Domingo XVI Ordinario del ciclo A.
Somos cristianos y peregrinos.
Estudio bíblico de MT. 13, 1-30, dividido en tres partes.
Introducción.
Estimados hermanos y amigos:
Recibo muchos correos, tanto de enemigos de la Iglesia, como de católicos,
interrogándome sobre las injusticias llevadas a cabo a lo largo de la historia de
nuestra Iglesia, tanto por clérigos como por laicos. Muchos de mis lectores me
preguntan: Considerando las injusticias que han cometido los católicos a lo largo de
su historia, ¿debemos considerar que el Catolicismo es una religión falsa? Antes de
responder esta pregunta, debo aclarar que no tengo inconveniente alguno en
reconocer las injusticias que han cometido los creyentes católicos, pero, a pesar de
ello, deseo responder esta pregunta valiéndome de un símil. Supongamos que uno
de los miembros de una familia cualquiera resulta ser un infractor de todas las
leyes, independientemente de que las mismas sean religiosas o cívicas. ¿Se ha de
considerar que toda la familia es incorregible solo porque uno de sus miembros
actúa incorrectamente? Los católicos somos personas normales, así pues, todos
estamos expuestos al riesgo de actuar inadecuadamente. Es muy fácil decir "tal
sacerdote no debería haber actuado de tal manera", o "el catequista N. actúa
inadecuadamente teniendo en cuenta sus supuestas creencias de cristiano", por
consiguiente, les propongo a los católicos que no se alteren ante la enorme
cantidad de acusaciones que muchos vierten contra nosotros, y les pido que actúen
amoldándose a la voluntad de Dios, pues nuestro Padre común concluirá su obra, a
pesar de dichas acusaciones, y de nuestros incumplimientos de su voluntad.
Si vemos de forma positiva las acusaciones que muchos vierten contra nosotros,
ello nos concede la oportunidad de reflexionar sobre la forma en que vivimos
amoldándonos a la fe que profesamos, así pues, la vida de los cristianos es un
tiempo en que tenemos que hacer muchos exámenes de conciencia, con tal de
mejorar en todos los aspectos vitales que nos sea posible hacerlo. Esta es la razón
por la que Jesús nos dice en el Evangelio de San Mateo:
"Vosotros tenéis que ser perfectos, como es perfecto vuestro Padre que está en
los cielos" (MT. 5, 48).
¿Nos exige Dios que seamos tan perfectos como es El? Ello sería una exigencia
imposible de cumplir dada nuestra fragilidad, a menos que se nos concedan todas
las oportunidades que necesitamos, para que podamos mejorar nuestra vida de
cristianos, a fuerza de superar nuestros errores, debilidades y padecimientos.
Gracias a los autores de la Biblia, sabemos que tanto los ángeles, como los
hombres y las cosas que le pertenecen a Dios, deben ser perfectos, porque, si el
amor de Dios perdona las transgresiones en el cumplimiento de sus Mandamientos,
no debemos olvidar que su justicia debe ejecutarse puntualmente. Dios nos exige
que seamos perfectos, pero, como no podemos lograr el citado objetivo por
nuestros medios, debemos confiar en nuestro Padre común, y valernos de nuestro
ciclo de formación, acción y oración, y de las experiencias que vivimos, para
dejarnos santificar por el Dios Uno y Trino.
El capítulo trece del Evangelio de San Mateo está constituido por una serie de
parábolas cuya misión consiste en ayudarnos a examinar la forma que tenemos de
vivir inspirados en la fe que profesamos. Dado que durante los Domingos sucesivos
examinaremos el citado capítulo trece del Evangelio de San Mateo lentamente, en
esta ocasión, examinaremos detenidamente las dos primeras parábolas del citado
texto, la primera de las cuales nos ayuda a considerar qué tipo de cristianos somos,
y, la segunda, nos ayuda a comprender que no debemos ni podemos imponerle el
Evangelio a la fuerza a nadie, y que el hecho de que en el mundo en que vivimos se
cometan injusticias, no significa que Dios ha dejado de llevar a cabo su gran obra.
Para comprender el capítulo trece del Evangelio de San Mateo, es necesario
recordar que Jesús concebía su Mesianismo de una forma totalmente distinta a
como creían sus hermanos de raza que debía manifestarse el Enviado de Dios en el
mundo. Mientras Jesús vivía humildemente sin hacer ostentación de su Deidad,
muchos judíos creían que el Mesías tendría que manifestárseles repentinamente, y
restablecerle a Israel la extinguida gloria de los reinados de David y Salomón. Con
tal de no mantener una confrontación infructífera con sus hermanos de raza a la
hora de darles a entender cómo vivía su Mesianismo, Jesús intentó instruir a los
tales por medio de parábolas, con la intención de darles a conocer su verdad
lentamente. Jesús creyó más conveniente valerse del lenguaje simbólico por causa
de la atracción que suponía la comprensión de los misterios del Reino de Dios para
sus hermanos de raza para comunicarles su verdad, con tal de no mantener a los
judíos privados del conocimiento de la verdad que tenía que revelarles, porque ello
era parte de la misión con que Dios Padre le envió a Palestina.
1. La parábola del Sembrador.
"Aquel día salió Jesús de casa y fue a sentarse a la orilla del lago. Y se le reunió
tanta gente, que él decidió entrar en una barca y acomodarse allí mientras la gente
se quedaba en la orilla" (MT. 13, 1-2).
Jesús tenía el don de hacerse comprender por la gente. Dado que nuestro Señor
se rodeaba de mucha gente cuando predicaba, tenía la costumbre de predicar
desde donde se le pudiera ver. Al predicar desde una barca cuando les anunciaba el
Evangelio a sus oyentes en el lago de Genesaret, se protegía de los posibles
exaltados que quisieran agredirlo, por no estar de acuerdo con sus creencias, tal
como ocurrió el día en que los habitantes de Nazaret, -su pueblo-, intentaron
apedrearlo, y en las ocasiones en que los fariseos quisieron asesinarlo en el Templo
de Jerusalén.
"Entonces Jesús comenzó a exponerles muchas cosas por medio de parábolas.
Les dijo: -Una vez, un sembrador salió a sembrar" (MT. 13, 3).
Jesús, -el Sembrador de la parábola evangélica que estamos meditando-,
utilizaba los conocimientos de sus oyentes, -independientemente de que los
mismos estuviesen instruidos o careciesen de formación académica-, para
exponerles a los tales sus parábolas. Este hecho me hace reflexionar sobre la forma
en que los predicadores les exponemos el Evangelio a nuestros oyentes o lectores.
¿Predicamos el Evangelio de forma que nos hacemos comprender por nuestros
oyentes, o instruimos a los tales utilizando un vocabulario que los tales no
comprenden, por lo que, consecuentemente, no pueden captar el mensaje que les
queremos transmitir? Los temas tratados por Jesús en sus parábolas eran bien
conocidos por sus oyentes, porque eran parte de la vida de los tales. En el caso de
la parábola que nos ocupa, es sabido que nuestro Señor les predicó a muchos
campesinos, los cuales sabían mucho sobre cómo debían sembrar los productos que
cosechaban, y sobre la impotencia que les causaban las pérdidas de las cosechas y
el pago de impuestos, tanto al Templo de Jerusalén como al César. Con respecto a
la parábola del hijo pródigo, muchos serían los oyentes de Jesús que se habrían
esforzado en criar y educar a sus hijos, y se verían abandonados por ellos en su
ancianidad, porque las autoridades dispensaban a los tales de cuidar a sus padres,
si le daban un donativo al Templo de Jerusalén, conocido como es corbán.
"Al lanzar la semilla, una parte cayó al borde del camino, y llegaron los pájaros y
se la comieron... Hay quienes oyen el mensaje del reino, pero no le prestan
atención, y el maligno llega y les arranca lo que ya tenían sembrado en el corazón"
(MT. 13, 4. 19).
¿Cuáles son las semillas que Jesús sembraba en los corazones de aquellos de sus
oyentes que le creían? Tales semillas eran las palabras con que el Señor les
consolaba, de la misma manera que también deben ser consideradas como
semillas, tanto la instrucción religiosa que recibimos por parte de la Iglesia, como
los dones que el Espíritu Santo nos concede. Las semillas evangélicas son de una
excelente calidad, pero puede suceder que nuestros corazones no sean un terreno
apto para que la Palabra de Dios fructifique haciéndonos crecer espiritualmente, y
el ejercicio de los dones del Espíritu Santo no confirme que realmente somos
cristianos, porque no existe.
¿Qué cristianos se asemejan a las semillas que cayeron al borde del camino?
Todos los creyentes podemos ser este tipo de cristianos inconsistentes, que quizá
escuchan la predicación del Evangelio con gran entusiasmo, pero, por causa de su
inconsistencia, impiden que el citado mensaje fructifique en su interior. Tengo una
amiga que lleva a cabo muchos proyectos a un mismo tiempo, lo cual causa el
resultado de que jamás termine ninguna cosa que empiece a hacer. Muchas veces
nos emocionamos cuando nos predican el Evangelio, nos entran ganas de ser
seguidores de Jesús cuando vemos una película en que se narra la vida del Señor,
queremos imitar el ejemplo de un buen cristiano que conocemos cuya fe nos
apasiona porque aunque todo le sale mal nunca se rinde ante su adversidad,
etcétera, pero, al dejarnos arrastrar por las circunstancias en que vivimos sumidos,
el proyecto de nuestro crecimiento espiritual queda pendiente de realizarse.
Dios tiene muchas formas de manifestársenos, pero nosotros no siempre nos
mostramos disponibles para aceptar el Evangelio. Cristo pasa por nuestra vida
cuando tenemos una dificultad, cuando se nos predica el Evangelio, cuando nos
apasiona el raro pero bello testimonio de fe de un buen cristiano... No permitamos
que Cristo agote los intentos que hace de convertirnos al Evangelio cuando pasa
por nuestra vida, porque ello nos supone renunciar a la consecución de la felicidad.
"Otra parte cayó entre las piedras, donde había poca tierra; y como la tierra no
era profunda, la semilla brotó muy pronto; pero, en cuanto salió el sol, se agostó y
se secó, porque no tenía raíz... Otros son como la semilla que cayó entre las
piedras. Oyen el mensaje y de momento lo reciben con Mucha alegría; pero no
tienen raíces y son volubles; así que, cuando les llegan pruebas o persecuciones a
causa del propio mensaje, no pueden mantenerse firmes" (MT. 13, 5-6. 20-21).
¿Qué tipo de cristianos son los equiparables a las semillas que cayeron entre
piedras? Recuerdo el caso de una amiga que vivió intensamente unos ejercicios
espirituales, en que tuvo la oportunidad de recuperar aparentemente la fe que
perdió por causa de su carencia de instrucción religiosa y de la forma que tuvo de
afrontar y confrontar sus dificultades vitales. Mi amiga concluyó sus ejercicios
espirituales con el pensamiento de que iba a hacer tanto todo lo posible como lo
imposible por evangelizar tanto a sus familiares como a sus compañeros de trabajo,
pero, una semana después de que concluyera dichos ejercicios espirituales, mi
amiga no era la misma. Ella seguía queriendo conocer más y mejor a Jesús y a su
Iglesia, pero había perdido el ímpetu causado por el primer amor que nos vincula a
Dios en el momento en que tomamos la decisión de creer en El.
Jesús nos dice que los cristianos equiparables a las semillas que cayeron entre
piedras, son incapaces de superar las pruebas y persecuciones que todos los
cristianos debemos superar, porque muchos nos discriminan por ser seguidores de
Jesús. A las religiones a veces se las ataca para ridiculizarlas, y otras veces se las
ataca por causas no relacionadas con los creyentes de las mismas aunque los
mismos acaban siendo afectados por las tales, así pues, un ejemplo de ello, es las
vinculaciones de los líderes religiosos a determinados partidos políticos.
A la hora de superar las pruebas a que Jesús hace referencia en el texto que
estamos considerando, todos podemos ser semejantes a las semillas que cayeron
entre piedras. Una cosa es emocionarnos el Viernes Santo ante Jesús Crucificado y
hacer falsas promesas referentes a que vamos a ser buenos cristianos, y otra cosa
es evitar la risa cuando alguien cuenta un chiste obsceno sobre Jesús o María
Santísima, por si se nos considera fanáticos religiosos.
Cuando somos puestos a prueba por quienes rechazan nuestra fe, si carecemos
de una buena formación espiritual, difícilmente podremos salir airosos de las
trampas que nos pueden tender en el primer momento que "bajemos la guardia".
Muchas veces nos aconsejan prudentemente que hagamos algo para superar un
determinado problema, pero no lo hacemos por miedo a fracasar o a quedar mal.
En tales casos, siempre nos queda la impotencia de no haber resuelto esos
problemas, lo cual solo nos causa sufrimientos inverosímiles. Recuerdo el caso de
una lectora cuyo hijo estuvo a punto de bautizarse como testigo de Jehová, y se
empeñó en sacarlo de la Watch Tawer. Interrogando al citado adolescente, mi
amiga se percató de que los testigos de Jehová consideran que todos los que somos
del mundo, -es decir, todos los que no estamos en sus congregaciones-, estamos
atados a Satanás, lo cual le sirvió para solicitarles a los testigos que le hicieran
conocer su Biblia, fingiendo que quería ser adepta de dicha religión, con tal de
recuperar a su hijo. En el caso de sentir que su hijo desconfían de ellas, muchas
madres sufren mucho y no saben qué hacer, pero mi amiga decidió no darse por
vencida.
Dado que el estudio personal de la Biblia de los testigos de Jehová de mi amiga
era muy lento, porque la predicadora que lo conducía tenía que examinarla
psicológicamente, y ponerla a prueba con tal de ver si podía ser aceptada como
predicadora de la Watch Tawer, mi amiga decidió buscar libros que la informaran
con respecto a la personalidad de los correligionarios de su hijo, y contrastar la
información que extraía de los mismos, interrogando a los pocos testigos de Jehová
que confiaron en ella, los cuales estaban recién bautizados o eran publicadores sin
bautizar, y por eso aún no estaban totalmente en estado de alerta contra quienes
somos del mundo, lo cual la ayudó en su propósito. Al mismo tiempo que se
formaba en el conocimiento de las creencias y la personalidad de los testigos de
Jehová, mi amiga leyó varios libros sobre la forma de actuar de las sectas, lo cual la
ayudó a recuperar a su hijo tres meses antes de que el mismo se bautizara.
Hace varios años, los componentes de un coro rociero que esperaban cantar en
una celebración eucarística, se vieron frustrados, porque el sacerdote contrató a
otro coro. Una de las componentes del grupo, me dijo en cierta ocasión: ¿Cómo
quieren los curas que creamos en Dios, si ellos hacen lo que les da la gana? La
citada señora estaba dispuesta a creer en Dios, siempre que ello le supusiera que
iba a tener ganancias económicas. Si nos adherimos a cualquier religión con la
pretensión de obtener algún beneficio, puede sucedernos que acabemos con una
gran frustración.
"Otra parte de la semilla cayó entre cardos, y los cardos crecieron y la
ahogaron... Otros son como la semilla que cayó entre cardos: oyen el mensaje,
pero lo dejan morir sin que dé fruto, porque sólo se preocupan de los problemas y
de los negocios de esta vida" (MT. 13, 7. 22).
¿Qué tipo de cristianos se equiparan a las semillas que cayeron entre espinos?
Jesús hace referencia en el texto que estamos meditando a los que no crecen ante
la visión de sus dificultades al intentar superarlas, y también a los que cambian la
fe que profesamos por el amor a las riquezas de este mundo, porque estiman más
las vanidades que su crecimiento espiritual. Tales cristianos son buenas personas,
pero no se esfuerzan por mejorar su personalidad, y convierten la vivencia de la fe
que profesamos en una mera representación teatral, a la cual asisten, no por su fe,
sino porque la consideran como un formalismo social ineludible para ellos, que se
consideran "gente de bien". Quienes pueden vestirse lujosamente para asistir a las
celebraciones litúrgicas no hacen mal porque, si nos vestimos lo mejor que
podemos para recibir a nuestras autoridades, ¿cómo no vamos a hacer lo propio
para ir a la casa de Dios? A pesar de ello, -dada la crisis económica que afecta a la
gran mayoría de habitantes del mundo-, nos es preciso tener presentes las
siguientes palabras del Hagiógrafo sagrado:
"He aquí la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre: asistir a
los débiles y desvalidos en sus dificultades y mantenerse incontamido del mundo"
(ST. 1, 27).
¿Qué significa el hecho de que nos mantengamos incontamidos del mundo? La
mayoría de libros del Nuevo Testamento se escribieron en un tiempo en que los
cristianos eran mal vistos tanto en Palestina como en el Imperio Romano. Dado que
los cristianos eran tratados indignamente, ellos se consideraban como peregrinos
en este mundo que no consideraban su patria, pues se aplicaban las siguientes
palabras que nuestro Señor le dirigió a nuestro Santo Padre en su oración
sacerdotal:
"He procurado que te conociesen aquellos que tú sacaste del mundo para
confiármelos a mí. Eran tuyos; tú me los confiaste, y han obedecido tu mensaje"
(JN. 17, 6).
¿En qué sentido nos ha sacado Jesús a quienes creemos en El del mundo?
Cuando los cristianos eran perseguidos, muchos consideraban a quienes no
formaban parte de su religión como aliados de Satanás, tal como lo hacen los
testigos de Jehová, con quienes no forman parte de sus congregaciones. En el
tiempo en que vivimos integrados en el mundo, debemos agradecerle a Dios el
privilegio que nos ha concedido de intentar evangelizar a la sociedad en que
habitamos. Jesús nos ha sacado del mundo a quienes creemos en El. ¿Qué
significan dichas palabras? Nuestro Salvador nos ha formado espiritualmente de
manera que somos diferentes a quienes nos rodean y no comparten nuestras
creencias totalmente.
"Otra parte, en fin, cayó en tierra fértil, y dio fruto: unas espigas dieron grano al
ciento; otras al sesenta, y otras, al treinta por uno... Pero hay otros que oyen el
mensaje y le prestan atención. Estos son como la semilla que cayó en tierra fértil y
que dio fruto al cien, al sesenta o al treinta por uno" (MT. 13, 8. 23).
Cuando leemos las biografías de los Santos, nos admiramos ante algunos
ejemplos de fe que nos impactan. No todos los cristianos podemos alcanzar en esta
tierra el grado de santidad característico de quienes se dejaron asesinar con tal de
defender la fe que profesaban, pero podemos producir fruto en conformidad con los
dones y virtudes que hemos recibido de Dios, y con el perfeccionamiento que
hemos adquirido mediante nuestro ciclo de formación, acción y oración, nuestras
vivencias personales y/o comunitarias, y el ejercicio de los citados dones y virtudes.
Recuerdo el caso de un adolescente que no podía superar una de sus dificultades,
lo cual hizo que se sintiera desgraciado, y por ello renunciara a recibir los
Sacramentos, porque no se consideraba digno de vivir en la presencia de Dios.
Después de recordarle que a San Pedro le sucedió lo mismo que a él cuando se
negó a que Jesús le lavara los pies, mi joven amigo volvió a recibir los
Sacramentos, porque, en la Biblia, leemos:
"Venid, pues, y disputemos
-dice Yahveh-:
Así fueren vuestros pecados como la grana,
cual la nieve blanquearán.
Y así fueren rojos como el carmesí,
cual la lana quedarán" (IS. 1, 18).
¿Cómo es posible que muchos cristianos renuncien a formar una familia para vivir
como religiosos o como laicos consagrados a trabajar en la viña del Señor? ¿Cómo
es posible que muchos cristianos, a lo largo de los veinte siglos de historia de la
Iglesia, hayan sido capaces de renunciar a su vida, con tal de no renegar de su fe?
Los Santos no nacen, se hacen. Los conocedores de cualquier profesión, no nacen
capacitados para ejercer el trabajo para el que se forman convenientemente a lo
largo de sus años de estudio. Vivimos en un mundo en que el hecho de disponer de
muchas comodidades nos ha debilitado demasiado como para que seamos
constantes a la hora de conseguir lo que deseamos.
Recibo muchos e-mails de cristianos que se quejan de que viven solos, protestan
porque les flaquea la fe, porque no encuentran a nadie con quien hablar de las
cosas de Dios. Reconozco que vivimos en tiempos difíciles para mantener la fe que
profesamos, porque los avances científicos nos impiden creer en los misterios si
intentamos equiparar la ciencia a la religión. El cristianismo "light" no existe. Desde
que Jesús fundó la Iglesia por medio de sus Apóstoles, muchos de quienes se han
comprometido con la realización de la obra de nuestro Señor, han sufrido hasta
perder la vida. Jesús nos promete a los creyentes dádivas excelentes para que las
tengamos cuando el Reino de Dios sea instaurado plenamente en nuestros
corazones, pero, mientras ello sucede, nos ha anunciado muchas penalidades.
Si la vivencia de la fe que profesamos nos atrae dificultades, ¿por qué no
cambiamos de mentalidad? Nuestra fe no nos atrae dificultades, pues los problemas
nos los causan quienes no aceptan nuestra forma de ser y de pensar, de la misma
forma que nosotros se los podemos causar a ellos, si, cuando los superamos en
número, no sabemos ser transigentes con su forma de ser. No cambiamos nuestra
mentalidad porque somos peregrinos, vivimos de paso en un mundo que Dios
convertirá en su Reino cuando menos esperemos que ello suceda.
Aunque los cristianos vivimos tiempos difíciles, ello no constituye un motivo para
que renunciemos a la fe que profesamos. Si no adoptamos la tendencia de
aborrecer el mundo en que vivimos, y consideramos la bondad de los hombres,
seremos capaces de vislumbrar el amor de Dios en las circunstancias que vivimos,
y en la gente con que nos relacionamos. Tal como veremos en el apartado 3 de
esta meditación, vivimos en un mundo en que el bien y el mal se han convertido en
conceptos sometidos a diversas y contradictorias interpretaciones, pero no por ello
es imposible el hecho de que mantengamos la fe que nos caracteriza.
2. ¿Por qué predicaba Jesús utilizando parábolas?
Tal como expuse en el apartado 1 del presente estudio bíblico, Jesús utilizaba
parábolas para inculcarles sus creencias a sus hermanos de raza, pues dichas
creencias no siempre eran coincidentes con la religiosidad de la gran mayoría de los
judíos de su época, los cuales se habían dejado arrastrar por las diversas facciones
en que se había dividido el Judaísmo.
Imaginemos que desconocemos el significado de la parábola del sembrador, tal
como les sucedió a la gran mayoría de los oyentes de la misma, el día en que
nuestro Señor se la expuso en el lago de Tiberíades. Imaginemos que Jesús nos
habla de un Sembrador que distribuye sus semillas indiscriminadamente actuando
contra la lógica de nuestro mundo, pues, ¿pueden crecer todos los tipos de plantas
existentes al borde de los caminos, entre piedras o entre espinos? Dado que las
semillas que el Señor esparcía eran de una excelente calidad, podía permitirse el
lujo de darles una oportunidad a todos los tipos de tierra, para que pudieran
germinar sus semillas.
Imaginemos que, después de haber escuchado el discurso de Jesús sin poderlo
entender, nuestro Señor nos dice:
"Quien pueda entender esto, que lo entienda" (MT. 13, 9).
Si comparamos la Iglesia Católica actual con la Iglesia madre de Jerusalén,
vemos que se ha operado un cambio trascendental en la fundación de Cristo actual.
En los primeros siglos de existencia de la Iglesia, quienes querían pertenecer a la
fundación de Cristo, tenían que someterse a un riguroso periodo de formación que
duraba años, y, antes de recibir los Sacramentos de la Penitencia, el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía, tenían que dedicar todo un periodo de Cuaresma a
recibir una sólida instrucción religiosa. Las confesiones, en vez de ser privadas tal
como se hacen actualmente, eran públicas. Todo el mundo sabía quienes se iban a
confesar, lo cual debía ser para muchos creyentes un motivo de peso para evitar la
comisión de muchos pecados, con tal de no pasar la vergüenza de ser vistos mal
públicamente.
Jesús sabía perfectamente que no todos sus oyentes estaban preparados para
comprender y aceptar su Evangelio, por consiguiente, esta es la causa por la que
dijo las citadas palabras recogidas en MT. 13, 9. Jesús no requería de sus creyentes
que se le acercaran por curiosidad, sino que adquirieran una sólida formación
espiritual, lo cual constituía un segundo motivo por el que utilizaba el lenguaje
simbólico y mistérico de las parábolas, por consiguiente, recordemos las siguientes
palabras del Mesías:
"-Si alguno quiere ser discípulo mío, deberá olvidarse de sí mismo, cargar con su
cruz y seguirme" (CF. MT. 16, 24).
¿En qué sentido quiere Jesús que nos olvidemos de nosotros mismos? Nuestro
Señor nos pide que troquemos nuestro pensamiento por el suyo, y,
consecuentemente, nuestra forma de proceder, por la suya. Ello no sucede porque
nuestro Salvador es egoísta, sino porque posee la clave de la dicha perdurable, y
quiere compartírnosla.
"Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: -¿Por qué hablas a la gente
por medio de parábolas? El les contestó: -A vosotros, Dios os permite conocer los
secretos de su reino, pero a ellos no se lo permite. Pues al que tiene, se le dará
más todavía, y tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo poco que tenga se le
quitará" (MT. 13, 10-12).
Jesús predicaba utilizando parábolas, con la intención de hacerse comprender
únicamente por quienes aceptaban su mensaje de salvación. Quienes se prestan a
recibir una buena instrucción religiosa, y no se acercan a Jesús únicamente movidos
por la curiosidad, reciben de Dios la capacidad de comprender sus misterios, en la
medida que le abren el espíritu a nuestro Padre común, como si se tratara de abrir
una puerta de par en par.
Nuestro Señor nos dice que, quienes se esfuerzan por recibir una sólida
formación espiritual, y por vivir en conformidad con el cumplimiento de la voluntad
de Dios, recibirán más dádivas de las que pueden conseguir por sí mismos, pero,
quienes utilizan la religión como mero formalismo o representación teatral, o solo
se aferran a Dios cuando les interesa acogerse a nuestro Padre común, por no
haber sido formados convenientemente, al ser probados, perderán la escasa fe que
tengan.
"Por eso les hablo por medio de parábolas. Porque, aunque miran, no ven, y
aunque escuchan, no oyen ni entienden. En ellos se cumple lo que dijo el profeta
Isaías: Escucharéis, pero no entenderéis; miraréis, pero no veréis. Porque el
corazón de este pueblo está embotado. Son duros de corazón y tienen cerrados los
ojos para no ver, ni oír, ni entender, ni convertirse a mí para que yo los cure" (MT.
13, 13-15).
Dado que la fe que profesamos no es soportada ni por los curiosos ni por los
superficiales, solo a través de la formación, la acción, la oración y la experiencia de
cristianos comprometidos en este mundo caracterizado por la carencia de fe, puede
ayudarnos a mirar a Dios siendo capaces de captar su presencia espiritualmente.
Aprovechemos los medios de que disponemos para oír la Palabra de Dios e
interpretarla adecuadamente. Pidámosle a Dios que se cumplan en nosotros las
siguientes palabras de Jesús:
"En cuanto a vosotros, felices sois porque tenéis ojos (los ojos de la fe) que
pueden ver, y oídos que pueden oír. Os aseguro que muchos profetas y muchos
hombres justos desearon ver lo que vosotros estáis viendo, y no lo vieron, y oír lo
que vosotros estáis oyendo, y no lo oyeron" (MT. 13, 16-17).
Si mucha gente que se cree desdichada supiera que todo lo que nos sucede en la
vida tiene su utilidad, y que tenemos un valor que nadie puede quitarnos porque
somos personas e hijos de Dios, aunque ello no les solucionaría sus problemas, sí
les haría un poco menos desdichados.
3. El bien y el mal.
Dado que no todos tenemos el mismo concepto del bien y el mal, podemos
considerar que, en nuestras sociedades, ambos conceptos se han relativizado, para
que podamos convivir quienes mantenemos diferentes creencias en armonía,
ateniéndonos al cumplimiento de Leyes que nos obligan, aunque a veces dicho
cumplimiento de las mismas nos sumerja en crisis morales, por no estar de acuerdo
con ellas.
La parábola de Jesús con cuya meditación vamos a concluir el presente estudio
bíblico, al ser meditada con optimismo, nos recuerda que es posible mantener la fe
que profesamos, aunque en ciertas ocasiones nos dé la impresión de que no nos
merece la pena ser cristianos, porque estamos solos. Esta parábola también nos
recuerda que debemos ser transigentes con quienes no comparten nuestro
pensamiento, en el sentido de que Dios es quien ha de hacernos justicia, porque,
quizá con la intención de acabar con lo que calificamos como mal, podemos impedir
que Dios lleve a cabo su obra de salvación.
"Jesús les contó después esta otra parábola: -El reino de Dios puede compararse
a un hombre que había sembrado buena semilla en su campo" (MT. 13, 24).
El protagonista principal de la parábola que estamos considerando es Dios. El
campo de nuestro Padre común es el mundo. El Dios Uno y Trino ha sembrado su
buena semilla en el mundo, con tal de llevar a cabo la obra de nuestra santificación.
"Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una
viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides
escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un
lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres" (IS. 5, 1-2).
Si Dios creó un mundo perfecto, ¿quién fue el creador del mal?
"Pero una noche, mientras todos dormían, llegó su enemigo, sembró cizaña entre
el trigo y se marchó" (MT. 13, 25).
Si interpretamos la Biblia literalmente, descubrimos que Dios tiene el poder del
bien, y, el demonio -o Satanás-, el poder del mal. Jesús nos dice en el texto que
estamos meditando que el enemigo sembró cizaña entre el trigo cuando todos
dormían, dando a entender que el mal apareció en el mundo integrándose en la
vida de los hombres, sin que los tales lo diferenciaran del bien, con tal de evitarlo
antes de ejecutarlo. Entre el trigo del que se obtiene la harina con que se hace el
pan, el demonio esparció el veneno de la cizaña, pero ambas semillas crecieron
juntas, lo cual le causó demasiados padecimientos a la humanidad.
"Cuando el trigo germinó y se formó la espiga, apareció también la cizaña. Los
criados se dirigieron entonces al amo del campo y le dijeron: "Señor, ¿cómo es que
hay cizaña en el campo, si la semilla que sembraste era buena?"" (MT. 13, 26-27).
Muchas veces interrogamos a Dios, en los siguientes términos: Si creaste un
mundo perfecto, ¿por qué existe el mal? Al intentar que Dios nos responda esta
pregunta que les causa angustia a muchos de nuestros hermanos de fe, no caemos
en el detalle de que fue el hombre, con sus ansias de ser poderoso y con su envidia
mal sana, el que introdujo el mal en el mundo. Recordemos cómo Caín asesinó a
Abel, porque éste fue aprobado por Dios, mientras que él no fue acepto, por la
forma en que envidiaba a su hermano.
"El amo les contestó: "Alguien que no me quiere bien ha hecho esto." Los criados
añadieron: "Si te parece, iremos a arrancar la cizaña." Pero él les dijo: "No lo
hagáis ahora, no sea que, por arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo.
Dejadlos crecer juntos hasta el tiempo de la siega. Entonces encargaré a los
segadores que corten primero la cizaña y la aten en manojos para quemarla, y que
luego guarden el trigo en mi granero."" (MT. 13, 28-30).
Notemos lo siguiente: Los siervos del Señor, -los creyentes-, no tenemos la
potestad de diferenciar el bien del mal, por cuanto hemos relativizado ambos
conceptos, y no siempre nos amoldamos a la voluntad de Dios. Los ángeles, -los
segadores mencionados por nuestro Señor-, son quienes, en el juicio final, nos
ajusticiarán, separando a los buenos de los malos, para que Dios sea glorificado,
por haber juzgado y penalizado el mal, y por haber premiado a sus hijos, con la
vida y la dicha eterna.
(José Portillo Pérez).