Ocasión perdida
Padre Pedrojosé Ynaraja
Que las Jornadas Mundiales de la Juventud fueron una feliz vivencia inolvidable
para los que en ellas participamos, nadie lo duda. Que la preparación tuvo un
mínimo de deficiencias, tampoco. Pero quiero comentar un episodio involuntario,
que resultó desagradable.
Siempre es difícil una buena realización, cuando es multitudinaria. En Barcelona los
que nos prestamos al ministerio de distribuir la comunión, creo que conseguimos
que hubiera respeto y agilidad. Pero dos millones de personas, implican muchas
dificultades, de lo que hoy se llamaría logística espiritual.
En primer lugar resulta difícil reflexionar de tal manera que uno pueda sentirse
unido e identificado con la Última Cena. Le faltaría un recinto donde cupieran todos,
amén de un ambiente de meditación y compromiso. Vaya un ejemplo estrambótico.
A nadie se le ocurriría y nadie oiría, si uno de los asistentes, sinceramente intrigado
como Judas, preguntara ¿Soy yo el que aquí estoy de sobras? ¿Soy el incoherente
que canta y ovaciona, mientras mi conducta es totalmente opuesta a lo que aquí se
celebra? ¿Quién también se sentiría indigno del encuentro con Jesús, que quiere
limpiar como a Pedro, y acceder finalmente sin comprender, a un acto de
arriesgada confianza?
En el Cenáculo pudieron reunirse unos pocos y en Cuatrovientos muchos, pero se
trató de la celebración de idéntico Sagrado Misterio.
Logísticamente la cosa parece que estaba muy bien preparada. La solución del
encuentro sacramental en carpas, que se levantaban alrededor, parecía la mejor
solución imaginable. Pero llegó la tormenta y desbarató los planes. Las fuerzas
públicas que hasta entonces habían brillado por su amabilidad y eficacia, parece
que se pusieron un poco nerviosas y actuaron de tal manera que pudieran
conseguir que nada fatal ocurriera. Cerraron el paso para asegurar que no se
produjeran avalanchas peligrosas, pese a que se acercaban jóvenes ilusionados y
provistos de su correspondiente credencial. Si una carpa había caído, se debía
impedir que a las otras les ocurriera lo mismo, fue otra resolución.
Se decidió ¿Quién decidió, que no se distribuiría la comunión más que a un escaso
número de fieles asistentes?. Hasta leí en un periódico que la orden había llegado
del Vaticano (sic) Ciertas comunidades en las que ser fiel a su Fe cristiana, les
supone peligros y sacrificios, no lo entendieron. Estoy pensando en cristianos de la
Iglesia clandestina de China, que se levantan antes de las cinco de la mañana
diariamente para asistir a misa, a temperaturas que a veces rebasan los -30ºC. Lo
cuento, porque hoy algunas compartían la Eucaristía con nosotros. Y con cristianos
del mismo país, aquellos benditos días, concelebramos por estas tierras la misma
Eucaristía. Hay que reconocer que no se puede exigir a todo el mundo esfuerzos de
tal tamaño. Me refiero a la tormenta de aquella noche de Madrid. Gracias a Dios,
todo acabó sin percances, cosa estadísticamente imprevisible.
Antes de iniciarse la misa, la asamblea se enteró de lo acordado. Se invitó a los
asistentes a que hiciesen una comunión espiritual. Expresión, a mi modo de ver,
ininteligible para la mayoría de los jóvenes. Desde el Concilio de Trento, pasando
por la Mediator Dei, se habla de este ejercicio piadoso, pero, pienso yo, que era el
momento de invitar a los fieles a “comulgar con la Palabra”, de acuerdo con las
enseñanzas más recientes de la Iglesia. De aquí que diga que fue una ocasión
perdida. Continuaré.
Padre Pedrojosé Ynaraja