Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
¿Te atreves a confiar en Dios?
Estimados hermanos y amigos:
Aunque siempre he sido muy reacio a creer en las manifestaciones de Jesús,
María y otros Santos a los videntes que a lo largo de la historia del Cristianismo han
afirmado que han tenido visiones de los tales, creo necesario que aprovechemos la
Solemnidad que hoy celebramos, para meditar sobre el amor con que el Dios Uno y
Trino nos ama. El Cristianismo es una religión excepcional, en el sentido de que
Dios se nos manifiesta a los hombres, sin que se nos exija que llevemos a cabo
actos extremadamente difíciles o dolorosos para que nos otorgue sus favores.
Como sabemos gracias al mensaje que contiene la Biblia, seremos salvos porque
tenemos fe en Dios, pero ello no nos libera del compromiso de cumplir la voluntad
de nuestro Creador. Tal compromiso es consecuente del agradecimiento que
sentimos para con nuestro Padre común, pues, para demostrarnos su amor, no
escatimó la vida de su Hijo, así pues, no impidió el sacrificio de Jesús, para que nos
fuera fácil aceptarlo.
Es comprensible el hecho de que nos arrepintamos de los pecados que
cometemos, y, por consiguiente, es aceptable el hecho de que el citado
arrepentimiento sea doloroso, cuando comprendemos el alcance de las malas
acciones que hemos llevado a cabo, pero es exagerada la conciencia de pecado que
muchos de nuestros hermanos tienen, los cuales, se sienten tan malvados, que, al
dejarse arrastrar por el pensamiento que tienen referente al merecimiento de su
condena, no se sienten amados por Dios. Es cierto que Jesús es infinitamente
superior a nosotros, pero, el hecho de que somos imperfectos, no debe hacer que
sintamos que carecemos de valor, porque somos lo que Dios quiere que seamos, -
es decir-, somos hijos del Todopoderoso que, por medio de nuestro ciclo de
formación, acción y oración, y de nuestras experiencias vitales, estamos siendo
perfeccionados, de tal manera que, los hombres y mujeres imperfectos y débiles
que hay en nosotros, están siendo transformados en hombres y mujeres nuevos,
capacitados para vivir en la presencia de nuestro Padre común.
Dios podría haber hecho de nosotros seres perfectos, pero nuestro Santo Padre
ha querido que pasemos por una vida de superación de pruebas antes de que
vivamos en su presencia, para que aprendamos a valorar los dones humanos y
divinos que El nos concede. Quienes después de pasar años enfermos han
recuperado la salud, han tenido la oportunidad de aprender a valorar el bienestar
físico o espiritual de que carecieron en el pasado. Ya que nuestra vida es un periodo
constante de aprendizaje, es normal el hecho de que cometamos equivocaciones,
porque somos semejantes a estudiantes que aprenden a superar sus deficiencias, a
partir de las experiencias que tienen.
Cuando conocemos a Dios y el Espíritu Santo nos concede el deseo de unirnos a
la Santísima Trinidad espiritualmente, según empezamos a meditar la Palabra de
nuestro Padre celestial, percibimos que nuestra vida tiene que caracterizarse por
las demostraciones de amor que les hacemos tanto a Dios como a nuestros
prójimos. Esta es la razón por la que Santa Margarita María de Alacoque escribió:
"Cuando uno habla, todo habla de amor, hasta nuestros trabajos que requieren
nuestra total atención pueden ser un testimonio de nuestro amor".
El Evangelio es una buena noticia tan optimista, que es difícil aceptarla
plenamente, porque vivimos en un mundo en que abundan las malas noticias. La
mayor parte de la humanidad vive la plenitud de los efectos de la miseria, y
muchos que tienen excelentes oportunidades para superarse en algunos campos
vitales, desaprovechan las mismas. De la misma manera que muchos estudiantes
desaprovechan sus años de estudio para convertirse en buenos profesionales del
campo en que trabajarán en el futuro, los cristianos corremos el riesgo de no
formarnos convenientemente en el conocimiento de la Palabra de Dios y de los
documentos de la Iglesia, lo cual nos conduce a perder la oportunidad de conocer
plenamente al Dios Uno y Trino. A este respecto, es útil el hecho de recordar las
siguientes palabras de Jesús:
"Todo aquel que escucha mis palabras y obra en consecuencia, puede compararse
a un hombre sensato que construyó su casa sobre un cimiento de roca viva.
Vinieron las lluvias, se desbordaron los ríos y los vientos soplaron violentamente
contra la casa; pero no cayó porque estaba construida sobre un cimiento de roca
viva" (MT. 7, 24-25).
En algunas ocasiones nos planteamos los interrogantes relacionados con Dios y
nuestra vida, porque somos víctimas de acontecimientos que no podemos
explicarnos en términos humanos, porque Dios nos ha llamado a vivir en su
presencia. Cuando padecemos enfermedades, nos salen las cosas extremadamente
mal, o vemos impotentes cómo pierden la vida quienes más amamos, podemos
caer en la tentación de refugiarnos en la religión, si no encontramos un consuelo
humano que calme nuestro dolor o insatisfacción. En esos momentos, la falta de
católicos preparados para dar a conocer su esperanza cristocéntrica, y la asechanza
de quienes nos odian a los católicos más que al mismo Satanás, puede inducirnos a
caer en manos de quienes nos pueden engañar haciéndonos creer que quieren que
alcancemos la plenitud de la dicha, cuando en realidad lo que quieren es
apoderarse del dinero y las propiedades que tengamos, para posteriormente
expulsarnos de sus iglesias o congregaciones, y mandarnos a mendigar.
¿Cómo es posible que católicos que están asistiendo a las celebraciones
eucarísticas toda la vida pierdan la fe cuando sufren? ES normal que esto suceda
porque somos humanos y frágiles, pero el desconocimiento de Dios nos hace pasar
por situaciones de cuyas consecuencias nos podríamos librar, si le dedicáramos
tiempo a nuestro crecimiento espiritual. A quienes desconocen a Dios y no quieren
estudiar su Palabra ni aunque digan de sí que son católicos, les sucede
espiritualmente lo que les acontece a nivel físico a los trabajadores que, al pasar
muchas horas trabajando diariamente, se alimentan de forma que perjudican
seriamente su salud, con tal de continuar dedicándose a la realización de sus
actividades lo más rápidamente posible.
¿Nos esforzamos los católicos para evangelizar a la gente? Cuando Jesús entró
triunfalmente a Jerusalén, no por causa de su orgullo, sino para que sus seguidores
comprendieran la humillación a que se sometió durante las horas que se prolongó
su Pasión, lloró por causa de quienes no creían en El. Muchos predicadores de
diversas confesiones cristianas predican y piensan que si sus oyentes y/o lectores
no quieren saber nada de Dios ellos están tranquilos porque han hecho todo lo que
debían hacer al respecto de la evangelización de los tales, pero Jesús sufría tanto
cuando no podía evangelizar a sus hermanos de raza, que la tristeza que sentía le
hacía llorar.
Al recordar que Dios nos ama, es natural el hecho de que queramos consagrarle
todos los actos que llevamos a cabo, aunque ello sea difícil, porque nos exige el
esfuerzo de intentar actuar en todas las situaciones que vivamos, como lo haría
Jesús. Recordemos las siguientes palabras que Santa Margarita María de Alacoque
afirmó que le dijo Jesús:
"Has de querer como si no quisieras, debiendo ser tus delicias agradarme a mí.
No debes buscar nada fuera de mí pues de lo contrario injuriarías a mi poder y me
ofenderías gravemente, ya que yo quiero ser solo todo para ti".
Jesús se nos entrega totalmente, y quiere que nosotros nos consagremos a El,
para que se cumplan las siguientes palabras que dijo el día en que les expuso a sus
oyentes la parábola del Buen Pastor:
"Tengo todavía otras ovejas que no están en este aprisco; a éstas también debo
atraerlas para que se familiaricen con mi voz. entonces habrá un solo rebaño, bajo
la guía de un solo pastor" (JN. 10, 16).
¿Qué tenemos que hacer para gozar de la amistad de Jesús? Nuestro Señor
responde la pregunta que nos hemos planteado, en los siguientes términos:
"Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (JN. 15, 14).
¿Es egoísta Jesús al imponernos la condición de que cumplamos la voluntad de
Dios para que podamos ser sus amigos? Jesús no es egoísta al imponernos tal
condición, porque la voluntad de Dios consiste en que alcancemos la plenitud de la
felicidad, lo cual no podemos conseguirlo por nuestros propios medios, y por ello
recibimos el Espíritu Santo en Pentecostés, el cual nos santificará, según le
permitamos encaminarnos a la presencia de nuestro Padre común.
Concluyamos esta meditación pidiéndole al Dios Uno y Trino que nos ayude a
sentir un amor tan puro por El y por nuestros prójimos, como el que sintieron Jesús
y nuestra Santa Madre, aquel Viernes en que el Señor consumó nuestra Redención.
Amén.