OPORTUNA OCASIÓN
Por Pedrojosé Ynaraja
Acabé la semana pasada recordando la comunicación que se hizo por megafonía a
los asistentes a las JMJ de Madrid: dada la imposibilidad de partir, repartir y
compartir el Pan Eucarístico, debido a las inclemencias que lo habían impedido, se
invitaba a que cada uno hiciera una “comunin espiritual” aquella maana y que, si
le era posible, por la tarde, acudieran a las diversas parroquias madrileñas para
comulgar sacramentalmente. Entre los miles de asistentes, algunos pertenecían a
Iglesias o Confesiones no católicas. Vi a alguna joven con el típico velo islámico y
posteriormente he conocido a alguna chica budista que también estuvo. Ellas, y
otras muchas más, pese a que pudieran tener conocimientos cristianos, es lógico
que se preguntaran ¿y qué es eso de la comunión espiritual? ¿De dónde lo han
sacado? No he leído nada al respecto en la Biblia. Tenían toda la razón. Que nadie
lo busque en la Sagrada Escritura. ¿Es, pues, una doctrina caprichosa y sin
fundamento teológico?
La Santa Madre Iglesia depositaria de la herencia recibida de Jesucristo, no fue
consciente explícita del inmenso patrimonio espiritual que poseía, pese a haberlo
recibido. Con el correr de los tiempos va descubriendo y aprovechando tanta
riqueza. (Ocurre con la Gracia como, en el terreno mineral, le pasó al hombre.
Conocía el asfalto y lo utilizó, según cuenta el Génesis, como argamasa en la
edificación de la torre de Babel o en la impermeabilización del cestillo que salvó a
Moisés. Hoy, de este producto, se derivan miles de substancias desconocidas en
aquellos tiempos, pero que no por ello eran inexistentes.) La asamblea cristiana
reunida el domingo que nos describe San Justino, como las que San Pablo hace
referencia en sus cartas a los corintios, consideraba la Eucaristía como un alimento
de consumo inmediato. Pronto la comunidad fue consciente de la conveniencia de
que se conservara para prisioneros, enfermos y moribundos. Aquel tesoro guardado
celosamente en recintos bien protegidos, se vio que era presencia que invitaba al
respeto y adoración. Dado que no siempre se podía recibirla como alimento, el fiel
cultivó el sincero deseo de hacerlo. Nació la comunión espiritual, sentimiento digno
como el que más, del que ya habla el concilio Tridentino y la encíclica Mediator Dei.
Pasaron los años y se permitió la celebración eucarística a cualquier hora del día.
Aquella práctica sincera, ingenua y piadosa de mi juventud de ir diariamente a
hacer la “visita al Santísimo” empez a declinar, dando paso a la comunin
sacramental en las misas vespertinas.
Nunca ha negado la santa Madre Iglesia, el valor de la Palabra Revelada. Pero su
alcance durante siglos se vio limitado a los que sabían leer, que eran una minoría y
entre ellos a los que entendían la lengua latina, todavía menos. Los tiempos han
cambiado. La Iglesia se siente satisfecha de afirmar que la Palabra de Dios
proclamada en la liturgia, es alimento del alma. Puede costar creer que tiene una
eficacia sacramental que una locución verbal alimente el alma, pero no creo que
sea más difícil aceptarlo que el que un trozo de pan, minúsculo y traslucido, que no
resistiría ningún análisis químico ni una cromatografía que descubriera que allí hay
algo más que un común hidrato de carbono, en él exista presencia divina personal y
corporal de Jesucristo, que es salvación y crecimiento para el que en las debidas
condiciones lo recibe. Es preciso progresar y me atrevo a sugerir que, puesto que
disciplinalmente no existe prohibición para situaciones personales que sí lo impiden
eucarísticamente, debería fomentarse. (Continuaré)
Padre Pedrojosé Ynaraja