Tras la tormenta
P. Fernando Pascual
3-9-2011
Las nubes llegan. El viento se desata. Llueve. Rayos y truenos iluminan, frenéticamente, el paisaje.
En el mar, miedo ante las olas. En tierra, angustia por lo que pueda suceder a los navegantes.
El viento cambia de dirección. La lluvia amaina. El mar comienza a serenarse. La tormenta pasa.
En la vida llegan momentos duros, de tormenta. Las situaciones se precipitan. La angustia invade el
alma. Sentimos miedo.
Luego, como por un extraño milagro, las cosas vuelve a ocupar su sitio. La vista y la mente
recuperan la serenidad. La prueba ha pasado.
La experiencia nos recuerda que no todo está arreglado. Hay tormentas que dejan daños íntimos,
heridas que han de ser curadas. Además, tras las zozobras del hoy son casi seguras las que llegarán
en unos días, o quizá incluso mañana.
Pero los momentos de bonanza permiten recuperar energías. Nos preparamos para la siguiente
prueba, consolamos el alma con la dicha de estos instantes de paz, de armonía, de belleza.
En nuestro camino hacia Dios, se suceden tormentas y bonanza, inquietudes y consuelos. En la
marcha humana, necesitamos momentos de reposo, de aire fresco, de esperanza.
Miramos al cielo. Brillan luces bellas. También en el mundo del espíritu contamos con faros
maravillosos que iluminan, que confortan. Existen estrellas para el alma.
“La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el
que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las
personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la
luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta
Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo
así orientación para nuestra travesía” (Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 49).
Tras la tormenta, recogemos fuerzas. Mañana, con la ayuda de Dios, desde la compañía de la
Virgen, de los santos, y de tantos corazones buenos, iniciará una nueva travesía. En el horizonte
brillará, como señal de esperanza, de alegría, un sol recién nacido. Su luz iluminará ese camino que
nos acerca al hogar, a la patria, a la casa del Padre que ama y espera a cada uno de sus hijos.