Fiesta de Nuestra Señora del Carmen.
La humildad de Dios y de sus hijos.
Estimados hermanos y amigos:
Quizá somos propensos a imitar la fe de los judíos que eran incapaces de
imaginar la grandeza del amor y la humildad de nuestro Dios, para quien la mayor
grandeza a que debemos aspirar, se manifiesta en el servicio a nuestros prójimos
los hombres. El siguiente texto del segundo libro de los Reyes, nos recuerda cómo
Dios se nos manifiesta en la más admirable sencillez.
"Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de
Yahveh, que le dijo: «¿Qué haces aquí Elías?» El dijo: «Ardo en celo por Yahveh,
Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus
altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para
quitármela.» Le dijo: «Sal y ponte en el monte ante Yahveh.» Y he aquí que Yahveh
pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las
rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un
temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor,
fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una
brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la
entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?»
El respondió: «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han
abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus
profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela."" (1 RE. 19, 9-14).
Como sabemos, en contraposición a los adoradores del dios de la reina Jezabel,
Yahveh, -el Dios de Elías-, hizo descender fuego del cielo, y quemó un montón de
leña que, antes de que aconteciera el citado prodigio, había sido mojado, con tal de
que quedara claro cuál es el Dios único existente, después de que Yahveh hiciese
descender su fuego desde el cielo.
Si Elías triunfó ante los cuatrocientos cincuenta adoradores de Baal, -a quienes
mandó ejecutar-, éste fue amenazado por la reina, por lo cual huyó de la misma, y
pasó de ser un glorioso predicador, a ser un pobre fugitivo, cuya vida estaba
amenazada.
Desgraciadamente, tanto entre los católicos como entre los adeptos de otras
religiones, hay muchos predicadores empeñados en superar la crisis de fe existente
actualmente, predicando a un Dios que solo se rige por su amor, que se olvida de
ejecutar su justicia. Es cierto que el amor de Dios es grande y que nuestro Padre
común nos perdona los pecados que cometemos siempre que nos arrepintamos de
ello, pero no es menos cierto que el Todopoderoso debe juzgar todos nuestros
actos, con tal de que se manifieste su gloria, tanto castigando las injusticias de los
hombres, como premiando a sus fieles seguidores, con la vida y la dicha eternas.
En los difíciles días en que Elías tuvo que permanecer escondido, el citado profeta
vio a Dios, quien no se le manifestó ni en el viento impetuoso, ni en el terremoto, ni
en el fuego, sino en la brisa suave.
Quizá queremos que Dios se nos manifieste haciendo grandes obras, y no
hacemos mal al albergar este deseo en nuestros corazones, porque nuestro Padre
común nos ha prometido que eliminará todas las miserias de la humanidad, pero,
mientras ello sucede, nos es necesario encontrar a Dios en la humildad de sus hijos
los hombres.
Un gran ejemplo de amor y humildad que podemos imitar, es el de María de
Nazaret. A pesar de que en el tiempo de Jesús los judíos pensaban que las mujeres
eran inferiores a los hombres, Dios escogió a una mujer para que su Unigénito se
encarnara en sus entrañas. Igualmente, en el caso de las apariciones de Fátima, en
vez de revelársele Nuestra Señora a grandes personalidades que pudieran utilizar
todos sus medios humanos para difundir el mensaje de la necesidad que tenemos
de convertirnos al Evangelio, María Santísima se les manifestó a tres pastorcillos,
porque el mismo Dios sería quien se encargara de difundir su mensaje de salvación,
utilizando personas y medios que no dejan de sorprendernos por su sencillez.
Dios se hizo hombre, nació de una mujer, vivió en el seno de una familia. Jesús
se hizo en todo igual a nosotros aunque evitó el hecho de incumplir la voluntad de
Dios, y por ello quiso vivir tal como lo hacían sus hermanos de raza.
Cuando el Señor nació, se hizo compañero de los más desamparados, pues tuvo
por vivienda un establo. María Santísima meditaba todos los hechos relacionados
con el Nacimiento de su Hijo, cuya muerte fue profetizada por Simeón en el Templo
de Jerusalén, y quien recibió dádivas de varios astrólogos orientales.
Cuando Jesús nació, José debió alquilar una casa en Belén, y debió buscar
trabajo, para poder mantener a su Familia, pero su dicha duró poco tiempo, pues
una noche fue avisado en sueños para que huyera con Jesús y María a Egipto, para
salvar la vida de Aquel a quien le hizo de padre adoptivo. Hay ocasiones en que
Dios cambia nuestros planes vitales de tal manera, que nuestras seguridades
desaparecen, y lo único que podemos hacer, es vivir del ejercicio de la fe que nos
caracteriza, aunque sentimos que la perdemos.
José debió sufrir mucho cuando se debatió entre la posibilidad de lapidar a su
futura mujer por haberle sido infiel supuestamente, olvidarse de María enviándola
un tiempo a casa de su parienta Elisabeth con tal de salvarle la vida y no casarse
con ella, o aceptar la paternidad de Jesús, pero María, por ser mujer, y no poder
hacer nada más que orar y confiar en Dios, debió sufrir mucho más que él.
Dios no permite que suframos para divertirse a costa nuestra, pero ha hecho del
dolor una escuela de superación personal, en la que hasta el mismo Jesús recibió
un gran adiestramiento espiritual. La vida de mucha gente es un sinfín de
dificultades variadas, pero, en medio de esos problemas, se vislumbra la luz de la
fe, la necesidad de no sucumbir ante ningún obstáculo, la seguridad de que algún
día verán la luz quienes viven entre tinieblas...
Hay gente que, además de no saber superar sus dificultades, sabe muy bien lo
que tiene que hacer para que otros vivan en su mismo estado de frustración.
Muchos se "especializan" en buscarles defectos a los demás, con tal de que nadie
recuerde sus deficiencias. José y María debieron pasarlo muy mal cuando volvieron
de Egipto a Nazaret, y muchos les miraban con recelo, pensando que José no había
sido capaz de hacer lo que tenía que haber hecho cuando supo de la traición de su
desposada, y discriminando a María, intentando hacerle creer que no era una mujer
honrada.
San Marcos, en el capítulo cinco de su Evangelio, nos cuenta cómo Jesús curó a
un endemoniado, el cual quiso seguirlo, y recibió el encargo del Mesías de
evangelizar a los habitantes de Gerasa, quienes lo trataban como si fuera un animal
peligroso. A veces no sabemos por qué la vida nos obliga a hacer lo que más
detestamos, y a permanecer junto a quienes no saben qué hacer con tal de
hacernos más desgraciados, pero, en esas situaciones, lo único que podemos hacer,
es mostrarnos fuertes psicológicamente, y no perder la fe, aunque ello sea difícil,
porque, tarde o temprano, Dios acabará ayudándonos, ora a resolver nuestros
problemas, ora a sobrellevarlos dignamente.
En el caso de María, la Madre de Jesús, ella siempre vivió entre dificultades.
Antes de casarse, sufrió las dudas de José. Cuando su Hijo era muy pequeño, tuvo
que huir desde Belén a Egipto, soportando el miedo que le causaban tanto la
posibilidad de ser víctima de gente sin escrúpulos como los peligros del desierto.
Cuando Jesús fue adulto e inició su Ministerio público, soportó estoicamente el
hecho de saber que su Hijo corría un grave peligro, y vivió la Pasión y muerte de
nuestro Salvador. Cuando los Apóstoles del Señor fundaron la Iglesia de Jerusalén,
la dicha de María fue interrumpida por el conocimiento del martirio de muchos
creyentes. La vida puede depararnos muchas dificultades, pero, entre las mismas,
podemos ver la luz del Dios que nunca deja de consolarnos.
(José Portillo Pérez).