Responsables de nuestros campos y caminos
P. Fernando Pascual
8-10-2011
Un camino. Mucha suciedad a ambos lados. Un letrero sentencia: “Prohibido tirar basura”.
Dos visitantes comentan lo sucio que está todo, la poca educación de la gente del lugar. Uno de
ellos toma del bolsillo un caramelo, lo abre, y tira el envoltorio al suelo.
La escena es real (o casi). La descripción del camino vale, por desgracia, para muchos lugares del
planeta. El visitante que tira el papel al suelo, suponemos, viene de un país que tiene fama de
ordenado y respetuoso de las leyes.
Existen corazones que conocen las normas pero no las viven. Saben qué está bien y qué está mal.
Condenan severamente a quienes actúan de modo incivilizado. Pero en un momento de debilidad, o
desde un cinismo casi fariseo, hacen tranquilamente lo que reprochan en otros.
Se puede acusar de incoherencia o de hipocresía al visitante que tira el papel al suelo. Pero también
podemos ver en su gesto esa debilidad que hiere a todo ser humano, que nos acompaña desde que
nos levantamos hasta que nos acostamos, que nos arrastra a lo fácil y lo cómodo, que nos impulsa a
tirar un papel en vez de guardarlo en el bolsillo (con el riesgo de manchar un poco el pantalón).
Por desgracia, resulta muy fácil quejarse y actuar mal, en vez de buscar soluciones concretas para
mejorar, un poco, las cosas; en este caso, para comprometerse a mantener limpios caminos y
paisajes.
Gracias a Dios, hay escenas muy diferentes. Existen personas que sin muchos discursos sobre el
modo de ser de “la gente”, sin muchas reflexiones sobre la moral, la justicia y la ecología, ven
plásticos en el suelo y se agachan para recogerlos.
Quizá sean pocos quienes actúan así: no podemos abandonarnos a un optimismo descuidado. Pero
existen. Se trata de hombres y mujeres que optan por actitudes propositivas, por acciones concretas
para limpiar el camino, para mantener el parque más acogedor, para reparar los daños cometidos
por otros, para intervenir correctamente ante las autoridades de forma que se llegue a medidas
concretas y se proteja el ambiente en el que vivimos.
Es cierto: quien tira un plástico o una botella de cristal merece un castigo adecuado. No podemos
dejar que unos desaprensivos actúen según sus caprichos. Pero también es cierto que no podemos
limitarnos a quejarnos de lo sucio que está todo y pasar de largo como si la responsabilidad de la
limpieza fuera sólo de las autoridades públicas (que también, o mejor, principalmente, es algo que
compete a ellas).
El mundo, dicen, se ha convertido en una aldea global. En la misma todos tenemos nuestra parte de
responsabilidad. Si dejamos de tirar basura donde no se debe, y si nos comprometemos a ayudar allí
donde haga falta, podremos pasear agradablemente entre caminos limpios y campos llenos de
hierbabuena, abejorros y jilgueros.