JMJ(CIBELES Y CANALETES)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Tendría once o doce años cuando mi padre me llevó a conocer Madrid: El Prado, el
Retiro, el Sol, la Cibeles… De aquel viaje no recuerdo más que la pintura negra de
Goya, que me fascinó. Algo más tarde conocí Barcelona, me enseñó él la inacabada
iglesia de la Sagrada Familia, el Tibidabo, la Fuente de Canaletas… esta última, ni fu
ni fa. Lo mismo que me había pasado con la Cibeles. Han pasado años y ambas me
son indiferentes. De otra manera pensaría, si fuera aficionado al futbol. Hay que
vivir, me dicen, un triunfo del R. Madrid, para entender la furia local y la necesaria
protección policial del monumento. Hay que saber lo que es la “rauxa” catalana,
para comprender la que se arma el día que triunfa el Barça. Y que nadie venga con
filosofías trascendentales queriendo dar sentido al fenómeno. Hay que estar dentro,
para sintonizarlo.
Quien quiera entender algo de las JMJ de Madrid, que no acuda a comentaristas
foráneos, a quien habla por lo que deduce de informes o postulados previos, que no
puede asegurar por experiencia que allí se cumplían. Se comentan fenómenos que
no promovieron algarabías y se ignoran o callan otros que fueron inauditos.
Sí, sí, escuché en algunas ocasiones vítores al Papa, que podían interpretarse como
histerismo de masas. Vi banderas y pancartas. Reconozco que las primeras me
hacían gracia. Ondeaban las de Brasil y me recordaban a los amigos que allí viven o
que fueron como respuesta a su vocación cristiana. Cuando vi la de Andorra me
entraron ganas de acercarme a quien la enarbolaba, por el cariño que siento hacia
esta encantadora nación. Las Francia, Italia y las hispano americanas, del sur y del
Caribe, todas motivaban mi emoción. Pese al exclusivo significado de cada una de
ellas, no se comportaban quienes las levantaban con nacionalismo exclusivista. En
este fenómeno participaban casi dos millones de personas. Todo un record, digno
de aparecer en el Guinness, como se dice vulgarmente.
Había rezado intensamente con anterioridad, por el éxito de las JMJ y por la salud y
bien hacer del Papa, de manera que creí podía permitirme ser un exclusivo
observador, leal a la credencial que, en grandes letras, decía PRESS-redactor (sin
olvidar en casa la plegaria litúrgica cotidiana). No podía alejar de mi mente
experiencias anteriores y compararlas con lo que me rodeaba. A mi memoria acudía
Roma, Taizé, Jerusalén, Nazaret, Lourdes… Hablo de estancias, no de fugaces
visitas. Añoraba entonces los silencios de Taizé. Son impresionantes. Lo que no
imaginaba yo, es que a alguien se le ocurriera proponer que el homenaje a
Benedicto XVI, el saludo a su ingreso en la gran explanada de Cuatrovientos, fuera
un reverente silencio. Me pareció imprudencia proponerlo y mucho más que se
hiciera un ensayo antes de que llegara el Papa. Me equivoqué. A la entrada y en
ciertos momentos de la misa se hizo mutis total. Es curioso que los sabios progres
que deducen teorías de los errores de tal encuentro, no he leído que ninguno
mencione este sonoro silencio, comparable únicamente con el solemne nocturno del
desierto.
La otra sorpresa fue la alegría. Veía yo a las atractivas chicas sin pizca de vanidad
caminar o correr, sin que en miradas o ademanes se vieran gestos insinuantes. No
observaba las típicas parejitas cogidas de las manos. Pensaba yo: ¡cuantos de ellos
deben estar enamorados y uno no sabe distinguirlos! ¡Cuantos de ellos han iniciado
nuevas amistades y no se nota!. Para satisfacer necesidades fisiológicas, me toco
atravesar el apretado y numeroso grupo de obispos, los vi a todos muy serios. Era
de esperar, a pocos se les contagia la sonrisa papal. Mis compañeros de
celebración, dicen que éramos 14000, se les veía conscientes de que habían traído
de sus parroquias o grupos, un montón de jóvenes, traslucían responsabilidad, era
lógica su actitud. Pero los demás, pongamos más de millón y medio de jóvenes
alegres, eso sí fue un record que con seguridad habrá anotado San Pedro en su
Guinness celestial. Tampoco de este gozo, sacan conclusiones los malhumorados
comentaristas progres.
Padre Pedrojosé Ynaraja