JMJ (SACERDOTES)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Dos cosas de las JMJ de Madrid se han destacado. Empiezo por la más visible: la
sonrisa colectiva, la alegría juvenil. Y la de los que no son jóvenes. Que 1.800.000
personas daban fe de su felicidad, sorprendió a todos, acostumbrados a oír teorías
a cual más progre, aburridas con frecuencia.
¿Era yo feliz allí? Es obvia la pregunta. Pues sí, a mi manera. Fui solo, sin contactar
con familiares y amigos residentes en la capital. No quiero vestir sotana, ni llevar
corbata. Creo que mi comportamiento debe ser provocadoramente cristiano. Norma
que no cuenta en momentos de reunión litúrgica, en los que es preciso que se haga
notorio el papel que uno desempeña. En este caso, colgaban visiblemente mis
credenciales de sacerdote y de prensa. Me ofrecí a confesar sacramentalmente en
aquella avenida, fiesta de la reconciliación, y fui admitido. Recorrí la feria de las
vocaciones, fui muy bien atendido y aprendí mucho. Al no llevar ningún uniforme,
ninguna barrera frenaba el trato. Ni con jóvenes, ni con clérigos, ni con policías. Al
leer los letreritos se sentían contentos y cuando hubo tiempo y ocasión,
intercambiábamos experiencias. O solicitaban consejo. Fueron unos días
interesantísimos, durante los que pasé mucho calor y sed. Y, gracias a Dios, me
sentí sumergido en una multitud joven entusiasmada. Acabado el evento ¿se
llenarán nuestras iglesias? Se preguntan muchos. Nadie puede asegurar la
perseverancia, basta para empezar, que uno tenga propósito de conservarla.
Nuestra actualidad está empapada de valores intermedios, exaltados al máximo.
Una muestra son las rivalidades entre ciertos equipos de futbol. Uno de aquellos
días competían dos antagonistas y quise hacer la prueba. Pregunté quien había
ganado, a gente joven y a adultos, me costó mucho saberlo.
Se habla de papalatria, no dudo de su existencia. Fui a una parroquia a una oración
comunitaria. Asistían cristianos del país y de Canadá. Quedamos los de aquí
impresionados de la corrección y piedad de los foráneos. Estuve también en una
catequesis, por aquello de que debía ser fiel a la credencial de “prensa”. Confieso
que las reflexiones de aquel obispo argentino me enriquecieron y envidié su
claridad de exposición y simpatía de gesto. Ni en uno ni en otro acto se enalteció al
Papa. Jesucristo y su mensaje era lo que importaba.
Benedicto XVI estimulaba la adhesión a Cristo, de esto no cabe duda. Cuando
afianzado el chaparrón de la noche de vela, decidí por serias razones alejarme,
comprobé que a grito pelado, la gente joven que ocupaba de pie un lugar no
autorizado, echaron a correr en dirección a la presidencia, oí que gritaban
entusiasmados: esta es la juventud del Papa y me sentí feliz.
Sentí envidia y me preguntaba por qué yo no había sido capaz de entusiasmar, de
atraer, de invitar a la conversión. Había rezado por el éxito, continué haciéndolo y
no lo olvido tampoco ahora.
Nos pidió el Señor que fuéramos levadura, no me sentí capaz de serlo. Recordé que
estos diminutos hongos, se propagan mediante esporas, me propuse entonces, y
sigo pensando, que soy una humilde partícula de estas. Espero un día encontrarme
con muchos en el Cielo y comentar mis oraciones y alegremente celebrarlo.
Madrid ha sido como un gran recipiente con de tres líquidos no miscibles (por
ejemplo: mercurio, agua y aceite). Lo que cuentan los medios, no hay duda de que
es verdad que lo cuentan y tal vez corresponda, en algún caso, con lo que ocurría
en el otro nivel. En este, uno se sentía trasportado a otro planeta, lo único que le
recordaba que estaba anclado en la geografía y la historia, era el calor y la sed. Si
no lo hubiéramos sufrido nos hubiéramos sentido en Galilea, en la tercera década
del siglo primero. El nivel inferior continúa la oración que nunca es inútil. Arriba,
con el protagonismo de generaciones generalmente ancianas, intervienen muchos
teóricos, casi todos antiguos teólogos progres. Esperemos que sus disquisiciones
den algún resultado.
Padre Pedrojosé Ynaraja