JMJ( Y FINAL, COTTOLENGO)
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me he ido refiriendo a aspectos que viví durante las Jornadas de la Juventud de
Madrid. Tendría cuerda para rato, pero fatigaría y tal vez fastidiaría al lector. Ha
supuesto el encuentro un cambio para muchos, lo sé, también para mí mismo. Se le
llama a Benedicto XVI, con una cierta displicencia, el Papa anciano. Sabemos su
edad, pero creo sería más interesante fijarse en la dinámica de su vida y en el
sentido de futuro que da a sus decisiones. Que un chico adquiera un terreno y
sueñe gozarlo cuando sea adulto, es cosa normal. Pero que un hombre de más de
80 años viaje, anime e infunda esperanza a la gente joven, no es corriente. Que
ante un presente que preocupa y del que los medios se limitan a señalar problemas
económicos, él ponga el acento en la carencia de ética, eso ya no lo es. Y que
entusiasme a jóvenes, es de envidiar. Fue cosa de Madrid y lo ha sido estos días en
Alemania.
Muchos se han perdido esta experiencia, han perdido el tren, se dice comúnmente.
¿No tiene remedio?. Cambio de tercio. De cuando en cuando me refiero al
Cottolengo. Hablando en propiedad, debería decir La Castanyera, masía de
vacaciones, heredada de quienes quisieron continuar haciendo el bien, aun después
de su fallecimiento. Debería también decir el Cottolengo del P. Alegre, que fue
quien inspiró la congregación a la que me refiero. Resumo para quien lo
desconozca. Acogen a los más desheredados de fortuna, familia, dinero o posición
social. No reciben ni quieren, subvenciones de ninguna clase. Es una existencia que
vive flotando, gracias a la Divina Providencia. Por lo sorprendente de algunas
situaciones, a mí me gusta más decir: gracias a la prodigiosa imaginación de Dios.
Quien tiene una mirada superficial y visita una comunidad, acostumbra a sentir
“cristiana compasión”. Quien se queda, respira alegría y felicidad inenarrable. Oigo
a veces: yo ya fui una vez a visitarlo, nos llevaron del colegio. Y yo repito: hay que
ir muchas veces, hay que estar dentro y colaborar, si se quiere saber algo y sentir
onda satisfacción, a veces incomprensible. Que Ana, de 17 años, me diga que
vuelve a casa a las cuatro de la madrugada del domingo y que pocas horas después
va a la casa de Barcelona a prestar su servicio, es portentoso. Y no es la única,
pero hablo de ella porque la conocí cuando tenía 9 años y no dejado de
encontrármela cada verano.
¿Y qué tiene que ver el Cottolengo con las JMJ? Si me refiero a la institución es
porque aquellos inolvidables, días residí en la casa de Madrid, donde recibí no solo
acogida, sino una amabilidad y cariño del que gozo en pocos sitios. Me he referido a
la chica de Barcelona, en Algete, quien colaboraba era, entre otros, un funcionario
municipal, un piloto de pruebas de Airbus o una chica mejicana que trataba de que
le convalidaran estudios. Servir y compartir. Me atrevería a decir, en imagen
chusca, que si el encuentro de Madrid, fue convocatoria eclesial de “producción
industrial”, esto es pura y delicada artesanía espiritual. Y no hay que esperar, la
puerta está abierta siempre.
Quien “perdió el tren” y quiere experimentar gozo cristiano, recuperar esperanza y
satisfacción de su existencia. Solicitar la ayuda del Señor, que le oriente en los
proyectos que le tiene preparados, que se acerque al Cottolengo y preste ayuda.
Descubrirá el respeto a la vida humana, el valor del dolor, mucha generosidad que
existe oculta. A uno de los enfermos, Joselito, le decía yo que en el Cottolengo me
siento avergonzado, por la insignificancia de mi generosidad, él me decía: pues yo,
es en el único sitio que me siento feliz.
Hablo de mí, para estimular y esperanzar a otros que se sienten decepcionados o
desorientados. Los 40 días que acudo a celebrar misa es una cura de balneario
espiritual que no quiero perderme, mientras las monjas me inviten.
Padre Pedrojosé Ynaraja