Fosilizadores de almas
P. Fernando Pascual
Un fosilizador de almas detiene, aprisiona, encapsula, petrifica existencias. Mira a otros con una
mirada estática. Los detiene, los fosiliza, en momentos concretos del pasado.
Los fosilizadores de almas no pueden imaginar que cada corazón es capaz de romper con la propia
historia para iniciar caminos de renovación. No son capaces de admitir que existe una libertad tan
poderosa que hasta criminales llegan a convertirse, un buen día, en hombres de bien.
Hay quienes no sólo fosilizan a los demás, sino que se fosilizan a sí mismos. Desde lo que piensan,
desde lo que han experimentado, han llegado a la conclusión de que no pueden cambiar. Afirman
categóricamente que sus vidas tienen características imborrables, que sus errores han cerrado
cualquier horizonte de esperanza.
Es triste vivir como fosilizador, porque la mirada no alcanza a comprender dimensiones
desconocidas y hechos imprevistos que surgen desde los corazones libres y desde la acción de Dios
en las almas. Es triste también dejarse fosilizar, aceptar como si fuera verdad absoluta que uno
mismo no puede cambiar.
El fosilizador y los fosilizados, sin embargo, pueden desfosilizarse, pueden cambiar de perspectiva,
pueden abrir los ojos a horizontes nuevos.
Entonces es posible descubrir que el vecino que chocó hace tres años no es tan torpe como
imaginaba. O que el familiar que cometió un fraude en el pasado ha empezado a ser un hombre
realmente justo y sincero. O que el amigo que, hace unos meses, sólo llamaba por teléfono para
hablar de sí mismo, ahora es un hombre distinto, preocupado sinceramente por quienes viven a su
lado.
No podemos dejar que otros nos fosilicen, ni podemos vivir tranquilamente como fosilizadores de
almas. Hay un modo diferente de ver a los hombres: el que nos enseña Dios, que mira a cada uno de
sus hijos con una ternura tan grande que hasta los pecadores más miserables pueden llegar a
convertirse en santos.