JMJ (IMPRESIONES)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Llega uno a Madrid con la mollera hasta los topes de literatura adversa sobre el
evento y, al encontrarse con la realidad, tiene la sensación de haber sido
transportado a otro mundo. Lo que diré parecerá un exabrupto, pero es lo primero
que se me ocurrió al contrastar críticas e ironías, con lo que me rodeaba en ese
momento. En los tiempos que estos progres que han sentenciado tan adversamente
el encuentro, eran jovencitos, se decía por estos pagos: las chicas son guapas,
guapísimas y gildas. Feas, feísimas y de A. Católica. Por lo menos, sabios críticos
de la realidad eclesial, viendo la juventud que inunda la capital, piensa uno que, al
menos en esto, hemos ganado. En aquel tiempo, se insistía en la falda que debía
cubrir la rodilla y las mangas el codo. De aquellas actitudes nadie, creo yo, se
siente satisfecho. Las JMJ, por lo menos, merecen la confianza de la duda. Y somos
muchos los que estamos convencidos de que son esperanza. Se decía entonces que
un santo triste, es un triste santo. La alegría que se respiraba estos días, lo
inundaba todo. Y uno cree que es alegría santa, que es un adelanto del Cielo.
La misma policía, que por deber estaba en todas partes, sonreía y se hacía
asequible a cualquier pregunta. En Cuatrovientos estaba sentado en el suelo en la
orilla de un corredor destinado al posible paso de emergencias, se me acercó un
agente y me dijo que debía levantarme y, a continuación, se ofreció a ayudarme a
ponerme de pie. Cumplí con la orden y aproveché para comentar su cometido. Le
dije que me había gustado su sonrisa y su amabilidad. Le indique que llevaba su
defensa y su revolver, pero que no se notaba y en cambio sí su amabilidad y me
contestó que claro, que es mucho mejor ayudar que tirar tiros, que allí estaban
para ayudar. Me dijo, y lo sé por otras fuentes, que no se han cometido delitos
estos días. Según me dijeron los bomberos, a ellos les ha ido igual. Habían tenido
que acudir a solucionar una boca de riego que había saltado y nada más. Dado los
cerca de dos millones de asistentes, algo así es un milagro
Todos felices. Hasta la misma población de Madrid que unos ofrecían agua con una
manguera a quien quisiera llenar sus utensilios, otros la tiraban con cubos o
palanganas desde sus ventanas. Era como un juego de chiquillos, los peregrinos la
pedían, los vecinos divertidos la lanzaban tan lejos como podían. Me estoy
refiriendo al duro camino desde donde nos dejaba el Metro, hasta el campo de
aviación.
Madrid ha vivido su protagonismo mundial, que les ha hecho olvidar sus ansiadas
olimpiadas. Cien italianos cantando, o gritando, como ellos solos saben hacerlo, por
los pasillos del Metro son insoportables, pero todo el mundo les sonreía. He oído
más de una vez: estos no son como los del botellón. Gente entendida y satisfecha
de su sabiduría, esos que invocan el laicismo como supremo valor que debe regir la
convivencia, se habían quejado de cualquier cosa que se facilitara a la JMJ que
pudiera sonar a privilegio. Pongo un ejemplo. El precio del menú de peregrino.
Pues bien, aquí, simples hijos de vecino, me comentaban que los 6.5€ que
costaba era un excesivo, que el contenido del recipiente de plástico y la cerveza,
valían menos y que, ante el mundo, les harían quedar mal.
Otros escribirán crónicas, yo impresiones. Un día dije que Chiara Lubich era el
rostro sonriente de la Iglesia, del que tanta necesidad tenemos. JMJ Madrid era
estos días un millón y pico de focollarinis. Espero y deseo encontrar en el Cielo
alegres santos, más que sesudos teólogos. Por eso, lo único que he lamentado, es
que faltaran personas que aprecio. Y ha sido gran alegría encontrarme o
comunicarme, con querida gente amiga que asistían.
Padre Pedrojosé Ynaraja