a los discípulos y
a todo el mundo “el que come mi carne y bebe mi sangre, ese vivirá
eternamente” el Pan del cielo es la carne, es la sangre del Señor derramada
extraordinariamente en la cruz, pero convertida en vida por la resurrección del
Señor que se nos ofrece ahora presente en la eucaristía.
Hay que recibirlo dice el Señor y vuelve a repetir varias veces “el que come mi
carne, el que bebe mi sangre” esta es el enseñanza mayor y magnifica del Señor en
esta tarde. Que nos recuerda que la eucarística no es un momento de oración cada
semana, no es contentarnos con mirar esa hostia consagrada, sino entrar en esa
dimensión de amor, en esa dimensión de verdadera transformación, de gente que
está amenazada de muerte pero que el recibir al Señor se asegura la vida, la vida
para siempre. Y el que tiene la vida para siempre esta capaz de hacer captar y
comprender a la sociedad de hoy, que esa entrega del Señor es para salvarnos a
nosotros pero también para salvar al mundo.
Ahí está nuestro compromiso, a nosotros nos toca queridos hermanos y hermanas,
llenarnos de ese cuerpo y de esa sangre de Cristo y difundirla y llevarla a otros que
la necesitan y tomar de aquí también las consecuencias para hacer que este mundo
tan lleno de lejanía de Dios se acerque a Él y se salve para que en nuestros
ambiente, en nuestros hogares, en nuestra sociedad podamos realmente no repetir
cosas de memoria sino realizar compromisos de vida, de paz, de justicia, de amor y
de libertad.
La eucaristía es el tesoro de la Iglesia y de la humanidad
Todo eso podemos beberlo en la eucaristía. Esta es la verdadera comida, esta es la
verdadera bebida. “Aquel que me come vivirá en m y yo viviré en Él” ¿qué más
esperamos? ¿Qué fantasmas tenemos que dejar nosotros para adherirnos a aquel
que viene a dar en abundancia la vida para todos? Esa vida del Señor. Por eso es
que nosotros en la Iglesia nos arrodillamos ante el Señor, lo queremos cerca de
nosotros. Este es el tesoro de la Iglesia y de la humanidad decía el Santo Padre el
día de ayer a los peregrinos en Roma. La eucaristía es el tesoro de la Iglesia y de la
humanidad si esta supiera aceptarla y tomar las consecuencias que significa comer
el cuerpo de Cristo y beber su sangre.
Con la fuerza de ese alimento podemos decir a nuestros pueblos que recuerden su
historia, que recuerden las hazañas del Señor pero sobre todo que recuerden que si
el Señor les dio pan cuando tenían hambre y les dio agua cuando tenían sed, fue un
pan que ni ellos ni sus padres habían conocido.
Cristo es el pan vivo bajado del cielo que nos da vida para siempre.
Ese milagro se repite también hoy mis hermanos, hoy también nuestro mundo,
nosotros hermanos y hermanas estamos esperando ese alimento que nos lleve a
tener la fortaleza de quienes viven con el Señor y de quienes anuncian al Señor de
la vida, para distinguirlo definitivamente de aquellos que anuncian dioses de muerte
y de sepultura.
El Señor nos promete que Él va ser ese pan que esperaba el pueblo, pero no como
el pan que comieron en el desierto y murieron. Ahí está para nosotros la enseñanza
de vida hoy. Es un pan que nos asegura la vida del Señor, es un pan que nos
asegura que si es verdad que vamos a cerrar los ojos en algún momento de nuestra
vida, no es para quedarnos dentro del sepulcro sino para llenarnos de la vida del
resucitado.
Todos somos uno en Cristo
Esto supone mis hermanos una exigencia muy grande para el pueblo que se dice
cristiano, para quienes pronuncian el nombre de Jesús. Pablo lo recuerda con
claridad a la comunidad de Corinto ¿lo que comemos no es acaso el cuerpo de
Cristo, lo que bebemos no es acaso la sangre de Cristo?
Es en Cristo que estamos unidos, es en Cristo que formamos una sola
persona con Él, es con Cristo que podemos también hacer que nuestra
sociedad en lugar de ser un espacio de combates fratricidas se convierta
en un espacio de comunión. El lema del Congreso de hace cincuenta años
hablaba de esto y por eso colocó un Cristo a la entrada de la ciudad, para
recordarles a todos con los brazos extendidos que vivamos en familia, que vivamos
unidos, que Él nos va a bendecir siempre, que Él nos va a ayudar a realizar este su
proyecto y que Él también está listo a impedir que siga reinando el odio, el rencor o
las peleas que se multiplican en nuestro medio.
Pablo sabe muy bien por qué dice estas palabras a la comunidad de corinto. ¡Que
hermoso es escucharlo en este día del Corpus! Después de haber entendido lo que
el Señor ha hecho por nosotros entregándose. Que nosotros que recibimos esta
comunión, este cuerpo y esta sangre, seamos capaces también de tomarnos de la
mano como hermanos, de caminar juntos, de hacer que todo sea signo de unidad,
una unidad que tiene que plasmarse para ir derribando todos los obstáculos a la
vida, a la justica y a la paz.
El señor multiplico el maná, lo hizo parecer en el desierto, no solo para saciar el
hambre que tenía el pueblo en esos momentos, sino para que comprendan que no
solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Tenemos ejemplos actuales también donde se reparte el pan físico, donde se
reparten cosas, dicen que buscando un confort de vida, y nos olvidamos de la
palabra del Señor que esta pronunciada para que nosotros la escuchemos, para que
nosotros nos encarnemos en los ambientes en que nos toca vivir como lo hizo el
Señor cuando nació en la tierra.
La palabra se hizo carne, se hizo vida de la vida humana. No para hundirla más sino
para levantarla, para resucitarla y dar al mundo signos de esperanza de que la
muerte no es la última palabra para nosotros.
Tenemos que volver a la palabra de Dios porque no es multiplicando
cárceles que se asegura la vida, la dignidad humana y el respeto a las
personas.
Tenemos muchos problemas en nuestra vida mis hermanos. Problemas
preocupantes. Hace poco en nuestro ambiente se ha hablado de unir fuerzas para
luchar contra la inseguridad, esa inseguridad sin la palabra de vida, sin la palabra
del Señor, nuca va ser asegurada y nunca se va conseguir el respeto a la dignidad
humana, el respeto a la vida, el respeto a todas las personas.
Hay muchas cosas que causan dolor, hay muchos momentos en que nos sentimos
realmente casi desalentados. Pero para nosotros es claro que tenemos que volver a
la palabra de Dios, que tenemos que adherirnos de manera nueva al Señor, porque
no es multiplicando cárceles que se asegura la vida, es importante vaciarnos de
aquello que se opone al Señor para que realmente seamos capaces de dar lo
necesario a tantos jóvenes que por no tener ocupaciones honestas se dedican a la
delincuencia. Tenemos que tener la capacidad no de buscar quienes son los malos
sino de situarnos en el lugar que nos corresponde para decir ¿que estamos
haciendo? ¿Por qué se multiplican el crimen, los asaltos, las muertes, las
venganzas?
Que fácil sería la solución de multiplicar cárceles, pero no es el proyecto de Dios.
Nuestro Dios es el Dios de la vida y de la libertad. Se buscan causas para explicar
este fenómeno y se han señalado algunas, pero nos quedaríamos muy cortos si
solamente repetimos algunas exigencias moralistas sin llegar al corazón del hombre
donde se produce lo bueno y nos alejamos de lo malo.
Con el cuerpo de Cristo y la sangre del Señor, podemos comprender que hay
muchas cosas en el país, en nuestra tierra, que parecen estar dichas y propagadas
para causar solamente temores, para crear desconfianzas hacia los hermanos.
Nadie puede condenar el abuso hacia ninguna persona en cualquier parte del
mundo y también en Bolivia, porque no podemos decir con facilidad que el mal está
más allá de nuestras cordilleras y nosotros nos vamos a sentir inocentes de todo lo
que está pasando, cosa que denigran a la persona humana.
La fiesta del Corpus Christi es para encender nuestros corazones de fe
ardiente. Ya lo he dicho al comienzo y lo estamos demostrando, pese al frio,
nuestros corazones tiene que arder al escuchar esta palabra del Señor y al sentir su
presencia.
Es verdad que las autoridades no dejan prender fogatas esta noche. Nosotros no
necesitamos eso, es el amor que tiene que arder, es el amor que tiene que
hacer paz, es el amor que tiene que expresarse en la justica y el respeto,
es el amor que nos hace invariablemente hombres y mujeres que
buscamos la libertad.