INAUDITO
Padre Pedrojosé Ynaraja
En el recinto había cuatro obispos, el discreto gris y la cruz proclamaba su categoría
eclesiástica, algunos otros varones lucían un “cuello romano” desabrochado, desde
luego había más presbíteros. Los demás asistentes se definieron como catedráticos
de universidad, los conferenciantes, consejero del gobierno otro, y muchos más
varones o mujeres sin concretar ocupación, pero de alguna manera relacionados, o
responsabilizados, con el mundo de la comunicación social. El ambiente era
sumamente afable…
Descrita someramente la situación, evidentemente, uno esperaría que se iba a
hablar de comisiones, nombramientos, cargos de mando, anteproyectos, juntas de
revisión para elaborar proyectos etc. Aquello que se decía en los tiempos del
Vaticano II: cuando vuelva el Señor tal vez no nos encuentre unidos, lo indudable
es que nos encontrará reunidos. Pues, no. Pese a estar sometidos a horario definido
y situados en un local, la preocupación común era el espacio virtual, más
concretamente la “web 2.0”, que no definiré ahora. La organización correspondía a
la Conferencia Episcopal Tarraconense.
El “espacio virtual”, pese a carecer de territorialidad física, es un espacio real. Y por
muy etérea que pueda parecer la expresión “situado el programa o archivo en la
nube”, no se la puede ignorar, ni creer que es un fantasma. Estos y muy otros
conceptos, con sus correspondientes siglas, nos eran comunicados por competentes
profesores de la materia, que se declaraban explícitamente cristianos y que
enfocaban las cuestiones como acuciantes necesidades de la Iglesia.
Disfrutaba yo, viejo y aficionado desde pequeño a todo lo que se relacionase con la
electricidad, recordando a mi padre, que me contaba que de pequeño por su
pueblo, Matapozuelos, iban gentes con generadores, enseñándoles los prodigios de
esta energía. Me contaba que, cuando se quedaban solos los chiquillos, jugaban a
electricistas, tendiendo entre sillas o mesas, con cordeles, imaginarias
instalaciones. De esto han pasado más de cien años, yo que nací cuando los
domicilios gozaban de la corriente eléctrica, que aprendí curiosidades de la estática,
que me hice pilas de Volta y de Leclanche, que supe algo de automatismos, que me
hice diminutos receptores de radio-galena y posteriormente hasta emisoras, me
encuentro ahora perdido en el mundo cibernético. Aprendíamos a entender, hoy se
exige recordar. Y me siento perdido. Pero algo llego a intuir y logro moverme por
esta fascinante realidad. Lo explico para que nadie se crea inútil para moverse por
este campo y se desanime.
Pese a mis múltiples aficiones, domina, o pretendo que domine siempre, mi
vocación cristiana de servicio, especialmente a la juventud. He creído siempre que
Dios me ha llamado a ello, de aquí que siempre me haya proporcionado
colaboración, aunque a que los superiores lo han ignorado. Pero si durante mi larga
vida sacerdotal, nunca he recibido un encargo en tal sentido, el Espíritu Santo me
ha proporcionado muchos y le he sido fiel. He ejercido por correspondencia y por
teléfono. Ahora por Internet. Y aquí quería llegar. En el espacio cibernético no hay
jerarquías. Ni vicarios episcopales, ni arciprestes. Tampoco consideración respecto
a la edad. Uno escribe y es leído o no, independientemente de la edad que tenga,
de si es obispo o gobernador militar. El éxito de sus desvelos dependerá de
múltiples factores, pero con total seguridad no influirán para nada los
nombramientos. Cosa que si es ventaja para espíritus libres, es inconveniente para
vagos. Porque de Internet nadie te acalla o te traslada, pero tampoco te jubilan,
por tanto la responsabilidad evangelizadora urge siempre y hay que serle fiel.
Padre Pedrojosé Ynaraja