JMJ (VOLUNTARIOS)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuentan que envió un prestigioso rotativo a su mejor columnista, para que
escribiera un detallado informe sobre nuestro país. Viajó por la extensa piel de toro
e interrogó a sus gentes. Finalmente, fue recibido por el mandamás. Inició la
entrevista confesándole que había recorrido la nación y había sacado una mala
impresión de su situación. La gente vivía descontenta y mal. Indignado el mandón,
le contestó: pues si quería saber la verdad, debería haberse ahorrado tanto viaje y
haber leído más los periódicos…
Me acuerdo del chiste cuando leo muchos comentarios de la reciente JMJ. La
mayoría se refieren al evento juzgándolo por referencias, sin haberse sumergido y
permanecido en el gran encuentro. Pienso que un gran logro fue la inmensa
multitud de voluntarios. Muchos confundieron inicialmente el término y creyeron
que se trataba de guías, y no eran tales. Chicos y chicas, y gente adulta, se
distinguían entre la masa por una gran V estampada en su vestimenta. Podía uno
dirigirse a cualquiera de ellos y de inmediato era atendido con simpática
amabilidad. No siempre sabían responder a la demanda y con sinceridad lo
reconocían. Diríjase a aquel otro que seguramente se lo sabrá indicar, escuché más
de una vez. Casi siempre sacaban un plano y te indicaban el lugar que precisabas.
Lo malo es que al dirigirte allí, no encontrabas ningún cartel indicador. El agua era
imprescindible y de continuo anunciaban por megafonía que había fuentes y que
llegaban miles de botellas, pero ¿quien era capaz de verlas en un espacio
completamente llano? Una policía me ofreció la suya, insistió porque a ellos se la
suministraban continuamente, se lo agradecí sinceramente, pero no cejé hasta que
encontré un lugar con 8 grifos. Inexplicablemente, también carente de letrero. La
búsqueda resultaba una experiencia agradable, al ser tan simpáticamente atendido.
Hace unas semanas, dedicaba mi artículo a la necesidad de que se fomentara como
virtud cristiana que era, la cordialidad. Pienso ahora, que podrían suprimirse en las
iglesias los letreros que indican la entrada, que impiden el paso o que invitan a
depositar limosnas. En su lugar podrían situarse jóvenes, tal vez con un discreto
distintivo, que saludasen y se ofreciesen a orientar al que llega. Cuento una
anécdota. Me adentraba por la inmensa avenida de los 200 confesonarios. Una
chica me ofreció un folleto que me podía ayudar a preparar la confesión. Le enseñé
mi credencial de sacerdote y que llegaba para administrar el sacramento y, sin
inmutarse, se echó a reír y me dijo: bueno, guárdelo, que a lo mejor también
quiere confesarse usted. Evidentemente, la sonrisa fue mutua.
Si un gran “invento” de nuestra actual cultura cristiana han sido las ONGs
(obsérvese que en otros conjuntos son desconocidas) y su proliferación enriquece
silenciosamente el mundo, pienso que en el seno de nuestra Santa Madre Iglesia,
fuera muy útil y noble, dotarla de voluntarios que como en Madrid, estuvieran
dispuestos a invitar, informar y acoger. Que nuestros recintos de celebración no son
supermercados. Ya sé que en el terreno de la información arquitectónica ya existen,
pienso en la francesa CASA, cuya labor admiro, pero ahora me refiero a un terreno
que no requiere estudios especializados y sí amable caridad, cumpliendo los deseos
del Señor que nos trasmite el evangelio de Mateo 5,41.
Padre Pedrojosé Ynaraja