CORDIALIDAD
Padre Pedrojosé Ynaraja
La cosa viene de lejos. Hablaba hace años con una chica, yo entonces era
relativamente joven y ella mucho más. Nos entreteníamos en disquisiciones de
lenguaje y decíamos que el castellano ternura, su fonética, no casaba bien con el
significado que tenía. Nos gustaba más el “tendresse” de otras lenguas. Pero como
no encontraba solución, continué utilizando el término. La alarma sonó cuando una
quinceañera, cuando reunidos tratábamos de como debía ser el trato entre
cristianos, creía ella que ternura era sinónimo de comportamiento erótico,
confusión que nada me gustó. Inesperadamente, un día que hube de presentar a
un monje en un acto público, dijo él que agradecía mis palabras cordiales.
¡Eureka!, pensé, esta palabra es la que buscaba.
He explicado estas anécdotas para referirme a una carencia que se da entre
nosotros. En ciertos terrenos, sean comerciales o políticos, en momentos que
interesan, se usa una amabilidad que llega a ser empalagosa. Pero, en la mayoría
de los casos, entre gente joven y entre madura, reina una indiferencia que a veces
raya en el desprecio. Si en todos los ámbitos es importante el tema al que me
refiero, en el de las relaciones cristianas, mucho más. Para sentirse bien en la
Iglesia, es preciso que el trato sea cordial.
Empezaré por un caso concreto, que creo urge entre nosotros. Me refiero al dado a
los sacerdotes y más concretamente al que reciben con frecuencia en España, que
no es el mismo que se le da en otros lugares. La mayoría de mis compañeros
entraron en el seminario muy jóvenes, ilusionados por seguir los pasos del párroco
de su pueblo, que era querido, admirado y respetado. Cuando culminó su carrera y
recibieron la ordenación sacerdotal, se les homenajeó como a héroes. Las
celebraciones de la primera misa solemne eran fiestas para la población rural.
Recibieron regalos, les besaban la mano y se sintieron felices por el amor que
recibían. Era clásico su inicio en las parroquias, organizando juegos infantiles,
reuniones de toda clase, campamentos o corales. Su dedicación era fácil al ser
respuesta a este buen trato. La celebración de la misa, la acogida en el
confesonario o la catequesis, les llenaban de satisfacción espiritual que no era
orgullo.
Han pasado los años y han comprobado el poco aprecio y respeto que recibían y
han caído en decepción. Lamento que mueran mis compañeros, pero no sé si más,
que mueran tristes. El sacerdote en este país, no recibe, generalmente, el aprecio
que se merece. A sus renuncias, se les responde con la indiferencia. Siente ahora
que pecado o delito de poquísimos, se le atribuye a todos. Y si esta es la triste
realidad del trato que reciben de los fieles, no es muy diferente las que le dan sus
superiores. Si en occidente debemos renunciar al matrimonio, no está previsto, ni
nadie exige, que renunciemos al amor paternal del dirigente o al fraternal de los
compañeros de ministerio. Esta falta de cordialidad va minando poco a poco la
vitalidad del sacerdote, hasta llegar a amargar su existencia. Es pues coherente no
quejarse del trato recibido por parte de los que no se han adelantado a saludarle,
dirigirle su mirada y sus palabras con aprecio.
Mi pequeña experiencia de otros países o culturas, es muy diferente. Continuaré.
Padre Pedrojosé Ynaraja