LA SANTIDAD, VOCACIÓN DEL CREYENTE
LUCIO DEL BURGO
“Yo aunque mozo, bien sé, por la comunicacin que he tenido con cristianos, que la
santidad consiste en la caridad, humildad, fe, obediencia y pobreza” (Miguel de
Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha).
En estos últimos años la santidad ha pasado a ser una realidad en boca de todos,
especialmente a partir del documento “Novo Millennio Ineunte”. Con frecuencia, en el
magisterio de la Iglesia, en los discursos del Papa, incluso en los planes de pastoral, es
repetida hasta la saciedad. Recordemos al menos lo que dice la NMI porque es el
documento que marca a la Iglesia del siglo XXI.
“Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación
pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer
momento, algo poco práctico. ¿Acaso se pude programar la santidad? ¿Qué puede
significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral?
En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción
llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una
verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la
inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre,
vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un
catecúmeno, ¿quieres recibir el bautismo? Significa ponerle en el camino del Sermón de
la Montaa: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48) (JUAN
PABLO II, Novo Millennio Ineunte, 31).
Es preciso hacer algunas aclaraciones en torno a la santidad. Tenemos muchos
prejuicios, mitos, leyendas que están actuando dentro de nosotros y nos producen cierta
insatisfacción a la hora de hablar de la santidad. Nos creemos que hay un solo modelo
de vivir el Evangelio. Cuando este modelo lo tomamos como referencia decimos: “eso
no va conmigo”. Hay muchos estilos de ser cristianos, la historia es maestra de la vida y
nos presenta el camino de la santidad de una forma muy variada.
No todos los santos tienen la misma categoría humana y eclesial. No todos tienen la
altura de san Agustín o santa Teresa. Hay santos que son más modestos, si es que se
puede hablar de esta forma. Pero todos han sido fieles a la llamada del Señor siempre
dentro de la fragilidad humana.
A veces nos creemos que la santidad significa la ausencia de defectos. Haría mucho
bien y nos animaría en el camino de la santidad conocer las limitaciones de los santos.
Fueron personas humanas como nosotros y sujetos a la debilidad y fragilidad.
En un libro de Leonardo Boff encontré un texto que me encantó y me dio mucha
esperanza. Creo que viene bien con el tema. Aquí va:
“En cierta ocasin escuché a un viejo, razonable, bueno, perfecto y santo hermano decir:
“Si oyes la llamada del Espíritu, escúchala y trata de ser santo con toda tu alma, con
todo tu corazón y con todas tus fuerzas.
Pero si, por humana debilidad, no consigues ser santo, procura entonces ser perfecto con
toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.
Si, a pesar de todo, no consigues ser perfecto, por culpa de la vanidad de tu vida, intenta
entonces ser bueno con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.
Si, con todo, no consigues ser bueno, debido a las insidias del Maligno, trata entonces
de ser razonable con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.
Si, al final, no consigues ser santo, ni perfecto, ni bueno, ni razonable, a causa del
peso de tus pecados, procura entonces llevar esta carga delante de Dios y entrega tu
vida a la divina misericordia .
Si haces esto sin amargura, con toda humildad y con jovialidad de espíritu, movido por
la ternura de Dios, que ama a los ingratos y a los malos, entonces comenzarás a sentir lo
que es razonable, aprenderás en qué consiste ser bueno, lentamente aspirarás a ser
perfecto y, por fin, suspirarás por ser santo.
Si haces todo esto día a día, con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus
fuerzas, entonces, hermano, te aseguro que estarás en el camino de San Francisco y no
te hallarás lejos del Reino de Dios”.
(L. Boff, San Francisco de Asís . Ternura y vigor , Sal Terrae, Santander, 1982, p. 185-
186).
TEXTO APARTE
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“En este tiempo me dieron las Confesiones de san Agustín , que parece el
Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las había visto. Yo soy muy
aficionada a san Agustín, porque el monasterio adonde estuve seglar era de su
Orden y también por haber sido pecador, que en los santos que después de
serlo el Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos
había de hallar ayuda y que como los había el Señor perdonado, podía hacer a
mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he dicho, que a ellos sola una
vez los había el Señor llamado y no tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que
esto me fatigaba. Mas, considerando en el amor que me tenía, tornaba a
animarme, que de su misericordia jamás desconfié. De mí muchas veces.
¡Oh, válgame Dios, cómo me espanta la reciedumbre que tuvo mi alma, con
tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temerosa lo poco que podía
conmigo y cuán atada me veía para no me determinar a darme del todo a Dios.
Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí. Comencé a
encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando llegué a su conversión y
leí cómo oyó aquella voz en el huerto , no me parece sino que el Señor me la
dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía
en lágrimas, y entre mí misma con gran aflicción y fatiga” (Vida 9. 7-8).
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