Ocupar el tiempo
Padre Pedrojosé Ynaraja
Seguramente los lectores algo más que adultos, recordarán con que insistencia nos
decían nuestros educadores religiosos, que nunca nos fuéramos a dormir, sin
haber hecho examen de conciencia, rezado el “Señor mío Jesucristo” y dicho las
tres Avemarías. Me parece que hoy de esto ni se habla, ni se escribe. ¿Tal vez es
porque ya no tiene vigencia?.
Dediqué hace unas semanas mi columna, a la tan manida expresión: no tengo
tiempo. Recordará el lector que comentaba que para todos, la jornada tenía 24
horas. Era legítimo preguntarse si se las dedicaba a cosas de provecho. Para mí, no
ha perdido vigencia la recomendación de mis mayores. Cada noche anoto el
nombre de las personas con las que he hablado, detalles de la celebración de la
misa y los desplazamientos que me han tocado hacer. Excuso decir que el
escribirlo, supone hacer un análisis de mi jornada. A veces me doy cuenta, de que
una larga conversación telefónica ha podido ser tan provechosa como un encuentro
personal. Las circunstancias actuales modifican las relaciones personales y lo que
antes era pausada convivencia o frecuente carteo, es hoy e-mail o largo coloquio
telefónico, gracias a la tarifa plana contratada. Examinarse, es un ejercicio útil para
no caer en el peligro no tener tiempo, porque se ha perdido el tiempo. Se es
consciente de si la jornada ha sido agradable al Señor, o de Él nos hemos olvidado
o le hemos ofendido.
Los que somos mayores, clasificados ya en el gremio de jubilados, tenemos el
peligro de llenar el día de entretenimientos. Idéntica tentación la tienen los que
están en paro laboral o los que sufren una derrota, llámesela separación
matrimonial o ausencia de ilusiones, porque se siente derrotado. Se fomenta a
veces una tal actitud por parte de gente de buena voluntad. Tienes que distraerte y
dejar de pensar tanto, se recomienda. Pero la mera distracción, faltada de
horizontes, es peor. ¿qué quieres que haga, para el tiempo que me queda de vida?
Oye uno decir. No me vengas con iniciativas, que ya tengo suficiente con sobrevivir,
dicen otros.
Estas situaciones negativas son uno de los males que nos acosan. Me subleva que,
a veces contando lo que he hecho, se me diga: mira qué bien, así te distraes. Nada
de buscar entretenimientos, que me sobran, respondo. Se trata de ser fiel a mi
vocación. Los deseos del Señor, que no me abandonarán mientras me quede vida,
son exigencias acuciantes.
Pensaba en estas cosas el otro día, mientras leía por enésima vez lo de papa
anciano y enfermizo, como se le califica tantas veces a Benedicto XVI. Nadie duda
la edad que tiene y será verdad que sufre insuficiencias cardíacas. Pero es evidente
que es una persona proyectada hacia el futuro. Las mata callando, como se dice en
castizo. Sus decisiones no son generalmente espectaculares. Pensaba yo: pero a
muchos su proceder no les gusta. Y trataba de descubrir algo más seguro. Caí en la
cuenta de que, pese a no haber llegado a los 40 años, la vida de Jesús se
aproximaba a su fin cuando tomó las decisiones más trascendentes. Le faltaban
pocas horas para perder definitivamente la libertad y, en vez de caer en congoja y
depresión, va e instituye la Eucaristía. Se le ocurre a última hora, han pasado 2000
años y todavía el “invento” es útil.
Lo que es indudable es que uno puede entretenerse, disfrutar de múltiples
maneras, pero sólo en el ensueño del proyecto, el hombre logra ser feliz. Sólo así
se siente libre de ataduras. El Señor en el Cenáculo, con el Pan y la Copa en sus
manos, lo era. ¿Y nosotros?
Padre Pedrojosé Ynaraja