De verdad, ¿no tengo tiempo?
P. Fernando Pascual
3-9-2011
Un niño invita a su padre o a su madre a jugar un rato. ¿Respuesta? “No tengo tiempo”. Luego el
padre o la madre dedican más de dos horas al chat.
Un joven llama por teléfono a su amigo. Quiere desahogarse, ser escuchado. Después de 5 minutos,
del otro lado escucha: “Mira, ahora estoy muy ocupado y no tengo tiempo para seguir. Si quieres,
otro día hablamos”. Luego, el amigo “muy ocupado”, se sienta en un sofá para matar la tarde con un
videojuego.
La esposa le pide al esposo salir de compras. Él le dice que no tiene tiempo. Luego, le llaman sus
amigos para ir a jugar golf. Y va.
Las situaciones son muchas. Los motivos para decir “no tengo tiempo” cambian de persona a
persona. Unos, realmente válidos, indican que tenemos urgencias inderogables: si hay un familiar
enfermo tenemos que ir al hospital y por eso decimos “no tengo tiempo” a quien nos pida algo en
este momento. Otros, menos válidos (a veces fútiles) simplemente nacen de nuestras preferencias,
gustos, planes personales.
Si preferimos un rato de televisión en vez de escuchar a un anciano que quiere ser atendido, no
digamos “no tengo tiempo”. Seamos sinceros, y digamos, al otro y a nosotros mismos, que
preferimos descansar en vez de ese gesto hermoso pero a veces difícil de ofrecer oídos, corazón y
tiempo a quien nos lo pide.
Sólo cuando seamos sinceros y determinemos con claridad dónde se nos escapa el tiempo, qué
gustos nos atan a banalidades o a cosas serias pero no imprescindibles, cómo perdemos momentos
preciosos de la propia vida en asuntos que satisfacen provisionalmente pero luego nos dejan
descontentos y vacíos, podremos tener el valor de reorientar nuestras preferencias.
Si, además, abrimos el corazón a las luces de Dios, si dejamos purificar el alma de avaricias y
perezas que nos atan al mundo y a la carne, descubriremos que sí hay tiempo, mucho tiempo, para
ayudar, para acompañar, para servir, para amar, sobre todo a quienes viven a nuestro lado.