Desacreditar
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me lamentaba la semana pasada de que no se hubiera aprovechado la ocasión, con
motivo de la misa de las JMJ de Madrid, para invitar a los asistentes que no podrían
comulgar sacramentalmente, la inmensa mayoría, a comulgar con la “Biblia
proclamada” y, en cambio, se hubiera hecho referencia a la “comunión espiritual”.
No me retracto de lo escrito, pero me temo haber caído en un error que contamina
nuestro ambiente espiritual y que da nombre a este artículo: la tendencia a
desacreditar cualquier cosa que pueda hacer el otro.
Una cierta discrepancia dentro de la Iglesia, es una riqueza que se cultiva desde
antiguo. En mis tiempos de seminarista, en los libros de texto, con frecuencia, las
respuestas a ciertas cuestiones teológicas dudosas, sabíamos que, generalmente,
diferían si los autores pertenecían a los jesuitas o a los dominicos. Y cada uno se
quedaba con lo que le apeteciera, sin condenar la otra tendencia. Cuando uno
peregrina por Tierra Santa, escucha a veces, explicaciones que uno sabe no son
aceptadas por todos los arqueólogos. Un ejemplo evidente es el Via-Crucis. El que
yo conozco, se inicia muy cerca de la Puerta de los Leones, donde estaba la
fortaleza Antonia y donde se cree que se alojaba el gobernador y que allí fue Jesús
juzgado y condenado. El dato no es seguro y otros defienden que Pilatos estaba en
el palacio de Herodes. Según tengo entendido hay peregrinaciones que inician la
procesión en este último lugar, próximo a la hoy llamada fortaleza de David, para
acabarlo en la Basílica del Santo Sepulcro. Me he encontrado en algunas ocasiones
a cristianos pertenecientes a Confesiones no católicas, que se recogen
fervorosamente y oran en el bello rincón que rodea la llamada “tumba del jardín”.
Las discrepancias en este terreno, imagino que a nadie perjudican. Lo fundamental
es la Fe en la Resurrección de Cristo.
Volviendo al terreno teológico, recuerdo la doctrina del limbo, tal como nos la
explicaba el profesor de aquellos tiempos. Decía él: los niños estorban en todos los
sitios, los padres que pueden, les ponen un cuarto de juegos, para que les dejen
tranquilos. Pasa algo semejante en teología, así que sagaces autores, para los niños
muertos sin bautizar, les han preparado el limbo. Algo parecido ocurrió con el
lenguaje para explicar la existencia posterior a la muerte. Se utilizó tal colorido
para las explicaciones catequéticas, que, cuando el Papa entre otros, afirma que el
Cielo o el Infierno no son lugares, se sintieron desconcertados y hasta
escandalizados, sin parar mientes que con ello se esquivan muchas objeciones que
a nuestra doctrina se harían desde la filosofía o la física moderna. Vaya por delante
que al decir que no sean lugares, no se afirma que no existan. Como pienso
continuar con el tema de los exclusivismos que siempre me han interesado,
acabaré hoy con una anécdota.
Una noche, en un vestíbulo, unos cuantos clérigos esperaban la llegada del tren.
Muy piadosos ellos, dedicaban su tiempo a la oración. De repente, hubo apagón. El
benedictino continuó su salmodia de memoria, sin inmutarse. El dominico derivó a
serias reflexiones sobre los contingentes que habían ocasionado aquella ausencia de
energía, que le impedía rezar. El franciscano invocó a la hermanita luz, le pidió que
volviera y así pudiera él continuar las alabanzas al Creador. Se encendieron las
bombillas, el jesuita no estaba, se había ido a cambiar el fusible. Nosotros
añadíamos: el sacerdote scout, sacó de su mochila un farol, con el que iluminó a
todos.
Padre Pedrojosé Ynaraja