Domingo
XVII del tiempo Ordinario del ciclo A.
¿Cuál es la decisión más importante de nuestra vida?
Estudio bíblico sobre MT. 13, 31-35. 44-52.
¿Cuál es la decisión más importante que hemos tomado durante los años que se
ha prolongado nuestra vida? Esta pregunta se la hice recientemente a una
estudiante, la cual me respondió: "La decisión más importante que he tomado es la
de terminar de estudiar la carrera de Derecho. Mis estudios pueden permitirme
tener un trabajo bueno y bien remunerado". Un ama de casa, me dijo hace varios
días cuando coincidimos en un supermercado: "La decisión más importante que he
tomado ha sido casarme con el hombre que amo y me está haciendo feliz".
Para los cristianos, la decisión más importante, consiste en ser discípulos de
Jesús, porque ello les ayuda a afrontar las vicisitudes de la vida con optimismo. Los
cristianos que tienen la convicción de que Dios forma parte de sus vidas, jamás se
sentirán desamparados, ni aunque vivan grandes dificultades.
Aunque gracias a Dios existen muchos grupos de cristianos que se comunican
entre sí utilizando diferentes medios, aún muchos de nuestros hermanos, que no
tienen la oportunidad de formar parte de ninguna asociación o movimiento, se
quejan de que se sienten solos, porque no pueden compartir sus inquietudes
religiosas con sus familiares y amigos, porque los tales carecen de fe. ¿Somos
pocos los cristianos que vivimos nuestra fe activamente? Jesús nos responde esta
pregunta, en los siguientes términos:
"El reino de Dios puede compararse al grano de mostaza que el labrador siembra
en el campo. Se trata, por cierto, de la más pequeña de todas las semillas, pero
luego crece más que otras plantas del huerto y llega a hacerse un árbol, hasta el
punto de que en sus ramas anidan los pájaros" (MT. 13, 31-32).
En nuestra sociedad, si queremos promocionar algún proyecto, no tenemos más
remedio que organizar una buena campaña publicitaria, para poder lograr el citado
fin en un corto espacio de tiempo. El Reino de Dios, -cuya ideología difiere
notablemente de los sistemas de pensamiento humanos-, no se propaga por la
utilización de la publicidad, sino por la forma que tenemos de acoger el Evangelio.
Tal como recordamos hace una semana al meditar la parábola del sembrador, Jesús
esparce sus semillas con la ayuda del Espíritu Santo y de sus predicadores, y
nosotros tomamos la opción de aceptar o de rechazar su mensaje salvífico.
Hace unos diez años, tuve la oportunidad de asistir a unos ejercicios espirituales,
en que me encontré con un sacerdote muy desanimado, porque los asistentes a su
iglesia se negaban a creer en Dios. Muchos predicadores religiosos y laicos, hemos
tenido la sensación, en más de una ocasión, de que nuestro trabajo en la viña del
Señor ha sido inútil, lo cual dista años luz de la realidad, porque no somos nosotros
quienes tenemos que cosechar los resultados de nuestra siembra, pues ello le
compete a Dios únicamente. Desgraciadamente, a veces la gente nos reprocha a
los predicadores los errores que cometemos, y se calla cuando nuestras palabras le
aportan consuelo, lo cual puede conducirnos a creer, erróneamente, que el trabajo
que realizamos carece de sentido.
El siguiente texto del Evangelio que estamos considerando, puede ayudarnos a
comprender que es Dios quien cosecha el resultado de nuestra siembra, porque hay
ocasiones en que solo vemos lo infructífera que pensamos que es nuestra actividad
evangelizadora.
"También les dijo: -El reino de Dios puede compararse a la levadura que una
mujer mezcló con tres medidas de harina para que fermentara toda la masa" (MT.
13, 33).
Cuando nos disponemos a hacer pan, y mezclamos la levadura con la harina,
visualmente, podemos distinguir la harina, la cual no puede ser separada por
nosotros de la levadura. Una vez que vertimos agua caliente sobre la mezcla de
harina y levadura, podemos empezar a amasarla. Aunque no podemos ver la
levadura, no podemos hacer el pan sin el citado producto.
Quizá tenemos la impresión de que vivimos en un mundo en que la fe en Dios se
extingue a la velocidad que pasa el tiempo. Hay muchos predicadores carentes de
optimismo que no cesan de recordarnos que el pecado embota nuestros corazones
cada día más, y que, consecuentemente, cada día nos negamos más a creer en
Dios. Esos predicadores que a veces se muestran malhumorados, dan la impresión
de no recordar que, aunque no pueden constatar esta realidad, muchos enfermos,
ancianos y desamparados son felices, porque saben que en el mundo tienen
muchos hermanos que oran por ellos. Sé que entre nuestros hermanos hay mucha
gente que tiene problemas para orar porque tiene una fe muy débil, pero, dado que
todos los cristianos no estamos preparados para testimoniar la fe que profesamos,
no podemos controlar el conocimiento de Dios que tenemos todos los creyentes,
pero, aunque no debemos negar que vivimos en un tiempo de grandes crisis
espirituales, no debemos cometer el error de creer que los cristianos están
desapareciendo, porque, de alguna manera, esta opinión constituye un grave acto
de desconfianza con respecto a Dios, de quien podemos caer en la tentación de
creer, que no está llevando a cabo la obra de redimirnos.
De la misma forma que no se puede hacer pan sin la levadura que no se ve al ser
mezclada con harina, en nuestra sociedad hay cristianos, y, aunque no todos
actuemos como nos corresponde a los hijos de Dios, ello debe notarse, aunque
pase desapercibidamente ante nosotros. Es normal que las acciones que llevamos a
cabo los cristianos practicantes carezcan de relevancia, porque vivimos en
sociedades en que les damos mucha importancia a las malas noticias, mientras que
damos la impresión de no interesarnos por los hechos buenos que acontecen en
nuestro mundo. Muchos de nuestros hermanos dirían que esta situación la
producen los medios de comunicación, pero yo entiendo que ello no es cierto,
porque los citados medios les dan a sus clientes lo que los tales les solicitan. Los
medios de comunicación se dedican a potenciar los valores de las sociedades en
que llevan a cabo su labor informativa.
Quizá nos resistimos a creer que en nuestro entorno hay gente que cree en Dios,
sin recordar que la gran mayoría de obras que podemos hacer los cristianos, deben
llevarse a cabo desde el anonimato, lo cual causa que tales actos pasen
desapercibidamente en nuestras sociedades. Hay en el mundo alrededor de medio
millón de sacerdotes y miles de misioneros que le han consagrado su vida a la
predicación del Evangelio. Hay muchos religiosos y laicos que le dedican muchas
horas a la realización del trabajo del Señor en diferentes campos. Muchos enfermos
y ancianos le dedican muchas horas a la oración, de manera que actúan como si
sus plegarias ayudaran a concluir cuanto antes la instauración del Reino de Dios en
el mundo. Otros tantos nos dedicamos a predicar utilizando los medios de
comunicación que están a nuestro alcance...
"Jesús expuso todas estas parábolas a la multitud, y sin parábolas no les decía
nada, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta: Hablaré por medio de
parábolas; pondré de manifiesto cosas que han estado ocultas desde el principio del
mundo" (MT. 13, 34-35).
Al meditar los primeros treinta y cinco versículos del capítulo trece del Evangelio
de San Mateo, podemos llegar a la conclusión de que necesitamos vivir la humildad
de Dios, para poder llegar a formar parte de su Reino. Dependiendo de nuestra
comprensión y aceptación de la Palabra de Dios, podemos llegar a acoger el
Evangelio en nuestros corazones, o podemos rechazarlo, y, consiguientemente,
podemos rechazar la salvación que el Dios Uno y Trino nos ofrece. Tal como vimos
el Domingo XV Ordinario, las semillas que el Sembrador lanza al mundo son de una
excelente calidad, pero nuestros corazones pueden ser un terreno no apto para que
las mismas germinen y fructifiquen.
A través de la meditación de MT. 13, 1-30 que os envié el Domingo XV Ordinario,
y por medio de la presente meditación, podemos constatar la sencillez con que Dios
se nos manifiesta por medio de las circunstancias vitales. Esta consideración nos
ofrece la oportunidad de pensar si el servicio a Dios constituye la decisión más
importante que hemos tomado durante los años que hemos vivido, porque, si dicho
servicio no constituye la principal prioridad de nuestra vida, jamás podremos llegar
a ser los seguidores de Jesús que nuestro Señor espera que seamos.
"El que quiere a su madre o a su padre más que a mí, no es digno de mí. El que
quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Y el que no esté
dispuesto a tomar su cruz para seguirme, tampoco es digno de mí. El que quiera
salvar su vida (actual), la perderá, pero el que, por causa mía, la pierda, se la
salvará (la vida eterna)" (MT. 10, 37-39).
Dado que el Dios Uno y Trino nos ama, es normal el hecho de que el
cumplimiento de su voluntad se convierta en nuestra prioridad principal, porque ello
consiste en buscar el hecho de alcanzar la plenitud de la felicidad, porque Dios no
depende de nosotros para poder ser feliz por Sí mismo, pero quiere que formemos
parte activa de su Reino desde nuestras circunstancias actuales, aunque no seamos
los más fieles creyentes del mundo, porque El perdona a todos los que se
arrepienten de haber pecado. Es esta la razón por la que leemos en el libro bíblico
de los Salmos:
"Enséñame a cumplir tu voluntad,
porque tú eres mi Dios;
tu Espíritu que es bueno me guíe
por una tierra llana" (SAL. 143, 10).
¿Cómo puede Dios enseñarnos a cumplir su voluntad, si no podemos oír su voz?
Nuestro Santo Padre nos habla por medio de la Biblia, por sus predicadores y las
circunstancias que vivimos. Esta es la razón que nos induce a creer que todo lo que
nos sucede en la vida nos es útil, en el sentido de que nos aporta una buena
instrucción espiritual, aunque tardemos muchos años en descubrir la misma.
"El reino de Dios puede compararse a un tesoro escondido en un campo. El que lo
encuentra, lo primero que hace es esconderlo de nuevo; luego, lleno de alegría, va
a vender todo lo que tiene y compra aquel campo" (MT. 13, 44).
¿Cuál es el tesoro más preciado que tenemos? ¿Es el mismo una de las relaciones
que mantenemos, o es uno de los bienes que poseemos?
Jesús le dijo a un joven rico, que en cierta ocasión le pidió que lo dejara ser su
seguidor:
"-Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el producto entre
los pobres. así te harás un tesoro en el cielo. Luego vuelve aquí y sígueme" (CF.
MT. 19, 21).
¿Somos capaces de renunciar a mantener una relación de cualquier tipo, en el
caso de que la misma perjudique nuestra profesión de fe? En el caso de que
renunciemos a mantener dicha relación, nuestro beneficio será doble, porque no
solo demostraremos la fe que tenemos, sino que nos demostraremos a nosotros
mismos que tenemos las suficientes autoestima y voluntad, como para que nadie
pueda hacer con nuestra vida según sus caprichos.
El joven rico anteriormente mencionado en MT. 19, 21, no fue capaz de convertir
el seguimiento de Jesús en su tesoro. Casos de este tipo se dan entre quienes
codician los bienes terrenos, y entre quienes piensan que el seguimiento de Jesús
está constituido por renuncias sin satisfacciones, tal como enseñan los predicadores
carentes de optimismo, que ven la vida de los cristianos como una permanente
lucha marcada por la pena, que no puede ser abarcada por la gloria en esta vida.
"También puede compararse el reino de Dios a un comerciante que busca perlas
finas. Cuando encuentra una de mucho valor, va a vender todo lo que tiene y la
compra" (MT. 13, 45-46).
¿Qué personas o posesiones le dan sentido a nuestra vida? Hay quienes piensan
que vivimos para trabajar, mientras que otros pensamos que, en el caso de poder
trabajar, debemos hacerlo para vivir. Quienes sostenemos la segunda opinión,
somos tachados como poco ambiciosos, y, consiguientemente, como poco
luchadores. A pesar de que muchos no nos juzgan positivamente, el hecho de hacer
de la fe que profesamos y de nuestras relaciones el centro de nuestra vida, tiene un
precio muy alto que debemos pagar, pero, en esta vida, todos los que queremos
superarnos en algún terreno, debemos estar dispuestos a afrontar dificultades, y a
llevar a cabo sacrificios.
"El reino de Dios puede compararse también a una red lanzada al mar, que se
llena de toda clase de peces. Cuando la red está llena, los pescadores la arrastran a
la orilla y se sientan a escogerlos: ponen los buenos en cestos y desechan los
malos. Así sucederá al fin del mundo: los ángeles saldrán a separar a los malos de
los buenos. Y arrojarán a los malos al horno encendido; allí llorarán y les rechinarán
los dientes" (MT. 13, 47-50).
Al igual que hizo con la parábola del trigo y la cizaña, nuestro Señor nos vuelve a
recordar que en este mundo vivimos gente que observamos todo tipo de conductas,
pero que este hecho no debe inducirnos a creer que Dios está dejando de llevar a
cabo su obra. Precisamente, gracias a los medios de comunicación que tanto
denigran muchos de nuestros hermanos, podemos trabajar para comunicarnos con
muchos de nuestros hermanos de fe que viven lejos de nosotros. Si somos capaces
de aprovechar los medios que tenemos al alcance en este tiempo, será muy difícil
volver a encontrar un solo cristiano que se queje por no poder tener a nadie con
quien hablar de su fe.
"Jesús les preguntó: -¿Habéis entendido todo esto? Ellos contestaron: -Sí. Y él
añadió: -Cuando uno de vuestros maestros de la Ley se hace discípulo del reino de
Dios, viene a ser como un amo de casa que de sus pertenencias saca cosas nuevas
y cosas viejas" (MT. 13, 51-52).
Los intérpretes de la Ley de Moisés, al ser conocedores del Antiguo Testamento
(la primera parte de la Biblia), podían servirse, tanto de sus conocimientos, como
del mensaje predicado por Jesús, para aumentar el número de los hijos de la
Iglesia del futuro.
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a nuestro Padre común que se nos
manifieste, para que nos sintamos motivados a servirlo, en nuestros prójimos los
hombres.